Cine – ¿Vendido?

Por Gabriel García
 
 
Hace pocas noches tuve el gran placer de disfrutar de la más reciente de las películas cubanas lanzada a los cines de de la capital en categoría de estreno. Como bien dice la protagonista casi al principio, es una película de supervivencia. Más allá del humor oscuro y sin cocinar de Se vende


 

Por Gabriel García García
Escena del filme cubano 'Se Vende' 
Hace pocas noches tuve el gran placer de disfrutar de la más reciente de las películas cubanas lanzada a los cines de de la capital en categoría de estreno. Como bien dice la protagonista casi al principio, es una película de supervivencia. Más allá del humor oscuro y sin cocinar de Se vende, cada secuencia nos transporta a una realidad dura que golpea en la cara de muchos jóvenes cada mañana cuando frente al espejo del baño, aún sin despertarnos del todo, pensamos en nuestra realidad y sobre todo, en nuestro futuro. La película nos muestra una joven de visita en el cementerio a la que se le aparece el espíritu siempre hermoso de su madre y le sugiere que venda la bóveda familiar como modo de subsistencia. La joven profesional, estudiante graduada de IPVCE y trabajadora de un laboratorio posiblemente genético (cruel ironía que me mira de frente muerta de risa) luego de debatirse entre el beneficio y el sentimiento, y movida por las sugerencias de una amiga, decide realizar la operación sugerida para terminar vendiendo los huesos de su madre.
 
Detrás de la situación burlesca que se representa en Se vende se asoman a mi entender, varias lecturas escondidas que nos acompañan a muchos jóvenes cubanos muy de cerca. Cuando la joven llamada Nácar (nombre que puede sugerir el de un jabón de poca popularidad, o el de una piedra preciosa, según el punto de vista) decide que sus necesidades pesan más que sus recuerdos y que va a vender la última casa de sus padres (que por cierto, se paga como si fuera la primera), se encuentra con la traba de que debe exhumar primero, cada uno de los cuerpos que allí se encuentran y que por supuesto, el trámite a realizar es más largo y complicado de lo que se puede esperar para comer, arreglar la casa o vestirse. Por lo tanto decide, con la ayuda de su novio, sobornar a los sepultureros del cementerio para vaciar la tumba en la cual se encuentran de arriba hacia abajo, viviendo todos en el mismo hueco, el vigilante del CDR al que enterraron boca abajo, en una caja supuestamente saqueada anteriormente y ahora vacía; su madre, una “luchadora” o “sobreviviente” que realizó diversas maniobras durante su vida para mantener una economía hogareña más menos respetable (reflejo ella de todas las personas que a su modo, trataron de salir adelante ante las adversidades de un período siempre especial); su padre, un dirigente extremadamente comunista que a pesar de que murió en la década del 80, permanece intacto sin descomponerse, representando ideas y formas de actuar que a pesar de estar inmóviles o prácticamente caducas, continúan con el dedo índice de una mano apuntando eternamente, a la vista de todos, sin desaparecer. Más abajo, totalmente convertido en polvo, se encuentra el que en vida fuera el sacerdote de la familia, el cual se suicidó en el año del esfuerzo decisivo con tinta china. Más acá, en el mundo de los vivos, está Nácar, quien aunque no está preparada para enfrentar tales situaciones que la desvían de su vida normal, y que se debate ante lo reprobable de lo que piensa hacer y sus principios, termina enfrentándose e incluso volviéndose fuerte ante lo adverso.
 
El personaje de la joven, se adapta perfectamente al de muchísimos profesionales entre los 23-35 años de edad, que luego de convivir dentro de la burbuja paternalista soportada por los elementos tensoactivos de toda una nación, han debido enfrentarse con un salario muchas veces algo más que risible al desasosiego y al canibalismo de una sociedad en la que actualmente impera la ley del más vivo. Indiscutiblemente el modelo de persona exitosa y respetable en nuestro país se desplazó bastante entre las décadas del 80´-90´-00´, yo creo que para mal. De querer tener al menos un hijo en la familia con una carrera universitaria, se pasó a querer tener un hijo en el exterior y actualmente a querer tener un hijo “bisnero”. Por supuesto, no todo el mundo piensa del mismo modo y existen muchas personas que prefieren tener un hijo universitario que negociante, pero la realidad es que el equilibrio se ha desplazado y esto ha ido pasando a ser la excepción de una regla. Verdaderamente no se ha dado un buen ejemplo a seguir. En todos estos años en nuestro país el trabajo profesional ha decaído por varias razones. Los jóvenes, llegado el momento de decidir su futuro, no están dispuestos a estudiar con rigor, dependiendo de sus padres en la mayoría de los casos por cinco años, para luego encontrarse con que todo el sacrificio no les valió para mucho más que vivir aferrado a lo que pueda venir y no a lo que realmente han logrado.
 
Este fenómeno ha ido tomando fuerza sobre todo en los últimos tiempos gracias a la inyección estimulante que ha recibido el trabajo por cuenta propia. Realmente es una gran iniciativa que el país se haya abierto a otras formas económicas diferentes a la manejada hasta el momento por el Estado, donde se le da valor al esfuerzo propio y a la iniciativa y donde surgen buenos negocios, que crean oportunidades de empleo y servicios en algunos casos superiores a los que existían, pero con limitantes en cuanto al tipo de empresa. La otra cara de la moneda es la de aquellos que apostaron por estudiar una carrera que no tiene campo en el mundo actual del negocio privado cubano. Estos deben trabajar para ese mismo Estado que en cierta medida está estimulando formas alternativas de trabajo en detrimento de la profesional (aunque no sea su finalidad). Ni hablar ya de carreras de ciencias, las cuales han caído de lo más alto del podio escalafonal al duro suelo de la realidad. Cual cenicientas sin hada madrina, han quedado relegadas a un segundo plano, cubiertas por otras como Licenciatura en Turismo, Derecho o Economía, con las cuales al menos se puede aspirar a “resolver” si se corre con suerte. Lo demás es pura vocación y sacrificio, y hasta cierto sentimiento sadomasoquista. Significa años de esfuerzo, incluso luego de graduado, con poca o ninguna retribución. Algo que vimos ocurrir hace algunos años con la carrera de Medicina, la que se llegó a alcanzar con calificaciones por debajo de las malas notas, incluso en re-oferta (sinónimo de lo que nadie quiere), se ha ido extendiendo a otros casos, pudiendo, creo yo, llegar a convertirse en graves. De la incitación a alcanzar estudios universitarios a toda costa (recordar las municipalizaciones), se va pasando tal vez sin quererlo, de forma disimulada y vertiginosa, al desaliento. Por supuesto, nadie va a admitir que esto es un hecho y ojo, la culpa no la tienen los cuentapropistas. Pero ciertamente no se puede pretender nada más cuando dos recién graduados que se sientan a hablar de su futuro, no ven más que sombras en la distancia. ¿Qué hacer para zafarse de los lazos económicos de sus padres? ¿Qué hacer para formar una familia, sin tener que convivir cuatro generaciones en el mismo sitio? ¿Cómo sobrevivir el día a día de las dos monedas, con las necesidades propias de la edad, de forma honrada (con el esfuerzo del trabajo) y segura (sin tener que malversar)? Cada vez se torna más difícil para un profesional trabajar de forma estatal en un país que elimina poco a poco las insostenibles gratuidades, pero en el que bastantes personas, trabajan prácticamente gratis.
 
Hasta ahora las respuestas para este asunto son escasas: O se dedican a otra cosa, ajena muchas veces a lo que se estudió, como el trabajo por cuenta propia como alternativa, o emigran como profesionales a algún lugar donde se valore un poco más lo que se tiene para ofrecer, enfrentando una cultura extraña, lejos de los suyos. Otras posibilidades de avanzar se resumen a un golpe de suerte o a un sueño. Pienso que no se está pidiendo mucho más que reconocimiento al esfuerzo y un poco de estabilidad económica, de independencia. El pueblo continúa esperando a que la economía o la geometría inviertan la famosa pirámide social para que descanse sobre la base, como debe ser, y no sobre su vértice. Mientras tanto, a vender los huesos y los recuerdos, aunque sea prácticamente imposible para algunos. Como se demuestra en el filme, podemos hacerlo a pesar de todo. El peor de los casos será el de perder por el camino el material humano y sus valores, pero eso dependerá en gran medida de la forma en que actuemos. Todos tenemos un fin que justifica los medios que utilizamos, en nuestra conciencia al menos, para alcanzarlo, pues solo queremos vivir, porque en definitiva estamos aquí y estamos vivos.
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Gabriel García García (La Habana, 1985)
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