Alto ahí, Nicanor, no te vuelvas suspicaz; duérmete en el sopor de que eres incapaz…
cada uno de nosotros lleva dentro un Nicanor…
Frank Delgado
Por Henry Constantín
El último Festival de Cine Pobre de Gibara pasó como una brisa que, al menos, refresca. Y eso que se lo esperaba con malos presagios, por la muerte de su mentor Solaz y la ruina de los ciclones en la Villa Blanca del norte holguinero. Y el contraste a tanta tormenta vino de la mano de otra, que ha despeinado las vergüenzas de algunos poderosos. Entre un montón de obras atrevidas y de arte riguroso, logró colarse al público del Festival una de esas que vale porque trae fuego, y todo lo que venga de Prometeo merece aplauso. Bienvenido, Brainstorm, tormenta de ideas. Lo estábamos esperando.
Un cortometraje que no se llevó demasiados premios (eso era obvio), pero el único que se ha regado por nuestras escasas computadoras como una revelación, un objeto de culto que hay que pasarse de flash memory en flash memory, para convocar las humanas revelaciones de las que no queremos estar ausentes.
Brainstorm, tormenta de ideas en inglés, es el último título de un autor que evade los nombres en español con la misma tozudez con que filma, una detrás de otra, las enormes zonas oscuras de la realidad de su país. Monte Rouge, la más alegre denuncia que se ha hecho en Cuba de los métodos KGB de alguna institución nuestra, Photoshop, y el contemporáneo Intermezzo están para probarlo.
La mayoría de los artistas cubanos solo se ocupan de sí mismos en el limitado plano de la supervivencia: narcisismo antisocial que solo refuerza la velocidad con que intrasciende su arte. Nada de lo que hacen provoca, ni se piensa en otra cosa que producir, figurar, o vender, siempre que no se moleste a los que mandan. El éxito de Gernika, El Doctor Zhivago, o Fresa y Chocolate, es, para ellos, inexplicable e irrepetible. Últimamente algunos tuvieron la gentileza de acompañar a los cubanos maltratados por los ciclones, pero ahí no había demasiado riesgo: ya esa tormenta había pasado.
Pero de pronto vemos a Albertico Pujol, Jorge Perugorría, y los reincidentes Néstor Jiménez, Luis Alberto García y Eduardo del Llano, más Adria Santana, en un filme que ha provocado los manotazos ofendidos de algunos, el fruncir del ceño de otros, y las risas de miles de personas que han visto reproducidas y exhibidas, al fin, toda la ridiculez del periodismo oficial cubano.
Ese elenco de figuras consagradas, o ya convertidas en personajes de Del Llano, representa al consejo de redacción de un periódico que se enfrenta a la interrogante de cuál noticia debe aparecer como titular al otro día de la caída de un meteorito en pleno y capitalino juego de pelota. En la ¿extraña? mesa redonda aparecen Rojas (Perugorría), como director, Segura (Del Llano) representando al Partido, Bolaños (Pujol) encargándose de las noticias nacionales, Anita (Adria) de las internacionales, Rodríguez (Jiménez) de las deportivas, y el personaje que engarza cada uno de los cortos de Eduardo Del Llano, arriesgándolos a convertirse en la más popular y audaz serie televisiva cubana, Nicanor O`Donnell (Luis Alberto García), como jefe de la página cultural.
A lo largo de los casi treinta minutos de debate se perfilan varias posturas en cuanto a cuál debe ser la noticia principal. Pero eso es lo aparente. Por detrás, se despliegan ante el espectador las dos fuerzas que actúan en el periodismo cubano, y ¿por qué no? en toda la sociedad: la voluntad comunicativa, de enfrentar la realidad sin manipulaciones, encarnada en Nicanor, y la voluntad de manipulación políticamente interesada (nuestro periodismo tiene que ser optimista, dice Ana; nuestra tarea principal es potenciar los intereses del pueblo, opina Bolaños; velamos por los intereses del pueblo, que quiere decir que no conviene sembrar la inquietud en la población, aclara Ana; como partido pienso que no debemos incentivar la propaganda negativa en torno a nuestra cotidianidad, concuerda Segura; la nuestra va a reflejar la posición oficial, sentencia Rojas). Y de ellas, siempre lo hemos visto, triunfa la voluntad política en nuestros medios de prensa. Del Llano se burla de eso, y lo denuncia entre carcajadas.
Por cierto, el realizador del cortometraje peca de benevolente al dejarnos suponer que, cuando las noticias son de importancia máxima, la primera plana la seleccionan los principales periodistas del medio, en discusión con aire democrático. El periodista que esto escribe no tiene conocimiento de que ocurra nada parecido en ninguno de los medios de prensa oficiales en que ha trabajado, o en los que posee amistades cercanas. Siempre, donde quiera que se mire, hay un orientador ideológico que ordena al periódico el tema de la primera página. De seguro Del Llano convocó tan extraño consejo de redacción solo para dar pie al resto de la historia. Este elemento, casi tanto como el ataque extraterrestre, acerca a Brainstorm dentro del género del absurdo, que tan excelente cine ha dado a nuestro país.
Hay dos de los conflictos secundarios, ramificaciones del conflicto principal: objetividad periodística vs. manipulación, en que se manifiesta espectacularmente la capacidad de sintetizar ideas generales del director: Segura, que representa al Partido en la reunión, usa la socorrida frase de voy a ser franco, y eso hace a Nicanor decir eso sí es una noticia de verdad. Por otro lado, Bolaños, el personaje que interpreta Alberto Pujol, es interrumpido y rebatido en varios momentos por el propio Nicanor, lo cual, indiscutiblemente, crea desconocidas emociones en cualquier espectador cubano.
Las actuaciones están muy bien, y Pujol enfrentado a un papel en verdad complejo, nota su éxito interpretativo en lo fácil que la gente reconoce al satirizado. Del Llano debiera observar el manejo de la voz, dentro de su atrevidísima faceta actoral. Además, hay un par de personajes débiles, prescindibles: Rojas y Rodríguez: Perugorría no se basta para superar la inoperancia dramatúrgica del director del periódico.
También hay texto de más. Este factor, unido al permanente movimiento de cámara en torno a los personajes, con escasos close-ups y ninguna música incidental que enfaticen los parlamentos más importantes del filme, provocan cierto desenfoque en el oído del espectador, que a veces no se percata de cuándo acaba de ocurrir, de decirse algo valioso, y eso es un problema, puesto que el peso del filme recae sobre los textos, que pertenecen a Del Llano.
La productora Sex Machine (cuyo logo es el pecaminoso y por eso mismo divertido número 69) cuenta con el auxilio del trovador más seguido por los jóvenes cubanos. Es Frank Delgado, cuyo tema, Nicanor, fue compuesto a instancias del propio Del Llano para sus primeros trabajos, uno de los colaboradores permanentes y dignos de observar entorno a Del Llano, puesto que gran parte del trabajo musical corre a su cargo. Esta vez la canción de Frank queda en la voz de un trovador de sensibilidad notable, el joven Raúl Torres.
Es cierto que el filme no contiene nada arriesgado en el plano estético: casi todo su mérito se circunscribe al humor feroz con que se asoma al mundo de los que deben reflejar la realidad cubana. El Decamerón y El maestro y Margarita, obras célebres por la inteligencia con que se ríen de sus tristes universos respectivos, son suficientes antecedentes para pensar ya al cine de Eduardo del Llano como uno de los iconos más recientes y útiles del patrimonio artístico cubano. La obra puede que no sea perfecta, pero a sus desaciertos les cabe lo que a las manchas del Sol. Y además, causa Brainstorm.
Henry Constantín Ferreiro.
Periodista, escritor y fotógrafo.
Expulsado de los estudios de Periodismo en dos ocasiones, ambas por problemas
políticos. Único representante de Cuba en el II Concurso Hispanoamericano de Ortografía Bogotá‘2001.
Graduado del Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso.
Colaborador de la Revista Convivencia. Textos suyos han sido publicados en medios de prensa cubanos,
incluso oficiales.
Hace el weblog Reportes de viaje.
(www.vocescubanas.comReportes de viaje).
Dirige la revista La Rosa Blanca. email: henryconstantin@yahoo.es .
Reside en Camagüey.