Por Eladio Guillermo Hernández RiveraUn océano inabarcable de signos y significados nos llena de vida. En él navegamos y somos parte de él. Su gran descubridor mostró la naturaleza intrínseca del Universo, entre las tormentas del materialismo imperante a finales del siglo XIX, destacó las infinitas dimensiones de conciencia que nos conforman milímetro a milímetro. Desde entonces, al articular sus huellas en dirección a los dominios más preciados de su libertad: la Semiótica, solo sus herramientas son válidas.
Por Eladio Guillermo Hernández Rivera
Un océano inabarcable de signos y significados nos llena de vida. En él navegamos y somos parte de él. Su gran descubridor mostró la naturaleza intrínseca del Universo, entre las tormentas del materialismo imperante a finales del siglo XIX, destacó las infinitas dimensiones de conciencia que nos conforman milímetro a milímetro. Desde entonces, al articular sus huellas en dirección a los dominios más preciados de su libertad: la Semiótica, solo sus herramientas son válidas.
Científicamente, Peirce rescató una teoría que unifica y valora justamente todo saber. Una visión unificada del Universo no vista desde aquellas más antiguas tradiciones del hombre, apenas conservadas o vilipendiadas hoy. Con una valentía sobrehumana despejó por un minuto la bruma del tiempo, desenterró prejuicios, sensibilismos y perceptismos de la naturaleza, el ser, el pensar, el sentir y hacer del hombre. Luego, como en los mejores cuentos, desde su cima cayó en un aparente olvido durante casi 100 años. Hoy la Humanidad debe volver a su raíz, no tiene más caminos, no hay más historias, no hay más futuros ni pasados. No existe el tiempo, ni la muerte, ni el olvido. Peirce dejó su universo de flujos infinitos de conciencia como reto a la posteridad.
Sus intérpretes nos han legado la plenitud de sus valores aún por esclarecer entre intentos de fallida marginación. Nada se compara con aquella profundidad, paradigma de superación. Ni con su filosofía pragmaticista, única capaz de violar toda clasificación. Su balanza de verdad, inclinada a la razón pura, de desdén a toda autoridad, o poder, que ciertamente prima aún ante indiferentes matices ideológicos. Pero se saben sin futuro.
Rara vez su profesión de geógrafo se relaciona con algunos de sus aportes más trascendentales. Su dedicación a diversos métodos de representación física de nuestro Planeta, de igual rigor creativo, aplicativo, interpretativo, normativo y científico, constituyeron la componenda de arte y ciencia necesaria para cristalizar su genio.
Por ejemplo: las mediciones geodésicas, realizadas conscientemente en reiteración, permiten elevar y valorar su precisión mediante el cálculo de promedios, desviaciones estándares, entre otras herramientas estadísticas, permiten descartar errores, extraer criterios prácticos de perfeccionamiento de los resultados, la metodología y el equipamiento de trabajo. Peirce vio en la naturaleza el resultado de un mecanismo análogo de desarrollo como manifestación de diferentes formas de conciencia y base en la estructura del desarrollo universal.
Importantes convergencias conceptuales se identifican desde esa profesión hacia las categorías y principios generalizados en la Semiótica General Peirceana, que claramente indican el origen de sus saberes. En la actualidad geodestas, cartógrafos, ni astrónomos, imaginan, las estrechas relaciones de su trabajo con la Semiótica, ni el desarrollo hacia la universalidad filosófica que logró Peirce, desde sus principios básicos de trabajo.
Cambios culturales posteriores han propiciado una Semiótica disciplinada, derivada solo al campo de las artes, letras y humanidades. Achaque absolutamente ajeno a la personalidad de su creador, extrapolado desde nuestras clasificaciones actuales del saber.
Su experiencia profesional de largos años, la inexistencia de aportes anteriores en ciertos campos y no la mente de un intelectual aislado en su residencia de Arisbe, como no pocas veces leemos en diversos artículos, explican la abstracción de su lenguaje al definir categorías como “signo”:
«Algo que está para alguien en lugar de algo bajo algún aspecto o capacidad»1. Ese algo casi indigesto para quienes no han logrado traspasar el primer pórtico de sus saberes, resulta tan enriquecedor como exacto y de inimaginables trascendencias.
Su acercamiento sincronizado al desarrollo y a la “verdad”, converge con el principio que generaliza como elemento clave su filosofía pragmaticista, las puertas a la primera escuela filosófica autóctona de la nación norteamericana y de nuestro hemisferio en la Era Moderna. Del análisis y compensación del efecto acumulativo de prejuicios y errores en la praxis, del análisis conjunto de las relaciones más diversas posible dentro del saber humano, emana la comprensión de la primera filosofía del pueblo norteamericano. Una plataforma de desarrollo del conocimiento que se propone superar acercamientos disciplinados, controlados, prejuiciados; de desarrollo de la autoconciencia y permanencia en la espiral de desarrollo. Tal es el centro fundamental de los saberes de Peirce.
No necesitó una cátedra universitaria como se sugiere en muchas publicaciones. Aunque le asistieron todos los méritos. Sus célebres manuscritos, todo lo que escribió, no solo en varios ciclos de conferencias que impartió sobre lógica, psicología y filosofía principalmente en Harvard, allí quedó, cuidadosamente preservado, numerado y clasificado hasta hoy. Lo que ha venido a conocerse más ampliamente desde los años 70s como los Collected papers. El testimonio de quienes le conocieron personalmente añade sobre aportes que rara vez le reconocieron en público.
Peirce, irónicamente resultó atrapado entre prejuicios y paradigmas de sus contemporáneos, una especie de broma de mal gusto. Pero un reto que nunca declinó. Se encargó de dejar constancia de la tenacidad de un carácter, “difícil” y a la vez tímido, donde lo único ponderable era el saber, según diversas fuentes, conjugaba una capacidad y versatilidad extraordinarias con una autosuficiencia respaldada por los más altos resultados.
Su firmeza, dialéctica y meticulosidad de criterios priorizaba sin compromisos sus verdades de razón, hasta enfrentar la soledad de los genios con dignidad y entereza. Seguramente incómodo para quienes más le necesitaban, poco diplomático, tal vez, y a su vez, generosamente preocupado por dejar un aporte a la Humanidad de absoluto desinterés. ¡Vaya hombre raro!
Podemos comprender que no van a faltar pretextos, incluso causas, para el distanciamiento sobre su personalidad. Se ha sido bien pródigo en achaques desde los más victorianos, pasando por los relativos a la orientación sexual, la enfermedad o la adicción. Pocas manos resultaron capaces de retomar sus aportes.
Es impresionante que sus contribuciones aplicadas a ramas como la psicología permiten intentar explicarnos la alta probabilidad que acuden al genio para ser tomados por loco, adicto, inadaptado, marginal, delincuente, etc. si sus ideas tienden a romper los estándares que se requieren imponer en nuestras sociedades modernas para crear un pensamiento coherente de “desarrollo” que funciona según el mismo Peirce describiera bajo las reglas de la armonía con las notas precedentes.
Aunque en nuestras acríticas melodías terminamos alienando los propios paradigmas antropocéntricos que promulgamos, la libre expresión de la personalidad, bajo mantos como la moda, las buenas prácticas, el buen comportamiento, o la adecuada comunicación, en lugar de prepararnos mejor para lidiar con lo disonante, lo otro, extraño, diferente, pero verdadero, sin máscaras, sin omisiones, autoengaños, ni olvidos.
Un norteamericano que se hace llamar Santiago
Este genio, enigmáticamente, eligió ceñirse “Santiago” como segundo nombre, en su correspondencia personal, a principios del siglo XX, y en complemento de criterios más reconocidos hoy, es necesario considerar el enigmático rebautizo de Peirce como acto de rebeldía.
Importantes conexiones nos hacen pensar que el ilustre norteamericano quiso hacer notar en grado bien significativo su posición hacia los acontecimientos de la Batalla de la Loma de San Juan, el 1ro de julio de 1898; una muy controvertida victoria del Ejército Norteamericano en el marco de la Guerra Hispano Cubano Norteamericana.
Los testimonios de diversos historiadores sobre aquellos hechos certifican el empleo por primera vez en la historia humana de métodos de exploración aerofotogramétrica con cámaras elevadas mediante globos aerostáticos de helio o hidrógeno para la dirección del fuego de la artillería fundamentalmente.
El uso de esos artefactos por las tropas norteamericanas llamó inmediatamente la atención de los defensores españoles que lograron abatirlo tras varios disparos de fusilería.2
La lógica y la historia indican una cadena de eventos muy “desagradables” que amenazaron a importantes personalidades de la política y el Ejército norteamericanos que habían comprometido carreras allí. Hablamos específicamente del futuro inmediato presidente norteamericano en aquel entonces, Theodore Roosevelt, (1901-1909) no pocas veces llamado como “El Héroe de San Juan”, (recuerde, por favor, no se trata del bello San Juan de Puerto Rico).
Roosevelt solo recibió su Medalla de Honor, con carácter póstumo en el pasado año 2001 tras reiteradas solicitudes y a más de un siglo de aquellos acontecimientos. Junto a él, generales ya consagrados: “Pecos Bill” Shafter, Kent, Lawton, Wheeler… una pléyade poderosa sin dudas.
Aunque la mayor parte de los cubanos por el lado del caimán, al son de imaginarios y lógicas actuales, acaso reconozcamos esas historias al pasar por algunas calles de barrio aún impresas con sus nombres. En aquel entonces, la presión del Gobierno Norteamericano no se hizo esperar ante la pérdida de 2000 soldados norteamericanos en apenas 24 horas. Sin contar otras bajas posteriores a causa de la fiebre amarilla y otras enfermedades tropicales.
Sería interesante hurgar en aquellos informes, reportes, explicaciones, solicitudes y rendiciones de cuentas muy difíciles, aún después de la toma de “Santiago” de Cuba, el hundimiento de la flota del Almirante Cervera… acontecimientos que evidentemente fueron usados en detrimento del prestigio y del respaldo oficial a Peirce, sumándose al aislamiento mediático que evidentemente se había impuesto antes al eminente científico norteamericano, quien nos legó, su “Santiago”, su nota de protesta. Inconforme al mal uso de sus aportes. En su oposición a la guerra en Cuba es posible que su posición emanara de su esposa de origen español.
El Padre de la Semiótica
El Padre de la Semiótica, de acuerdo a su única publicación, investigaba desde decena de años antes temas muy relacionados con la exploración aerofotográfica Photometric Researches (1878), donde la dirección de su lente apuntaba aparentemente en otra dirección.
En su papelería otras evidencias como varios pares de imágenes estereoscópicas respaldan estas hipótesis.
Peirce estaba muy relacionado a universidades como Harvard y John Hopkins. Devenidos en importantes centros de investigaciones de avanzada hasta hoy, donde el complejo militar industrial es reconocido cliente privilegiado tradicional. Espacios muy compartidos con el renombrado presidente norteamericano Theodore Roosevelt. Donde diversas fuentes revelan que gozaba de una rara reputación entre la apoteosis y el vilipendio.
En materia de prácticas sociales, la Semiótica coincide temporal y causalmente con un momento de sensibles transformaciones de la vida y autoconciencia de los estadounidenses.
En política exterior, aquellas experiencias en Cuba de finales del siglo XIX inaugurarían un hito en materia de estrategias de dominación, matizadas por la no imposición del rígido status colonial tradicional, sino de un dominio flexible, mediante el control de los medios discursivos conocido como “neocolonia” y vigente hasta hoy.
Hacia lo interno de los EE.UU. el impacto de la Semiótica es más evidente aún, en las refinadas estrategias y técnicas de fabricación de ciudadanos, consumidores, medios de consumo, propaganda y comunicación de los que han devenido los mega-proyectos globales más persistentes, emblemáticos, penetrantes y expansivos de esa nación.
Su momento más claro, aparece acompañando al rostro severo del “Tío Sam”, como personalización del Gobierno, en la menuda y desgarbada figurilla de “El Chico Amarillo” (The Yellow Kid), símbolo del populacho asociado al nacimiento de un emblemático género de prensa, y de una carrera imparable: los Comics, Reader’s Digest (Selecciones), la filmografía de Disney y Hollywood, las mega cadenas de comercio, radio y televisión, hasta lo que es hoy Internet. El discurso del Tío desde el rostro de un sobrino más familiar para los receptores ilustra uno de los rasgos más característicos del “Way of Life” hasta hoy.
Pura semiótica aplicada fue lo que revolucionó la cultura estadounidense, diferenciándole claramente de su herencia a lo europeo, con evidente talento y empirismo. La captación de estas esencias en el plano académico corresponde a Peirce. Fue quien hizo posible impregnar al proceso de construcción cultural un carácter modulativo dirigido, consciente y a su vez infinitamente sutil en emulación de los procesos naturales.
Es probable incluso una relación inversa, que precisamente los aportes de Peirce antecedieran y hayan contribuido a transformar radicalmente la sociedad norteamericana, como su filosofía pragmaticista alimentara la pragmática consumista y existencialista de William James, más al gusto de los consumidores norteamericanos del momento.
Las propuestas filosóficas peirceanas suponían no solo optar por hacernos ricos, sino por tener un mundo cada vez mejor. Sus saberes pueden guiarnos hacia espacios epistemológicos inclusivos para todos.
Su abandono ha costado una cultura construida como arma de combate de consecuencias inimaginables. En cuya armonía, se afecta incluso la visión sobre los EE.UU. que tocó vivir a Peirce. Nación que resultó destinatario final de falaces políticas injerencistas y protectorados que impusieron al agonizante Imperio Otomano las mismas potencias europeas, entonces aún predominantes, en las que florecía, desde antaño, el antisemitismo.
La oleada de árabes y judíos, que se originó desde mediados del siglo XIX, al cabo de aquellas falacias, terminó dirigida al “Nuevo Mundo”, y en especial a los EE.UU. hasta la década de 1920, cuando comenzaron a aplicarse algunas restricciones migratorias.
Nuestro José Martí, cronista excepcional de entonces, resultó contagiado de sus sabias, en sus “Escenas Norteamericanas”3 y en su Musa Traviesa del Poemario Ismaelillo (1882), palpamos una abierta espiritualidad naturalista y un refinado simbolismo que le lanzó a la cumbre de su creación. Halló incluso su fibra de semiólogo, al destacar los valores de los más ilustres hijos de esa nación.
“El mundo para Walt Whitman, fue siempre como es hoy. Basta con que una cosa sea para que haya debido ser, y cuando ya no deba ser, no será. Lo que ya no es, lo que no se ve, se prueba por lo que es y se está viendo; porque todo está en todo, y lo uno explica lo otro, y cuando lo que es ahora no sea, se probará a su vez por lo que esté siendo entonces… En su persona se contiene todo: todo él está en todo: donde uno se degrada, él se degrada: él es la marea, el flujo y reflujo: ¿cómo no ha de tener orgullo en sí, si se siente parte viva e inteligente de la naturaleza? ¿Qué le importa a él volver al seno de donde partió, y convertirse, al amor de la tierra húmeda, en vegetal útil, en flor bella? Nutrirá a los hombres, después de haberlos amado. Su deber es crear: el átomo que crea es de esencia divina: el acto en que se crea es exquisito y sagrado.”4
Sin embargo el Padre de la Semiótica, escapa de su aguda pupila sobre los mejores valores de la sociedad norteamericana ¿Cómo fue posible?
No hay una lógica relación entre el escaso nivel de publicaciones con la relevancia de los aportes de Peirce en múltiples campos.
Los nombres más significativos de la familia Peirce: Elíhas, su abuelo, Sara y Benjamín, sus padres, a lo largo de dos generaciones por lo menos añaden cierta lógica a una eventual influencia de esta oleada migratoria proveniente directa o indirectamente del “Oriente”. Y su marginación tampoco puede desconectarse de la creciente expansión del antisemitismo más tradicional y evidente en Europa en aquellos tiempos y hasta la Segunda Guerra Mundial, con sus metamorfosis hacia el antiarabismo y el sionismo. He aquí otros elementos necesarios para comprender mejor la personalidad del Peirce mediático actual.
Sin descartar el carácter reservado, que se le atribuyó a la información geodésica cuando esos datos constituían un método de reivindicación de soberanía territorial, y como tal, patrimonio casi exclusivo de los mandos militares. Recordemos que tanto Charles como su padre Benjamín Peirce prestaron largos servicios al US Coast Survey, de bien poca presencia en los medios.
La historia de Peirce y sus “collected papers” extrapolada contextualmente a nuestros tiempos comparte todos los rasgos de prácticas, hoy más regulares, conocidas como los “documentos desclasificados” y “think tank”.
A la distancia de más de 100 años de su muerte, resulta sin dudas más enigmática, inspiradora y enriquecedora la personalidad del Padre de la Semiótica, su rebelde filosofía social, naturalista, científica y mística-unificadora del Universo. Un objeto anacrónico de la era del Western que después nos “invadiría” desde las pantallas de la tele.
Charles Sanders Peirce, el genio incomprendido, el índice que apunta hacia nuestro Santiago rebelde. Hoy nos recuerda que debieron entrar juntos cubanos y norteamericanos en 1898 a su ciudad. Aunque es preciso reconocer que ello seguramente hubiera significado un baño de sangre mayor e incontrolable para las fuerzas interventoras entre ánimos tan exacerbados por la Tea Incendiaria como por la Reconcentración.
Los “collected papers”, siguen llenos de sorpresas y enseñanzas, sobre todo a la hora de crear roles más desprejuiciados, justos y amplios en el pensamiento de los hijos de aquellos “Rough Riders” como entre los descendientes de nuestros “Mambises”. La sangre sobre el terruño ya marcó las esperanzas de amor, paz y libertad para ambos pueblos. No dejemos pendiente por más la tarea de estar a la altura de Peirce.
Referencias
1CP 2.228, c. 1897, esta es la clasificación de la cita en los “Collected Papers” por número de hoja y año.
2Gómez Núñez, Severo, 1901, “La Guerra Hispano Americana”, Madrid, Imprenta del Cuerpo de Artillería, San Lorenzo No. 5. Véase el Capítulo: “Combate de San Juan”. Pág 139.
3Recomendamos consultar las Cartas de Nueva York expresamente escritas por José Martí para la Opinión Nacional con fecha del 6 de mayo de 1882.
4Obras Completas de José Martí. Edición Crítica. Centro de Estudios Martianos. Carta al Director de La Nación, Nueva York, 23 de abril de 1887.
Eladio Guillermo Hernández Rivera (La Habana, 1963).
Ingeniero Aerofoto geodesta, graduado en Novosibirsk, antigua URSS.
Ha trabajado en el Contingente “Blas Roca Calderío”, en los Órganos de la Administración del Poder Popular en Ciudad de La Habana, Artemisa y Mayabeque y en la empresa GEOCUBA.
Actualmente se dedica a la investigación y al trabajo por cuenta propia.
Participó en el evento del Centro de Estudios Martianos en la Habana bajo el tema “Martí y la Espiritualidad” del año 2008 y en abril del año 2016, y ese mismo tema en el Museo Fragua Martiana, bajo el tema: “Martí y el Mundo Árabe”.