Una vieja estrategia, desde tiempos inmemoriales, intenta establecer aquello de que “divide y vencerás”. La frase, aunque de dudoso origen, fue atribuida al emperador romano Julio César, para referirse a una estrategia política que le permitiera alcanzar el poder y mantenerse en él. Lo triste es que, en pleno siglo XXI, este tipo de mecanismos transgredan los espacios de la política para colarse en la sociedad toda y quedar como lema, programa de vida y camino para algunos ciudadanos.
Diversos grupos de trabajo de la sociedad civil cubana, la que tiene que llamarse independiente porque el gobierno no le reconoce como tal, han vivido en carne propia los efectos de esa antigua estrategia. No por antigua ha caducado, algunos pretenden seguir colándola en los ambientes de trabajo, en la vida de la familia que discrepa, en la parroquia a la que asisten laicos con diferentes carismas. Pero solo depende de cada persona darle entrada a esta estrategia como estilo de vida. Es parte de la responsabilidad individual.
Es un método bastante burdo querer triunfar sembrando odio, división y rencores. Considero que son argumentos a los que se recurre por falta de verdad, por tácitos deseos de hacer valer una idea aunque no esté de parte de la verdad y la razón. Pero, desgraciadamente, a falta de esa misma verdad y razón, es un método recurrente en determinadas esferas de poder. Quien intenta dividir persigue un objetivo que no es para el bien de la comunidad, grupo o nación a la que pertenece. Quien intenta dividir coloca lo peor de la esencia humana como medio para alcanzar un fin y termina en el relativismo moral que se junta en ese acervo de malas actitudes que dañan a la persona humana. Quien intenta dividir es capaz de recurrir a la vida en la mentira con tal de “vencer”, como si la principal derrota no fueran las tinieblas de la mentira y negarnos a reconocer la bondad intrínseca de todo ser humano.
A veces la división se nos cuela en los ambientes imperceptiblemente. A veces abrimos, sin darnos cuenta, la hendija que siempre debe permanecer cerrada a todo lo que no sea para el bien común. El aislamiento, la separación, provocar rencillas, enfrentar a unos hermanos con otros a causa de credo, ideología, cuestiones sexuales o culturales es una manera de dividir más solapada, pero latente en las sociedades contemporáneas.
En los sistemas totalitarios la división es una práctica habitual para intentar disolver todo grupo que piense de manera libre e independiente. La delación o la generación de estados de opinión desfavorables para dinamitar hacia lo interno las dinámicas de trabajo o relación son viejos recursos con las consabidas consecuencias: solo cae en la espiral, y se deja sembrar la cizaña en su terreno, quien así lo desee.
La división se convierte en una fuerza negativa que empuja desde dentro para que no fluya la comunicación. El diálogo entre las partes, el trabajo en equipo, la escucha de criterios diversos se ven afectados porque todos no son considerados como iguales, sino se generan las categorías débiles y poderosos, censores, delatores, observadores, vigilantes, evaluadores, hacedores de la ley y simuladores de cumplidores de la ley.
Esta última categoría, cumplidores de la ley, es muy esgrimida, aún sin cumplirla verdaderamente para, en nombre de la misma ley intimidar, coartar la libertad y hasta amenazar con la pérdida de ella. Gracias a Dios somos personas iguales en dignidad y derechos, y como tales debemos vivir en libertad y actuar en consecuencia, aún cuando otros actores humanos o instituciones creadas por el hombre hayan olvidado su vocación de servicio, o violen las reglas básicas de respeto y fraternidad.
Quien recurre a la división acude a ella porque no puede defender con recursos válidos la verdad que pretende esgrimir. Por ello es fundamental no ceder ante ninguna manipulación en el sentido de separar en bandos: los buenos y los malos, los que tienen la razón siempre y los que han vivido equivocados toda la vida, los químicamente puros y los que están embarrados de los problemas típicos del ciudadano de a pie. Debemos tener claro que cuando cedemos ante ese tipo de estrategias estamos haciendo exactamente lo que necesitan aquellos que pretenden vencer a fuerza del mal y la injusticia.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.