El teléfono móvil o “celular” es, sin duda, una de las tecnologías que más ha acercado a las personas y comunidades. Ha servido para mantener las relaciones familiares, agilizar el trabajo, compartir noticias y experiencias, edificar puentes de amistad y consolidar relaciones humanas… Nadie duda de su utilidad y eficacia.
Sin embargo, notamos que, como casi todos los inventos salidos de la creatividad humana, los “celulares” se van convirtiendo en “luz de la calle y oscuridad de la casa”; o lo que vale decir, “comunicación con los de lejos e incomunicación con los de cerca”. En efecto, con creciente frecuencia, notamos que en nuestras cercanías hay personas de la familia, amigos del grupo, compañeros de trabajo… que no hablan en casa, no comparten en la mesa, no participan de conversaciones interesantes, no intercambian opiniones o noticias entre los más cercanos, por haber caído en el síndrome de las tres A: Absortos, Adictivos y Aislados, por causa de un mal uso de su “celular”.
Ningunear a los presentes, menospreciar las relaciones interpersonales, engordar el ego y vivir la vida como un show, son consecuencias del vicio del mal uso del celular, que además proclama sin palabras, la mala educación del que olímpicamente se desconecta de las personas más queridas, o las más cercanas, para “conectarse” con lo que llama “el mundo”. El verdadero mundo, aquel al que debemos abrirnos e integrarnos, se vuelve frío, despersonalizador, desarraigante y teatral si perdemos las raíces de las relaciones familiares, si bloqueamos las oportunidades de comunión interpersonal, si “estamos fuera del área de cobertura” para los cercanos por estar “navegando” sin vela, sin timón y sin ancla en la lejanía. Un día “se cae la conexión” y nos damos cuenta que estamos solos, que no tenemos a nadie alrededor, que no tenemos amigos, que perdimos a miembros de la familia sin convivir con ellos compartiendo la misma casa. Es que se aburrieron de nuestra extraña adicción a la pantallita y se fueron en busca de rostros sin filtros, roce familiar, lazos personales de amistad y, sobre todo, calor humano.
En fin, las nuevas tecnologías pueden servir para conectarnos e interrelacionarnos o para alienarnos de la realidad inmediata. Todo depende de la voluntad de quién las use.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.
Columnas anteriores
21 agosto 2017 │ ¿Dónde está el verdadero peligro?
14 agosto 2017 │ Las “regulaciones” al trabajo privado y la desconfianza