Brevísimas meditaciones sobre el Haiku en Cuba

Por Maikel Iglesias Rodríguez
(Mínima cosmovisión de un poeta nacido al occidente de una isla occidental, a sólo 150 años de un encuentro kármico entre Katô Somo y las cubanas tierras, legándole por siempre y según los bosquejos de la historiografía, una hermosísima declaración de amor).
shimayama wo terashi te mise yo haru no tsuki
Luna de primavera
con tu luz hazme ver
La montañosa isla
Katô Somo (1825-1879)
Somos una nación que busca las verdades fuera de sí misma. Necesitada de encuentros consigo y con los otros, pero ya sin máscaras, sin velos. Más allá de esa “maya” que confunde o trueca los caminos, o mejor más arriba o más adentro de los mosquiteros fantasmales que se encumbran en las imaginaciones, cuales carpas circenses pasadas de moda.
Si hubiera que elegir una estación para diagnosticar el ritmo circadiano de los nuevos tiempos; si hubiera que apostar a golpes de corazonadas por la humanidad de Cuba, no dudaría un segundo en firmar la carta de la primavera. Una carta de amor y de paz con remitencia y destinos diversos, armónicos, liberadores.
Es cierto que el verano tiene la supremacía en nuestros campos y maravillosas playas, al menos en sentido puramente físico, pero al pasar el estatus corriente de persona turista, ya fuere extranjero o autóctono, amén palmeras y trinares; se afrenta un otoño baldío y un invierno prolongado sobre las familias.
Percibo tan oscuro el mapa macrocósmico de mi ciudad, que me resulta complicado mencionar siquiera la mañana, y siento que no es tan alentador el escenario en nuestra capital. Es pobre en seducir La Habana mucho más de lo que un día hubo de ser y hacer con sus guajiros benditos del Oriente, Santa Clara o de Pinar del Río. Deprimen terminales que semejan morgues, limbos, símiles de antiplacentas; donde a un estudiante se le apagan las ganas de nacer en esta isla.
Tentativas del alba, leves susurros del amanecer, no obstante, sí percibo en diminutas ánforas, proyectos -más bien bonsáis, minimalistas-, planes Z, XX, XY, anónimos, en alias del espacio de las cosas innombrables, más auténticos y esperanzadores. Un microcosmos hirviente y creativo, inquieto e indagador, danza imparable en busca del amanecer, de un abrazo que nos funda con inteligencia y maternal deseo al mundo.
Fue por ello que asistí animado a la propuesta del maestro Jorge Braulio Rodríguez, en su afán de conectar no sólo a los gigantes espacios culturales, sino al breve, levísimo, sintético e inmanente espíritu de la poesía asiática, por esta vez nipona, por esta vez cubana, por siempre universal y nueva.
Fue la casa taller Pedro Pablo Oliva y le doy gracias, quien hubo de invitarle entonces, de facilitarle espacios, medios; pero en cada uno de los asistentes a su conferencia: En clave de Haikú. De Abril y 2010 aquí en Pinar del Río, uno podía contemplar breves mensajes sobre la necesidad de conectarnos desde la diversidad. A ratos en silencio, gestuales o tímidamente.
La noche estuvo fresca para discernir junto a un decano que ofrecía humildemente sus profundos hallazgos en el kigô o estaciones de la poesía japonesa y conocer gente que siembra sin ruido y cosecha libertades y por supuesto, la fertilidad de nuestras tierras para asimilar semillas del reino del sol naciente y dar otros vislumbres, estrellitas nuevas que nos salvarán un día.
Vivir en una isla no es vivir aislados. Otro fue el Japón con su cualitativo salto del siglo XIX y muy otro después de los terribles bombazos que le desolaron tantos corazones. Esto no le apagó sin embargo su gran luz de identidad. Aunque es otro el camino de Cuba, y no merece bombazos como tampoco el Japón los merecía; nos hermana un frenesí de islas, la pasión de nuestros hondos mares.
Es vital en esta hora y desencuentro nacional, no solamente abrirse al mundo, sino a nosotros mismos. Al Haikú trascendente en toda tierra, aún a los detalles, aún a lo más mínimo. Todo debe ser tenido en cuenta en los destinos si se quiere la verdad, prosperidad. Ya Brasil ha tenido su Haicai, y le duró la esclavitud un poco más que a nosotros, fuimos últimos reductos de metrópolis, pero ha pasado el tiempo, ciclones, tsunamis, sismos. Nos toca de una vez por siempre iluminar nuestra poética, esa noche con Dios que pidiera Lezama, amarnos sin miedo, y hallar espacios por fin en esa casa del Alibi donde esperan los apóstoles, y a la que alegremente, pudiéramos nombrar alguna vez: HaiCuba.
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