Bloqueo-embargo: ¿Por qué sí, por qué no?

Por Reinaldo Escobar Casas
 
El presente texto no pretende tomar posición en el debate sino, con la mayor honradez posible, hacer un inventario de los argumentos que se manejan en torno al tema.
 
No es un estéril ejercicio sofista, sino un modesto e incompleto esfuerzo investigativo acerca de una de las discusiones más prolongadas y apasionadas del momento actual.


 

Por Reinaldo Escobar Casas
 
El presente texto no pretende tomar posición en el debate sino, con la mayor honradez posible, hacer un inventario de los argumentos que se manejan en torno al tema. No es un estéril ejercicio sofista, sino un modesto e incompleto esfuerzo investigativo acerca de una de las discusiones más prolongadas y apasionadas del momento actual.
 
Cabe apuntar que en este asunto del bloqueo-embargo (me resisto a elegir entre los dos sustantivos) figuran los que están en contra desde posiciones oficiales del gobierno cubano y quienes se oponen a él desde el entorno opositor o del activismo de la sociedad civil. Por otra parte no se descarta que lo defiendan con igual fuerza, aunque con diferentes métodos, un buen número de opositores y elementos radicales del gobierno que ven en su mantenimiento una conveniencia no declarada. Para no repetir el concepto lo denominaré: B/E.
 
En la columna de la izquierda hay siete argumentos a favor del B/E comenzando con su justificación original y concluyendo con la necesidad de su mantenimiento en los días actuales. En la columna derecha aparecen siete argumentos en contra, algunos de los cuales forman parte de la política oficial del gobierno y otros son de manejo exclusivo de opositores. Quizás la mejor manera de leer este texto es saltando de una a otra columna, como quien se enfrenta a un diálogo. Obviamente no están incluidas ni las votaciones en la ONU ni las largas cuentas de una y otra parte sobre las pérdidas económicas ocasionadas.
 
 

ARGUMENTOS A FAVOR

ARGUMENTOS EN CONTRA

La aplicación del B/E estuvo totalmente justificada. Pues se decretó como una respuesta a las confiscaciones de propiedades de ciudadanos norteamericanos en la isla.

La medida unilateral del gobierno norteamericano desoyó proposiciones de indemnización hechas por el gobierno y tuvo como único propósito generar el descontento con motivo del desabastecimiento que se produciría.

Ningún político sensato, con firme conciencia antiimperialista, podría suponer que el gobierno de los EE.UU. reaccionaría favorablemente frente a las confiscaciones; que suministraría materia prima y piezas de repuesto para que las industrias confiscadas continuaran funcionando y menos aún que siguiera comprando lo producido.

La aplicación del B/E ha ido mucho más allá de una reacción proteccionista de un gobierno para defender los intereses de sus ciudadanos. Se ha convertido en una persecución violatoria de los derechos humanos de los ciudadanos cubanos con una proyección extraterritorial que viola la soberanía de otros países que desean comerciar con Cuba.

 

Ha sido el pueblo cubano quien ha pagado las peores consecuencias de una decisión errónea, de un mal cálculo político. Cuando se confiscaron las propiedades norteamericanas se argumentó que eso sería favorable para la nación a la que le aguardaba un “futuro luminoso” al ser propietaria de todas sus riquezas. Los que tomaron aquella irresponsable decisión apenas han sufrido las consecuencias. El mantenimiento del B/E no es el causante de las penurias del pueblo sino la desastrosa administración gubernamental sumada a la ineficiencia de un sistema fundamentado en una ideología falsa.

 

La verdadera discusión no debe centrarse en si el B/E tuvo o no una justificación, sino si debe mantenerse luego de que, tras más de cincuenta años, no ha conseguido su propósito de derrocar al gobierno cubano. De hecho el B/E ha servido a dicho gobierno para fortalecer la unidad de su base política aprovechándose más de un tradicional nacionalismo que de una ideología marxista leninista, prácticamente desconocida por la mayoría del pueblo. Solo una voluntad vengativa fruto de la soberbia o motivos de carácter electoral lo mantienen en pie.

Con independencia de que exista una “voluntad vengativa fruto de la soberbia o motivos de carácter electoral” (que no fueron calculados a tiempo por el gobierno cubano), la victoria o derrota del B/E no debe medirse solamente por no haber logrado el derrocamiento de la dictadura, sino porque a fin de cuentas esta dictadura, gracias al B/E no ha conseguido demostrar la viabilidad del sistema que impone al pueblo por la fuerza.

Retirar ese B/E significaría suministrarle oxígeno a la dictadura y multiplicar la capacidad de represión contra los opositores.

 

El gobierno cubano no ha conseguido demostrar la viabilidad del sistema socialista en Cuba porque la inviabilidad es de hecho una regularidad del sistema socialista, en Cuba y en cualquier otro lugar del mundo; ahora y en cualquier otro momento de la historia.

Los que están carentes de “oxígeno” son las personas más humildes del pueblo, muchos de los cuales optan por la emigración antes que la rebelión. Si usamos el término oxígeno como una metáfora extendida habría que apuntar que sin ese elemento se hacen imposibles la combustión y la explosión, lo que contradice la posición de quienes apuestan por la confrontación en lugar de la reconciliación.

 

 

Quizás la principal ventaja que ha ocasionado el B/E a los cubanos es que en todos estos años el gobierno se ha visto obligado a hacer concesiones para complacer las exigencias que le hacen los países democráticos. La fragilidad en que coloca el B/E a la dictadura es lo que lo ha llevado a realizar las tímidas reformas de los últimos años y a no llevar la represión a sus últimas consecuencias.

Los que apuestan por la reconciliación no ven los frutos de la confrontación.

 

 

 

La confrontación es el juego preferido de las dictaduras. Sacar al país de ese escenario es la forma más efectiva de “fragilizar” las estructuras totalitarias. La eliminación del B/E sería un primer paso para dar por terminado un diferendo entre dos países que justifica la represión a los opositores internos y la discriminación a los cubanos del exilo.

El fruto maduro de la confrontación es la violencia, la solución bélica, en la que los primeros en caer no serían precisamente los elementos represores sino nuestros hijos que cumplen el servicio militar obligatorio.

Son muchas las señales que indican que se acerca la hora final de la llamada “generación histórica de la revolución”. Las amenazas de un modelo ruso, chino o vietnamita; la posibilidad de una “piñata a lo sandinista” o cualquier otra variante sui géneris de transición pactada, se verían fortalecidas si en nombre de un supuesto pragmatismo se retirara el B/E, más aún si se retira sin condiciones, otorgándole con ello legitimidad no solo a lo que venga, sino a todo lo ocurrido.

 

La única legitimidad “legítima”, valga la redundancia, a que puede aspirar un gobierno solo la otorgan los ciudadanos, no una potencia extranjera. La retirada del B/E no tiene que implicar la concesión de créditos ni ser necesariamente incondicional, bastaría una sola condición: Que el gobierno reconozca legitimidad a la oposición y a otras expresiones de la sociedad civil. Pero eso solo se puede lograr en conversaciones sobre una mesa donde deben estar sentados todos los implicados.

Si se suspendiera el B/E, aún poniendo requisitos, el gobierno lo tomaría como una victoria que acrecentaría su prestigio en la esfera internacional y lo colocaría en una posición de superioridad moral frente a los sectores de la oposición interna y del exilio que han sostenido la tesis de su mantenimiento. Esto daría una oportunidad a una supuesta oposición leal “más patriótica” que sería la única a la que el gobierno podría estar dispuesto a otorgarle algún grado de legitimidad. El resto de los opositores, incluyendo a muchos que hoy defienden el levantamiento del B/E quedarían anulados políticamente y a expensas de las más crueles represalias.

 

Si el levantamiento del B/E fuera el fruto de una presión consensuada por toda la oposición interna junto a los cubanos del exilio, entonces no podría ser considerada una victoria del gobierno. Si este levantamiento sale de una mesa de conversaciones en la que estemos todos, no habría ni vencedores ni derrotados, solo Cuba saldría ganando. Cuando ya no se pueda decir que “en una plaza sitiada la disidencia es traición” ni que denunciar una violación de los derechos humanos “contribuye a justificar la criminal política imperialista”; cuando no sea posible culpar al B/E de los fracasos económicos ni de la pérdida de valores cívicos, entonces habrá comenzado el fin de la época de las anulaciones políticas y de las crueles represalias.

 
Queda abierta a los lectores la posibilidad de que en sus comentarios enriquezcan este debate, bien con nuevos argumentos a favor o en contra, o con refutaciones a alguno de los argumentos planteados. Puede hacerlo a través de [email protected].
 
Reinaldo Escobar (Camagüey, 1947).
Periodista. Bloguero de la plataforma Voces Cubanas.
Reside en La Habana.
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