De niño fui soñador. Mi abuela cada noche se acostaba a mi lado y leía en voz alta un pequeño librito que con cierta periodicidad le traían a vuelta de correo. “El militante comunista”, ese era su título. Entre ese y otros materiales del mismo tipo, mi volátil mentalidad me hacía ver mi futuro de adulto en la tierra de ensueños, el lugar dorado donde todos eran felices. De adolescente continué soñando; aunque seguía soñando un lugar casi perfecto, ya no era el que había soñado con mi abuela; no sé si ella también dejó de soñarlo, lo cierto es que rara vez la veía leer aquellos, cada vez menos atractivos libritos, que fueron llegando menos a mi casa.
Mi sueño continuó siendo el de un lugar perfecto, un lugar donde las personas se respetasen y cupieran. Solo que no era el sueño de mi abuela. Entre los mítines de repudio, los gritos de pin pon fuera, Fidel aprieta, o, a los yankees dale duro de los años ochenta, más la dura censura y el chantaje emocional por la parte izquierdista más radical de mi familia, al enterarse que una de sus semillas estaba frecuentando la Iglesia Católica, hicieron cambiar mi sueño de lugar.
Ya de joven y aún soñador, no solo había cambiado el lugar de mis sueños, sino que había cambiado de actores y protagonistas. Ya en mi mente no cabían los gritones y chantajistas, los que velaban a través de la ventana, o los que hacían grupos en las esquinas para intimidar a quienes pensaban diferente, a quienes cometían el “atroz” delito de no coincidir con los criterios oficialistas, o sencillamente no estaban de acuerdo con el manejo que los gobernantes le estaban dando a nuestra nación.
La primera reacción, buscar por todos los medios el desaparecer de este país, al que no pensaba regresar nunca jamás, sentía que hasta el aire que respiraba era asfixiante y no pocos intentos realicé, comenzando por el más común, escribir a los bombos; creo que en esa época si hubiesen hecho uno en Burundi, no hubiera dudado en llenarlo. Mi locura era tal que hasta planifiqué junto a unos amigos escapar en una balsa. Gracias a Dios no lo hice. Logré en toda esa empresa una hipertensión arterial emotiva en plena juventud; pero gané el aprender a ver las cosas diferentes: el haber visto partir a tantos y tan buenos amigos, el dolor de tantas madres y el destajo de tantas familias, la pérdida cada vez mayor de la motivación de los jóvenes de mi tiempo, me hicieron replantearme mi posición y mi sueños: ¿Quién sobra aquí? ¿Por qué tienen que abandonar su tierra miles, millones de personas dejando atrás a sus seres más queridos por el capricho de una poderosa y fuerte, pero significativa minoría? ¿Por qué ser cómplice por omisión del desangre de esta patria?
Con los años y los golpes de la vida uno va madurando, va replanteándose cosas y va ajustando aquello que no estaba claro, que no entendía, y va sumando experiencias. Hoy sigo soñando, mi sueño se llama Cuba, una Cuba que no tiene dueños, ni dinastías, ni señores feudales, ni familias reales. Mi sueño es de todos, de bautistas, católicos y abakuás, de liberales, demócratas y comunistas, aunque estos sean minoría, de negros y blancos, de homosexuales, travestis y heterosexuales, de ricos y lamentablemente de pobres, porque los hay y siempre los habrá.
Hoy sueño, pero más preocupado que hace veinte años, el sueño de nuestros jóvenes, el proyecto de vida de la gran mayoría, está fuera de aquí. No es secreto, no se esconden para decirlo; he tenido que meditar mucho sobre una conversación que tenía a toda voz, a través de una videollamada por la aplicación Imo, un joven desde un parque de Pinar del Río, ciudad en la que vivo, le decía a la otra persona: “Yo me voy de aquí como sea, olvídate, entiendo lo que me dices, yo sé que aquello no está bueno, pero a ustedes se le olvidó lo que dejaron y por qué se fueron …yo no he visto venir la primera lancha llena de gente de allá para acá… aquí es verdad que han cambiado algunas cosas, ahora por lo menos te dejan predicar, pero ser testigo sigue siendo una mancha y te miran mal, esto no hay quien lo aguante… esto no es lo que quiero para mis niños… de la manera que sea, yo me voy…” Estas son algunas de las frases que le escuché a aquel desesperado muchacho. Estoy preocupado, ¿acaso no les interesa a los gobernantes de este, cada vez más envejecido país, que por el mal manejo de ellos y de sus políticas fallidas, la gran mayoría de la juventud quiera emigrar? ¿Acaso no les hace preguntarse al poner la cabeza en la almohada cada noche en qué se están equivocando, en qué pueden cambiar? ¿Acaso no les interesa el rumbo de la nación?
Nuestro país está sufriendo dramáticamente un éxodo únicamente comparado con el del Mariel, o la crisis de los balseros; es alarmante que miles de cubanos estén apostando hasta la vida por huir de su tierra. La sociedad civil tiene que poner presión, nos toca a los ciudadanos de este país hacernos escuchar. Tenemos la obligación de ponernos de acuerdo y sentarnos a concebir de manera exigente el futuro de un país, que más que una mal llamada actualización de modelo económico, necesita un modelo. Uno pensado y elaborado en Cuba, por los cubanos todos, basados en el arcoíris de ideas que tienen por aportar los hijos de esta noble tierra, sin exclusiones y con las manos de todos. Tenemos una deuda impostergable con nuestros hijos, con nuestra patria. Trabajemos por nuestro sueño, ayudemos a soñar, pero a soñar con Cuba y para Cuba. Esa es la opción.
Williams Iván Rodríguez Torres (Pinar del Río, 1976).
Técnico en Ortopedia y Traumatología.
Artesano.