Por Henry Constantín Ferreiro
A estas alturas, ya todo el mundo sabe que los gobernantes que quieren ser permanentes, tienen por los artistas cierta difícil relación de amor-odio: o los compran y sostienen, para que los pinten a ellos nobles y sabios y a sus reinos exitosos -como pintaba Goya a sus majestades, filmaba la Riefenstahl a las suyas y fotografiaba Alberto Korda a las de más acá-; o los censuran o encarcelan, como le sucedió el pasado 2014 en Cuba a la exposición de Pedro Pablo Oliva, al performance de micrófonos y calabozos de Tania Bruguera, y a Danilo Maldonado, “El Sexto”, detenido por solo dos cerdos que llevaba al Parque Central y por culpa de los cuales aún está en prisión y sin juicio.
Ya todos sabemos que los artistas en Cuba son tan poco libres como el resto de la población, y que su posibilidad de ser libres está, como para todos los demás, en ellos mismos, en la decisión que tomen de expresarse y jugarse los escasos privilegios materiales o la tranquilidad.
Pero mientras eso sigue sucediendo, no está mal pensar en el futuro. Yo he tirado un millón de fotos, he hecho algún video, soy embrión de cineasta y fui brevemente escritor de cuentos breves, no pinto -aunque parezca fácil hacerlo- y me tienen prohibido cantar -no el gobierno, sino gente cercana-, a veces disfruto el ballet, la danza no tanto, pero por gustarme el teatro hasta tuve un hijo por esos lares. Y me ha dado por buscarme amistades que hacen mejor que yo muchas de esas cosas de arte. Esas son mis credenciales para hablar del tema, y la última es el hábito de pensar en cómo hacer un país mejor, de donde no se vayan, por desesperanza, pobreza o censura, los artistas.
Para arreglar los problemas del arte en Cuba, hay que arreglar el país. Pero mientras…
La relación del mundo -sobre todo el mundo democrático, lleno de artistas e instituciones libres- con Cuba, ha cambiado sutilmente algunas cosas, y las necesidades de relación que tiene el gobierno de Cuba con el de Estados Unidos, puede cambiar otras más.
La situación de los artistas cubanos es dramática. Excepto algunos plásticos, bailarines, artesanos y músicos, el resto del gremio padece la misma pobreza de toda la población. Sujetos al Estado por todos los lugares, desde que entran a las escuelas de arte -la ley impide que no sean de propiedad y control estatal-, hasta que fallecen -es la burocracia estatal la que decide qué artistas recordar a través de la prensa, qué aniversario celebrar -el de Virgilio Piñera sí, el de Néstor Almendros no; el de Servando Cabrera sí, el de Reinaldo Arenas no- terminan por impedirle la sensación de libertad a la mayoría de los artistas, recordándoles todo el tiempo que son simples súbditos y que por lo tanto deben mantenerse a prudente distancia de lo que signifique honestidad pública y rebeldía. Lo peor es que muchos se toman en serio eso.
No es para menos. Las galerías solo pueden funcionar con permiso estatal. Los teatros y cines solo pueden ser propiedad del Estado (recordemos el reciente cierre de las salas privadas de cine 3D). Las empresas productoras de audiovisuales tienen vedado aún el reconocimiento legal. La mayoría de las profesiones y oficios propios del arte, no están incluidos en las actividades “por cuenta propia”, de ahí que entonces, cuando se realizan fuera del marco estatal, no tengan reconocimiento oficial ni derecho a la protección del Estado ni las prestaciones sociales, pero sí derecho a ser perseguidos. Son solo unos ejemplos de limitaciones impuestas desde el Estado.
Este panorama difícil lo pueden cambiar varios factores. El arte cubano necesita independizarse del Estado, con urgencia. Y como parece que hay muchos interesados en apoyar procesos similares en Cuba, sugerimos observar con claridad el mundo artístico, delimitando lo que es estatal o cercano al gobierno -y que no necesita más apoyo, obviamente- de lo que es propio de los artistas, individual y fresco, y por lo tanto muy vulnerable y muy importante para Cuba.
Y son los espacios del arte y los medios con qué hacerlo, lo primero que tiene que ser apoyado. El arte cubano necesita urgentemente un alud -y no solo en La Habana- de galerías; productoras, distribuidoras y salas de exhibición de audiovisuales; salas de teatro; estudios de grabación; imprentas; empresas de diseño y publicidad; academias y talleres artísticos; revistas; espacios para conciertos y festivales… Y todo eso, rigurosamente independiente del Estado. El papel que puede jugar el nuevo contexto de relaciones entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, y las instituciones y pueblos de ambos países, puede ser posibilidad para cambios determinantes.
Ahora, en un contexto futuro, a más largo plazo, independizar al arte del Estado pasa por la supresión de todos los controles que están en manos del Ministerio de Cultura y sus sucursales (Instituto Cubano de la Música, Consejo Nacional de las Artes Plásticas, Consejo Nacional de las Artes Escénicas, Instituto Cubano del Libro). De más están también las prerrogativas que poseen la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficas (ICAIC), el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Todos los privilegios y la mayoría de las funciones que concentran estas entidades, carecen de sentido en país normal, basado en reglas de respeto a las libertades expresivas, asociativas y económicas, con un Estado restringido a encargarse con eficiencia de todo aquello que las personas no pueden hacer individualmente, en vez de uno que finge encargarse de todo lo que no deja hacer a la gente.
Pero además, el arte no se entiende sin libertad -aunque haya artista que, como todo humano, a veces prefiera sentirse presupuestado y protegido de los vaivenes del público, antes que libre y en lucha por ganárselo. Y es muy difícil concebir la libertad artística sin la independencia económica, lo cual han sabido muy bien los príncipes y los dictadores, que se apresuran a rodearse de artistas, presupuestarlos, y de paso mellarle el filo innato a todo creador. La creación artística en Cuba debe renunciar a ese “privilegio” y la discriminación que entraña ser asalariado del Estado. Eso, al final, solo encubre las preferencias del grupo que controla el aparato cultural, y moldea a los artistas, que suelen pasar, en vez de pensar en el público, la crítica o la posteridad, a ser protegidos oficiales.
En Cuba hay demasiado aparato cultural, que una reforma profunda del Estado y de las relaciones de este con la creación artística debe reducir a expresiones mínimas, imprescindibles y eficaces. Tenemos un Ministerio, con sus sucursales y entidades anexas, las delegaciones provinciales y municipales, todo junto ocupando y pagando a miles de personas, dedicadas a la burocracia artística -casi siempre más relacionadas con la traba y el control que con la ayuda y la libertad- en vez de a funciones más útiles para sí mismos y para los demás.
El otro drama del arte en Cuba es la enseñanza. El Estado prohíbe las escuelas de cualquier tipo que no sean de propiedad y administración estatal, aunque ciertos artistas tienen la posibilidad de manejar ahora discretas escuelas o talleres con los que nutrir de recursos humanos sus propios proyectos y satisfacer sus ansias de continuidad. A la Iglesia Católica también se le ha permitido crear pequeños espacios de enseñanza artística, y algunos particulares ofrecen cursos en sus casas. Pero estas excepciones no conceden a sus egresados títulos reconocidos por ningún sistema educativo o laboral, ni siquiera dentro del propio país, de ahí que entonces carezcan de uno de los incentivos principales que cualquier persona tiene al buscar escuela: el reconocimiento oficial y público.
Y el gran problema de la educación artística monopolizada por el Estado, es que, como pasa con el resto de la educación, los patrones y modelos que ofrece son elaborados desde una sola visión: la de la burocracia estatal que maneja los planes de estudio, la mayor parte de las veces alejada, cuando no enfrentada, con los complejos procesos creativos del arte. Ese dominio absoluto solo es efectivo en abortar mucho arte, más que en fomentarlo o educarlo. Por eso, el otro paso que necesita urgentemente la creación artística en Cuba es: desestatizar y abrir sin restricciones la propiedad de la enseñanza.
Ahora, no basta con darle formación amplia y espacios de libertad fuera del Estado a la persona que crea arte. Hay que darle respeto, y ese respeto no solo está en no censurar su obra, sino también en no piratearla, un error que cometen los consumidores del arte más que los funcionarios, pero que ninguno de estos se esfuerza en corregir. La burocracia estatal de cultura, si existe, debe ser para proteger al artista y sus obras, y hacer que los escasos productores independientes de audiovisual en Cuba puedan vivir de lo que filman, no de la caridad ajena ni del premio de un festival, y los músicos alternativos no tengan que esperar por las giras en el extranjero.
Un día “El Sexto” caminará libre por el Parque Central habanero, halando una soga con dos inocentes cerditos llamados igual que los que le robó la Seguridad del Estado a fines de diciembre; y se desquitará de tanto atropello asándolos -pobres inocentes- y compartiéndolos performáticamente con su público. Un día Tania Bruguera pasará apuros para encontrar dónde poner, en Cuba, micrófonos para que la gente hable, porque todos estarán habituados a decir en voz alta lo que piensan, y entonces tendremos que ayudarla a llevar los micrófonos a Bielorrusia, Vietnam o Arabia Saudí; un día Pedro Pablo Oliva paseará sus cuadros por todas las galerías de la Isla, sin la asistencia ni la censura de los funcionarios de “cultura” -porque no tendremos tantos ni importará que los que haya aprueben o desaprueben una expo. Pero para que todo eso ocurra, el performance del arte cubano amordazado por soldados durante 56 años, tiene que terminar. Y son los artistas los que deben quitarse la mordaza.
Henry Constantín Ferreiro (Camagüey, 1984)
Miembro del Consejo de redacción de Convivencia y coordinador del proyecto de medios de comunicación La Hora de Cuba. Expulsado por problemas políticos de los estudios universitarios en Cuba en tres ocasiones. Graduado del Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio, participante en el concurso Hispanoamericano de Ortografía Bogotá 2001, ganador del concurso en Twitter “Expresarte”, del premio Convivencia al Mejor Guion Audiovisual y de la beca “Somos un solo pueblo”, en el Miami Dade College. Textos suyos han sido publicados en medios de prensa cubanos y extranjeros.