Miércoles de Quintana
En la primera quincena de abril se han iniciado dos exposiciones de las artes visuales en la ciudad de Pinar del Río, ambas debidas al talento de dos artistas locales que viven el cenit de su madurez creativa. Me refiero a Juan Suárez Blanco, que expone “Zonas de Silencio”, y a Juan Carlos Rodríguez, que se ha arriesgado a presentar “El Sencillo Arte de la Curaduría” soportado en técnicas digitales.
La propuesta de Suárez Blanco impacta a primera vista por su belleza física. Este es un pintor que se empeña en lograr lo acabado perfecto; que disfruta el uso maestro de la técnica para lograr una factura de esmerada terminación. No aspira solo a convencer, también quiere agradar.
Suárez Blanco sigue siendo, además de un escultor escondido, un pintor abstracto y surrealista. No regala los mensajes, los encripta. Usted se ve obligado a pensar sus obras además de degustarlas con los sentidos. Tiene también, y aquí emerge el escultor, una vocación irrefrenada por las instalaciones. Y se le dan muy bien como medio de queja o denuncia cívica, lo que se puede apreciar en esta muestra en las alusiones al corte eléctrico y al Barbero de Sevilla.
Si como quizá pensaron los curadores usted comienza a ver la muestra entrando por su derecha, recorrerá un camino poblado, al decir del pintor, de “Zonas de Silencio”, “Metáforas de Resistencia” y “Paraísos”. Algunos de estos espacios están representados por nubes, blancas y rosadas, que ignoro si son de vapor de agua, de datos o de odio. Un rabo de nube (como nos gusta llamar a los tornados) se desprende desde la nube rosada y destruye la integridad de una cadena de nasobucos.
Suárez lo toma a usted de la mano y lo hace caminar a través de sus “paraísos”. Lo conduce hasta un puerto vacío, sin barcos ni gentes. ¿El final? Un detalle del “Puerto” es un atracadero sin amarras ni botes, ni huellas de vida. ¿Confirmación del fin?
Hay mucho que ver, pensar y repensar en los cuadros de Juan Suárez Blanco. Enhorabuena.
La exposición de Juan Carlos Rodríguez fue coartada en su fin por un “apagón”. El artista habló a la nutrida concurrencia en el portal del museo. Abrió las puertas y los invitó a pasar a la obscuridad absoluta. Y entraron. Y varias decenas de celulares prestaron sus luces al abortado intento.
La exposición trataba de una retrospectiva de muestras ya exhibidas en el museo. Usted llegaría a la sala de exposición celular en mano, empalmaría con los códigos QR diseminados por las paredes y accedería a la muestra de su preferencia. Obviamente, se frustró casi todo.
La frustración no fue total porque en las paredes se exhibían interesantes definiciones y sabias sentencias al respecto del “Sencillo Arte de la Curaduría”, que nada tiene de sencillo.
No obstante todo lo dicho hasta aquí sobre frustración, creo que la exposición de Juan Carlos tuvo un éxito que no pudo obscurecer el apagón: La asistencia de un centenar de niños, adolescentes y jóvenes, que asistieron al museo un sábado a las 11 a.m. ¿Qué los llevó allí? ¿Qué fuerza movilizadora los hizo desafiar las distancias, el calor y la obscuridad?
Habrá que medir, con encuestas Ad hoc, la preferencia del público por la exposición indirecta o por la presencia física de la obra en la pared o el pedestal. Habrá que determinar qué seduce más al público, si el aroma de la obra viva o el recuerdo perfumado de su virtualidad. Habrá que hacer, también, una valoración de los beneficios y costos de ambas maneras de exponer. Pero, adelante, el futuro nos convoca.
- José Antonio Quintana de la Cruz (Pinar del Río, 1944).
- Economista jubilado.
- Médico Veterinario.
- Reside en Pinar del Río.