ARTE EN EL MALECÓN

Miércoles de Quintana

En días pasados se inauguró la exposición de pintura de Orlando Mirelles, quien además de buen pintor tiene una clínica de tatuajes e incuba proyectos en el mundo empresarial. La muestra está en la galería de la sede de la Asociación Hermanos Saíz, junto al restaurante Ortúzar.

Hay en la exposición tres obras protagónicas. Las demás tienen papeles secundarios y pudiera pensarse que algún relleno. Escogeré “El Camino de la Bibijagua” para mi crítica. Está en la pared derecha desafiante, retando al entendimiento y al gusto. Obra mural: hecha sobre un muro. Decorativa: agrada los sentidos y embellece el lugar que ocupa. Abstracta: sus bellas formas esconden su significado. Efímera: desaparecerá cuando caiga el telón.

La pintura utilizada por Mirelles la fabricó él a partir del barro hurtado en los hogares de la Atta insularis, la laboriosa especie de bibijaguas. Una extensa gama de ocres enciende la obra en la que el pintor ha colocado alusiones a los últimos trazos que tatuó en su brazo izquierdo. Trazos precisos, ágiles, conceptuosos. A veces recuerdan al bíblico pez… y otras una hoja carnosa llena de intenciones ocultas y sensualidad evidente. 

Usted verá lo que su imaginación le regale, lo que su capacidad innata de armar y conectar líneas, colores y espacios le permita. Usted, el observador, es el otro creador. Si usted pudiera hacer una fotografía de su conciencia mientras observa, vería que usted ha rehecho, para bien o para mal, el “Camino de la Bibijagua”. El observador es un creador oculto e indeciso.

Me gustaría tener una buena opinión sobre la organización de la exposición. Pero no lo he logrado por más que lo he querido. Considero que falló la curaduría. Los dos grandes murales aplastan las pequeñas obras enmarcadas, y éstas forman una fila de desconocidos sin una poética o estética que las comunique entre sí y con los murales. Las obras enmarcadas parecen más colgadas en la pared que expuestas. Son visibles pero no dadas a la apreciación.

El lugar que ocupa una obra de arte en una exposición modifica sus valores. Si ese lugar pudiera ser cualquiera, la curaduría no sería arte ni los curadores imprescindibles. Podría dejarse todo en manos del azar que solo se equivoca a veces: el que no sabe se equivoca siempre.

 


  • José Antonio Quintana de la Cruz (Pinar del Río, 1944).
  • Economista jubilado.
  • Médico Veterinario.
  • Reside en Pinar del Río. 
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