Por Pedro Lázaro Martínez
La definición del término Arquitectura Contemporánea se ha generalizado y reducido, peligrosamente, a un vistazo superficial sobre lo último en el mundo en materia de formas y tecnologías. Las grandes editoriales que utilizan imágenes de edificios singulares y atrayentes con un sello de reconocible rigor…
Por Pedro Lázaro Martínez
La definición del término Arquitectura Contemporánea se ha generalizado y reducido, peligrosamente, a un vistazo superficial sobre lo último en el mundo en materia de formas y tecnologías. Las grandes editoriales que utilizan imágenes de edificios singulares y atrayentes con un sello de reconocible rigor, mercantilizan el arte de la arquitectura y lo devuelven como una moda encargada de presentarnos un ensueño fugaz, con una tremenda capacidad para insertarse en el corazón de las más disímiles culturas, sin importar cuán descontextualizadas estén con respecto a esas otras realidades. En polos turísticos como Varadero, la industria hotelera e inmobiliaria cubana, caracteriza ya el fenómeno de esa arquitectura, permitiendo la entrada de los tan criticados modelos y paradigmas globalizados, con influencia sobre el tejido social.
Por otro lado, una de las mayores paradojas en la vida del ciudadano cubano es el bombardeo de una arquitectura estilísticamente deseable y vendible, que nos llega vía Hollywood, directamente, hasta la mismísima sala de nuestras casas. El deseo de disfrutar de una arquitectura y de una ciudad de corte contemporáneas, no nace de reconocer el potencial congelado y los valores destruidos de nuestras propias ciudades, sino de querer atrapar, sin posibilidad alguna, la inmensidad e intensidad de un mundo que nos ha sido inyectado en venas, y que corre sin parar delante de nuestros ojos.
Espacios públicos de una exquisitez y una calidad ambiental envidiables, diseños arquitectónicos de espectaculares facturas, galerías de arte, restaurantes, cafés, clubes, hoteles, oficinas, residencias, son los componentes de un tipo de urbanidad ligada a una vida cosmopolita que se vende como pan caliente, pero que nos llega convertida en otra de las ilusiones que contrasta abismalmente con nuestro paisaje cotidiano.
La añoranza es real, y las realidades locales desde donde se exacerban estos sentimientos son bastante filosas, propensas a ser manipuladas todavía por actores foráneos y malinterpretadas por los propios actores locales, desde que se rompieron los puentes con el estudio, la teoría y la crítica.
Otra arista completamente distinta desde donde asimilar el término, tiene que ver con métodos contemporáneos para lograr una arquitectura que integre, priorice y oriente los aspectos locales: funcionales, espaciales, materiales, técnicos, económicos, políticos, ambientales, climáticos, históricos, etc. Sobre esto hablan y trabajan sobresalientes arquitectos y urbanistas de Cuba y de otros países.
Sin embargo, si por un lado los nexos y niveles de actualización con los estudios y propuestas de estos profesionales, son tan azarosos y endebles que nos quedamos sin el poder de la guía y la retroalimentación, por el otro, la rigidez y la falta de autonomía del escenario provinciano, amarrado a dogmáticas coyunturas simbólicas, de jerarquías y cadenas de mando establecidas, donde se mantienen invertidos tanto los roles como las correlaciones de fuerzas, llegando a diseminarse las responsabilidades, el papel, y la visión del arquitecto y del urbanista, en procesos donde se toman decisiones, se establecen guías y libertades de gestión; unido a la ruptura que ha sufrido en el tiempo el oficio de construir bien y a la disgregación (tan significativa en la vida provinciana) de las energías grupales del gremio de arquitectos, ingenieros y urbanistas, y, por supuesto, a la inexistencia de una industria de materiales de calidad, influyen y determinan en que los procesos y proyectos implicados, directa o indirectamente, en el desarrollo del ambiente construido, se frenen de alcanzar categorías artísticas, verdaderamente contemporáneas… a decir de Segre:
Otro aspecto importante en la materialización o no de logros artísticos y arquitectónicos, es la relación entre burocracia y poder, entre talento y mediocridad. En el sistema socialista, el poder no siempre está asociado a la capacidad o el conocimiento idóneo del campo de acción en que se ejerce. Ello produce un desfasaje entre la toma de decisiones y el discernimiento sobre ellas. (Segre. R. Encrucijadas de la Arquitectura en Cuba).
Ante la devaluación del ambiente construido, la ausencia de estos elementos mencionados a través de los cuales se legitimiza un arte y una ciencia como la Arquitectura, es otra de las razones de peso por la cual el ciudadano promedio se aleja de comprender los valores de uso y las potencialidades de su propio hábitat, se desentiende de cuidarlo y, en última instancia, no logra ubicar ni conquistar en el contacto directo lo más válido de sus referencias formales y espaciales. En consecuencia va concluyendo para sí otros modelos de ciudades/sociedades que cree conocer a partir de universos virtuales, toda una amalgama de esquemas adquiridos fragmentada y temporalmente “por la libre empresa”, aquí… y allá…, sin ton…, ni son.
Se reconoce que una arquitectura íntimamente ligada a su tiempo solo puede nacer de un estadio evolutivo de la sociedad. Ante el congelamiento y la inmovilidad constructiva por la que transitamos, la evolución arquitectónica de la ciudad de Pinar del Río tiene la urgencia de intentar cohesionar sus propias líneas de pensamiento y prácticas, una visión integral sobre una ciudad semejante a sus coetáneas, pero al mismo tiempo única en su tipo. Un organismo así ha de encontrar y fundamentar sus propias variaciones, adaptaciones y rompimientos, dentro de una isla que se acostumbró a esquematizar, generalizar y homogeneizar procesos a escala nacional.
Pedro Lázaro Martínez Martínez (Pinar del Río, 1975).
Arquitecto.
E-mail: pedromartinez21@yahoo.es.