La redacción de la Constitución de un Estado puede resultar la expresión de la clase dominante como instrumento garante de sus intereses dentro de la sociedad, o puede ser la concreción de los mejores anhelos de un pueblo manifestado como su Ley Fundamental. Las modificaciones a este importantísimo documento van ajustadas a la realidad que vive la nación en ese momento y su proyección hacia el futuro inminente.
Cuba tiene abundancia en su historia constitucional. Comienza en 1812 con la proclamación por las Cortes Generales de España de la Constitución de Cádiz, desde entonces las autoridades españolas asignadas a la Isla pretendían regir su quehacer político, económico y social. A la de Cádiz le sustituyó el Estatuto Real de 1834 que tuvo su revisión en 1837. En 1876 el rey Alfonso XII declaró una que estuvo vigente hasta 1897, fecha en que se promulgó la Constitución Autonómica.
Tempranamente, los criollos fueron gestando un pensamiento sobre derechos propios, cuya génesis es el pensamiento y proyectos de Francisco de Arango y Parreño (1811), le secundaron el abogado Joaquín Infante (1812), el Presbítero José Agustín Caballero (1812), el Padre Félix Varela (1822) y Narciso López (1850), quienes por separado elaboraron documentos de perfil autonomista.
Este pensamiento evolucionó hasta encarnarse en las constituciones independentistas de Guáimaro (1869), de Baraguá (1878), de Jimaguayú (1895) y La Yaya (1897). Mientras que en la etapa republicana se redactaron la de 1901 revisada por Gerardo Machado (1928) y la de 1940. Luego en el periodo revolucionario se escribieron la Ley Fundamental (1959), la Constitución Socialista de 1976, esta última reformada en 1992 y posteriormente en el 2002.
Prontamente, los cubanos conoceremos una nueva reforma a la ya reformada Constitución Socialista de 1976. Esta reformulación es consecuencia del nuevo escenario político, económico y social que vive la nación. La culminación del liderazgo de la generación histórica y la transición hacia una nueva generación de gobernantes, el retroceso de la izquierda latinoamericana y la mutación económica del socialismo en Asia marcan pauta en el escenario político. La poca de credibilidad financiera, el lastre sobre las empresas estatales y el estancamiento del sector no estatal, la creciente corrupción, el aumento del costo de la vida, el descontento popular producto del retorno a un nuevo periodo especial no anunciado y la falta de compromiso de las nuevas generaciones, son consideraciones de peso económico y social.
La necesidad de cambios es urgente. Realizar cambios tan significativos requiere primero reconocer que lo establecido está mal o que no es lo mejor, por lo que merece ser transformado; segundo hacer lo necesario para cambiarlo y tercero, en qué dirección orientar dichas transformaciones. Este es un momento crucial para la generación histórica, que será recordada en su ocaso por las generaciones emergentes más por lo que hagan hoy que por lo que hicieron anteriormente pues los de hoy no conocen lo que hicieron ayer porque no lo vivieron. Esta reforma constitucional puede ser su último legado, su testamento político; o es significativamente buena para ser heredada por las generaciones presentes y futuras o será reformulada y olvidada posteriormente. Mas la trascendencia de esta reforma será expresión no de quien o quienes la realicen, sino de cómo encarnará la Magna Ley y las justas necesidades y los nobles deseos del pueblo cubano.
Guiados por el ideario de José Martí, como dice en la propia Constitución Socialista de 1976 en su preámbulo, resulta oportuno decir: “Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de todos los cubanos a la dignidad plena del hombre”. Se entiende como dignidad plena del hombre, no solo el reconocimiento de los derechos sino también el disfrute y custodia; no de unos, sino de todos los derechos; no para algunas, sino para todas las personas; no algunas veces, sino siempre. Porque indivisible es la persona humana y por tanto indivisibles son sus derechos, inadmisible resulta dignificarla refrendando unos derechos a cambio de irrespetar los otros.
Al adentrarse uno en el estudio de nuestra Constitución, resulta difícil hacer propuestas específicas sobre cada artículo en particular, por lo que resultaría más provechoso redactar una nueva que modificarla. En su redacción deberían participar activamente representantes de todas las formas de pensamiento y asociación de la sociedad cubana de hoy y no solamente militantes del Partido Comunista de Cuba. Tenemos por referente la Constitución de 1940, orgullo de los cubanos, cuyo texto fue espíritu para constituciones de otras naciones y de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948) de las Naciones Unidas. En aquel momento el dictador Fulgencio Batista legalizó al Partido Comunista para que participara en su Asamblea Constituyente (1939) junto a otras ocho organizaciones políticas y en la que sus militantes tuvieron destacada participación. Esta es una deuda histórica del PCC con el constitucionalismo y con la pluralidad de pensamiento político y de asociaciones en nuestra Cuba de hoy.
Es imprescindible que en la Constitución de la República de Cuba, como en toda ley, se correspondan su letra y su espíritu. Esto es que su texto diga lo que realmente quiere confirmar su pueblo, de manera clara y concisa para que tenga sin dudas una única y sencilla interpretación, que se siembre en la mente y en el corazón de los cubanos como manifestación de su cultura y arraigo de sus principios. Que sea realmente Ley de las demás leyes, lo que significa que no podrá redactarse otra ley o decreto para los cubanos que la contradiga o será declarada anticonstitucional y por tanto nula; que inspire, promueva y defienda toda la legalidad de la nación. Por tanto no podrá ser ni olvidada, ni manipulada, ni violada, pues su creación y funcionamiento implica deberes y derechos para la vida de sus conciudadanos, pero no privilegios sino responsabilidades en el desempeño de las autoridades.
Para superar la situación interna presente, será necesario realizar cambios profundos que dinamicen la sociedad cubana dotándola de oportunidades viables e inmediatas para que Cuba y sus ciudadanos puedan insertarse exitosamente en el contexto económico y político nacional e internacional. Para esto resulta imprescindible en materia económica, reconocer la importancia de la propiedad privada y potenciarla, reafirmar el derecho de los cubanos a formar sus propias empresas y dotar de autonomía a las empresas estatales. En materia política, precisa valorar el derecho a la libre expresión y la libertad para fundar asociaciones independientes del Estado, así como el reconocimiento al libre flujo de la información y establecer un nuevo código electoral.
Este acontecimiento tiene ya un reproche: el de haber esperado tanto y no haberlo realizado antes. Tiene ya un mérito: reconocer la necesidad de transformaciones más radicales y de un nuevo planteamiento en el orden nacional. Tiene ya una experiencia positiva y una sugerencia: se puede cambiar la ley desde la ley misma y desde las mismas estructuras. Tiene ya una incógnita: ¿Se pueden cambiar las estructuras desde las mismas estructuras y con respeto a la Ley? Tiene ya un reto: no es suficiente cambiar leyes y estructuras, se necesita cambiar los métodos.
No obstante quienes trabajen en la recopilación de los aportes a este proyecto de reforma constitucional y su aprobación, tienen ante sí mismos y ante el pueblo de Cuba, un grandísimo y sagrado compromiso. Oremos todos para que Dios los bendiga y los haga conscientes de la importancia de este proyecto para los cubanos de hoy y del mañana. Que los dote del conocimiento universal y de nuestra patria en este tema, para que puedan identificar y plasmar las necesidades y deseos de este pueblo. Que les dé sabiduría para que puedan tomar las mejores decisiones. Que Dios los consagre con la paciencia y la entereza para que lleguen a encontrar la frase oportuna, la palabra precisa y que derrame sobre ellos mucho valor y humildad para entender que las aspiraciones y decisiones de nuestra patria están por encima de cualquier ideología y de cualquier partido.
En sus manos y en las nuestras está la posibilidad de que esta reforma constitucional no sea la expresión que garantice los intereses de un centro de poder sobre la sociedad cubana sino la concreción de los más nobles y mejores anhelos del pueblo cubano.
Ángel María Mesa Rodríguez (Guanajay, 1966).
Ingeniero Mecánico.
Laico católico.
Miembro del consejo de redacción de El Pensador.