El hecho de que no todos pensemos igual no es más que un reflejo de las diferencias más profundas -y a la vez elementales- que existen entre todas las personas, en cuanto a formas de pensar, de actuar, de relacionarnos, en cuanto a condiciones culturales, características físicas, emocionales, intelectuales, y muchos otros aspectos. El no ser iguales, no pensar igual, no comportarnos de la misma forma es probablemente una de las cualidades que mejor caracteriza a los seres humanos.
A partir de la idea anterior, lo primero que merece la pena resaltar es que el hecho de ser diferentes es algo normal, algo natural, algo consustancial a la naturaleza humana, y que es además algo bueno, algo positivo en muchos sentidos. Así mismo, es importante no caer en la tentación de creer en aquellas voces que a menudo sugieren lo contrario, que nos hacen ver las diferencias como obstáculos para relacionarnos, como privilegios de unos sobre otros, como impedimentos para la unidad, como razón para la violencia, la división, el odio, y otras formas de exclusión. De manera particular, esta es una reflexión de gran importancia en el contexto cubano actual, donde a diario vemos muestras en los medios de comunicación, en el actuar de las fuerzas represivas del gobierno, y también en la actitud de muchos ciudadanos, de profundos y peligrosos prejuicios y ofuscaciones fundados en la idea de que está mal ser diferentes, está mal pensar diferente, la idea desafortunada de que los valores, las ideas, las características de cada persona explican su valor, su dignidad, y la cuantía de respeto y consideración que hemos de mostrar ante ellos.
Lo anterior, es ya la primera respuesta a la pregunta de cómo podemos actuar juntos y colaborar: reconociendo la diversidad, las diferencias presentes en cada uno de nosotros, y aprendiendo que lejos de un obstáculo para relacionarnos, nos ofrecen la oportunidad de abrirnos a unas realidades diferentes, de entrar en una relación con el otro, de enriquecer nuestro ser por medio de una relación con-por-para el otro. Las mejores sociedades, las mejores comunidades, la convivencia ciudadana de mayor calidad, es aquella sustentada en la unidad en la diversidad, la unidad que reconoce la pluralidad, que valora las diferencias, y que a pesar de ellas es capaz de lograr acuerdos valiosos para todos, consensos, puntos comunes, valores compartidos, razones que sean válidas para cada una de las partes y que justifiquen la necesidad de sobreponernos a las diferencias, cediendo humildemente en unos casos y exigiendo en otros, pero siempre con un principio irrenunciable: construir la unidad del cuerpo social (de la familia, de la comunidad, de la nación) a pesar de las diferencias.
Además hay determinados valores y virtudes éticas y cívicas que pueden servirnos para construir juntos, para emprender un empeño beneficioso para todos, y que no se vea limitado por las diferencias que naturalmente existen entre personas. Hablamos del respeto, la apertura, la inclusión, la responsabilidad, la libertad, la solidaridad, la fraternidad, la veracidad, la capacidad de dialogar, de optar por la no violencia, entre otros. Todos estos valores, y otros, pueden servirnos para centrarnos en lo importante, mirar a los demás como hermanos, trabajar junto a otros de forma colaborativa y no de forma competitiva, especialmente cuando esa competencia se torna desleal, injusta, dañina para el bienestar de otros, individualista y desconectada de la necesidad de trabajar por el bien común.
Andar juntos, es hoy una urgencia para los cubanos, más allá de la forma de pensar o de cualquier otra diferencia. Una urgencia para los cubanos de a pie, para la sociedad civil, y para cualquier institución que tenga como objetivo el bienestar social. Y andar juntos no es sinónimo -de ninguna forma- de unanimidad, de falta de pluralidad, de imposición de modelos o proyectos a otros, sino que por el contrario, significa la capacidad de vivir en armonía con los demás, de trabajar junto a los demás, promoviendo objetivos, valores, bienes comunes y no individualistas.
- Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
- Laico católico.
- Licenciado en Economía. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.