La corrupción es uno de los males mayores que afecta a nuestro país, y en el momento actual, pareciera que el gobierno se ha propuesto acabar con esta. No obstante, este es un problema sistémico, es un problema estructural y profundo de todos los sectores de la vida económica, política y social en Cuba, y por tanto no se le puede dar respuesta simple ni representa una tarea fácil de acometer, al contrario de cómo podría sugerir el esquema de lucha contra la corrupción adoptado en el marco de la emergencia que se vive, y que acapara titulares en los medios cubanos. Según dicho esquema, la corrupción y los ciudadanos (nunca las instituciones, ni el gobierno) son culpables de la situación actual de crisis, y es por ello por lo que se justifica su enfrentamiento, de acuerdo con la lógica de las autoridades y de los medios de comunicación oficiales. Sin embargo, este es un fenómeno complejo, y la búsqueda de soluciones ha de ser integral, profunda, estructural, basada en la ética y la legalidad, y fundamentada en la generación de iniciativas que en el largo plazo acaben con este fenómeno, que hagan prevalecer la justicia, y que pongan en el centro del proceso a la persona humana y su dignidad.
En este sentido, aún hay mucho por hacer en Cuba, los acontecimientos que por estos días se desarrollan no son suficientes y en cierta medida son incoherentes con los criterios expresados anteriormente. Obviamente es importante cada esfuerzo para eliminar la corrupción, pero es importante también pensar en si son contraproducentes o no los métodos empleados, es importante acudir a estrategias que conjuguen su efectividad con la ética. Es por ello por lo que sugeriría algunas reflexiones a la hora de pensar y afrontar el problema de la corrupción en Cuba.
- La corrupción no se resuelve con campañas temporales, represivas y superficiales, que abordan el tema en determinadas circunstancias, pero luego lo pasan por alto como si no existiera; que además se basan en la descalificación, el enfrentamiento violento e irrespetuoso de la dignidad de las personas, la manipulación de los hechos; y que se quedan en la superficie de los problemas, los enfocan de manera cosmética y manipuladora. Este es el caso de los reportajes que constantemente se hacen por estos días en los medios oficiales contra la corrupción. A diferencia de como se está haciendo, la corrupción demanda un esfuerzo integral, constante, sistemático, mediante el que se haga justicia, pero respetando siempre a los derechos de las personas involucradas. Además, mirando a las causas profundas de los problemas y no a sus consecuencias, yendo a la raíz y no quedándonos en las ramas, pues de lo contrario el enfrentamiento a la corrupción no será efectivo, como no lo han sido otras campañas -similares a la actual- que en otras ocasiones anteriores se han desarrollado en Cuba.
- La corrupción se debe enfrentar además, desde la transformación de las estructuras institucionales disfuncionales que la promueven. En muchos de los casos que por estos días se exponen en los medios oficiales como ejemplos de corrupción, el trasfondo es un sistema institucional que prohíbe, limita, penaliza lo que deberían ser actividades legales y promovidas por el Estado. Tales son los casos de algunos intermediarios en los mercados agropecuarios, que desempeñan una función imprescindible en la cadena de distribución y que abarcan un espacio de mercado que las estructuras estatales existentes no son capaces de cubrir eficientemente; también el caso de productores o comerciantes que son penalizados por no existir una ley que proteja las necesarias actividades que realizan. Las instituciones burocráticas, altamente centralizadas, represoras de la iniciativa privada, monopólicas, y extractivas (Acopio, Etecsa, etc.), son las que deben ser enfrentadas, y no quienes intenten mejorar sus condiciones de vida mediante el trabajo, ni quienes pongan sus talentos al servicio de otros. La corrupción se puede enfrentar reformando el sistema legal, generando oportunidades, creando igualdad de condiciones entre lo privado y lo estatal, ofreciendo a las personas la opción de trabajar legal y honestamente, de acuerdo con sus vocaciones y talentos, por el bien propio y el de la nación.
- La corrupción se enfrenta con educación, con formación ética y cívica, con la promoción de valores humanos y del respeto a los demás, y no solamente con información o instrucción, mucho menos con adoctrinamiento ideológico y manipulación política. Desde las edades más tempranas el sistema educativo, junto a la familia y otras instituciones, deben ser responsables de promover la solidaridad, la honestidad, la responsabilidad, el respeto a la dignidad ajena, la integridad, entre otros. Se debe enseñar a no pagar con la misma moneda, a no seguir la lógica del sálvese quien pueda, y que los fines en muchas ocasiones no justifican los medios. Se debe enseñar el respeto a la ley, promover la práctica de la justicia y de la transparencia. Sin dudas estos son algunos criterios y valores que no han sido enseñados de manera efectiva por el sistema educativo cubano, o que no han sido abordados siquiera, la prueba de ello son los disímiles actos de corrupción que el propio sistema denuncia ahora, y también las indisciplinas sociales, el irrespeto a los demás, la violencia y el salvajismo que con frecuencia presenciamos en las calles cubanas.
- La corrupción no debe ser enfrentada solo con represión y control, sino también, y más importante, con acción proactiva, con incentivos y motivaciones, con oportunidades, con un ambiente legal que estimule el cumplimiento de la ley. La descalificación, la violencia, el descrédito de los involucrados no son soluciones, la experiencia lo demuestra; sin embargo, el consejo oportuno, el respeto a la dignidad de las personas, las regulaciones horizontales, las reglas claras pero justas, las instituciones eficientes e inclusivas, sí pueden cambiar los comportamientos de las personas y avanzarnos en la lucha contra la corrupción. Hacia esa dirección han de ir los esfuerzos en la actualidad si verdaderamente se quiere hacer frente a este profundo mal que nos aqueja, y no como hasta ahora, hacia la generación de un ambiente estéril y dañino que promueve el enfrentamiento entre ciudadanos y entre estos y el Estado, como solución a un problema que es mucho más profundo de lo que se muestra.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.