Al principio fue el kilobyte

Por Yoani Sánchez
Una de las características distintivas de esta primera década del siglo XXI es la pérdida del monopolio informativo, tanto por parte de los grandes medios como de los estados totalitarios. En el caso particular de Cuba, durante casi cuarenta años el Partido Comunista pudo controlar de forma integral el conjunto de informaciones y opiniones que se emitían desde el territorio nacional y las que podían ser consumidas por la población. En esta peculiar isla, los ciudadanos debían conformarse con los pocos periódicos oficiales que había en los estanquillos y con las revistas de muchos colores y pocas verdades que llegaban desde Europa del Este. Acceder a literatura o prensa extranjera era -además de un lujo- un peligro que presagiaba interrogatorios y castigos. Los libros de Milán Kundera, Mario Vargas Llosa y Guillermo Cabrera Infante, los artículos de Carlos Alberto Montaner, Jesús Díaz o Rafael Rojas y los documentales o filmes que analizaban críticamente la historia de los últimos 50 años, circulaban en ambientes muy estrechos, bajo la custodia de unos pocos.
La voluntad política de los gobernantes de conservar el monopolio sobre la información se mantiene inalterable hasta hoy, como se evidencia con las medidas represivas a que son sometidos los que se salen de la línea. Sin embargo, ha cambiado de forma apreciable la presencia, cada día en manos de más individuos, de los recursos tecnológicos que permiten lo que, de forma despectiva, se ha dado en llamar “el intrusismo” de los profanos en la producción y difusión de noticias y de productos culturales. De manera que aquel coto exclusivo para profesionales autorizados se ha convertido con el pasar del tiempo en una fuente pública de la que todos quieren beber. El precio pagado por tan alto atrevimiento se aprecia en la banalización temática y en la baja calidad técnica y estética en mucho de lo que circula, pero la ganancia se evidencia en la pluralidad alcanzada y en la relativa democratización de los medios y la libertad de expresión conquistada.
El aumento del acceso a la información y a las tecnologías para difundirla, aunque marcado todavía por una alta dosis de ilegalidad o clandestinidad, ha logrado operar un cambio cualitativo en la sociedad cubana. Los controles para impedirle a los ciudadanos asomarse a ciertas zonas del acontecer nacional e internacional, han dejado de ser efectivos ante el avance de redes espontáneas y escurridizas que arrojan luz sobre ellas. Siguiendo la misma lógica del mercado negro –elemento inseparable de la vida cotidiana en nuestra Isla- cualquier individuo puede convertirse en un emisor de noticias y de materiales audiovisuales, ya sea por la motivación de propagarlos o incluso con un trasfondo comercial.
Quizás el cambio más significativo operado en los últimos años en Cuba ha sido la ineficacia del control informativo dictado por el Estado. Aunque el centralismo se mantiene en la esfera económica, con un gobierno que es prácticamente omnipropietario de todas las empresas del país, de los servicios y del aparato comercial, en el terreno de la difusión noticiosa pierde cada día poder. Miles de familias en todo el país ya no ven la programación televisiva oficial, sino que se refugian en las antenas parabólicas ilegales, en los materiales copiados en CDs y DVDs o frente a la pantalla de una computadora. Entre las consecuencias de sacudirse el adoctrinamiento ideológico inherente a los medios masivos de la Isla, se percibe un aumento de la referencialidad y de la comparación con el afuera. Se trata de ciudadanos sobre los cuales han perdido algo de efecto las sucesivas irrigaciones de propaganda política: un grupo de ovejas descarriadas para las cuales la voz del pastor y su cayado cada vez infunden menos temor.
Sin embargo, no hay que dejarse encandilar por el optimismo: las autoridades cubanas no tienen la voluntad política de abrir el grifo a una prensa libre o a un debate nacional donde se incluyan todas las partes. Un sistema basado en el silencio y la omisión no soporta la corrosión que provoca en él, la libre expresión de sus ciudadanos. Sin lugar a dudas el actual orden de cosas es el resultado directo del atrevimiento de los individuos y de la aparición de una infraestructura tecnológica que ha permitido materializarlo en blogs, tweets, SMS, trasmisiones inalámbricas o diminutas memorias USB cargadas de materiales audiovisuales que viajan de un lado a otro. El kilobyte se ha venido colando –poco a poco- entre las rendijas del deteriorado muro de la censura en Cuba y se ha convertido en la unidad primigenia de la libertad informativa.
Yoani Sánchez. (La Habana, 1974)
Filóloga. Autora del Blog Generación Y.
Premio Ortega y Gasset de periodismo digital 2008
Scroll al inicio