Al paso de Gustav y Ike: testimonio y décimas de un damnificado

Por Belisario Carlos Pi Lago
Los destrozos de los ciclones.

Los destrozos de los ciclones.
Mis padres y abuelos a menudo me contaban aquella fábula, antaño popular, del muchacho que se entretenía movilizando al vecindario con “Ahí viene el lobo”, y “Corran que el lobo me come” y la gente corría a salvarlo y el lobo nunca venía y todos se molestaban y como ya el pueblo entero estaba aburrido de correr por gusto, el día que el lobo vino se comió al pequeñín. Y colorín colorado, porque los cuentos para niños, ante todo, tienen que ser breves y concisos. ¿Por qué me referían tanto la misma historia? La pregunta no viene al caso, pero la respuesta es que yo también era exagerado, imaginativo y sensacionalista, como suele ser la mayor parte de esa población mundial que Martí llamó “la esperanza del mundo”. Y no crean, ya bien sangandongos todavía sentimos una especie de placer morboso en eso de ver correr por gusto a los demás.
Pero no es lo mismo un corre-corre por gusto que un corre-corre por Gustav, porque con Gustav sí había que echar un patín y ponerse las patas en el pescuezo. Y fue como el día que el lobo llegó de verdad y nadie corrió. No, no lo duden, la gente, al igual que los de la fábula infantil, estaba hasta las costuras del calzoncillo de ciclones que, después de anunciarse más que las virtudes del socialismo, se metían y se largaban por cualquier hueco, menos por el que predijera el Instituto de Meteorología. Y ni qué decir de tormentas casi imaginarias que amenazaban con no dejar piedra sobre piedra, como en Sodoma y Gomorra y terminaban en un chubasco y algún resoplido de esos que los guajiros llamamos “viento platanero”. Y, claro está, cansados y aburridos, ahora no muchos se tomaron el trabajo de dedicarle al visitante, aunque más no fuera, vaya, un par de clavitos en las ventanas. Yo diría, sin temor a equivocarme, que faltó embullo. Y no me vengan con eso de que el horno no está para galleticas, que, pase lo que pase, un buen ciclón no es cosa que se da todos los días. Ya el lobo enseñaba los colmillos desde las Antillas Menores y nadie se decidía a tomar la cosa en serio. Sí, está bien, no hay que ser absolutos, una buena parte no aseguró nada, porque en Cuba, por lo general, conseguir un puñado de clavos y unas tablillas es tarea que supera las fuerzas de los más fuertes, pero no joroben, que siempre se puede.
Y así, como el que se mea y no lo siente, cuando nos dimos cuenta, ya las tejas parecían proyectiles balísticos. Las primeras ráfagas cercenaban ramas y acostaban árboles. Muchos vecinos se refugiaron en mi casa, pensando que era la más sólida del barrio. Qué chasco.
Yo, por mi parte, nunca antes vi un ciclón que valiera la pena. Cuando el del ´44 me faltaban unos años para venir al mundo. Y, no lo niego, hasta esta cosa de Gustav apenas podía aliviar la curiosidad. Nos atrae lo sensacional, sobre todo, cuando de manera inocente no lo relacionamos con la vieja de la guadaña y yo no soy una excepción, mira qué cará.
Recibimos los primeros zumbidos del viento en las copas de los árboles como fugitivos que esperan en la costa el ruido de una lancha pirata que los lleve a mejor vida. Pero, créanme, en menos de media hora la conversación comenzó a apagarse y los chistes y chascarrillos a convertirse en miradas inquisitivas, primero de incertidumbre, después de miedo en su forma más cubana, que es ese adjetivo con raíces etimológicas en el vello de la región púbica. Y dejamos hasta de hablar, con los labios contraídos, sin fuerzas para la articulación, y las pupilas destilando terror. Los minutos se escurrían con una densidad viscosa. El miedo daba un tinte de idiotez a rostros que poco antes eran de entusiasmo. Son esos los momentos en que los más ateos se vuelven a Dios, dispuestos a hacerse, no sólo creyentes, fervientes devotos inclusive, no digo yo, aunque al otro día lo nieguen.
La fuerza del viento apenas dejaba escuchar el sonido de la lluvia. Nos entreteníamos tratando de identificar las decenas de impactos que se producían en el exterior. La oscuridad era total, pero por el chiflido del viento que dejaba de percibirse, suponíamos un árbol menos. El objeto que golpeaba contra la pared o el techo, o el que se hacía trizas contra el suelo ya no arrancaban expresiones de asombro, sólo muecas y, por último, nada, ni siquiera un “se jodió” implícito en el encogimiento de hombros. Por fin, Hiroshima, Nagasaki y todas las explosiones de las guerras de Corea, Viet Nam y el Golfo Pérsico unieron sus voces en un coro macabro: El frontispicio del portal se vino abajo e hizo tierra las fibras de canalón de la parte anterior. Nos apretamos unos contra otros, esperando resignados a que el techo nos cayera en las cabezas por algo parecido a esa trasmisión de la caída que hacen las fichas de dominó en fila y que todavía ningún físico ha descrito con propiedad para que lo acaben de meter en los libros de texto como “efecto de García” o “ley de González” o cualquier guanajería de ésas. Fue mi esposa la primera que se decidió a ver los daños con sus propios ojos. Regresó transformada, “Vayan y vean ustedes mismos”, y no se atrevía a decir lo visto. Por fin fuimos y nos empapamos con el agua que caía directamente del cielo al piso de lo que otrora fuera la sala. Todos trataban de darme ánimo con lo de que “tú verás que enseguida empiezan a dar materiales a los damnificados” y yo con lo otro de que “todavía hay gente sin techo desde Alberto, Katrina, Kate y qué sé yo cuántos en los últimos treinta años. No jodan más con los cuentecitos, yo les prometo que me tomo la leche, yo solito, con mi manito, rezo un Padrenuestro y me acuesto a dormir, pero no me duerman con cuentos de hadas, coño, porque entonces sí que pierdo la tabla”.
Ya de madrugada, el agotamiento y la frustración tiraron mis huesos en la cama. Los huéspedes dormitaban inclinados sobre la mesa. Herminia acomodó los niños de una vecina en el primer cuarto que aún conservaba parte del techo. Llovía con fuerza, pero estoy seguro de que no era el agua la razón que los mantenía en mi casa. Era el miedo a enfrentar lo que habría quedado de las suyas. El viento era fuerte, pero Gustav daba indicios de que se batía en retirada. Morfeo hizo aparición y me llevó a esa región parecida a la muerte, donde todo se olvida, a veces con visiones oníricas de un nuevo día algo mejor que el ya vivido. Bueno, para los menos entendidos en las artes del lenguaje literario, me dormí como un lechón y me puse a soñar con las musarañas, como si un ciclón hijo de mala madre no me hubiera dejado con la calvicie al sol y las camas al aire libre.
La mañana siguiente parecía una como otra cualquiera, pero a muchos nos faltaba un pedazo de casa y a no pocos apenas les quedaba el piso y algún objeto pesado de esos que se niegan a volar con el resto, un trasto inútil, casi siempre. Algo se nos desprendía desde el interior. Un hombre pasó hablando solo y a la pregunta de “¿Usted es de por aquí, amigo?”, respondió como si aún hablara con nadie en particular: “Sí, ayer yo era de aquí, hoy no sé de dónde coño soy. Entre las ruinas del Gimnasio una veintena de hombres y mujeres hurgaban escombros. Pensé que eran trabajadores del INDER ya en labores de limpieza y reconstrucción, o cederistas con aspiraciones a vanguardias entregados desde las primeras horas al trabajo comunal. Pues no, compadre, eran merodeadores diurnos y tempraneros, buzos en busca de una teja o algún ladrillo sano con qué poner un remiendo en sus desnudeces. Y el techo de la escogida, y la torre de Radio Guamá y las aulas de la Sede Pedagógica y el techo de la bodega y las paredes de no sé quién y la mata de los mangos buenos del viejo tal o más cual. Virgen Santa, nadie se fue ileso.
Y para colmo, sin corriente sabe Dios hasta cuándo. Como nadie se toma el trabajo de dar informaciones oficiales ni se tiene por donde oírlas o verlas y los trabajadores de la Empresa Eléctrica contestan con monosílabos, ininteligibles, si te pones dichoso, cada cual arma su muñeco y pone de su propia imaginación el número de postes en el suelo, el número de torres de alta tensión destruidas y el número de meses que puede tomar la restauración del servicio. Las bolas con mayor o menor grado de veracidad suplen también el silencio de Radio Guamá, Radio Rebelde y otras emisoras del ámbito nacional o provincial que entrevistan héroes y describen el apocalipsis de otros países que no cuentan con una revolución como la nuestra.
También, ahora libres de silenciadores e interferencias, Radio Martí y otras de sus colegas del sur de la Florida campean a sus anchas y muchos aprovechan para ponerse al día con las últimas jugadas de Alexei Ramírez y la lluvia de millones en los bolsillos de nuestros talentos robados. Algunos se quejan y otros dan gracias a la revolución sin saber exactamente por qué. En una de las tantas colas por donde pasé, escuché a una mujer explicando con declamación de tribuna abierta que, “compañeros, no importa que en las casas no tengamos corriente, en el policlínico hay una planta funcionando las veinticuatro horas gracias a la revolución”. Por cierto, no vi a nadie muy entusiasmado con la idea de enfermarse para tener un vaso de agua fría o para ver la novela brasileña, como si no valiera la pena una buena neumonía o una trombosis a cambio de un par de kilovatios. Así es la gente de mal agradecida. Bueno, de todas maneras, se dan gracias a la revolución, porque ya eso se convirtió en un cliché, es lo que se usa, vaya, pero no crean que todo el que se persigna es creyente. Ese cuento es más largo.
“Y si usted quiere, no crea en refranes, pero el de que las desgracias nunca vienen solas, por mi madre que el que lo inventó es un caballo”, la voz venía desde mis espaldas y no me daba cuenta de por qué aquel viejo decía eso entre el grupo de transeúntes que mataba el ocio en las cuatro esquinas. ¡Vaya pa´su escopeta!, si es que Ike, el perrito faldero de Gustav ya casi estaba entrando por las provincias orientales. Oye, nos pusieron la corriente y apenas tuvimos tiempo de enfriar el agua. Oiga, compadre, y dicen que entró por la Bahía de Nipe, sí, el mismo lugar por donde vino la Caridad del Cobre allá cuando nuestra nación se perfilaba apenas en las contracciones de un parto. Coño, y nada más y nada menos que el siete de septiembre, la mismísima víspera de la fiesta de nuestra Patrona. Sí, esas coincidencias inspiran recogimiento al creyente, aunque en la ciudad de Pinar del Río se suspenda la misa del día ocho. Un viejo refrán dice que “en tiempo de guerra no hay misa”, pero la verdad es que nunca oí nada parecido que tuviera que ver con el tiempo de ciclones. Allá cada cual con su conciencia. Aquellos que leen las Sagradas Escrituras con marcada preferencia por los libros de contenido apocalíptico aseguran que hacia el fin del mundo “se verán cosas horribles” y, bueno, la verdad es que, por lo menos los pinareños de la capital, ya vieron una.
Apenas quedaron árboles en todo el pueblo. Los pocos aún de pie, desgajados y maltrechos, parecen sobrevivientes de un fuego más que de un ciclón. Desde cualquier lugar del barrio se ven cosas y casas que nunca antes se vieron. Sé que dentro de unos años, los de esta generación contarán la triste experiencia y los más jóvenes los acusarán de viejos exagerados. Siempre ha sido así, pero, hay paredes con el repello desprendido por la fuerza del agua y el viento. Con los ladrillos pelados, compadre, como si hubieran pasado un cincel y un martillo manejados por una mano gigantesca y despiadada. Y yo las veo, coño, y tengo que decirlo, aunque dentro de un tiempo alguien me llame viejo mentiroso. Y lo soportaré, porque a eso está condenado todo el que ha visto cosas fuera de lo común.
Bueno, Ike nos metió unos cuantos días más sin corriente, tumbó unos cuantos techos, subió el precio de la gasolina y el petróleo casi al doble –¡Ike, apretaste, mi socio, y en qué momento, viejo!–. Nos vamos a tener que volver brujas para viajar en escobas. Y no sé si las escobas de palmiche vuelen, porque la verdad es que las otras, las que se venden en la Shopping, quiero decir, cuestan más o menos como el combustible. Ay, Dios mío. Coño, Ike, está bien que seas un pordiosero y que te hayas comido las sobras de Gustav, pero bájame la gasolina otra vez, chico. Oye, si donde me la tenías, ya me estaba sacando el maíz por el pico, vamos, anda, deja la jodedera, no me acabes de asfixiar.
A ver, ¿Qué más? Ah, el remolinito también dejó un par de Mesas Redondas que no ofrecieron mucho y un puñado de gente que, además de dar gracias a la Revolución, le sale al paso al que se queje en público. Compadre, déjeme, aunque más no sea, quejarme de lo que Gustav y Ike me hicieron, si ellos no son funcionarios del Gobierno. Está bien, vaya, cuando proteste porque no me han dado materiales, porque que me estoy muriendo de hambre o porque me están comiendo los mosquitos, entonces siléncienme, eso sí pudiera considerarse como “hablar lo que no se debe” pero no pongan el parche antes de que aparezca el hueco, háganse de la vista gorda y déjenme mentarle la madre a Gustav que eso no tumba al Gobierno ni yo lo digo con doble sentido. Ah, y lo otro que anda por ahí, eso de que el ciclón se llevó tantas casas, porque Cuba es una gran favela con más del sesenta por ciento de las viviendas en estado precario, yo también lo oigo, pero no soy el que lo inventó, ¿saben? Y, de todas maneras, si van a matar a todos los que dicen esas cosas y otras parecidas, lo que van a hacer es un genocidio, así es que déjenlo así, que, al fin y al cabo el chismecito tiene una buena dosis de verdad. Está bien, vaya, lo de que los cubanos somos solidarios no tiene discusión, por lo menos yo no lo discuto. Fíjense que en las colas para el reparto de carbón y la distribución de pan las broncas casi no dejan heridos. Si ustedes vieran, en mi pueblo, la Policía se hizo cargo de la organización desde el primer día y se logró, para que lo sepan, que el exceso de solidaridad no dejara al Policlínico sin reserva de hilo para suturar cabezas.
La evacuación de Sanguily estuvo bien. Los que tienen manía de criticar dicen que pudieron hacerlo antes, pero yo digo que se hizo y no murió nadie. Al final no pasó nada, pero hay que reconocer que aquella pobre gente estuvo a pocos centímetros de morir pasados por agua. Y también se movieron rápido con los que después de evacuados salían a matarse el hambre con provisiones ajenas. Y con los que se quedaron a desafiar la furia de las aguas para saquear las casas evacuadas. Bravo también por la policía en este caso, por lo menos, honor a quien honor merece.
Bueno, ahora mi esposa y yo estamos enfrascados en las matemáticas, es decir, tratamos de dividir una latica de carne y un muslo de pollo entre los treinta días del mes. Sí, yo sé, una librita de arroz, espaguetis, un poquito de frijoles. Tal vez den algo más, pero hasta ahora, vaya, como dice Álvarez Guedes, Ñoooooo. Ninguno de los dos fuimos muy buenos en aritmética y la calculadora nos da un puñado de ceros a la derecha del punto que, oye, no es posible.
Después que se entra en las fracciones decimales, si seguimos dividiendo nos vamos al mundo microscópico y créanme que eso de comer con una lupa en la otra mano no debe ser nada cómodo ni cosa por el estilo. Algunas de las cositas que nos han dado están vencidas, ¿saben? Parece que guardaditas desde ayudas anteriores bajo esa clasificación que responde al nombre de “reserva”. Vaya, lo de “ayuda” es una conjetura mía. Después de todo, son productos vendidos. Lo que pasa es que ya estamos acostumbrados a los precios de la shopping y a los del mercado negro y cuando nos venden cualquier chuchería por un valor más o menos en proporción con lo que ganamos, la cosa nos parece un regalo, pero no es tal. Ni se lo imaginen. Ah, que ¿por qué en los sobres de los espaguetis se lee perfectamente la palabra “gratis”?, ¿Qué sé yo? Averígüenlo ustedes. Alguien se lo regaló a alguien y entonces ese otro alguien quiere sacarle algo de todas maneras. Ven en qué enredo me metí. A nosotros qué nos importa quién regala o quién vende. Están baratos, vaya, asequibles. Ojalá nos den más. Y todo esto, inter nos, ¿me oyeron? En la calle, no se quejen, porque, sin dudas, alguien nos va a salir al paso con lo mismo, que si tenemos salud gratis, que si los hijos estudiaron. Y, ¿qué les vamos a decir? Así es que mejor me callo y cállese usted también, a fin de cuentas, las tripas no van a resolver mucho con que nos pasemos el día hablando mal del Gobierno y, mucho menos con que uno de esos nos meta en líos con la Seguridad del Estado, Dios nos ampare.
No dudo que muy pronto, la prensa declarará que vencimos y que ya nos recuperamos plenamente de los dos ciclones y sus secuelas. Más o menos de la misma manera un buen día dejamos atrás el Período Especial con un doce por ciento de crecimiento económico. Y, ¿qué vas a hacer? ¿decirles que es mentira? No, hombre, no. Hace más el bobo callado que el listo hablando lo que no debe. Viva la ciencia ficción.
Bueno, pues por el momento, en los campos quedó poco donde clavar un diente. Y eso sí que no son calumnias de Radio Martí ni de La Poderosa. El ciclón arrasó, lo sabemos. Las tiendas por divisa presentan, más o menos el mismo panorama; nadie nos ha dicho por qué y yo no pienso preguntar, porque me van a hacer otra vez “El cuento de la buena pipa” y estoy aburrido de oírlo. Oigo por ahí lo de que esas tiendas ya no son recaudadoras de nada y que la divisa que entra al país se recauda en las casas de cambio y que papel por papel, lo mismo da CUC que Moneda Nacional, pero eso que lo diga otro, que al lechero no lo mataron por echarle agua a la leche. También oigo lo de que “no queremos ayuda del enemigo por un problema de dignidad”, y me vuelvo a callar, para que lo sepas, y tú, haz lo mismo, no sea que te dé por salir con lo de que al que no le falta nada le es muy fácil hablar de dignidad. Y, oye, la sinhueso te salva, pero también hunde a cualquiera. Acuérdate de “Las lenguas de Esopo”.
'... pienso en ese futuro que pertenece por entero al socialismo, sin período especial y sin secuelas de ciclones.'

‘… pienso en ese futuro que pertenece por entero al socialismo, sin período especial y sin secuelas de ciclones.’
Y así, mientras defeco bañado por la luz de las estrellas a pleno disfrute de la naturaleza viva en deliciosa combinación con algunos restos de comodidad hogareña en lo que hasta hace poco fuera mi baño, hoy banquete de mirones, pienso en ese futuro que pertenece por entero al socialismo, sin período especial y sin secuelas de ciclones. Qué rico. Y claro, trato de no pensar en los meses de lluvia, porque entonces sí que se me erizan hasta las palmas de las manos. Dígame usted, ¿qué me haré en esa época de manantiales reventados, conciertos de ranas y cocuyos nocturnos si me asedia una irreprimible necesidad de hacer caca y no escampa pronto?
De todas maneras, los lamentos del que se ahoga no secan el charco.
~o~
A GUSTAV
ODA EN DÉCIMAS
Las nubes tienden su velo
de lúgubre seriedad,
son mechones de maldad
que resbalan por el cielo.
Las aves alzan el vuelo
con alas asustadizas.
tenues y agradables brisas
golpean suaves la piel:
Infierno, presagio cruel
del azufre y las cenizas.
La tele da informaciones,
el pueblo heroico resiste.
El ganado que no existe
ya está seguro en cuartones.
Imaginarios millones
centuplican lo que valen.
Enyuguen bueyes y halen,
aunque no existan carretas,
el fantasma tiene metas
y en Cuba lo muertos salen.
El horror abre los brazos,
ya el viento ruge en los cables
con el filo de mil sables
que lo hacen todo pedazos.
Pasa Gustav, y a sablazos,
corta derrumba y desguaza.
Un brazo gigante arrasa,
todo el pueblo está deshecho:
La casa quedó sin techo,
El hombre quedó sin casa.
¿La corriente?, otras tantas.
Alivian lo malos ratos
esos nuevos aparatos
que antes se llamaban “plantas”.
La gente invoca mil santas
por un vaso de agua fría.
Santa Chismosa, obra pía,
Patrona del Apagón,
se opaca ante el alumbrón
y estalla la gritería.
“Espíritu solidario,
honradez y honestidad
conforman la integridad
del buen revolucionario”.
Así se pregona a diario
en rotunda afirmación.
(signo de interrogación)
Porque “pienso y luego existo”:
Muchacho, ¿Tú nunca has visto
una cola de carbón?
Virgen de la Caridad,
Señora y Santa Patrona,
tu Isla se desmorona
ante un mar de adversidad.
En Pinar, nuestra ciudad
que hoy en tu día agoniza,
no sé si da llanto o risa,
me da horror, por Dios, me crispo,
el Gobierno y el Obispo
te suspendieron la misa.
Gustav a su paso cobra
el tributo de un rey loco
y, por si esto fuera poco,
Ike recoge lo que sobra.
El mal completa su obra
con precios inflacionarios:
Entre despojos precarios
y un sol de miseria y ruina,
un litro de gasolina
es lujo de millonarios.
La cura está asegurada
con dosis de triunfalismo,
es decir, más de lo mismo,
que es un “de todo” sin nada.
La tierra está desolada,
hay hambre y hay decepción.
No hay plátano ni plantón,
boniato ni yuca dura
y el periódico asegura
que vencimos al ciclón.

Belisario Carlos Pi Lago (La Palma, 1950)

Poeta, ensayista y profesor de francés e italiano.
Licenciado en Inglés. Ganador de varios Concursos Literarios de la revista Vitral
Ha publicado varios libros como “Las ideas masónicas y la fe católica”, 2003; “Tres pelícanos de tela-Historia de Cuba en Décimas”, 2006. Ha publicado numerosos artículos en revistas y periódicos.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en La Palma. Pinar del Río.
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