Otra opinión sobre la Carta de rechazo a las actuales obstrucciones y prohibiciones de iniciativas sociales y culturales. Crece el debate sobre asuntos cubanos entre cubanos dentro de la Isla.
Reinaldo Escobar
He leído atentamente la Carta en rechazo a las actuales obstrucciones y prohibiciones de iniciativas sociales y culturales. En lugar de suscribirla, opto por escribir sobre ella.
Empiezo por decir que me parece muy bien que se realicen iniciativas de esta naturaleza, tendientes a eliminar prohibiciones absurdas y ganar en libertades ciudadanas. Pero tengo la ilusión de que quienes la promocionan estén abiertos a lecturas críticas y que no sean de los que apliquen la consigna “conmigo o contra mí”.
Me llama la atención el título del documento. Primero la utilización de la palabra actuales, con lo que se deja fuera de la crítica a anteriores obstrucciones y prohibiciones y en segundo lugar la limitación explícita a sociales y culturales de las iniciativas obstruidas y prohibidas, como si no valiera la pena alzar la voz en contra de la represión de las iniciativas políticas.
Llama la atención la evidente intención de no mencionar por su nombre propio, personal o institucional, a los responsables del llamado “control burocrático-autoritario”. ¿Quiénes si no las máximas instancias del Partido Comunista de Cuba o del Ministerio del Interior tienen la potestad auto atribuida de reprimir las iniciativas ciudadanas, sean estas sociales, culturales o políticas? A lo más que se llega es a calificarlas de acciones desde la “institucionalidad oficial” pero eso puede ser el Ministerio de Cultura o la Empresa de Cultivos Varios.
Los redactores del documento se esfuerzan en señalar que se está dejando “muy poco espacio para la crítica socialista”, pero nada dicen de dejar un espacio a la crítica socialdemócrata, democratacristiana o liberal. Quiero comentar especialmente dos afirmaciones, la primera:
La creciente política de concebir a aquellos que piensan y actúan diferente a “lo orientado” como “disidentes”, “mercenarios” o “contrarrevolucionarios” no afecta en lo más mínimo a la contrarrevolución real, cuya imagen más bien se fortalece…
Esto deja abierta la pregunta de quiénes son para los firmantes de esta carta los que sí se merecen el calificativo de contrarrevolucionarios. Puedo entender que alguien tenga la prudencia de no mencionar claramente quiénes son los represores, pero no definir quién se merece el epíteto satanizante nos deja a todos hundidos en la confusión.
La segunda.
También resulta imprescindible reconocer que la situación actual reclama vínculos de nuevo tipo entre los actores político-culturales cubanos, frente a la emergencia irreversible * de nuevos hechos sociales, como las tecnologías digitales o la imposibilidad del aislamiento del país bajo una “urna de cristal”.
*los subrayados son míos.
No hace falta ser demasiado malpensado para sospechar que esto pudiera ser interpretado como un claro ofrecimiento, un “cuenta conmigo”, una operación de marketing, en la que un sector de la intelectualidad se brinda a colaborar a enfrentar a los que ya no tienen remedio, a cambio de que se les reconozca legitimidad. “Nosotros sí, los otros no”.
Me parece muy bien que se señale, incluso que se proteste, contra las prohibiciones, obstrucciones, detenciones y sanciones reseñadas en esta carta, pero por qué no se menciona a las Damas de Blanco, el acoso que sufrió un grupo de opositores en la casa de Vladimiro Roca, las golpizas a que han sido sometidos Antúnez y sus compañeros de lucha, los incidentes del 10 de diciembre, Día de los Derechos Humanos y tantos, tantos atropellos más. ¿Acaso no comprenden los redactores de la carta que la represión funciona como una escalada y que nunca hubiera llegado a los extremos ahora denunciados sin antes pisar los otros peldaños?
Sería más factible exigir claramente la despenalización de la discrepancia y no restringir el llamado a tolerar la diversidad dentro de la unidad de los revolucionarios, lo cual, reitero, me parece bien, pero insuficiente.
Toda la carta se salva por la cita inicial del luterano alemán Martin Niemöller. Creo que la advertencia es clara. No creo que haya que esperar a ver las bardas de nuestro vecino arder para empezar a poner las nuestras en remojo. Apaguemos mejor esa tea incendiaria de la intolerancia.
Me gustaría saber, sobre todo después de leer la lista de los firmantes, si no sería mejor pronunciarse directamente en contra del concepto de “dictadura del proletariado” como peculiaridad de la variante cubana de construir el socialismo. La dictadura del proletariado solo debería desaparecer, según los evangelios marxistas, “después de haber asegurado la plena y definitiva victoria del socialismo” hasta tanto constituye “el principal contenido de la revolución socialista de cuya victoria es condición necesaria y principal resultado”. Si los firmantes de esta carta se percatan de que el socialismo está muy lejos de cantar victoria como sistema en nuestra isla, tendrán que aceptar que su lista de quejas es pasto seco frente a las llamas dictatoriales del proletariado a cuya vanguardia se encuentra –tengo entendido- la dirección del Partido Comunista.
Me gustan los eufemismos cuando son necesarios o simpáticos, pero llamarle “obstrucciones y prohibiciones de iniciativas sociales y culturales” a la conducta dictatorial contra las libertades ciudadanas es como ponerle el gorro de la caperucita al viejo y taimado lobo del cuento.
No obstante al que me lea le reitero que celebro la queja lanzada y que seré de los primeros en protestar cuando los quejosos sean reprimidos por cualquier medio.