Cuba -familia, amigos, conocidos y ajenos; en la Isla y en su Diáspora- padece hoy los efectos de una crisis humanitaria multidimensional, generada por el régimen imperante que condena a su población a la miseria, la represión y el éxodo. Una camarilla predadora, que desestabiliza con su influencia autoritaria y oleadas migratorias a la región. Una dictadura aliada de las peores tiranías vecinas y globales.
Todos los indicadores de Desarrollo Humano revelan el deterioro galopante en última década. Se dilapidaron de modo criminal decenas de miles de millones de dólares provenientes de la exportación de mano de obra semiesclava (médicos), del turismo y las remesas. La cúpula parasitaria cubana se enriquece como Trujillo, mientras la población se empobrece como Haití.
Entretanto, una buena cantidad de políticos, ONGs y activismos “progresistas” de EE.UU., Europa y Latinoamérica siguen tratando la crisis de Cuba como un “excepcionalismo”, provocado -y justificado- por el “legado de Guerra Fría”. Regatean a la población isleña la solidaridad necesaria. Legitiman al régimen que desgobierna como un par normal, apenas radicalizado por “el asedio externo”.
Hoy vemos importantes ONGs del Norte Global espantadas por lo que sucede en Nicaragua o Guatemala… mientras quedan mudas ante el castrismo. Intelectuales que protestan por Bolsonaro o Maduro… pero no denuncian los 1000 presos políticos del castrismo.
Este mes he sido testigo, en varios eventos y noticias, del trato doloso y sesgado hacia activistas y víctimas de Cuba, un trato diferente al dispensado -merecidamente- a sus pares de Managua o Caracas. Veo a funcionarios “demócratas” de EE.UU. y Europa maquillando con falacias la crisis de la Isla, desautorizando las mismas sanciones que imponen a Belarus o Birmania. Cómplices, conscientes o involuntarios, de todo lo que pasa. Silenciadores de un presente trágico que, les recuerdo, puede ser el futuro de otros. Amplificadores de una soledad capaz de alcanzarles, justo cuando necesiten la solidaridad democrática. Miseria analítica, práctica y moral.
Ser progresista supone apostar a lo secular, la diversidad y el pluralismo como atributos y horizontes deseables de la evolución social, dentro y fuera de Occidente. Sin impulsarla mediante una ingeniería social revolucionaria, sin resistirla con la violencia reaccionaria, siendo ambas legados de los totalitarismos, de izquierda y de derecha, del siglo XX. Si evaluamos la realización de elecciones libres y justas, los casos de mayor vulneración son tres autocracias revolucionarias: Cuba, Nicaragua y Venezuela. El saldo del último siglo -en términos de libertad, equidad y prosperidad- de las izquierdas y derechas revela que ninguna polaridad puede presumir, a priori y monopólicamente, la encarnación del progreso humano. Este cobra vida en el cruce, dinámico y a ratos conflictivo, de agendas nacidas desde diversos ismos, que hacen de la deliberación, el gradualismo, el consenso y el pluralismo, medios para una sociedad mejor.
Los humanos somos, como nos definió Aristóteles, animales sociales y políticos. Y lo sociopolítico es un mundo de símbolos, ideas y valores. El símbolo de una Cuba incluyente y justa, que contenta al progresismo global, debe ser desmontado. Porque no se corresponde con nada real: hay en Cuba tanta o más pobreza, desigualdad y opresión que en los países vecinos. Por último —pero no menos importante— en el mundo de los valores, lo sucedido en el país tras las protestas de 2021 nos recuerda que la gente, en ninguna época y en ninguna parte, porta per se el chip de la servidumbre. Pese al miedo, el éxodo y la desesperanza, 2022, 2022 y 2023 han traído nuevos episodios de protesta ciudadana, con un civismo que contrasta con la violenta respuesta estatal. Gente que descubrió la luz de la libertad desde el milagro de la acción.
Ante la crisis cubana, nadie debería mirar nuevamente al lado, justificar nuestro silencio con no sé qué utopía falsa y miserable. La historia no tiene más sentido que la misma autorrealización humana. Y como dijo una vez Camus, uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen.
Para la ciudadanía cubana, la liberación del despotismo conllevará todavía una demora y un dolor evitables, pero está más cerca que nunca. Será obra nuestra, apoyada por gente solidaria de mil orígenes. Con excepciones, todo parece indicar que la autotitulada “vanguardia político-intelectual” de Occidente eligió no sumarse a la causa, ignorando nuestra lucha. Aun así, pese a ellos y contra ellos, persistiremos. Y prevaleceremos.
Armando Chaguaceda Noriega (La Habana, 1975).
- Politólogo e historiador.
- Especializado en procesos de democratización en Latinoamérica y Rusia.
- Reside en México.