A 10 años del restablecimiento de relaciones Cuba-EE.UU

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

El 17 de diciembre de 2014 marcó un antes y un después en las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. Marcadas por un diferendo mantenido por años y recrudecido bajo diferentes administraciones norteamericanas, con Obama pretendían otear un nuevo horizonte. Restablecimiento de relaciones diplomáticas con todo lo que ello implica: apertura de embajada, firma de convenios de reciprocidad, intercambio cultural, ligeras aperturas al sector privado, entre otras “normalizaciones” para suavizar la tensión legendaria. Pero sucedió lo que algunos analistas preveían, lo que la historia ha demostrado en incontables ocasiones: para el diálogo y la negociación hacen falta interlocutores válidos, dispuestos a apartar las diferencias y llegar a un entendimiento a pesar de ellas, por el bien mayor si es que se busca verdaderamente.

Durante la administración de Obama, quien tuvo la iniciativa con mediación del Papa Francisco y la jerarquía de la Iglesia católica, se notaba apertura en un solo sentido. El norte abría y la Isla mantenía la cultura de trinchera, mientras obtenía beneficios notables.

En la política, como en las relaciones de pareja, dentro de la familia o en la resolución de un conflicto laboral, siempre se trata de un toma y daca, de ceder en algunas cosas y mantenerse firme e irrevocable en otras; pero nunca enarbolar intransigentemente las consignas de “no al cambio”, la concepción de plaza sitiada y enemigo externo, porque entonces es mejor no sentarse a hablar con el enemigo hasta que no dejemos de verle como tal.

Así se desarrollaron unos pocos años de aparente normalidad, simulando algunas cosas y dejando otras debajo del tapete, o al borde de este, para que cayeran por su propio peso. En los días finales de su mandato, Obama eliminó la política de “pies secos, pies mojados”, un beneficio para los cubanos que decidían ingresar a territorio estadounidense por vía marítima, una de las vías más frecuentes para abandonar la Isla. Entonces, los que lo ensalzaron, ahora lo criticaban. Y los que desde un principio criticaban, ratificaban que las relaciones nunca fueron transparentes, ni efectivas, ni recíprocas.

A 10 años de aquel llamado “histórico acontecimiento” parece muy obvio el final que tuvo. Eso tiene de bueno analizar la historia en retrospectiva. Es cierto que no somos adivinos, pero los signos de los tiempos, la repetición de patrones de comportamiento (atrincheramiento, retórica defensiva, disparidad en el diálogo, concesiones desiguales, entre otros) y la falta de confianza verdadera, eran indicativos de que, cuando dos adversarios se sientan a la mesa para dialogar o negociar, todo se coloca sobre la mesa, y esta se viste, fundamentalmente, de respeto y sinceridad.

El restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos fue un parteaguas en la política doméstica, en la política exterior, en las relaciones bilaterales, pero no solo entre los dos Estados-Nación, sino entre los propios cubanos de dentro y fuera de la Isla. Muchos hermanos que comulgaban en el pensamiento y la actuación en busca de una Cuba democrática se dividieron, como si de bandos se tratara y, para valorar determinada iniciativa o unirse a ella, el criterio principal era de qué lado del “conflicto” se encontraba cada uno.

Los recuerdos de hace una década sirven, como otro beneficio de la historia transitada, para no recaer en los mismos errores, para analizar los acontecimientos con profundidad y pensar en el futuro, más allá de la inmediatez, para no dividir más a un pueblo que tiene que unirse hasta alcanzar la añorada libertad.

• No puede ser que la persona del cubano siga poniendo sus esperanzas fuera de Cuba.
• No puede ser que la persona del cubano condicione su felicidad, su proyecto de vida y su libertad en función de la política de Estados Unidos.
• No puede ser que la persona del cubano se interese más por las elecciones en Estados Unidos, que en la exigencia de elecciones libres, democráticas y competentes en la Isla.
• No puede ser que la persona del cubano se enemiste con el prójimo porque es democráta o republicano, cuando dentro de la Isla no se ha proyectado ni en un sentido ni en el otro para la construcción de una República democrática y feliz.
• No puede ser que la persona del cubano se cierre al diálogo, porque sería cerrar la puerta a lo que tantos cubanos han enarbolado como camino para alcanzar la libertad definitiva. Diálogo con respeto, pero con condiciones, con evaluaciones sistemáticas y profundas, con verdadera voluntad de entendimiento.

Creo, humildemente, que el día que los cubanos dejemos un poco de buscar la solución fuera de nuestras fronteras, y nos preocupemos más por la “cosa doméstica”, algo nuevo sucedería en Cuba. Mientras tanto, apostando a “Mesías” de dentro y de fuera, se extiende esa cortina de humo que impide extender la mirada. Quién sabe si esa ha sido la estrategia para arrebatar, durante tanto tiempo, el sentimiento patrio.

Soy de los que cree, además, que el diálogo es el camino hacia la democracia, nos guste o no. Lo que no significa vender nuestros principios, sino hacer uso de la extraordinaria capacidad humana de razonar y comunicarse, para edificar una Nación y un mundo en el que quepamos todos.


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología por la Universidad de La Habana.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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