El trabajo estatal en Cuba abarca a la gran mayoría de la fuerza laboral. Al pensar en ello, vienen a mi mente las condiciones de explotación y deshumanización que a menudo se dan, específicamente en aquellas entidades que no están directamente vinculadas a los sectores más productivos o que son entidades presupuestadas, situación que agrava para los empleados el tema del salario.
Generar empleos dignos y pagar un salario justo por el trabajo, es un reto para Cuba no solo desde el punto de vista económico, sino también, y sobre todo, desde un punto de vista humano, pues las condiciones en que frecuentemente se trabaja en las entidades del Estado representan un atentado contra la sagrada dignidad de toda persona.
Algunas consecuencias económicas de esta situación laboral
Las pésimas condiciones de trabajo en empresas e instituciones estatales, especialmente los bajos salarios, funcionan como acicate para el bajo crecimiento de la economía, para el estímulo de las desigualdades y de la informalidad.
– Freno al crecimiento: El dinero no se mueve y no vale, las personas y las familias en sentido general no cuentan con el salario suficiente para satisfacer sus necesidades básicas, por ende, tampoco cuentan con ahorros para invertir en negocios y emprendimientos que permitan la generación de ingresos y de empleos más dignos y humanos, los que a su vez estimulen la productividad del trabajo y el crecimiento económico.
– Promueve las desigualdades: Se generan desigualdades y se estimulan las ya existentes, producto de las severas diferencias salariales o en los niveles de ingresos que podemos encontrar al interior del país. Por ejemplo, ya son comunes en Cuba las desigualdades entre quienes viven del salario oficial y quienes desarrollan otras actividades que permiten unos ingresos superiores, como pueden ser las vinculadas a empresas privadas.
– Estimula la informalidad: El empleo estatal impone en la mayoría de los casos la necesidad de adentrarse en lo que se conoce como la economía informal, la economía de las ilegalidades, de la falta de contratos, seguros y tranquilidad para quienes se desenvuelven en ella. Es imposible vivir en Cuba solamente con el salario promedio, 740 CUP (30 CUC) según datos de la Oficina Nacional de Información y Estadísticas en 2017, por lo que se crean fuertes incentivos para acudir al mercado negro, tanto para satisfacer las necesidades básicas como para desarrollar iniciativas y negocios que permitan ampliar los ingresos personales.
Algunas consecuencias desde un punto de vista humano
No hay espacios para la libertad personal, para la creatividad y menos para la diversidad. Se demanda fidelidad a un partido y a un proceso político como principal requisito para permanecer “sin problemas” en el puesto de trabajo, cuando lo más importante debería ser que las personas trabajen, que lo hagan bien, que propongan y creen oportunidades novedosas de acuerdo a sus competencias profesionales.
Nada es normal, aunque muchos lo acepten como tal. ¿Cómo concebir que un trabajador antes de trabajar deba “ser bueno” en cuanto a su participación en marchas del “pueblo revolucionario”, organizaciones políticas y de masas, y además no mezclarse con determinadas personas, países, proyectos que supuestamente son enemigos?
¿Eres militante del partido comunista? ¿Eres revolucionario? ¿Eres religioso? ¿A qué se dedica tu familia? Típicas preguntas para ingresar en muchos puestos de trabajo estatales. Por otro lado, estos son comentarios que no dejan espacio para quienes deseamos que en este país las cosas se hagan de manera diferente, para quienes soñamos con una Cuba distinta a la que tenemos hoy. Otros dicen que “nuestro trabajo es contribuir a que el país avance hacia el desarrollo y la prosperidad, pero sin renunciar nunca a nuestros principios socialistas, aquí trabajamos para dar cumplimiento a los lineamientos de la política económica y social del partido y la revolución”, entre otras afirmaciones de este tipo.
La apatía de la gente, la indiferencia, la sumisión, la queja estéril, llegan a formar un ambiente insoportable para quienes buscan la libertad, la unidad en la diversidad y el cambio de todo lo que deba ser cambiado. Un ambiente que asusta, deprime, frustra, desespera, que contagia el deseo de escapar de la realidad y el olvido de los derechos fundamentales de las personas, haciéndonos creer que no valemos, que no podemos cambiar nuestra realidad, que lo que tenemos es malo, pero debemos conformarnos… un ambiente que, al menos para mí, se torna insoportable.
Este ambiente, estas condiciones de trabajo, estos lenguajes generan serias consecuencias para quienes, por un motivo u otro, permanecen en centros con estas características:
– Control e interferencias sobre la vida de los trabajadores, sus maneras de pensar y de ver la realidad en la que viven, generando miedo, obediencia ciega, falsa prudencia, analfabetismo cívico, ético y político. En ocasiones se sacrifica la libertad, se renuncia a los derechos y se olvidan los deberes.
– Inmovilismo, apatía, desarraigo, desencanto de la vida, banalidad, se pierden los deseos de soñar, se deja de creer en uno mismo y en el valor que se tiene como persona por el simple hecho de existir.
El trabajo en otras formas de gestión: una alternativa
Especialmente en los últimos años, el mayor auge de nuevas formas de empleo, específicamente vinculadas a los trabajadores por cuenta propia (privados) y cooperativas no agropecuarias han representado una verdadera alternativa ante el decadente, perjudicial y dominante empleo estatal.
Hoy en Cuba, no son pocos los que, a pesar de los riesgos, se lanzan a buscar empleos en estos sectores, empleos que por la lógica natural de gestión de estas formas garantizan mayores grados de libertad, derechos e incluso, en algunos casos garantizan una mayor sensibilización y compromiso con problemas sociales y políticos imperantes en nuestra sociedad, que la que propician las empresas e instituciones estatales.
En términos generales se pudieran identificar una serie de argumentos que unas veces más y otras menos influyen para que estas opciones laborales sean mejores para los trabajadores, los dueños, las empresas y la sociedad en general.
– Mejores salarios, pagos por resultados, estímulos, entre otras iniciativas. En ocasiones los ingresos percibidos en negocios privados o cooperativas permiten -aunque modestamente- satisfacer las principales necesidades de la vida cotidiana, sin la necesidad ineludible de acudir al mercado negro e ilegalidades para ganar el dinero necesario para comer, vestirse o incluso, dedicar al ocio.
– Se facilita el avance hacia modos más horizontales de relacionarse, incluso en algunos casos se promueve la horizontalidad en la toma de decisiones. Paradójicamente en las empresas estatales socialistas predomina la planificación central, la verticalidad y jerarquía máxima en la toma de decisiones y la gestión de los procesos productivos, la gente no tiene espacio para participar de las decisiones y las relaciones predominantes son de obediencia ciega. La gestión privada y cooperativa en Cuba hoy tiene, en general, más en cuenta a la persona y da mayor espacio a sus ideas e inquietudes.
– No se exige fidelidad política, en la mayoría de los casos no hay condicionamientos que obliguen a pertenecer a organizaciones que responden a los intereses del gobierno como pueden ser la Unión de Jóvenes Comunistas o el propio Partido Comunista, o la Central de Trabajadores de Cuba, la Federación de Mujeres Cubanas, entre otras. Las movilizaciones políticas dejan de ser un requerimiento para los trabajadores en la gran mayoría de los casos, en estas formas de gestión los principales compromisos son con la empresa, con el trabajo, los resultados económicos, los trabajadores, y no con la “Revolución”.
– Mayor espacio para la libertad de pensamiento, predomina la apertura a lo nuevo, mayor aceptación de las diferencias. Los trabajadores se sienten más libres para crear, opinar, discrepar, lo que en ocasiones impulsa la productividad del trabajo y genera crecimiento.
Estas son solo algunas características, que diferencian la situación laboral con respecto a los trabajadores estatales en la Cuba de hoy. Si bien todos estos rasgos no se aplican a plenitud en todos los negocios privados o cooperativos existentes, es una realidad que un número significativo marca la diferencia a partir de los elementos anteriormente señalados. De modo que demuestran los mejores resultados empresariales, entre otras cosas, por generar mejores condiciones laborales para los trabajadores; condiciones económicas y también humanas, prácticas más acordes (no perfectas, aún) con el respeto a la dignidad de la persona humana. Precisamente uno de los retos más importantes para estas nuevas formas de gestión, es el de lograr mayor conjugación entre objetivos de crecimiento económico y el respeto de la persona, su dignidad y sus derechos, especialmente los económicos, sociales y laborales.
El paradigma de la eficiencia contra dignidad de la persona
Aquí radica el reto para el futuro, no solo en Cuba, también en muchos países del mundo aún no se supera el paradigma de la eficiencia, el cual no es más que poner en primer lugar los valores del beneficio máximo y la mayor eficiencia posible, antes que la dignidad de toda persona humana y su valor intrínseco.
En economía, la eficiencia es un concepto muy controvertido. En ocasiones, para alcanzarla se cae en el grave error de deshumanizar el trabajo, específicamente con acciones dedicadas a alargar jornadas laborales, exigir al máximo a los trabajadores hasta el punto de tratarlos como animales, limitar las relaciones humanas en los centros laborales, recortar salarios, despedir trabajadores, etc. El llamado paradigma de la eficiencia, excluye y descarta alrededor del mundo, cada día a un mayor número de trabajadores honestos, que necesitan de su puesto de trabajo y de su salario para poder sobrevivir. A pesar de que en Cuba lo que -todavía- predomina es la ineficiencia en la mayoría de las empresas estatales, corremos el riesgo de no estar preparados para lo que puede estar por llegar, y que de alguna manera ya estamos viviendo con el incipiente sector privado, de modo particular con algunos negocios privados o cooperativas que no comprenden la importancia de dar primacía a la persona frente al trabajo y a ambos (persona y trabajo) frente al capital.
En ocasiones el criterio que vemos generalizado, especialmente entre empresarios privados, entiende a la eficiencia como un extremo totalmente opuesto a valores como la solidaridad, la caridad, la equidad; lo que lleva a un pragmatismo que atenta no solo contra la propia eficiencia, sino también contra la dignidad de la persona y el carácter humano del trabajo.
La cultura del dar, del compartir, de potenciar las oportunidades de las personas, de promover valores que respeten y promuevan la humanización y dignificación de la persona y de los ambientes laborales, puede llegar a representar un fuerte acicate para estimular la eficiencia. Prueba de lo anterior son cientos de empresas, sumamente eficientes, que operan en el mundo entero bajo el marco de la llamada Economía de Comunión y Economía Social de Mercado.
El reto para empresas privadas y cooperativas, al igual que para las empresas estatales en la Cuba actual plantea que se centren en garantizar que los trabajadores se sientan cómodos y felices, que tengan tiempo suficiente para descansar, para tomar vacaciones, estar con las familias, etc.; que procuren salarios dignos y un sistema de seguridad social que le permita a los trabajadores llevar una vida tranquila y gozar de una elevada calidad de vida. Como resultado de lo anterior, lejos de encontrar caos, acomodamiento, bajos rendimientos, lo que sin lugar a dudas aparecerá es una economía que genera oportunidades e incentivos que permitan elevar los niveles de eficiencia y productividad, factores que contribuyen a que se potencie el crecimiento económico y el desarrollo en sentido general, incluyendo también mejoras en los índices de Desarrollo Humano Integral.
Jorge Ignacio Guillén Martínez (Candelaria, 1993).
Laico católico.
Licenciado en Economía.