Hoy se habla mucho de emprendedores y empresarios. Les contaré una historia verdadera.
Antes de 1959, cuando conocí a este hombre, era un señor de 60 años, de sombrero blanco de ala ancha y pantalones y guayabera de igual color. Era su vestuario para cualquier ocasión. Su posición social era de clase media alta. Éramos vecinos de su finca porque mi abuelo tenía la suya colindante. Ambas familias vivíamos a un kilómetro de un pequeño poblado llamado Cayuco, en el extremo occidental de la provincia de Pinar del Río. Su nombre era Tomás Delgado y era dueño de una fábrica de tabaco torcido que colocaba, en el producto terminado, un anillo con su nombre, a modo de sello de identidad. Los tabacos de Tomás Delgado eran vendidos en su propio poblado y en otros municipios. Cada puro valía cinco centavos y eran iguales en tamaño, aunque no en calidad, a los que hoy valen un peso.
Delgado era además dueño de una ganadería. Su producción era destinada a las carnicerías más cercanas y también a compradores que se interesaban por sus jóvenes crías para reproducción. También era dueño de una vega de tabaco donde se producía capa de exportación y sus sembrados eran tapados con una tela especial para ese fin, que cubría grandes extensiones. Su vega disponía de los medios necesarios para esta producción, como eran dos casas de curado y además laguna, motor, tuberías para el regadío, que servían también para otros cultivos como viandas y granos.
Cada día, algo después de las doce de la noche, se podía ver a Tomás Delgado regresar lentamente del pueblo, a pie, a su casa de campo, acompañado solo de un farol y llevando consigo todo el dinero recaudado en el día en otra de sus propiedades, que era un gran salón en el poblado. Este tenía dos mesas de billar y cuatro mesas para jugar dominó, entretenimiento tan popular en aquellos pueblos y tiempos.
Detrás de un mostrador, Delgado tenía un enorme refrigerador de madera de cuatro puertas del que servía, muy fríos, todo tipo de refrescos embotellados, cervezas y maltas. Sobre el amplio mostrador lucía una limpia vidriera con una buena variedad de dulces y caramelos. Hay que reseñar también que al fondo del local los clientes podían usar un siempre limpio baño público.
Hombres como estos, creadores de riquezas y de empleos para sus coterráneos, son imprescindibles en cualquier sociedad que aspire a un futuro siempre mejor.
Casi olvidado por los años, Delgado continúa siendo hoy un ejemplo de lo que (no con “sentido de pertenencia”, sino con pertenencia real) puede un hombre aportar a su entorno.
Como curiosidad y con un toque de asombro le diré a mis lectores que el señor Tomás Delgado era analfabeto. Solo sabía poner su firma.
¿Cómo mostrar que este hombre era querido y admirado por su pueblo? Pues le diré que fue acompañado hasta su última morada, ataúd en hombros, por una larga caravana de coterráneos a pie y a caballo que se calculó, en aquel tiempo, como de un kilómetro de largo.
Todas aquellas riquezas, producciones y servicios, fueron devorados por el tiempo y el abandono, al extremo de ser hoy irreconocibles los lugares donde existieron cada una de ellas.
Luis Cáceres Piñero (Pinar del Río, 1937).
Pintor.
Reside en Pinar del Río.