En muchos discursos, principalmente de movimientos de izquierda, se critican fuertemente las hegemonías. Pero sería ingenuo pretender circunscribirlas solo a los entornos de derecha o conservadores. Hace mucho que se derribó por tierra que los únicos reaccionarios, retrógrados o ultraconservadores pertenecen al capitalismo. Tampoco las hegemonías se manifiestan únicamente en lo político y lo económico, también funcionan a nivel de la cultura y el pensamiento. Pues bien, en Cuba existe, desde comienzos de los años 60´, la hegemonía del marxismo, en el ámbito educativo en tanto filosofía oficial, y como fundamento ideológico del sistema en lo político, hasta hacerse letra de la misma Constitución de la República.
El marxismo en la docencia define el enfoque de las ciencias sociales, pero obviamente también la manera en que se comprenden las ciencias positivas, toda la estructura del conocimiento, además la perspectiva en que analiza la historia de esa ciencia propiamente dicha. Los títulos universitarios de filosofía, tanto en las carreras pedagógicas como en los de esa ciencia, son de marxismo. También los exámenes para acceder a los grados docentes o científicos, se hacen bajo la misma égida. ¿Tiene sentido que exista una filosofía única en el sistema educativo de un país? ¿Cómo ha sucedido esto?
En la mayor parte del mundo, en los sistemas educativos se enseña simplemente filosofía, con la evolución que ha tenido esa ciencia hasta la actualidad. Ciertamente hay matices, hay momentos en la historia donde ha prevalecido alguna que otra corriente de pensamiento, pero son realidades que surgen dentro de las mismas universidades o ambientes intelectuales. Ningún gobierno apoyó de manera especial a Kant o a Hegel, ni se implementaron leyes preferenciales a favor de ninguna filosofía. La realidad cubana se corresponde con lo sucedido en la extinta URSS y sus satélites de la Europa del Este. Cuba es el único país occidental donde se da ese fenómeno.
En principio, una filosofía solo puede constituirse en oficial en el sistema educativo si esa decisión se toma en una estructura externa y superior a ese sistema, que en el caso de Cuba, fue a instancias del Partido Comunista, a inicios de la Revolución. Pero ocurre que el Partido no es una institución educativa, sino política, y aquí se da el caso absurdo de que una estructura política toma una decisión en una materia que no le compete. Ciertamente la política no está desvinculada de la educación, pero su relación debe ocurrir a otro nivel. Las instituciones políticas están encargadas de lograr que el sistema educativo conste con los recursos necesarios para su correcto funcionamiento, que se den las condiciones y el clima propicio para que el pueblo acceda al derecho a ser educado con calidad y rigor. También deben existir mecanismos legales que impidan que en las aulas se usen como instrumento de corrientes de pensamiento lesivas a la dignidad humana o a la convivencia civilizada. Los discursos y acciones de los políticos tienen hondas consecuencias que afectan lo educativo. Pero que los políticos dictaminen la enseñanza de una filosofía determinada es un sinsentido, de consecuencias muy lamentables para el ambiente educativo y la sociedad en su conjunto.
¿Pudiera ser que el marxismo haya tenido tanto peso en nuestra historia intelectual, académica y política que justifique tal encumbramiento? El Partido Comunista de Cuba, fundado por Carlos Baliño y Julio Antonio Mella en 1925, tuvo su presencia en la vida política republicana, con mayor influencia a finales de los años 20´ y comienzos de los 30´. Como en otras naciones latinoamericanas, se autoproclamaba como la panacea para la clase obrera, y despertaba gran entusiasmo ante lo novedoso. Hubo momentos en que plantearon vías radicales y violentas para llegar al poder, aunque en otras circunstancias, debieron usar los mecanismos democráticos, y hasta tuvieron su representación, al igual que otros partidos de su tiempo, para la elaboración de la Constitución de 1940.
Tampoco en la Universidad de La Habana era desconocida la filosofía marxista, el claustro del centro de altos estudios estaba abierto a lo más moderno de las corrientes filosóficas, por eso incluía también el positivismo, el pragmatismo, la fenomenología, la antropología filosófica o el existencialismo, ningún lugar que privilegiara al marxismo. Además de Marx, también las ideas de Bergson, Heidegger, Nietzsche, Jaspers, Ortega y Gasset, fueron objeto de debate para los filósofos cubanos de la década del 50´ del pasado siglo, y hubo profesores inclinados a las diferentes escuelas de pensamiento. Por tanto, ni en lo político-social, ni en lo académico, el marxismo tuvo un papel preponderante durante la etapa republicana.
Podríamos preguntarnos en qué medida se puede asimilar el marxismo a las tradiciones filosóficas de la Isla (pensemos en el Padre José Agustín Caballero, en el Padre Félix Varela, en José de la Luz y Caballero), si puede explicarse por su proximidad natural a la tradición de pensamiento en la Isla, particularmente en el decisivo siglo XIX. En el libro “Marxismo y Revolución” aparece un interesante testimonio de Aurelio Alonso, uno de los actores implicados en el proceso inicial de instauración del marxismo en los años 60´. Según él, hubo un intento de armonización con los grandes del pensamiento en Cuba, pero nunca se logró un programa que los integrara con la línea de los manuales de marxismo porque, como plantea, “no hay forma de coger una cosa por un lado y otra por el otro y producir esa mezcla”, y amplía: “Qué incrustación de Martí, Varona o Varela tú vas a hacer en Kontanstinov. No hay incrustación posible, eran dos cosas distintas.”[1] Esto demuestra la incongruencia de la filosofía que se estaba importando, con lo más notable y auténtico del pensamiento cubano. Es un reconocimiento de la violencia que para la filosofía en la Isla significó la imposición del marxismo. Por citar un ejemplo, en el libro “Cartas a Elpidio sobre la impiedad, la superstición y el fanatismo y sus relaciones con la sociedad”, el Padre Félix Varela, quien erigió toda su vida, incluido su compromiso político, desde unas concepciones hondamente cristianas, reconocía a la impiedad como uno de los mayores enemigos del género humano, y advierte a los jóvenes cubanos de sus consecuencias para la vida en la sociedad. La impiedad es el sinónimo de ateísmo, y es un hecho notable que ese libro, considerado su mayor legado, no haya sido nunca publicado en Cuba desde 1959. Es una realidad indudable la influencia del Seminario de San Carlos y San Ambrosio para nuestra historia: “Allí, dentro de los muros de San Carlos, nacían los fundamentos de un nuevo patriotismo y, con él, la expresión de un fuerte sentimiento de nacionalidad desligado de de las limitaciones de la alta burguesía esclavista”.[2] ¿Cómo se podría, desde una filosofía materialista, asumir la riqueza de ese legado?
Por otra parte, José Martí, nuestro Héroe Nacional, aprecia la necesidad de la religión para la sociedad: “Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en él alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste le garantice”.[3] Más aún, reconoce la religión como algo constitutivo de la misma naturaleza humana: “El ser religioso está entrañado en el ser humano”[4]. Difícilmente alguien puede atreverse a sostener que Martí se puede armonizar con el materialismo. En realidad no han existido pueblos ateos, pues el ser humano en sí mismo busca relacionarse con la Trascendencia. Martí escribió también cuando la muerte de Marx una palabras donde manifiesta su rechazo a la lucha de clases: “Karl Marx ha muerto. Como se puso del lado de los débiles, merece honor. Pero no hace bien quien señala el daño, y arde en ansias generosas de ponerle remedio, sino el que enseña remedio blando al daño. Espanta la tarea de echar a los hombres sobre los hombres. Indigna el forzoso abestiamiento de unos hombres en provecho de otros. Mas se ha de hallar salida a la indignación, de modo que la bestia cese, sin que se desborde y espante.”[5] Otro tanto sucedió con otros grandes líderes de la lucha independentista, que vivieron públicamente su devoción religiosa.
Las luchas revolucionarias del pasado siglo tampoco estuvieron motivadas por el marxismo, aún cuando el Partido Comunista jugó su papel en las movilizaciones obreras. Es conocido que algunos líderes del movimiento 26 de julio, como el Che Guevara, tenían formación marxista, pero el marxismo estaba lejos de convertirse en una fuerza unificadora de la lucha. En realidad no existía un componente ideológico en esa lucha. Era un movimiento de esencia nacionalista y democrática, por eso apostaban la inmensa mayoría de los rebeldes, o líderes de fuerte inspiración cristiana como José Antonio Echevarría o Frank País. Se trataba de acabar con una dictadura y devolver la nación al cauce democrático, respondiendo a los anhelos de justicia y haciendo valer la Constitución de 1940. Fidel Castro negó en su visita a los EE.UU. a inicios de la revolución su filiación comunista, tal como lo había hecho en la Sierra Maestra en la entrevista a los periodistas de ese país. El marxismo, por tanto, se estableció con posterioridad.
En los primeros años de la naciente Revolución, con la creciente ideologización, se necesitaba de un sustento teórico. El giro de la declaración del carácter socialista convirtió al marxismo en el pensamiento hegemónico dentro del ámbito nacional, se impuso después por una conveniencia política, para legitimar no la Revolución que derribó a Batista, sino a la instauración de un sistema político socialista, producto del acercamiento con la URSS y los países de su égida. Autores como Fernando Martínez en los números 18 y 19 de la revista Temas, afirma que cambió el lugar, la entidad, y la función de la filosofía en Cuba. Y cambió, según él, por una razón extrafilosófica, e incluso extrateorética: hubo una gran revolución. Eso motivó que la filosofía ocupara un lugar central; no la filosofía, sino una de ellas: el marxismo. Por tanto, el marxismo no se generalizó por una evolución del pensamiento en Cuba, fue más bien el resultado de una discontinuidad, de una ruptura, por una motivación política, no intelectual ni académica. Este hecho en sí es muy grave, pues trastorna de manera radical el desarrollo del pensamiento en la Isla a niveles tan profundos que todavía no podemos comprender su alcance.
Un evento que marcó precisamente la presión política sobre el sistema educativo fue lo relacionado con la revista Pensamiento Crítico (1967-1971), que en medio de toda la estrategia oficialista, buscaba un margen más abierto dentro del mismo marxismo, con una mayor posibilidad a debate de sus diversas tendencias y aristas. La revista fue abiertamente atacada por su supuesta heterodoxia, al igual que el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. El Buró Político del PCC dictaminó la clausura de la revista y el cierre del Departamento de Filosofía. Los miembros de este fueron apartados de la docencia y se les prohibió publicar sobre filosofía por tiempo indefinido. También se cerró la carrera de Sociología, surgida a finales de la década de los 60´. Estos hechos signaron de manera puntual la definitiva decantación en Cuba por la filosofía marxista más supuestamente ortodoxa producida por la URSS, frente a variantes más occidentales del marxismo, como la de Gramsci o Althuser, considerados herejes en su tiempo, o el pensamiento latinoamericano.
El marxismo surgió como respuesta a una situación injusta que afectaba al proletariado europeo, aun cuando el reclamo de justicia y su distinción por los más desprotegidos hunde sus raíces en el cristianismo. El marxismo es quien toma del cristianismo su preferencia por los pobres, el deseo de justicia y de una sociedad más fraterna, pero con su amnesia histórica no siempre es capaz de comprenderlo, y hasta termina pervirtiendo esos ideales, nobles en sí mismos, bajo la montaña de errores teóricos y los métodos violentos e injustos que usan para alcanzar sus objetivos. Hasta la misma expresión del “Hombre nuevo” es originariamente paulina, pero luego se ha convertido en una exigencia de todas las ideologías, que tratan de construir un modelo de ser humano a imagen y semejanza de su discurso político, y que siempre ha demostrado ser una caricatura deforme de todo lo que puede llegar a ser la persona humana cuando se abre a la Trascendencia en una relación de amor pleno y libre. El ser humano solo puede renovarse en Aquel en quien radica su origen, el Autor de la vida, tal y como lo refleja la vida de los santos de la Iglesia.
Lo peligroso del marxismo en todo este tiempo no son solo sus limitaciones como filosofía, sino que se haya convertido en una herramienta para una política. Es tan absurda la existencia de una filosofía única en el terreno académico y de pensamiento, como de un partido único que pretenda abarcar toda la riqueza de la diversidad humana en lo social y político. Por supuesto, ambos absurdos en nuestro país van de la mano, se corresponden y complementan, como fue en los países de orientación marxista de Europa y en la extinta URSS. La filosofía marxista contiene en su mismo origen una de sus mayores limitaciones, pues se autodefine como transformadora de la realidad, cuando en su sentido originario la filosofía busca la contemplación de la verdad. Cuando una filosofía se define desde la praxis, deja la misma acción sin fundamento, y se coloca en posición de ser manipulada y utilizada a capricho por los políticos y revolucionarios, tal y como en efecto ha sucedido. Cuba no necesita de una ideología para mantenerse unida como pueblo, las ideologías solo han provocado daño y división en la historia.
El marxismo, heredero de Hegel, ha sido muy conveniente en lo ideológico, pues no se detiene mucho en las personas, ve más bien las estructuras, las clases sociales, las grandes leyes y transformaciones de la historia, por eso su discurso antropológico es pobre y desacertado, y se le hace muy difícil comprender y explicar ciertos derechos humanos, como la libertad de pensamiento y de expresión, o lo que significa la dignidad de la persona humana, temas que fueron siempre conflictivos en la extinta URSS y los países de la Europa del Este bajo su dominio. Tampoco el marxismo asimila con facilidad que el hombre no se debe totalmente al Estado, y que la existencia de este no encarna necesariamente la voluntad popular.
Existe una extraordinaria belleza en el desarrollo de la filosofía, que refleja la búsqueda incesante de respuesta a preguntas fundamentales sobre el origen de la naturaleza, nuestro lugar en medio de ella, quiénes somos o el sentido de nuestra vida. Si logra mostrarse tal cual es en los programas educativos, traería una bocanada de aire puro a la enseñanza de esta ciencia, a las ciencias humanísticas y al pensamiento en general. La más elevada de las ciencias humanas que dependen solo de la razón, precisa recuperar el espacio preponderante que justamente merece en el ámbito académico e intelectual. En fin, Cuba necesita cambiar también en sus concepciones filosóficas, para transformar la sociedad. Es tiempo del ocaso de la hegemonía del marxismo, y del amanecer de la filosofía en Cuba.
Jorge Adalberto Núñez Hernández (Pinar del Río, 1976).
Licenciado en Microbiología en la Universidad de La Habana.
Trabaja en el Instituto de investigación ECOVIDA del CITMA en Pinar del Río.