Por Susana Vázquez Vidal
Duele ver caer las piedras de un muro que se desploma sin ser percibido. El silencio ahoga los gritos, nadie habla. Olvidada está la semilla, nadie ve que puede existir un nuevo comienzo. Solo los “locos” sienten la pena de ahogar cada sílaba en un mundo que los cuerdos no saben comprender.
Por Susana Vázquez Vidal
Duele ver caer las piedras de un muro que se desploma sin ser percibido. El silencio ahoga los gritos, nadie habla. Olvidada está la semilla, nadie ve que puede existir un nuevo comienzo. Solo los “locos” sienten la pena de ahogar cada sílaba en un mundo que los cuerdos no saben comprender.
La pared de las palabras nos devela un mundo de dolor, resignación y coerción de ideas. La trama nos conecta con una institución psiquiátrica y el sufrimiento de una familia frente a la locura de Luis y el penar de Elena. Pero lo que proyecta la obra no es simplemente el profundo mundo de la locura y el penar que pulula en el ambiente; en cada escena está también esa vida que vivimos diariamente de incomprensiones y silencios… sobre todo de silencios.
Fernando Pérez no solo trata de mostrar un espacio desgarrador, sino lo que se esconde detrás de los gritos ahogados. Cada uno de nosotros puede ser un loco encerrado entre las paredes de un psiquiátrico porque permanecemos enclaustrados en anhelos que nunca llegan. Nadie escucha lo que dice un “demente”, por eso es preferible callar. Pero al tragar las ideas estamos llevando la libertad a su cadalso.
El mar, que observa el silencio, absorbe las historias, las pesca para dejarlas atrapadas. Cuba está en cada una de las metáforas del director; en cada plano de los edificios de La Habana que caen a pedazos y de las columnas que se mantienen firmes, pero con resquebrajaduras que no podrán soportar durante un largo tiempo.
Ante los ojos de cada personaje (que puede ser cualquier cubano), está la posibilidad de cambiar la situación, pero todos prefieren callar mientras duelen las piedras que del piso Laura de la Uz recoge y sostiene en las manos para mostrarlas a aquellos que pasan. Pero nadie ve las piedras, tan solo observan a una “loca” gritando.
Cuando alguien en Cuba habla de democracia o libertad de expresión es un “loco” por negar lo obvio. Las palabras chocan contra una pared sin oídos ni ojos, pero con una boca llena de discursos vacíos, encerrado en los límites de su propio fracaso.
La pared de las palabras contiene en su interior un gran poema visual que presenta a la nación como centro. Al final, en la superficie del mar aparecen los anzuelos para pescar los pensamientos que permanecen atrapados en la garganta de cada persona, o tal vez, las historias de anhelos y frustraciones que son contadas en susurros. Las palabras no pueden atravesar el muro de los silencios. Alguien mató poco a poco la posibilidad de gritar y de hacer algo con las piedras y semillas diseminadas por la Isla.
Susana Vázquez Vidal (Camagüey, 1989).
Periodista y fotógrafa.