Por José A. Quintana de la Cruz
Que es fea y sucia es el criterio más generalizado que tienen los pinareños acerca de su ciudad capital. Quizás algunos, con más razón, digan que está abandonada. Es posible que el añejo calificativo de cenicienta, o mejor, las causas que dieron lugar al mismo, hayan generado un empobrecimiento de la autoestima y hasta la creación de un complejo de inferioridad social, si esto puede ser posible. Pero no es fea, aunque lo de sucia y abandonada nadie lo puede negar.
Por José A. Quintana de la Cruz
A Wilfredo Denie Valdés
Que es fea y sucia es el criterio más generalizado que tienen los pinareños acerca de su ciudad capital. Quizás algunos, con más razón, digan que está abandonada. Es posible que el añejo calificativo de cenicienta, o mejor, las causas que dieron lugar al mismo, hayan generado un empobrecimiento de la autoestima y hasta la creación de un complejo de inferioridad social, si esto puede ser posible. Pero no es fea, aunque lo de sucia y abandonada nadie lo puede negar.
La ciudad de Pinar del Río se torna bella en las albas y los ocasos. Un día domingo, a esas horas primeras y últimas del día, las luces y las sombras de las rectas calles Martí, Máximo Gómez y Maceo, miradas desde el Parque de la Independencia o desde la avenida de Cabada, regalan una vista capaz de conmover a la más rígida sensibilidad.
La ciudad posee edificios representativos del Art Deco, Art Nouveau y de elegante influencia helénica. Posee cuatro parques de encantos específicos e interesantes historias no escritas o, por lo menos, no publicadas o socializadas. Y tiene cientos de casas con columnas de los géneros clásicos griegos.
El ciudadano común que desanda todos los días las calles de Pinar del Río mira las fachadas de las casas y no ve el arte griego porque carece de información cultural o porque el apremio de los intereses de la subsistencia se lo impide. Los griegos antiguos no hicieron expediciones al Caribe. Nuestros antepasados españoles, africanos y chinos pudieron haber traído reminiscentes y aisladas influencias de la arquitectura helénica, pero no fue hasta el siglo XX, en su primera mitad, que las columnas griegas invadieron los portales de la ciudad.
Columnas dóricas, jónicas, corintias y mixtas adornan las fachadas de viviendas, iglesias y edificios públicos. Centenares de casas exhiben el arte arquitectural griego en sus portales. La antigua casa de socorros y el edificio del otrora Banco Trust Company son elegantes exponentes de ello. La Catedral y la iglesia de la Caridad, tienen la influencia griega como componente de su eclecticismo arquitectónico.
No hay columnas hindúes, persas, egipcias, góticas o barrocas. Solamente una vivienda tiene columnas que se acercan al estilo toscano y otra que trata de imitar el salomónico. A pesar del trasiego cultural de Cuba con el mundo, solo la arquitectura griega implantó su hegemonía en el arte columnar de Pinar del Río. La calle Vélez Caviedes, desde el hotel Italia hasta la calle Sol, tiene 117 casas con columnas de estilos clásicos helenos. La calle Maceo, desde la antigua cárcel hasta la Calzada a La Coloma tiene 90. Casi todas las calles de la ciudad exhiben esta influencia numerosa.
Hay ejemplos de columnas de los estilos dórico, jónico y corintio puros, pero es el estilo mixto el que prepondera. En los capiteles se mezclan motivos jónicos y corintios. La pesada macicez del fuste dórico aparece, en ocasiones, coronado con capiteles de otros estilos. En diversas ocasiones el austero capitel dórico es sostenido por un fuste asentado sobre una base que lo separa del suelo. En algunos frisos, modificados triglifos los recorren de lado a lado sin lugar para las metopas. Obviamente, la fantasía creativa de los arquitectos y maestros de obra locales ha modificado y enriquecido el arte columnar en Pinar del Río, aunque no siempre para bien.
Los griegos sentían gran orgullo por la majestuosidad y belleza de sus ciudades, las cuales ostentaban monumentales templos, teatros, stadiums, fuentes y estatuas. Les era más caro el boato y esplendor de sus polis que la magnificencia de sus hogares. Tenían una cultura cívica, urbanística, que pocos transgredían y no sin castigo. Pero esa influencia cultural no la recibió Pinar del Río junto con las columnas. El pinareño, como muchos cubanos, cuida más su casa que su ciudad. Hace el baño y la cocina con la más cara cerámica ofertada en las tiendas por divisas, siempre que puede hacerlo, claro. Enreja la casa con estilo, no siempre. Y trata de amueblar y decorar con el mejor buen gusto que le es posible. Pero las calles están llenas de heces de animales y personas; hay muladares en las esquinas, charcos de aguas negras, salideros y tupiciones. En los portales de céntricas tiendas abunda la goma de mascar ennegrecida adosada a los pisos, y en las columnas y paredes, carteles propagandísticos engomados y hechos ripios. Desaparece la madera y el granito de los bancos de los parques así como las tapas de hierro de hidrantes y tragantes. Cualquiera pica una calle y nadie la asfalta de nuevo. Un hotel Art Nouveau puede permanecer en ruinas provisionales por décadas. Y mucho más.
La influencia griega en la arquitectura pinareña es objetiva. Si no la ve, recuerde a Hilarión Cabrisas, el poeta de La Lágrima Infinita, “esa que para verla hay que tener alma”… Sembremos en el alma de nuestros niños y jóvenes el amor a la cultura, a la ciudad y a la patria, y veremos, a través de las columnas griegas, un tesoro de conocimientos y sabias costumbres que son el fundamento de nuestra civilización.
José A. Quintana de la Cruz
Economista jubilado.
Médico Veterinario.
Reside en Pinar del Río.