Por Silvia Llanes
Sinecio Cuétara presenta una ciudad marginada que se dibuja como los sueños, una ciudad coloreada atravesada por el aire que la envuelve, una ciudad que se fragmenta, se descompone y recompone en fachadas como tarjetas de presentación de la misma.
Por Silvia Llanes Torres
Sinecio Cuétara presenta una ciudad marginada que se dibuja como los sueños, una ciudad coloreada atravesada por el aire que la envuelve, una ciudad que se fragmenta, se descompone y recompone en fachadas como tarjetas de presentación de la misma.
Fraccionada y abierta a los ojos que quiera escudriñarla, se presenta como paisaje social, resultado de la observación de sus moradores y de atenta mirada del propio artista. ¿Pero qué mirada es la que enfrenta esta ciudad? ¿La del habitante de la zona de Marianao o la del artista que recorre diariamente el camino de la Habana Vieja? Sinecio ha recorrido el país casi en su totalidad, conoce las ciudades, los pueblos, los caseríos aparentemente insignificantes; mezcla el paisaje citadino de su Pinar del Río natal con las zonas urbanas de Santiago, La Habana, Matanzas y otras tantas, y compone su propia ciudad a través de fachadas llenas de belleza y poesía.
La ciudad, sus edificios y muros son una visión que ha sido y está siendo usada entre los pintores cubanos con recurrencia, tiene antecedentes interesantes en la obra de Luis Reina Benegas y la vista de derrumbes, andamios, muros penetrados y las vistas del mar a través de los muros. En los últimos años las expresiones son diversas incluyendo las versiones abstractas y hasta matéricas como las que se observan en las pinturas de Mena, Vinardel o Santos.
Desde Portocarrero y Amelia Peláez, incluyendo las visiones de artistas como Víctor Manuel o Mirta Cerra, la ciudad de La Habana y los elementos que componen su arquitectura y su idiosincrasia, se expresan constantemente y permanecen como protagonistas dentro de los temas fundamentales de los pintores cubanos.
En la obra de Sinecio Cuétara, la transparencia, el sentido del espacio seccionado, dividido por la luz, el color, la mancha o la materia, es el resultado de una peculiar visión de una ciudad que se desmorona y luego se recompone de mil formas posibles.
Sus fachadas son como encajes de colores brillantes que enseñan el hilado de unas construcciones que sin ubicarse especialmente en un paisaje claramente identificado, aluden a La Habana como lugar de referencia.
Son portadas exhibicionistas, explosivas de color, trazadas para llamar la atención sobre el espacio al que se hace mención.
Sinecio Cuétara es un escultor y además un paisajista. Otras inquietudes temáticas, que incluso le han llevado a incursionar en una pintura casi abstracta, han formado su lenguaje como pintor, donde el espacio y el dominio de una paleta rica y gustosa son elementos importantes. Su formación como escultor lo dota de una especial capacidad para observar el espacio y traducirlo en la pintura, y su trabajo con paisajistas lo ha ido pertrechando de detalles, esquinas, elementos de decoración donde se vislumbran rejas, vitrales, arcadas, columnatas, maderas talladas, muros deshaciéndose como hilados, y detrás de todo esto, el mar, que tuvo otros momentos de recurrencia en su obra.
Las fachadas han sido pintadas, no con un sentido heroico ni con una visión definitiva de la destrucción o pérdida que usan otros artistas al recurrir al temor, sino con una visión ornamentalista, casi festiva, que salva la ciudad de la destrucción y la introduce en la posibilidad de ser continuamente soñada.
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Silvia Llanes Torres.
Curadora y crítica de arte.
Trabaja en Casa de las Américas.