Por Henry Constantín
Lo más estridente de la exposición homenaje a Servando Cabrera Moreno no fueron los múltiples genitales masculinos que su casa-museo del Vedado exhibió. Ya eso, en la Cuba de hoy, no desconcierta tanto como veinte años atrás.
Por Henry Constantín Ferreiro
Lo más estridente de la exposición homenaje a Servando Cabrera Moreno no fueron los múltiples genitales masculinos que su casa-museo del Vedado exhibió. Ya eso, en la Cuba de hoy, no desconcierta tanto como veinte años atrás. Lo ruidoso fue escuchar hablar del pintor, y de los problemas que le causaron innombrados personajes oficiales en las etapas más recalcitrantemente machistas del último medio siglo.
Porque el pomposo carro fúnebre dedicado por las autoridades de la cultura cubana a los muertos ilustres que antes ignoraron o persiguieron, me choca más que toda la exhibición genital del universo. Que centenares de cubanos brillantes en la cultura, el deporte, la empresa económica, la ciencia o la política hayan sufrido -o sufran hoy- penalidades diversas, desde la simple indiferencia pública -la peor de las torturas para un creador- hasta la prisión, y que luego, en medio de esta perestroika nuestra a paso de tortuga y cangrejo, los que administran todavía la palabra oficial comiencen a hablarnos bien de esas víctimas y de cuánto sufrieron injustamente, sin pararse a pensar en que ellos entonces no alzaron la voz, o que hoy mismo hay otros creadores igual de apabullados por la miseria, la censura o la prisión -Ángel Santiesteban- y ellos, los que se conduelen por lo pasado, no la alzan ahora.
Con las glorias incómodas, una vez muertas o cuando se las necesita reciclar, está pasando en Cuba lo mismo que en ese genial minicuento del guatemalteco Augusto Monterroso, “La oveja negra”:
En un lejano país existió hace muchos años una oveja negra.
Fue fusilada.
Un siglo después, el rebaño arrepentido le levantó una estatua ecuestre que quedó muy bien en el parque.
Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura.
Claro, con la excepción de que aquí ahora no hay fusilamientos.
Pero además, ¿dónde está el más importante acto simbólico de arrepentimiento que conocemos los seres humanos, que es pedir perdón por lo mal hecho? Ninguna persona oficial ha ofrecido disculpas por las muchas agresiones humanas que, tácita o verbalmente, ya ellos mismos admiten como errores. Hubo un año para Virgilio Piñera, un libro sobre Cabrera Infante, un documental para Mañach, muchos debates sobre el Quinquenio-Decenio-Mediosiglo Gris, pero ninguno de los que reconocieron errores, dijo “Pido perdón”. Parece como si todos fuéramos culpables, o los responsables ya hubieran muerto. Nada de eso es verdad.
Y el problema no está en amarrarse a esas historias para bombardear al actual gobierno, que por suerte ya ha rectificado y está en camino de rectificar más, en medio de una Nación que ha dado muestras de estar dispuesta, en su mayoría, a perdonar y a dejar atrás el pasado. El problema es que -como mismo sucedió con Lezama, Piñera, Mañach, Sarduy, Cabrera Infante y un infinito etcétera de cubanos- aún se cometen esos mismos errores de censura o indiferencia o represión con otras muchas personas de obra valiosa para el país. La mordaza oficial todavía existe e impide que los méritos de muchos cubanos ilustres se conozcan bien en la Isla.
Todavía el enemigo vivo sigue siendo considerado enemigo prohibido, más allá de su importancia para la gente, y al supuesto enemigo se le niega todo, según la sicología de quienes aún dirigen la cultura cubana. Y enemigo, para los censores de hoy, es quien dice en público que no está de acuerdo, aunque en la época gris de Servando Cabrera incluía también al que no reuniera todas las condiciones, incluida la heterosexualidad.
Dos fuerzas convergen en la mayoría de las obras de Servando Cabrera: la política y el eros. Sean juveniles rostros, genitales de varón o abultados senos, quien conozca los vaivenes de la relación cultura-política en la Isla puede adivinar en cada cuadro qué fuerza estaba presente o ausente en ese momento, qué parte de Servando lo impulsaba a pintar: como mismo piensa el escritor y crítico de arte Rafael Almanza, me son sospechosos de insinceridad los rostros guerrilleros y campesinos, y las muchachas de fino perfil -los que prefiero, de sus cuadros- que Servando pintó, casualmente en la década más gris, atrincherada y heterosexual, la de los setentas, cuando todo lo contrario era casi delito.
Es una ironía: de lo poco que conozco de Servando me quedo con esos mismos rostros femeninos, pintados por él, quizás bajo el temor sutil a un entorno que miraba con muy muy mala cara el homosexualismo y el arte sin propaganda política. Irónicamente, ahora su casa vacía de él, recibe los homenajes. Irónicamente, a la cultura cubana le quedan, en la Isla y fuera de ella, montones de cubanos valiosos pero con espíritu de oveja negra, mientras nosotros, como ovejas normales, esperando a que se mueran y alguien nos autorice a reconocerlos aquí dentro. Lo peor es eso: que esperemos, como ovejas normales.
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Henry Constantín Ferreiro (Camagüey, 1984).
Periodista, escritor y fotógrafo. Expulsado de los estudios de Periodismo en dos ocasiones, ambas por problemas políticos.
Único representante de Cuba en el II Concurso Hispanoamericano de Ortografía Bogotá 2001.
Graduado del Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia. Textos suyos han sido publicados en medios de prensa cubanos, incluso oficiales.
Hace el weblog Reportes de viaje (www.vocescubanas.comReportes de viaje).
Dirige la revista La Rosa Blanca.
Reside en Camagüey.