Por Dagoberto Valdés
Ante el retrato que la reconocida artista Alicia de la Campa hizo a Carmen Vallejo, vienen a mi mente el enigma y la grandeza del espíritu humano. La artista logra casi atrapar lo inmarcesible de la entrega generosa de una mujer que, junto a Rey, su esposo, ha dedicado ya más de dos décadas de su vida a dar amor al servicio de los niños y niñas con cáncer.
Por Dagoberto Valdés Hernández
Ante el retrato que la reconocida artista Alicia de la Campa hizo a Carmen Vallejo, vienen a mi mente el enigma y la grandeza del espíritu humano. La artista logra casi atrapar lo inmarcesible de la entrega generosa de una mujer que, junto a Rey, su esposo, ha dedicado ya más de dos décadas de su vida a dar amor al servicio de los niños y niñas con cáncer.
Será por eso que, en primerísimo plano, descansa sobre un libro de la Akhmatova, su intrépida y sufrida poetisa preferida, una delicada y extendida mano que se da con paz y sin reservas. La luz descansa, sin sobresalto, en la mano de la caridad y en la frente de la dignidad nunca empeñada.
Pareciera que rebrota de la mano dadivosa un jarrón, traslúcido como su obra, que sostiene las flores que se gestan en el que consagra su vida al servicio de los más pequeños, en el nombre de Jesús. No faltan, entre la transparencia de los dedos y del cristal, los pétalos ya caídos y marchitos del sufrimiento que se desgaja en todo proyecto de auténtico amor. “El dolor llama al amor” -dijo el Beato Juan Pablo II. Las vidas de Carmen Vallejo, Rey Febles y sus niños con cáncer proclaman al mundo que el amor se desflora, lentamente, en el dolor de la incomprensión y la ingratitud. Por cierto, son pocos los pétalos junto al jarrón luminoso.
Uno puede imaginar que el negro y elegante vestido se rasga en una letra de victoria para mostrar, en medio del pecho límpido, la cruz del Cristo Resucitado. Por ella nada queda marchito para siempre, nada es estéril ni seco. La leve sonrisa transida de tristeza y la humanísima confrontación del entrecejo y la luz cenital de la amplia frente, derraman sobre los vivaces ojos solícitos, el misterio pascual de la que sabe que el “que se mete a redentor sale crucificado”…pero, también y para siempre, sale resucitado.
La Carmen que Alicia fijó frente a los años por venir no tiene apuros, ni angustias, ni sobresaltos. Pero de su interior brotan: la urgencia de la necesidad del que padece, la preocupación por el que necesita una o dos manos samaritanas y la diligencia sosegada del que sabe que la vida es corta para el amor y fugaz para la entrega.
Así es el arte, elocuente y polisémico, al subir la mirada que no logra separarse del embrujo pictórico, alrededor y por detrás de la hirsuta melena de la maternal defensora de los niños de Jesús, aparece un ambiente azul profundo, como el cielo de los frescos de Miguel Ángel. Y, ¡oh misterio de la vida! allí, trascendiendo, titilando, idos y aparecidos, felices y cercanos para siempre, como corona y escudo, aparecen unos puntos luminosos y diminutos en los que no podemos dejar de ver la agradecida y rediviva sonrisa de los tiernos niños de Carmen y Rey.
¡Gracias a Carmen y a Alicia! ¡Gracias a Rey y al Dios de la Vida!
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Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955)
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004,
“Tolerancia Plus” 2007 y A la perseverancia “Nuestra Voz 2011”.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.