Por Padre Alberto García Sánchez
Navegando por el lenguaje: “José es una persona muy culta”. “Carlitos es un muchacho muy educado”. ¿Qué queremos decir con la primera frase? Probablemente nos referimos al nivel de preparación académica de José o a la cantidad y calidad de sus conocimientos. Cultura y capacidad intelectual bien aprovechada serían equivalentes.
Por Padre Alberto García Sánchez
Navegando por el lenguaje: “José es una persona muy culta”. “Carlitos es un muchacho muy educado”. ¿Qué queremos decir con la primera frase? Probablemente nos referimos al nivel de preparación académica de José o a la cantidad y calidad de sus conocimientos. Cultura y capacidad intelectual bien aprovechada serían equivalentes.
¿Y la segunda? Reconocemos a Carlitos como una persona de buenos modales, correcto en sus expresiones. Buena educación sería lo mismo que una conducta social apropiada.
En este pequeño ensayo, quiero usar las palabras “cultura” y “educación” en un sentido un poco diferente al del uso ordinario.
Si entendemos por cultura principal o exclusivamente “caudal de conocimientos”, solamente serían cultas las personas que han estudiado por lo menos a nivel de bachillerato.
Vamos a usar la palabra cultura en un sentido más amplio. Entendemos por “cultura” el conjunto de ideas, visiones de la vida, valores, instituciones, modos de hacer las cosas y de entender la realidad que son propias de una persona o grupo de personas.
En este sentido, tanto es cultura el conocimiento de la geografía o de la historia como el arte de preparar un buen ajiaco. El catedrático que imparte clases en la universidad es una persona culta en el sentido académico. Esa cultura le permite manejar documentos y textos y comunicar sus conocimientos a sus alumnos. El ama de casa que prepara la comida de su familia es una persona culta. Su cultura le permite combinar los ingredientes de un buen plato y comunicar a su familia una experiencia agradable.
En este sentido más amplio, podemos decir que no hay ninguna persona que sea “inculta”. Por esa misma razón, no podemos hablar de “la” cultura cubana como si fuera una única realidad compartida por todas las personas que tenemos una misma referencia geográfica o histórica. En esta tierra nuestra hay tantas “culturas” como hay personas.
Esto no significa que no haya muchos elementos comunes entre esas culturas individuales. Por eso no es incorrecto hablar de una “cultura cubana”. Hay una serie de rasgos que hemos adquirido al compartir un mismo suelo y una misma historia. Dentro de esa “cultura cubana” encontraremos diferencias regionales, diferencias generacionales, diferencias raciales, etc. Al acercarnos a las personas concretas, iremos descubriendo en el diálogo y en la convivencia sus rasgos culturales propios y aquellos que son más comunes.
¿En qué sentido usamos la palabra “educación”? Educación es el conjunto de procesos que nos ayudan a apropiarnos de nuestra cultura. Los procesos educativos pueden ser más o menos formales, más o menos intencionales, más o menos conscientes. De alguna manera el elemento “comunitario” estará presente en la educación. Al relacionarnos con las demás personas, en todos los ambientes en los que nos movemos (familia, vecindario, escuela, centros laborales, etc.), expresamos nuestras culturas. Afectamos y somos afectados por las diversas culturas encarnadas en las personas que tratamos.
En este sentido más amplio, todas las personas somos “educadoras”. Y también somos “educandos” y “educandas”.
Como pueblo, necesitamos tomar muy en cuenta estos principios básicos y elementales de la cultura y de la educación. A la hora de formular un proyecto educativo, nos hace falta desarrollar una actitud de profundo respeto a las personas que queremos acompañar en sus procesos de aprendizaje y crecimiento.
La palabra “acompañar” es clave. “Educar” es una actividad que no se agota en la acción de “enseñar”. Una máquina puede enseñar. Solamente una persona puede educar porque la educación es un proceso de acompañamiento. Los libros y las máquinas no acompañan. Las personas podemos hacer camino unos con otros.
Es bueno recordar que en un salón de clases, no enseñamos geografía ni matemáticas ni lengua española: acompañamos personas. Para que ese acompañamiento sea fecundo, necesitamos entrar en el mundo cultural de las personas acompañadas. Entender su lenguaje que es mucho más que comprender el idioma que hablan. Sintonizar con su mundo de percepciones y valores. Antes de transmitir “respuestas” necesitamos saber cuáles son las “preguntas” que traen nuestros educandos.
Un elemento esencial del mundo cultural de las personas que acompañamos lo constituyen sus sueños, sus deseos, sus utopías. Cuando hablamos de una crisis en el mundo de la cultura y de la educación, probablemente el elemento más crítico es la quiebra de los sueños.
Revitalizar nuestros sueños y nuestros ideales es una tarea que nos compromete a todos. No es un proyecto exclusivo ni de gobiernos ni de escuelas ni de iglesias.
Necesitamos alimentar una cultura de la esperanza y para eso nos hace falta educar en y para la esperanza. La esperanza es una apuesta a favor de todo lo que todavía espera nacer en nuestra cultura.
Alberto García Sánchez (La Habana, 1943).
Ingresó a la Compañía de Jesús (PP. Jesuitas) en 1961.
Hizo sus estudios para el sacerdocio en Venezuela y en Estados Unidos y fue ordenado sacerdote en 1972.
Trabajó en República Dominicana desde 1979 hasta el 2001 y regresó a Cuba en noviembre del 2001.
Fue párroco en la Iglesia de Reina y se desempeñó como director de la hojita de Vida Cristiana desde el 2004 hasta el 2015.
Actualmente trabaja en el Colegio de Belén de los PP Jesuitas en Miami.