Por Pedro Campos
Los cubanos enfrentamos más divisiones que celdas una colmena, lo que solo beneficia a quienes no quieren cambiar nada de lo que debe ser cambiado.
Por Pedro Campos
Los cubanos enfrentamos más divisiones que celdas una colmena, lo que solo beneficia a quienes no quieren cambiar nada de lo que debe ser cambiado.
Por diferentes razones casi todos los cubanos sentimos que de alguna forma nuestros derechos son irrespetados por los poderes, estén establecidos o sean fácticos, sean coyunturales, casuales, nacionales o internacionales. Nos sentimos discriminados, excluidos, sometidos a algún tipo de segregación.
Si dentro del país no hay respeto para los derechos civiles y políticos más elementales de los cubanos, fuera de Cuba nuestro pasaporte es visto con desconfianza, en todas partes creen que queremos usar su territorio como trampolín para irnos a EE.UU. y nuestros consulados no están para ayudarnos a resolver nuestros problemas en el país por donde pasemos, sino para ver cuánto pueden sacarnos por los trámites que necesitamos.
Sentimos discriminación porque seamos niños, jóvenes o viejos; hayamos nacido o vivamos en una región u otra del país; pertenezcamos a cualquier género y tengamos cualquier orientación sexual; tengamos cualquier color de piel o pensemos políticamente diferente, de alguna manera somos discriminados, excluidos, despreciados todos por otros.
Así los habaneros se mofan de los pinareños y quieren lejos a los “palestinos”. En la “alta” cultura algunos se abochornan por expresiones de la cultura popular y las jerarquías de las religiones tiran cada una para su lado sin un camino de encuentro.
También, sea porque seamos asalariados o dueños de negocios; trabajadores manuales o intelectuales; estemos dentro o fuera del país; tengamos este o aquel nivel de vida o educación; seamos civiles o militares; hayamos sido combatientes o prestado servicios internacionalistas o no; tengamos o no limitaciones físicas; trabajemos en la burocracia, en la producción, los servicios o seamos pensionados; estemos en la calle o en alguna prisión y otras divisiones sociales.
Por ser una o la otra cosa, se reciben expresiones de desprecio y exclusión. Este se fue y perdió legal, mas cual es un “arrastra´o, aquel es un maceta, pídele el calné al niche ese, aquel otro es comunista, chivatiente, este es gusano, el de al lado es bandido, perencejo es un vividor de la alta burocracia, este el de la esquina es blandito, a Juanita le gusta el huevo batido y aquel chama se peina raro…” y así por el estilo van las descalificaciones.
El otro día en un lugar a donde fui a solicitar un servicio, un joven empleado se fijó en una agenda que yo había acabado de comprar. Martí estaba en la portada y en la contraportada, con mi vista sin espejuelos, yo había identificado una bandera cubana. Pero el muchacho se fijó mejor que yo y vio el logotipo difuso del PCC. Entonces me dijo despectivamente con ánimo excluyente, ¿y qué, viejito, todavía eres comunista?
Hay discriminaciones muy evidentes y otras menos tangibles, pero no menos vergonzosas, como las violaciones flagrantes, masivas y sistemáticas de los derechos ciudadanos reconocidos en todas las Repúblicas, como el de la libre expresión y asociación, el derecho a elegir y ser elegido a cualquier cargo público, en procesos plenamente libres y democráticos.
La gente se pregunta porqué no podemos tener un sistema electoral y un modelo político democrático como Venezuela, Ecuador, Bolivia, Nicaragua o cualquier otro país de América.
Respetar esos derechos universales nada material costaría al gobierno-partido, pero en cambio sí podrían proporcionarle enormes beneficios económicos y políticos, aunque se haga evidente que ya no tiene aquella abrumadora mayoría y para ganar elecciones tenga que modificar políticas y aliarse a otras fuerzas.
También se violan otros derechos fundamentales, que no soportan el más mínimo análisis de costo-beneficio para el poder que dice ya haberse convencido que debe abandonar su papel de administrador empresarial, pero sigue administrando la cadena de mercados en CUC, la producción de alta tecnología médica, las comunicaciones, todas las instalaciones turísticas, la empresa estatal de contratación de fuerza de trabajo para la economía emergente y vendiendo internacionalmente, como empresario nacional-estatal, servicios médicos y profesionales, etc.
Me refiero especialmente al derecho al trabajado libre, a trabajar de la forma en que lo desee cada uno, al derecho a trabajar por cuenta propia a cientos de miles de profesionales y al derecho de todos los cubanos a formar asociaciones de productores libres, a contratar de la forma en que cada uno lo estime conveniente y a realizar actividades económicas y de comercio sin absurdas regulaciones.
Igual, los partidarios internos de trasformaciones democráticas están dispersos, vivan dentro o fuera de Cuba están divididos en cuanto a los métodos a seguir. En la amplia, pero dispersa, izquierda democrática luchamos por un amplio movimiento capaz de articular una propuesta común. Dentro de las estructuras burocráticas tampoco hay concertación entre quienes más defienden la liberación de las fuerzas productivas con una profundización consecuente de la “actualización”, dejando así, amplio espacio a las fuerzas más conservadoras.
Por sus posiciones respecto al gobierno hay divisiones en los grupos LGTBI; entre los luchadores contra la discriminación racial y entre los partidarios de una nueva Constitución. Tener en cuenta la del 40, correcto. No olvidar la del 76, correcto. En definitiva hacer una nueva en base a los que considere la mayoría, es lo que debería primar, sin excluir ninguna de nuestras experiencias constitucionalistas.
En la nación se acentúa la división social en segmentos más/menos acomodados y otros más/menos pobres; el acceso a Internet ha quedado para la casta gobernante, los “pudientes” y para algunos opositores con posibilidades.
Cada día es más evidente la división principal de la sociedad cubana entre dos polos: uno estatal explotador y otro de todos los explotados, asalariados y demás trabajadores cuentapropistas, cooperativistas, pequeños capitalistas, vía impuestos, bajos salarios o su embargo por el Estado (los misioneros), los precios de monopolio y la doble moneda.
Y, consecuentemente, sufrimos la división política que genera el gobierno-Estado-partido dueño y administrador y su auto-identificación con la “revolución y el socialismo”, que considera “contrarrevolucionario, enemigo o agente del imperialismo” a todo el que no se identifica con él: una parte considerable de la población: ¡quién sabe cuánta!
El partido-gobierno ignora a la izquierda democrática y a todo lo expuesto por la oposición tradicional. En esta, una extrema excluye a la izquierda democrática y pide la rendición del gobierno. En la Izquierda también tenemos los que excluyen a unos u otros.
Nada, que los cubanos enfrentamos más divisiones que celdas una colmena. División que solo beneficia a quienes no quieren cambiar nada de lo que debe ser cambiado y actúan para estimularlas, como vimos en Panamá.
Precisamente por todas esas divisiones, los cubanos tropezamos con tantas dificultades para luchar por nuestros derechos y los únicos beneficiarios son los interesados en mantener el status quo.
En la base de tantas divisiones sociales, por excluir el autogobierno popular, la autonomía local y la autogestión empresarial e individual, está sentado, por derecho propio, el modelo estatalista de “socialismo”, que al mantener la explotación asalariada pero para el Estado, reproduce consecuentemente la división social del trabajo, la división en clases explotadoras y explotadas, la concentración del poder económico y del poder político y todas sus secuelas discriminatorias, sectarias y excluyentes que han llevado a los hijos de esta Isla a sentir menos amor por ella, porque cuanto Usted no se siente dueño de nada, el desarraigo y el cosmopolitismo es la consecuencia.
Acabar con esas divisiones es una necesidad de casi todos los cubanos. Del grupo de partidarios de la llamada “actualización” interesados verdaderamente en desestatizar la economía y hacerla avanzar para todos, de diversos posicionamientos en la oposición tradicional y de la amplia izquierda democrática. Respecto a la democratización de la política y la economía, para todos esos sectores, salvo para el pequeño grupito de obsesionados contra el inevitable cambio, no cabe aquello de lo que a ti te conviene a mí no, o viceversa.
Lograrlo, solo parece posible con la superación definitiva del entuerto estalinista que se nos ha impuesto en nombre del socialismo, cuyo fracaso lo saben el pipisigallo y hasta la misma llamada “dirección histórica”. Fidel dijo digo donde dijo Diego, pero lo dijo: “este modelo no sirve ni para nosotros mismos”.
Por eso, todos los discriminados por alguna razón, todo los interesados en salir del estancado modelo estatalista, deberíamos subordinar los intereses y estrategias particulares a la concertación de nuestras posiciones y acciones para favorecer un proceso de democratización de la vida política del país que pueda garantizar todos los derechos de todos los cubanos.
Pedro Campos Santos (Holguín, 1949).
Licenciado en Historia en la Universidad de La Habana.
Exdiplomático. Investigador en el CESEU, Centro de Estudios sobre EE.UU. de la Universidad de La Habana.
Actualmente es jubilado.
Reside en La Habana.
Fue Premio de Ensayo 2012 de la revista Espacio Laical.
Edita el boletín digital SPD, Socialismo Participativo y Democrático.