Editorial 21: Libertad y fraternidad para Cuba

“La democracia griega había conquistado para el ciudadano
el derecho a participar en la vida pública.
La democracia moderna invierte la relación:
El Estado pierde el derecho de intervenir en la vida privada de los ciudadanos.”
Octavio Paz

Cambiar para no cambiar nada de la esencia. Este pudiera ser el diagnóstico de lo que está sucediendo en Cuba. Lamentarse en la decepción y la indiferencia o adelantar el futuro, son dos de las puertas por donde se sigue viviendo.

Para salir del inmovilismo estructural es mejor pensar y adelantar el futuro que deseamos para Cuba. Un significativo número de los cubanos pedimos mayores grados de libertad en sus diversas manifestaciones: libertad personal para ser uno mismo sin miedo, libertad de conciencia, de expresión, de reunión y de asociación, libertad económica y política, libertad religiosa, libertad de creación artística, literaria y científica, libertad de comunicación y acceso a Internet, libertad de viajar dentro y fuera del país… y otras muchas formas de ejercicio de la libertad individual.

Sin embargo, la libertad no solo tiene la dimensión personal para satisfacer las necesidades y derechos de los seres humanos, sino que es un camino para romper los muros del egoísmo, de las rivalidades, de la violencia como solución a la diversidad y a la discrepancia. Es la libertad que ayuda a trascender los egos, las falsas divisiones de la única y plural familia humana.

La libertad no puede ser una trinchera para parapetarse frente al otro. Ni para encerrarse a la alteridad, y mucho menos para atacar, desprestigiar o confrontar violentamente a los demás en nombre de una libertad sin límites ni regulaciones éticas. Eso no es libertad personal, sino libertinaje bestial. Eso no es derecho humano, sino desenfreno ofensivo, éticamente inaceptable cuando se trata de unos ciudadanos contra otros y, peor aún, cuando se trata del Estado contra los ciudadanos.

Las libertades individuales, como todos los derechos humanos, tienen su par dialéctico en deberes que le corresponden inseparablemente. Por ejemplo: al derecho de expresarnos libremente le corresponde el deber de respetar a los demás en nuestra forma de expresarnos. Al derecho de iniciativa económica le corresponde el deber de compartir y redistribuir la riqueza obtenida a través de la contribución tributaria. Al derecho de libertad religiosa le corresponde el deber de respetar el derecho de profesar otras religiones, o el respeto del ateísmo de los demás. Al derecho de los estados de cuidar el orden y la gobernabilidad le corresponde siempre y en todo lugar, el deber de proteger y cuidar a sus ciudadanos así como garantizar su derecho a la propia gobernanza. Eso queremos para el presente y el futuro de Cuba.

Del mismo modo, los derechos del Estado moderno solo pueden llegar hasta donde llega el ámbito público y nunca a los predios de la vida privada de sus ciudadanos. Controlar la vida privada de sus ciudadanos no es solo un abuso de los derechos del Estado, sino una violación flagrante de los derechos de las personas. Aún más, cuando algunas formas de organizar el Estado aspiran a controlar todas las dimensiones de la existencia humana: la familiar, la vecinal, la de los amigos, la de las formas de relación asociativa, la laboral y la pública. Esta es la forma extrema de ejercer los derechos del Estado y la peor manera de violar los derechos de los ciudadanos. A esto se le llama totalitarismo, precisamente porque intenta el control sobre todo y todos, en todos los espacios de la vida. Cuidar la privacidad de sus ciudadanos no es solo un deber de todo Estado moderno sino la garantía de su eticidad. Esto queremos para el presente y el futuro de Cuba.

En resumen: las libertades y los derechos de un individuo llegan hasta el límite que fija el espacio que deben tener las libertades y los derechos de los demás. Este es el secreto de la coexistencia pacífica y civilizada. Eso queremos para Cuba. Sin embargo, este es solo un primer paso: el de tolerancia; pero la coexistencia no es la forma superior de las relaciones humanas y sociales: es la convivencia.

La convivencia es más que tolerancia y más que coexistencia. Es más que ejercer los propios derechos y libertades y aún más que respetar la libertad y los derechos de los demás. La convivencia es más que vivir en un Estado que respete las libertades y los derechos de sus ciudadanos, que los cuide y los proteja de toda violación de su existencia física y de su dignidad. Es más que vivir en un Estado que no se inmiscuya en la vida privada de sus ciudadanos y proteja esa esfera personal de unos y de otros, evitando con el orden y el derecho, que sus ciudadanos se agredan unos a otros. Es más que la regulación y los servicios subsidiarios del Estado moderno que solo ejerce su poder de servicio en aquello que las personas y las diferentes formas de asociarse no pueden hacer por sí solos.

La convivencia es alcanzar la armonía entre la libertad propia y la de los demás. Es completar el ejercicio de las libertades con el respeto irrestricto a los derechos ajenos. Pero, sobre todo, convivencia es ir más allá de derechos, libertades y estructuras estatales: Convivencia es fraternidad.

En efecto, si creemos que es hora de salir de la queja y pensar en el futuro de Cuba, nosotros deseamos un porvenir que no se restrinja a la libertad, a los derechos humanos y sociales, económicos y políticos. Deseamos para Cuba la fórmula más plena de relación humana, que es la inseparable comunión entre libertad y fraternidad. Suprema vocación del hombre y de la mujer. Realización dignificante de la familia humana con dimensión universal e incluyente. Durante siglos, en el mundo y en Cuba hasta hoy, muchos han luchado, vivido y perecido por la libertad y los derechos. Y esa herencia martirial debe ser honrada. Durante siglos, la humanidad ha venido creciendo y madurando en sus aspiraciones. Hasta que en 1789 alcanzó aquella fórmula de la cultura occidental que cuajó en la revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad.

Dos han sido los sistemas que vinieron después: uno, el capitalismo, que puso su acento en la libertad por encima de la igualdad y la fraternidad. Otro, el socialismo, que puso su acento en la igualdad por encima de la libertad y la fraternidad. Los resultados de ambos sistemas son de todos conocidos. Con sus luces y sus sombras. La gran perdedora en ambos ha sido la fraternidad. La lección histórica podría resumirse así: con libertad sin igualdad y sin fraternidad el hombre se convierte en lobo para el hombre. Así mismo, con igualdad impuesta, sin libertad y sin fraternidad, el Estado se convierte en lobo para el hombre.

No deseamos ninguno de los dos experimentos para el futuro de Cuba. Ninguna exclusión de esa trinidad cívica: no debemos dejar fuera ni a la libertad, ni a la igualdad, y mucho menos a la fraternidad. Nuestra bandera, como la francesa, la chilena, la croata, la panameña, o la de los Países Bajos, lleva los tres colores que marcaron aquel paso de avance del absolutismo del Estado a la soberanía de los ciudadanos. Fue el fin de todos los poderes absolutos, pero solo diez años después, en 1799, Napoleón daba el primer golpe a la nueva fórmula de organizar el servicio del poder. Así ha sido el avance de la humanidad, zigzagueante. No hay un materialismo histórico que haga avanzar de forma mecánica e irreversible al género humano.

Queremos para Cuba la igualdad de la dignidad y los derechos de cada ser humano ante Dios y ante la ley; queremos también la igualdad de oportunidades para progresar personal y comunitariamente. La falta de igualdad ante Dios y ante la ley ha provocado todo género de injusticias. Y por otra parte, el igualitarismo por decreto ya ha generado el desastre antropológico, económico y social que todos conocemos. Los sistemas que pusieron este valor como centro fallaron en desconocer o aplastar la libertad y la fraternidad.

Queremos para Cuba la libertad intrínseca de todo ser humano, que nadie puede ni otorgar, ni violar. Libertad de toda limitación física o moral que no viola la libertad de los demás. Y libertad del alma, del espíritu, para que nadie se asfixie por dentro. La falta de libertad interior y de libertades sociales es la muerte civil de las personas y los pueblos. Por otra parte, el libertinaje sin regulación ética ya ha provocado todo tipo de violencias y atropellos dentro y fuera de las personas y de los países. Los sistemas que pusieron este valor como centro fallaron en olvidar o posponer la justicia social y la convivencia.

Queremos para Cuba la fraternidad que es la forma natural de convivir los seres humanos en familia y comunidad. La fraternidad es la base de la convivencia y el fruto de la combinación de la igualdad y la libertad. Promueve en cada hombre y mujer la virtud y el amor. Saca lo mejor del espíritu humano y ha sido capaz de escribir las más insignes historias de generosidad, altruismo, entrega y solidaridad. Ningún sistema político, económico y social ha puesto este valor como centro de sus programas. Solo las religiones y las asociaciones fraternales o filantrópicas, han experimentado fragmentariamente los frutos de la fraternidad.

Pero las sociedades no se organizan como iglesias. Eso sería un retorno a las teocracias, involución que no queremos. La sociedad tiene su propia naturaleza, su dinámica y sus medios. La misma trilogía francesa nació del seno de la sociedad civil contra los poderes absolutos y sojuzgadores de la persona humana, fueran monárquicos o eclesiásticos. Se trata de rescatar los valores de la revolución francesa, o de la religión, sin recurrir a métodos violentos ni a la sacralización de la sociedad. Por tanto, respetando la autonomía de las realidades temporales y sus dinámicas propias, es posible y deseable sembrar y cultivar, valores y virtudes en los sistemas políticos, económicos y sociales, de modo que la persona humana sea, sujeto, centro y fin de las estructuras del Estado, del Mercado y de la sociedad civil.

La primacía de la persona humana, lleva como consecuencia que se consideren dos de sus cualidades estructurales también como primarias: la libertad para ser diferente e irrepetible, y la igualdad en su dignidad y en sus oportunidades. Esa libertad personal y esa igualdad de su condición humana hacen de todos los hombres y mujeres del mundo una verdadera familia: “Todo hombre es mi hermano”, decía el lema de una de las Jornadas Mundiales de la Paz que celebra la Iglesia católica.

Las consecuencias prácticas y cotidianas de esta filosofía política, económica y social podrían ser:

  1. La fraternidad colocaría a la paz y al diálogo como estilo de vida y proscribiría la violencia, sea entre personas, grupos o naciones: Atacar es violar la libertad, la igualdad y la fraternidad del otro.
  2. La fraternidad consideraría la participación ciudadana como un ejercicio natural de toda la familia humana, sin exclusiones, en un sistema político más democrático en que la diversidad partidista no sería considerada un crimen sino una riqueza de la convivencia plural.
  3. Las libertades civiles y políticas estimularían la sana competencia para el desarrollo de las personas y el progreso de los pueblos.
  4. Las libertades económicas, sociales y culturales estarían moderadas por una mayor igualdad de oportunidades y por el respeto de la igualdad y la dignidad de los que trabajan y crean.
  5. La igualdad se alcanzaría, no por decreto igualitario descendente, sino por estar todos, incluso los que sirven a su pueblo desde el poder, bajo la ley, con iguales derechos y deberes, para que unos pocos no sean “más iguales” que aquellos a los que se les excluye o discrimina por ser diversos o discrepar.
  6. La igualdad de todos los ciudadanos sería la posibilidad de acceder a las mismas oportunidades económicas, laborales, de asociación y de expresión, para demostrar sus capacidades y méritos como los dos raíles del camino del desarrollo humano integral.
  7. La familia y la escuela deberían ser los primeros educadores de este nuevo modelo de convivencia. La fraternidad, fruto de la libertad y la igualdad diversa de cada miembro del hogar, prepara para la vida social. La escuela no puede ser partidista, ni sectaria, ni excluyente; ni en su pedagogía, ni en sus métodos, ni en sus fines. Una educación participativa y liberadora es indispensable para modelar ciudadanos para la convivencia pacífica y para el empoderamiento cívico.
  8. El Mercado sería un medio, no el fin, para dar oportunidades de desarrollo: libres, iguales y fraternas. Empresarios y empleados, no solo defenderían sus propios derechos, sino que al respetárselos mutuamente, crearán un clima no de lucha de clases, sino de cooperación para alcanzar el bien de la comunidad local, nacional o global.
  9. El Estado sería un servidor público. No un padre autoritario ni el hijo bobo de la familia. Garantizaría el marco legal para la gobernabilidad y la capacidad de gobernanza en que cada ciudadano pueda regir sus propios destinos, los de su familia y los de su agrupación.
  10. La Sociedad civil bien estructurada, sería la escuela-taller donde la educación cívica y la experiencia en pequeñas iniciativas, empoderaría a los ciudadanos para que puedan aprender y ejercer por ellos mismos sus derechos y deberes.

Decididos a no dejarnos vencer por la frustración y el escapismo; dejados atrás los 15 minutos para la crítica y la queja, es hora ya de que cada ciudadano cubano, cada familia, y cada grupo de la sociedad civil, comencemos a proponer, sugerir, aportar lo que sea verdaderamente nuevo y mejor para Cuba.

Es hora ya de proponer lo que cada cual considere mejor para Cuba, sin dilaciones, sin exclusiones, sin represiones, sin descalificaciones, sin miedo. Porque donde hay miedo no hay libertad. Donde hay miedo no hay igualdad. Y mucho menos habrá fraternidad. El miedo es el mejor barómetro para medir la presión social. Si usted siente miedo dentro de sí mismo, algo está muy mal en Cuba. Si usted siente que sus vecinos o amigos también viven en el miedo, algo peor está sucediendo en Cuba.

El miedo solo puede ser vencido a base de transparencia en la vida, serenidad en los actos y convicción de que lo que uno piensa, siente y hace, es bueno. El miedo pierde siempre frente a la verdad y a la bondad de nuestros actos.

Superar el miedo y seguir proponiendo salidas éticas y posibles para Cuba, es el mejor servicio a la soberanía ciudadana, a la identidad nacional y al progreso económico y espiritual de los cubanos y cubanas.

Proponer lo nuevo de verdad y hacerlo desde las pequeñas iniciativas son llaves para el futuro de Cuba.

Abrámoslo.

Pinar del Río, 20 de mayo de 2011

109º aniversario del nacimiento de la República de Cuba.

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