Por Dagoberto Valdés Hernández
SUMARIO
1. A 30 años del ENEC: El daño antropológico y la necesidad de un cambio estructural en Cuba
2. Alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio…: mentalidad, personas y ambientes
3. Refundar la República aportando la evangelización de la cultura-inculturación del Evangelio
4. El “lugar” y la misión del laico en la sociedad y en la Iglesia: VER, ORAR, DISCERNIR, ACTUAR Y OFRECER
5. Tres proyectos para la misión de los laicos en Cuba
a.Reconstruir el ethos nacional: rescatar los valores éticos, cívicos, políticos y espirituales
b.Reconstruir la persona y la familia: sanar el daño antropológico
c.Reconstruir la sociedad civil: renovar las estructuras y las instituciones
6. Tres programas de impacto social para la misión de los laicos en Cuba
a.Educar para la libertad y la responsabilidad
b.Generar pensamiento y proyectos para Cuba
c.Proponer en los nuevos areópagos: Medios de Comunicación Social y TICs
7. El laicado que Cuba y su Iglesia necesitan
a. El perfil del laico que Cuba y su Iglesia necesitan, hoy y mañana
b. El laicado que Cuba y su Iglesia necesitan, hoy y mañana
8. Conclusiones: El Padre Félix Varela nos convoca
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1. A 30 años del ENEC: El daño antropológico y la necesidad de un cambio estructural en Cuba
Como “un soplo fuerte del Espíritu Santo para la Iglesia en Cuba, como un nuevo Pentecostés” describió el Cardenal Eduardo Pironio al Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) que se celebró en La Habana del 17 al 23 de febrero de 1986.
Como todo Pentecostés aquel evento fue precedido y preparado por años de predicación, cruz y resurrección. La Reflexión Eclesial Cubana (REC), que duró cinco años, fue como esos cincuenta días en que la comunidad apostólica esperó con ansias al Espíritu de la Vida.
A 30 años del ENEC, Cuba y su Iglesia, que forma parte inseparable de su pueblo, han sufrido las consecuencias del daño antropológico producido por el totalitarismo, necesitan nuevos aires de vida y cambio para acometer la necesaria renovación de mentalidad, estilos de trabajo y estructuras.
La necesidad de cambios profundos en Cuba abarca no solo su sistema económico, político y social, requiere de una renovación antropológica y religiosa. Todas estas dimensiones en su conjunto, equivalen a decir: Cuba necesita un cambio cultural y espiritual que, siendo fiel a sus raíces, identidad e historia, responda a los desafíos de la situación actual, para construir un futuro en que quepamos todos los cubanos, al decir de Martí.
La renovación del alma de un pueblo y la refundación de la República de Varela y Martí, requiere de todos los cubanos y cubanas, de la Isla y de la Diáspora, actitudes abiertas y dialogantes para “ver” la realidad lo más objetivamente posible desde todas las miradas; “discernir” lo que en esa realidad debe ser renovado y lo que debe ser conservado; y “actuar” en consecuencia, de forma pacífica, incluyente y participativa.
La Iglesia, como parte de nuestro pueblo, no puede quedar al margen, sea por discriminación del Estado o por “ensimismamiento” de la propia Iglesia. Ella no debe volver a encerrar en la nostalgia del pasado, ni debe atrincherarse en el presente, ni ponerse por encima de la realidad, ni aislarse en la cuneta de la vida, ni abstenerse del diseño del futuro de la Nación. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo encarnado y redentor. Por ello, como dice el Papa Francisco, la Iglesia debe salir a la calle, embarrarse, equivocarse antes que alienarse, convivir, compartir, redimir y fecundar la vida cotidiana del pueblo del que forma parte.
2. Alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio…: mentalidad, personas y ambientes
La Exhortación Apostólica de Pablo VI llamada Evangelii nuntiandi (1975) está considerado el documento pontificio más importante después del Concilio Vaticano II. Es la carta magna de la evangelización en el mundo de hoy. Es el paso más audaz y renovador de la Iglesia en cuanto a su misión de anunciar el Evangelio. La Iglesia cubana, Isla y Diáspora, deberíamos retomar este basilar documento y aplicarlo a las condiciones actuales. Tengo que confesar que desde que, en 1975, preparé para la Diócesis de Pinar del Río, unos esquemas de estudio de la Evangelii nuntiandi, no he podido dejar de beber en esa fuente inagotable. Como laico católico, ha sido la más esclarecedora e inspiradora enseñanza eclesial para mi vocación seglar. Tengo que decir que todos los proyectos, todos, tanto intraeclesiales como en el seno de la sociedad civil que he fundado, o en los que he participado, esta Exhortación, y especialmente el párrafo que les presento a continuación, han sido la raíz, el alma y la columna vertebral de mi compromiso cristiano. Todo lo poco que he podido hacer ha estado motivado por este párrafo inmarcesible y fundacional:
“La Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos…. y de sectores de la humanidad… pero la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación.” (E.N. No. 19).
En la preparación del ENEC se me encargó la redacción del borrador del capítulo “Fe y Cultura” que desde hace 30 años constituye uno de los retos más abarcadores y difíciles del Documento Final y de la herencia del ENEC. Considero que hoy tiene la mayor vigencia y urgencia. En ese capítulo ocupa también un lugar inspirador aquella frase imperecedera del Papa San Juan Pablo II que debería ser un eco continuo para nuestra misión como laicos: “la fe que no se hace cultura, no ha sido plenamente acogida, no ha sido totalmente pensada, no ha sido fielmente vivida” (16 de enero de 1982).
3. Refundar la República aportando la evangelización de la cultura-inculturación del Evangelio
Hacer los cambios en Cuba y en su Diáspora para refundar entre todos una república con matriz cristiana requiere de nosotros los laicos tanta audacia como paciencia histórica. Los cambios políticos o económicos tienen un ritmo y unos plazos, mientras que la reconstrucción de la nación, es decir, de las personas como ciudadanos y de las estructuras democráticas que estén a su servicio, tienen otro ritmo. Aún más, para que esa reconstrucción se haga en útero cristiano, es decir, que pueda realizarse la síntesis vital entre los valores del Evangelio y los estilos de vida de un pueblo, se requiere de un “tempo” mucho más sosegado y paciente.
Un error de tiempo y de métodos entre estos tres procesos: cambio económico-político; cambio socio-estructural y cambio cultural-antropológico, es uno de los fallos más frecuentes y con impacto más trágico en la historia de Cuba y del mundo.
Los laicos cristianos debemos estar atentos a discernir estos tres tipos de cambios, identificar el contenido de cada uno, y sobre todo, aprender a diferenciar, y ayudar a concientizar, el ritmo, los tiempos y las profundidades de estos tres procesos en los que, al mismo tiempo, pero con hondura y velocidad diferentes, ocurren: la refundación de la república, la evangelización de la cultura y la inculturación del Evangelio.
En estas dinámicas socio-religiosas concomitantes, no partimos de cero, por tanto debemos tener en cuenta los grados en que estos tres procesos ya ocurrieron en Cuba en los siglos anteriores y la herencia que hemos recibido de ellos, sea para enmendar errores, sea para reconstruir a partir de los cimientos echados por los padres de la Nación, como Varela y Martí.
Otro de los cuidados y tareas que los laicos católicos debemos tener en cuenta es no confundir los procesos histórico-culturales con los procesos antropológico-religiosos.
Así lo expresa la Evangelii nuntiandi:
“la tentación de reducir la misión a las dimensiones de un proyecto puramente temporal; de reducir sus objetivos a una perspectiva antropocéntrica; la salvación, de la cual ella es mensajera y sacramento, a un bienestar material; su actividad -olvidando toda preocupación espiritual y religiosa- a iniciativas de orden político y social” ( E.N. No. 32).
4. El “lugar” y la misión del laico en la sociedad y en la Iglesia: VER, ORAR, DISCERNIR, ACTUAR Y OFRECER
Lo laicos somos, en la comunión eclesial, esa parte del Cuerpo que pisa la tierra en profundidad, se hunde en el fango sin confundirse con él, se mete y compromete con el mundo, se implica y se aplica en proponer y no solo denunciar la renovación de este mundo, se empeña en discernir y promover la renovación de las estructuras, la redención del alma de los pueblos y la evangelización de su cultura.
El “lugar teológico” de los laicos cristianos es el mundo, según nos dice la Exhortación Apostólica Christifideles laici:“El Concilio describe la condición secular de los fieles laicos indicándola, primero, como el lugar en que le es dirigida la llamada de Dios: «Allí son llamados por Dios. Se trata de su «lugar »… De este modo, el ser y el actuar en el mundo son para los fieles laicos no solo una realidad antropológica y sociológica, sino también, y específicamente, una realidad teológica y eclesial (C.L. No. 15).
Luego nuestro lugar en la parroquia, en los movimientos, en las asociaciones, en las diócesis, tiene sentido solo y en cuanto estos espacios y estructuras animen, alimenten, inspiren y acompañen nuestra presencia, trabajo y compromiso en el mundo. Jesús mismo decía en su oración de despedida: “No te pido, Padre, que los saques del mundo sino que los preserves del mal” (Jn 17,15) He aquí el desafío espiritual de todo laico cristiano: no salirnos del mundo en que vivimos, ni permitir que nadie nos saque ni nos margine, ni convierta nuestra religión en algo privado e intimista… y al mismo tiempo, no dejarnos confundir por el mal, la injusticia, las tentaciones que hay en el mundo.
Como laicos cristianos, y como organizaciones católicas, debemos preguntarnos si nuestras obras y proyectos están contribuyendo a que nuestra fe se esté “haciendo cultura”, es decir, esté transformando los criterios de juicio, los valores determinantes, la forma de pensar, de hablar y de actuar de nuestra sociedad. ¿Estamos creando estados de opinión? ¿Estamos educando para que cambie la forma de vivir y de crear de la gente? ¿O simplemente estamos presentando una fe que no influye, no transforma, nuestras formas de vivir y actuar y tampoco incide en nuestro entorno?
Es por ello que la tesis que sostengo en esta ponencia es que, a los 30 años del ENEC, sigue vigente el reto de la síntesis entre fe y cultura y como de esto depende que estén asimilados y actuantes los valores y virtudes del Evangelio, en la refundación de la República, Cuba y su Iglesia, en la Isla y en la Diáspora, necesitan laicos cristianos comprometidos para que el nacimiento de los tiempos nuevos siga gestándose en una matriz cristiana.
5. Tres proyectos para la misión de los laicos en Cuba
Por tanto, la misión de participar en la refundación de la República con el incisivo aporte de la inculturación de los valores y virtudes del Evangelio, tiene para los laicos cristianos, principalmente estos tres colosales proyectos fundamentales:
a.Reconstruir el ethos nacional: rescatar los valores éticos, cívicos, políticos y espirituales.
b.Reconstruir la persona y la familia: sanar el daño antropológico.
c.Reconstruir la sociedad civil: renovar las estructuras y las instituciones.
Cada uno de los laicos cristianos deberíamos preguntarnos si estamos comprometidos en alguno de estos tres caminos en y para Cuba.
a. Reconstruir el ethos nacional: rescatar los valores éticos, cívicos, políticos y espirituales
Reconstruir el ethos de la nación cubana: He aquí el cigoto germinal, la matriz y el hábitat en que los laicos deberíamos centrar nuestros proyectos, tareas y asociaciones principales. Fecundar con el semen (la semilla) del Evangelio el óvulo de nuestra cultura es la gesta (nunca mejor dicho) fundacional de los cambios de época; es la progenie que los laicos cristianos debemos dejar al futuro de Cuba. Se trata de engendrar, desde el momento de su gestación, la nueva vida de los cubanos y para eso se necesitan, por lo menos tres factores: ser fértiles de espíritu, casarse con Cuba y amarla con el alma.
De aquí brotan tres interrogantes:
– los laicos y nuestras organizaciones seglares, ¿estamos fértiles con la fecundidad del Espíritu Santo o se ha secado nuestra capacidad para engendrar nuevas propuestas para este nuevo parto de la Nación?
– los laicos y nuestras organizaciones seglares, ¿de verdad estamos casados, es decir, comprometidos, con la Cuba real o somos concubinos de una Cuba ideal, vieja o fallecida?
– los laicos y nuestras organizaciones seglares, ¿amamos a Cuba, nuestra esposa, tal cual es, con arrugas y bondades, o la “usamos” para vivir de ella y no para ella, para nuestros fines, intereses o miserias humanas?
Además de ser semilla de lo nuevo y bueno en Cuba, los laicos debemos formar parte fecunda de la matriz nutricia del alma de la nación y participar en la edificación de un hábitat propicio para su reconstrucción y desarrollo humano, material y espiritual. Se trata de rescatar los valores imperecederos y sembrarlos adecuadamente en las nuevas generaciones con una educación liberadora, cívica y virtuosa.
Reconstruir la eticidad nacional es garantizar el oxígeno a la nueva República porque, como dijo el Padre Varela, “No hay Patria sin virtud, ni virtud con impiedad”. He aquí la traducción vareliana de la relación intrínseca que debe existir entre nación, cultura y fe.
b. Reconstruir la persona y la familia: sanar el daño antropológico
Como hemos estudiado en reiteradas ocasiones la mayor secuela del totalitarismo es el daño antropológico que convierte al individuo en una pieza de la maquinaria del Estado, masifica y despersonaliza a la sociedad y provoca que los seres humanos no sepan cómo usar su libertad, ni puedan asumir su responsabilidad y se vuelva anómica en su compromiso cívico y político. El analfabetismo ético y cívico es una de las causas raigales de ese fracaso antropológico del comunismo.
Sin embargo, los laicos cristianos hemos recibido la herencia y la vocación de un humanismo integral que descubre la verdadera naturaleza del hombre y de la mujer, su dignidad de hijos de Dios y su condición de hermanos en una fraternidad universal. El humanismo cristiano es, por tanto, el contenido más pleno para sanar el daño antropológico y reconstruir a la persona y a la familia cubanas. Lo ha dicho el Papa Francisco en su reciente viaje a Cuba: “Cuidemos a nuestras familias, verdaderos espacios de libertad. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos centros de humanidad” (Encuentro con las familias cubanas en Santiago de Cuba, 22 de septiembre de 2015).
El único método éticamente aceptable en un Estado laico moderno es la educación, la inculturación del Evangelio, la evangelización de la cultura. Esto es, educar al soberano, que es ayudar a comprender a los individuos su condición de persona, y es hacer de cada persona un ciudadano. Formar ciudadanos y no súbditos es garantizar la salud de los actores cívicos y políticos y el desarrollo de una democracia consciente y participativa.
Sigamos la saga de estos compromisos laicales: si reconstruir el ethos de la nación cubana es garantizar la matriz y el hábitat de la nueva república, reconstruir a la persona y a la familia cubana es formar a los protagonistas, soberanos de esa nueva democracia.
c. Reconstruir la sociedad civil: renovar las estructuras y las instituciones
Hay que decirlo claramente, la historia reciente de numerosos países de América Latina, Europa y Medio Oriente, lo demuestran: sin instituciones no hay país, ni justicia, ni libertad, ni democracia. La sociedad civil es la forma más cotidiana y eficaz de vivir y ejercer la democracia. Es urgente y absolutamente necesario que reconstruyamos el tejido de la sociedad civil cubana para que podamos crear una democracia plena y sostenible.
Reconstruir el tejido de la sociedad civil es educar para la socialización entre ciudadanos. Es pasar del individualismo a la creación de comunidades vivas y dinámicas, cunas de fraternidad y progreso. Tejer el entramado de la sociedad civil es crear, al mismo tiempo: una vía de acceso a los demás sectores de la sociedad, una cantera de ciudadanos para ejercer la soberanía por derecho, una escuela de participación para una democracia más eficaz, una fuente de progreso económico y de desarrollo humano integral, un factor de presión para controlar al mercado y al Estado, una red de solidaridad para promover y asistir a los más vulnerables y un escudo de protección para ciudadanos indefensos y para grupos minoritarios.
Esta misión de los laicos cristianos, siempre junto con los demás hombres y mujeres de buena voluntad, debe complementarse con otra de vital importancia: dotar de estructuras eficaces, modernas, ágiles y pegadas a las necesidades de las gentes, así como, crear instituciones estables y transparentes a la nueva República. El caudillismo y el populismo, dos males endémicos de nuestro tiempo, solo pueden ser curados con una sociedad civil que asuma el protagonismo de los falsos mesías, y con unas instituciones democráticas que garanticen los canales del ejercicio de la soberanía ciudadana y responsable, en lugar de crear una masa de clientelismo y dependencia del Estado autoritario y paternalista.
Concluyamos, pues, esta saga de tres proyectos medulares de la evangelización de la cultura, vocación y misión de toda la Iglesia, pero de modo especial de los laicos cristianos:
Si reconstruir el ethos de la nación cubana es garantizar la matriz y el hábitat de la nueva república, y si reconstruir a la persona y a la familia cubana es formar a los protagonistas de esa nueva democracia, entonces, reconstruir la sociedad civil y dotar a esa nueva república de instituciones fuertes y estables, es asegurar a la nación cubana un futuro libre, próspero y feliz.
6. Tres programas de impacto social para la misión de los laicos en Cuba
Estos proyectos fundamentales de la misión de los laicos cristianos en Cuba, es decir, en la Isla y en la Diáspora, se pueden alcanzar con estas tres acciones de gran impacto en la transformación de las mentalidades, las actitudes y el estilo de convivencia de los cubanos. Cada uno de los laicos cristianos deberíamos preguntarnos si estamos comprometidos en alguno de estos tres programas en y para Cuba:
- Educar para la libertad y la responsabilidad
- Generar pensamiento y proyectos para Cuba
- Proponer en los nuevos areópagos: Medios de Comunicación y TICs
a.Educar para la libertad y la responsabilidad
Un programa educativo es un instrumento básico, personalizado e institucional. Constituye el primer recurso para la evangelización de la cultura y para la refundación de la República.
Cada laico y cada asociación seglar debemos preguntarnos si estamos personalmente comprometidos en algún programa de formación, sea en educación institucional, informal o complementaria, y si esos programas educativos tienen solo contenidos estrictamente catequéticos o también contenidos de formación ética y cívica.
Cuba no es el país que muchos recibimos al nacer, o que muchos dejamos al partir. Cuba mantiene su esencia y su raíz. Cuba conserva su identidad y su ser fundacional, pero está dañada en su quehacer y en su convivir. Por tanto, para realizar plenamente nuestra vocación laical es necesario no solo catequizar sino y también, educar en los valores y en las virtudes humanas y cívicas, que en nuestra cultura tienen, nadie lo duda, una matriz cristiana.
El documento final del ENEC contiene en su Capítulo II: “Fe y Cultura” (No. 443-615) aquellos campos de acción de los laicos donde se da la síntesis vital entre el Evangelio y la Cultura. Los invito a estudiarlo y ponerlo en práctica. El Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia dedica amplios capítulos a este tema, incluso desarrolla de manera casi minuciosa, la labor educativa de los laicos en los campos económicos, políticos, sociales, culturales e internacionales. Las Exhortaciones apostólicas Evangelii nuntiandi y Christifideles laici, son y deben ser ejes de estos proyectos educativos. Pero, cuidado, hemos dedicado demasiado tiempo y esfuerzo en estudiar documentos pontificios y eclesiales. Sin aplicación, sin inculturación y programas concretos que se deriven de estas enseñanzas, las mismas quedan en un intelectualismo estéril o en un entretenimiento sectario.
En la Isla y en la Diáspora, ya existen y son cada vez más frecuentes, diversos centros de formación humana y cristiana, cívica y religiosa. Soy testigo de esos esfuerzos. He participado en algunos de ellos. No puedo dejar de recordar al extinto Centro de Formación Cívica y Religiosa y su revista Vitral de la Diócesis de Pinar del Río. Pero como no podemos y no debemos vivir de la nostalgia y de lo que no tiene solución, es necesario reinventar, volver a empezar con nuevos ímpetus, nuevos métodos y nuevo lenguaje, para continuar la obra de siempre, los contenidos eternos.
Así lo logramos hacer un grupo de laicos de Pinar del Río, y ahora de otros lugares de Cuba, y hemos fundado el Centro de Estudios Convivencia y la revista del mismo nombre. Proyectos nuevos para los tiempos nuevos y los que vendrán. También hemos logrado con ayuda de valiosos cristianos y amigos de la Diáspora, imprimir el primer libro de texto de Ética y Cívica que se publica en Cuba y para Cuba desde 1947. Es al mismo tiempo libro de texto y plan de clases para los formadores, consta de 14 cursos redactados y revisados por un equipo de cubanos y cubanas dentro de la Isla, que conocemos de cerca las necesidades de nuestro pueblo que es el mismo que está llegando a esta ciudad y se desperdiga por todo el mundo. Los invito a conocer este libro de texto, a utilizarlo, a difundirlo, dentro y fuera de la Patria. Es el fruto de un trabajo mancomunado entre cubanos de la Isla y de la Diáspora, es un ejemplo de lo que podemos y debemos seguir haciendo y hacer más. Ustedes tienen mucho que aportar.
Como podemos apreciar, existen documentos de consulta y cursos preparados por cubanos y cubanas, desde Cuba y con la mentalidad y las necesidades actuales de nuestros compatriotas. Y tenemos, además, laicos preparados y asociaciones diligentes que pudieran asumir estos programas educativos de vital importancia y transcendental impacto en la Cuba que queremos. Lo que faltaría es, quizá, más conciencia y mayor cantidad de seglares y proyectos dedicados a la labor de educación ética y cívica desde la Doctrina Social de la Iglesia.
b. Generar pensamiento y propuestas para Cuba
Otro programa que considero imprescindible para el futuro de la Patria y de la Iglesia es el de generar pensamiento y propuestas para el futuro de Cuba. No se podrá realizar la síntesis entre fe y cultura sin aportar nuevas escuelas de pensamiento, nuevos criterios de juicio, nuevas propuestas para reconstruir el País y edificar una democracia institucional, sólida y duradera.
La gran mayoría de los grupos o asociaciones independientes de la sociedad civil cubana, en la Isla y en la Diáspora, están valientemente comprometidos en la lucha pacífica por el cambio. Y eso es bueno e imprescindible. Pero el propio activismo, las tensiones y represiones a las que la sociedad civil está sometida no facilitan la reflexión, el estudio, la visión de la Cuba que deseamos construir entre todos. Es verdad que cronológicamente primero vendrán las transformaciones graduales que abrirán las puertas a la democracia y después tendremos la oportunidad de levantar un País más libre, próspero y mejor. Sin embargo, en la historia de Cuba, con frecuencia, el posponer para mañana las propuestas de la convivencia que necesitamos, ha provocado que lo que vino después ha sido peor que lo de antes. Lo que vendrá, si no lo prevemos, si no lo delineamos, si no lo discernimos, si no lo consensuamos y lo vamos haciendo debate serio para incluirlo, poco a poco, en las matrices de opinión pública y en la conciencia nacional, pues será tarde para improvisarlo después de abrirse las compuertas de la transición.
No se trata de negar la necesidad del activismo, contraponiéndolo a la concepción del futuro, ni viceversa. Se trata de combinar ambos, de trabajar por la democracia actuando hoy y pensando en el mañana, con la acción y también con el pensamiento, con la denuncia y al mismo tiempo con el anuncio y la propuesta de lo nuevo que vendrá. Si no ¿cómo lograremos enamorar a los cubanos para que permanezcan en la Isla si no le presentamos ya desde hoy lo que proponemos para que puedan tener un proyecto de vida próspero y feliz en la Patria que los vio nacer?
¿Cómo evitar las malformaciones genéticas de nuestra cultura si no curamos a tiempo las taras nacionales como, entre otras, el daño antropológico, la desmemoria histórica, el caudillismo, el populismo, el sectarismo y la falta de unidad en la diversidad, el choteo y la superficialidad, el analfabetismo cívico y político, la improvisación y el repentismo, el egoísmo y la fiebre posesiva, la charlatanería y el ombliguismo patriotero, la impiedad, la superstición y el fanatismo, como lo diagnosticó el propio Padre Varela?
Es por ello que Cuba necesita de laboratorios de ideas, de tanques de pensamiento, de centros de estudios sobre ella misma, desde ella misma, protagonizados por los mismos cubanos y cubanas de dentro de la Isla y del exilio. Es bueno que otros nos estudien y nos pronostiquen, pero nadie conocerá mejor que los propios cubanos, lo que somos, lo que queremos y lo que necesitamos.
En esta previsión del futuro de Cuba, a corto, mediano y largo plazo, los laicos cristianos debemos participar activa y sistemáticamente. No solo aportando al debate público sino fundando y sosteniendo a esos laboratorios de ideas en los que se gesta el futuro de la Nación. Si no, ¿de qué manera podríamos inculturar los valores del Evangelio en las fórmulas en las que se fraguará nuestro porvenir? Eso fue lo que hicieron Varela y Martí, eso fue el Seminario San Carlos y la Sociedad Económica de Amigos del País. Sin esos viveros de nacionalidad, la cultura cubana no llevaría hoy “las semillas del Reino”. Del mismo modo, si los cristianos no creamos esos úteros donde se fecundan los tiempos nuevos, esos nuevos tiempos nacerán sin el aporte del Evangelio.
Cada uno de los laicos cristianos y cada organización seglar deberíamos preguntarnos si estamos ofuscados en nuestro activismo tradicional o si estamos participando o contribuyendo en esos laboratorios de pensamiento que son verdaderos úteros del porvenir de la Patria.
a. Proponer en los nuevos areópagos: Medios de Comunicación Social (MCS) y Nuevas Tecnologías de la Informática y las Comunicaciones (TICs)
Por último, el tercer programa es la promoción, difusión e inculturación de esas escuelas de pensamiento a través de los Medios de Comunicación Social, la Iglesia y los laicos cristianos deberíamos tener, no solo en la variante de órganos de las instituciones eclesiales, sino como prensa, radio, televisión de inspiración cristiana, fundados, animados o dirigidos por laicos bien formados y valientes. El profetismo de hoy es más universal, católico, y eficaz, si usamos debidamente los nuevos areópagos de alcance universal (Cf. Hechos 17,22-31).
Lo mismo ocurre con las Nuevas Tecnologías de la Comunicación, es decir, el uso de internet y de las redes sociales que hay en esa red de redes. En ocasiones, nuestros movimientos laicales se desgastan y gastan en medios internos o restringidos, que pueden ser igualmente necesarios, pero olvidamos que el mundo actual vive interconectado, tiene una cultura globalizada y, quizá, inapropiadamente, considera que propuestas o culturas que no tienen acceso o no lo buscan, en los MCS y en las TICs, no existen, o son consideradas opacas, misteriosas, o sectarias. Acceder, fundar y utilizar los nuevos medios globales es cumplir hoy con aquel arcano twit de Jesús de Nazaret: “Vayan por el mundo entero y anuncien el Evangelio” (Mc 16,15). Nunca antes en la historia de la humanidad este envío ha tenido un alcance y una inmediatez como hoy. Cumplámoslo “hasta los confines del orbe”.
De esta forma se complementan estos tres programas de compromiso laical con la Patria:
Comenzar por el primer peldaño que es la educación ética, cívica y política de nuestros compatriotas y de nosotros mismos, sin la cual no habrá ciudadanos libres, responsables y capaces de participar adecuadamente en el ejercicio de la democracia; continuar con el segundo peldaño que es la creación y el apoyo de laboratorios de pensamiento y propuestas para poder no solo participar como ciudadanos, sino y además, participar como progenitores de la nueva República; y el tercer peldaño que sería crear o utilizar los nuevos areópagos, es decir, los MCS y las TICs, para dar a conocer, difundir y debatir, el aporte que debemos dar como cubanos y como cristianos comprometidos.
Con estos tres peldaños se sube a la forma más alta del profetismo y el servicio cristianos: la evangelización de la cultura, con la que no solo estaremos presentes en el nacimiento de los nuevos tiempos, sino que podremos injertar en el viejo tronco con savia cristiana, los retoños nuevos del Evangelio. Así la resurrección de la nación cubana será fiel a sus raíces, coherente con su tronco republicano y fecunda en sustanciosos frutos que la Cuba por venir merece.
7. El laicado que Cuba y su Iglesia necesitan
Ante estos inmensos retos, que constituyen a la vez un apasionante proyecto de vida, es un deber de toda la Iglesia, especialmente del pueblo de Dios, cuestionarse qué perfil de laicos debe formarse y qué fisonomía y carácter debe tener el laicado de la Iglesia hoy, tanto en la Isla como en la Diáspora.
Una cosa es formar laicos cristianos y otra formar un laicado cristiano. Aunque con frecuencia el laicado, las organizaciones de los seglares dependen mucho de la formación que tengan sus miembros y viceversa. Un buen laicado puede y debe ser una escuela de espiritualidad y compromiso de los laicos cristianos en el mundo donde viven y trabajan. Por eso no basta con preguntarse, creo yo, qué tipo de laico necesitan Cuba y su Iglesia, es necesario también preguntarnos qué tipo de laicado, es decir, qué perfil de organizaciones seglares necesita nuestra Iglesia y nuestra Patria, hoy y mañana.
a. El perfil del laico que Cuba y su Iglesia necesitan, hoy y mañana
Cuba, que peregrina en la Isla y en la Diáspora, necesita un laico cristiano con estos rasgos fundamentales:
– Encarnado: Para transformar esa cultura de la huida, del éxodo masivo, de la “fuga mundi”, de la alienación, Cuba necesita un laico encarnado. Vale decir, implicado en el mundo en que vive. Insertado en la sociedad en la que convive, y dentro de ella en la familia y la Iglesia de las que forma parte. Un laico encarnado es una persona: bien informada, profundamente arraigada y valientemente comprometida, que “pasa haciendo el bien”, sirviendo “como uno de tantos”, pero “como si viera al Invisible” y “ya viviera en la civilización del amor que todavía contribuye a edificar”.
– Profético: Para transformar “los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento…”Cuba necesita laicos proféticos. Que anuncien el Reino y denuncien la injusticia y las estructuras inciviles. Un laico profético tiene mirada alta, vista larga, vive oteando el horizonte, anuncia lo nuevo y denuncia lo caduco o decadente. Debe ser, sobre todo, una persona propositiva. Es un profeta de la consolación y la esperanza que se afinca en un realismo trascendente y en una visión que penetra la desolación superficial. Que genera pensamiento y proyectos para Cuba. Que genera opinión pública, que sepa usar para el Evangelio los Medios de Comunicación Social (MCS) y las Nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TICs). Que proponga “criterios de juicio, valores determinantes, líneas de pensamiento…”Que esté dispuesto al martirio, civil o cruento, por ser coherente con lo que anuncia y propone.
– Místico: Para transformar “las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad”. Cuba necesita un seglar con una mística interior. Todo laico encarnado tiene que ser un místico en el sentido pleno de esta categoría del alma. Es decir, aquel que vive de una “fuerza interior” que lo mueve y empuja en el “Camino”. Comúnmente se identifica a un laico que vive la mística cristiana cuando se dice de él: qué espíritu tiene, qué buen animador es, qué ganas le pone a lo que hace, qué fuerza interior lo sostiene en la adversidad, qué coherencia interior expresa, que carisma tiene, cómo le siguen algunos voluntariamente… Esa vida interior, esa oración sobre y desde el mundo, cumple con su vocación y oficio sacerdotal. Es un pontífice, es decir, un hacedor de puentes entre las diferentes proyectos de la sociedad civil y entre los hombres y Dios. Esa piedad laical (digámoslo sin complejos) tiene, por lo menos, tres aspas que mueven los soplos del Espíritu por dondequiera: la contemplación del Transcendente, la ofrenda de su vida y obras, y la intercesión por su pueblo.
– Servicial: Para “convertir, al mismo tiempo, la conciencia personal y colectiva, la actividad en la que están comprometidos, su vida y ambiente concretos”, Cuba necesita laicos serviciales. No caudillos, ni nuevos mesías, ni cacique con pocos indios. Hombres y mujeres que sean capaces de una entrega generosa y constante a Cuba y a su Iglesia. Un hombre público quiere decir una persona al servicio de la sociedad. Este servicio debe mirar con especial compasión, misericordia, a los más pobres, vulnerables, necesitados. Lo sabemos hacer cuando se trata de las necesidades materiales, de las obras de misericordia corporales, pero no sabemos, no inventamos, no estamos atentos a las necesidades morales, cívicas, educacionales, a las obras de misericordia espirituales. Debemos lograr que lo mismo que hace Cáritas lo hagamos los laicos con las necesidades éticas, cívicas, políticas, formativas de los cubanos, aquí y allá. Conozco innumerables donaciones de medicinas, alimentos y dinero para Cuba. Y eso es bueno y necesario. Poco se escucha de apoyo a obras de caridad educacional, de empoderamiento de la sociedad civil y menos cuando estas no forman parte de una opción política determinada. Aunque debemos recordar, como dijo un Papa, que “la política es una forma eminente de la caridad”.
– Dialogante: Para transformar la cultura de la confrontación y la lucha de clases que ha sido entronizada durante medio siglo, se requiere de laicos entrenados en el diálogo y la negociación que no caigan en la tentación de la violencia verbal, conceptual o física. Ser un laico dialogante no quiere decir complaciente, ni acomodaticio. Es respetar al otro, es ser tolerante, buscar el diálogo como actitud en la vida, como método de trabajo y como lenguaje en las relaciones humanas. Un laico cristiano es un negociador ético y responsable, firme y flexible.
– Incluyente, que une en la diversidad: Para transformar la cultura de la división, la uniformidad y la exclusión, Cuba y su Iglesia necesitan laicos educados para ser promotores de la inclusión que es la base de la democracia y de un Estado de Derecho. Un laico cristiano es, por antonomasia, un constructor de una República “con todos y para el bien de todos”. Es quien incluye porque reconoce la dignidad universal de todos como hijos de Dios. Es un cohesionador de la sociedad civil, un creador de espacios de confluencias y construcción de consensos. Un laico cristiano es un albañil que construye, bloque a bloque, paso a paso, la unidad en la diversidad, porque no existe otra unidad verdadera y humanista que no sea tejiendo los multicolores hilos de la pluralidad social. Es, como decía el Papa Francisco en Cuba a los jóvenes, alguien que no participa ni promueve “capillismos religiosos ni ideológicos”.
– Perdonador y reconciliador: Para transformar la cultura del odio, la venganza y el ojo por ojo, la cultura de la trinchera interpersonal y la guerrilla intergrupal, Cuba y su Iglesia necesitan laicos que aprendamos a perdonar de verdad, no de palabras, sino de obras, a perdonar setenta veces siete, a perdonar no solo los pequeños errores de las relaciones interpersonales y familiares, sino y sobre todo, los gravísimos errores políticos, económicos y sociales. Cuba necesita laicos que abran, y transiten en primera fila, el camino de una reconciliación nacional que pase por las estaciones de la memoria, la justicia, el perdón y la magnanimidad. Sin laicos reconciliados y reconciliadores no habrá República nueva, ni esperanza en el futuro de Cuba, ni amor posible, ni nación próspera. Y, además, será el triunfo de la cultura y la política de odio y revancha que ha intentado cambiar el corazón noble de los cubanos por el círculo vicioso de la violencia y de la muerte. De la revancha contra el enemigo, de la pena de muerte, de la represión y la tortura, del destierro y del exilio. Y eso, nunca más. Cuba no lo merece, ni el sufrimiento de los de la Isla, ni el dolor del exilio y de la Diáspora lo merecen.
– Sembrador de esperanza madura: Para transformar la cultura de la frustración, el desánimo y la huida imparable de la Isla, Cuba y su Iglesia necesitan de laicos cristianos que sean sembradores coherentes de la verdadera esperanza. No de la ilusión vana, ni del optimismo utópico, ni de los espejismos infantiles. Eso no es esperanza y los laicos debemos denunciarlos. Pero al mismo tiempo, debemos vivir como aquellos que “han visto al Invisible”, que equivale a decir: debemos ser laicos con raíz penetrante y encarnada en la realidad, con “alma curada de espanto” como decía el Padre Varela, con vista larga y profética, con un proyecto de vida afincado en el presente y arraigado en la Isla, estemos donde estemos, laicos cuya labor sea anunciar el Reino que ya está entre nosotros, que nosotros mismos estamos construyendo, pero que todavía no está plenamente aquí sino en “semillas del Verbo”. Un laico sembrador de esperanza madura es aquel que no se deja arrastrar por el ambiente de la postración del “siempre ha sido así”, ni en la anemia del “eso nunca pasará”, ni en la paraplejia de “eso es imposible”. Un laico cristiano es aquel que cumple siempre y en su vida personal, social y política, el primer mandamiento de la Ley de Dios: Creer en un solo Dios. Lo que equivale a desmitificar a los falsos dioses del poder, del dinero, de la esclavitud, de la postración y del desaliento, que son aquellos ídolos que nos han hecho creer que para que “la cosa cambie”, tienen que confluir todos los astros del cielo en una pequeña Isla del Caribe, vale decir: que un mismo día, todos a la misma vez, lo cambiemos todo al mismo tiempo, con todos pensando igual y con idénticos métodos de acción. Esto es para Cuba, “el becerro idolatrado que ni de oro nos ha salido”, como dijo Dulce María Loynaz al obispo emérito de Pinar del Río. Esa mitología totalitaria que no solo consigue postrar a todo un pueblo, sino que lo pone a adorar un espejismo. Los laicos debemos seguir la espiritualidad paciente, educativa, firme y convincente de Moisés, que confió y dudó, liberó y cayó, pero nunca se postró, ni se detuvo en el camino pascual de la liberación y la esperanza.
– Con un amor adulto y fiel a la Iglesia: Para transformar la cultura de capillismos infantiloides y de la especie de funcionariado eclesial, esa transmutación de los estilos y métodos de los gobiernos y las políticas al interior de la vida eclesial, Cuba y su Iglesia necesitan laicos cristianos que sean capaces de un amor adulto, corresponsable, profético y fiel al interior de la Iglesia que somos nosotros mismos en comunión con los pastores. En la actual bonanza negociada se extraña el amor martirial a la Iglesia, la fidelidad de la paz frente al paredón gritando “Viva Cristo Rey”, el amor y la fidelidad a la Iglesia con el testimonio callado y perseguido que es otra forma de martirio civil. Debemos cultivar el amor y la fidelidad entusiasta de la REC y el ENEC, en que la participación de los laicos no era un amenaza para los pastores, ni la voz de los pastores era una imposición para los laicos. Donde la participación en una pastoral de conjunto se creía una meta a alcanzar cuando ya la estábamos viviendo en el proceso mismo de la REC y el ENEC. La fidelidad a la Iglesia, especialmente en momentos de errores y confusiones, es la prueba de identidad de los laicos cristianos. El amor a su Iglesia es la garantía de su vocación y misión en el mundo, un amor consciente, que ejerce el criterio y el discernimiento al interior, que se traduce en la discreción del hijo ante las enfermedades de la madre, en la paciencia del hijo ante los resbalones de la madre, en el silencio del hijo ante los maltratos de la madre, pero sobre todo, en la ternura del hijo que acaricia las arrugas de la madre, en los trabajos del hijo que lucha en la calle poniendo en práctica las enseñanzas y las virtudes que le enseñó en casa la Madre y Maestra. Eso es un laico cristiano. Ni mojigato, ni clericalista, ni superlaico en el interior de la Iglesia o de las asociaciones laicales, sino un hijo adulto, que sume la responsabilidad en el mundo y es él mismo parte de la Madre, educador de la Maestra y Esposo fiel de su Alma Mater que es por excelencia la Iglesia de Jesús y de María, nunca mejor dicho. Cuba necesita de estos laicos. Pero, sin fidelidad probada y sin amor adulto a la Iglesia no seremos laicos sino funcionarios, sindicados, oportunistas o fariseos y Cuba y su Iglesia ya conocen de esto y no necesitan más.
– Con un amor adulto y fiel a Cuba: Para transformar la cultura del desarraigo y la confusión entre Patria, revolución e ideología, Cuba y su Iglesia necesitan laicos cristianos que ayuden, en primer lugar, a aclarar esos conceptos, como lo recomendó el recordado y querido Mons. Pedro Meurice, arzobispo primado de Cuba, de feliz y santa memoria. Un amor adulto a Cuba supone un laico formado ética y cívicamente para poder contribuir a la educación ética y cívica de sus conciudadanos. Los laicos cubanos que han tenido el don de vivir en democracia, superando la nostalgia y la cruz del exilio, podrían apoyar y ayudar a esas obras educativas que crecen hoy dentro de Cuba. Es una forma eminente y urgente de la caridad y de las obras espirituales de misericordia. No podemos amar a la Cuba que no existe, ni la del pasado, ni la que nos imaginamos en el presente, sino la Cuba real, empobrecida pero rica en potencialidades, desarraigada pero fiel a sus raíces y a su memoria histórica, analfabeta cívica y políticamente pero sedienta de nuevas enseñanzas y propuestas que le iluminen el futuro. Debemos amar a Cuba tal como está: dañada antropológicamente pero con un acervo y una herencia humanista cristiana que puede redimirla, curarla y engrandecerla. La prueba de fuego de la encarnación y el compromiso de un laico cristiano es su amor responsable y su fidelidad inquebrantable a la Cuba real, a pesar de los pesares y pase lo que pase en política, en economía o en religión. Sin este amor adulto y esta fidelidad perseverante y actuante a la Nación, no solo a la tierra, donde Dios nos sembró o de donde nos desgajó, no hay laico cristiano auténtico y coherente.
En resumen, Cuba y su Iglesia necesitan laicos que sean “luz, sal y fermento” (cf. Mt. 5,13-14) en medio de la sociedad donde vivan, sea en la Isla o en la Diáspora:
– Luz para abrir caminos, para dar visión a corto y largo plazo, para dar seguridad y confianza, para ayudar a leer los signos de los tiempos, para facilitar la comprensión de lo complejo que pasa a su alrededor.
– Sal para dar sabor a la vida cotidiana, con frecuencia amarga y desabrida. Para poner sabiduría en el pensamiento, las palabras y las obras. Sal para resaltar el gusto por vivir y los sabores y saberes de los demás. Para curar las heridas y condimentar el ajiaco que une la diversidad sin desintegrar el sazón de cada componente de la sociedad.
– Fermento para fecundar toda obra buena, venga de donde venga. Para hacer parir lo estéril, para ayudar a crecer la virtud y el derecho. Para multiplicar las iniciativas buenas y las propuestas viables. Levadura para que la masa crezca y se convierta en ciudadanía.
- b.El laicado que Cuba y su Iglesia necesitan, hoy y mañana
No basta con que cada laico cristiano trate de acercarse a los anteriores perfiles según su vocación y carismas personales, Cuba necesita el testimonio, la voz y la acción de un laicado organizado, eficaz, moderno, encarnado, capaz de recrearse, de refundarse, según los nuevos escenarios y los actuales retos que le presentan los cambiantes “signos de los tiempos.” Es más, Cuba necesita un laicado comprometido y eficaz que esté presente y dé su aporte en el nacimiento de los tiempos nuevos que viven también el mundo y Latinoamérica.
En este sentido, cada laico y cada organización laical deberíamos hacer un sincero examen de conciencia personal y comunitario, para hacernos estas y otras preguntas:
– ¿Las asociaciones, proyectos, servicios y apostolados de los que formamos parte viven en el presente o en el pasado?
– ¿Esas asociaciones siguen la inercia de viejos reglamentos y métodos de trabajo o se refundan y renuevan para responder a los nuevos desafíos?
– ¿Son asociaciones sectarias, o ensimismadas, o abiertas y atentas a las necesidades de su pueblo?
– ¿Son organizaciones solo para servir al interior de la comunidad eclesial o también tenemos organizaciones al servicio de la sociedad civil?
– ¿Contraponemos falsamente estas dos dimensiones o las reconocemos y apreciamos como complementarias e igualmente legítimas?
– ¿Nuestro trabajo, voluntariado o apoyo monetario solo van destinados a organizaciones intraeclesiales o también a proyectos laicales al servicio de la comunidad civil?
– ¿Estamos los laicos, presentes y actuantes, o tenemos o debemos fundar organizaciones seglares cuyo objetivo de trabajo sean los nuevos areópagos de la comunicación y los ambientes económicos, políticos, sociales, culturales, donde los laicos cristianos y nuestras organizaciones seglares debemos construir la civilización del amor?
Mirando al presente y al futuro de Cuba, de la que vive en la Isla y de la que vive en la Diáspora y teniendo presente la Doctrina Social de la Iglesia, considero que las organizaciones del laicado cristiano deben tener y cultivar, entre otras, las siguientes características:
1. Que sean escuelas de una adecuada y creciente formación ética, cívica y religiosa.
2. Que sean laboratorios de pensamiento y propuestas para cada ambiente de la sociedad.
3. Que contribuyan al debate público y a la creación de estados de opinión usando los MCS y las TICs.
4. Que sean organizaciones abiertas, dialogantes y diligentes ante las necesidades del pueblo.
5. Que sean talleres para aprender a trabajar en equipo.
6. Que sean organizaciones encarnadas, incluyentes y actualizadas.
7. Que sean organizaciones corresponsables y en comunión con la comunidad eclesial.
8. Que sean tejedores de convivencia con el resto de la sociedad civil.
9. Que sean buscadores de consensos y unidad en la diversidad.
10. Que usen métodos participativos y democráticos.
8. Conclusiones: El Padre Varela nos convoca
A 30 años del ENEC, en el Jubileo de la Misericordia y bajo la inspiración del Padre Félix Varela, quiero concluir esta ponencia con algunas de las mismas palabras que hace tres décadas tuve el honor y la responsabilidad de pronunciar frente las reliquias del Padre de la Cultura cubana en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, en el fervoroso homenaje que la Iglesia cubana le rindió al que Martí llamó diáfanamente como el “santo cubano”. Varela logró encarnar en sí, y sembrar en sus contemporáneos, las semillas eternas del Evangelio. De su alma, de sus aulas y de su aporte a la evangelización de nuestra cultura desde el mismo proceso de su gestación, nació la Nación cubana. He aquí, su mayor milagro, el fruto de su santidad y el más grande ejemplo de vida para toda la Iglesia que vive y trabaja tanto en la Isla como en la Diáspora. Creo, que ese testimonio vital, como expresé ante sus gloriosas reliquias, conservan hoy toda su vigencia:
“Para honrar a un hombre entero hemos venido aquí. Para aprender de él. Para seguir sus pasos. Ese hombre es un sacerdote cubano: el Padre Félix Varela, cuyos restos reposan y convocan desde esta Aula Magna de la Universidad de La Habana. A él acudimos hoy los católicos cubanos, como signo de los caminos que buscamos recorrer para cumplir nuestra misión de servicio en el presente y en el futuro de nuestra Patria.
Varela es puente, punto de referencia, camino de unidad para los diversos sectores de nuestro pueblo. Hombres como él derriban barreras, abren puertas, construyen, serena y audazmente, el edificio de la sociedad. Hombres como él, desde los mismos albores de nuestra nacionalidad, convocan a la forja del futuro a todos cuantos quieran, con un amor entrañable a la Patria, y aún desde diversas concepciones del mundo, ponerse al servicio de la vida misma para abrir nuevas perspectivas a los hombres y vislumbrar renovados horizontes para nuestra sociedad.
En efecto, en el Padre Varela, encontramos y admiramos al insigne filósofo, al educador eminente que lleva a cabo una audaz y renovadora reforma de la enseñanza, dejando atrás la memorización escolástica e introduciendo el método inductivo en todo aprendizaje. En Varela encontramos al hombre que introduce en Cuba laboratorios de Física y Química para que la experimentación acompañara a la investigación y los hombres encontraran en la ciencia un instrumento certero para el conocimiento y dominio de la naturaleza.
Y para que los avances de la ciencia no deshumanizaran al hombre, ni sus logros se revistieran en su contra, Varela fue formador de conciencias hasta tal punto que con razón dijo Luz que “fue el primero que nos enseñó en pensar”, logrando integrar así, ciencia y conciencia, síntesis capaz de asegurar que la explotación de los campos insospechados de la ciencia desemboquen siempre en la conservación y promoción de la vida para un mayor desarrollo de la humanidad.
Honramos al promotor de hombres libres y comprometidos con la realidad social que les tocó vivir desde la Cátedra de Constitución del Seminario San Carlos, llamada con razón la Cátedra de la Libertad. Venimos también a honrar en Varela la creciente radicalidad política del hombre que mientras fue diputado a Cortes defendió la autonomía de los países hispanoamericanos y propugnó la abolición de la esclavitud, hasta que las mismas condiciones intransitables de aquella vía, lo llevaron al exilio y al convencimiento profundo y definitivo de que Cuba debía ser tan independiente en lo político como lo era en lo geográfico.
No podemos olvidar tampoco que, al mismo tiempo que exhortaba a los cubanos desde El Habanero a encontrar caminos para la independencia total de la Patria, Varela escoge, allí donde estaba, el camino del servicio a los más pobres como profético adelanto, ya en sí elocuente, de que la independencia que postulaba debía satisfacer no sólo la ruptura con un régimen colonia,l sino luchar por una liberación más integral, donde las carencias económicas y sociales de los hombres encontrarán eficaz solución en su misma raíz, junto a la satisfacción de sus necesidades culturales y espirituales.
El Padre Varela, primer intelectual revolucionario cubano, marca hasta tal punto la formación de nuestra conciencia nacional y su influencia en el nacimiento de tiempos nuevos para la ciencia, la educación, el periodismo militante, el análisis sociológico y el compromiso político de las generaciones que le sucedieron, es de tal magnitud, que con razón es llamado hoy el Padre de nuestra Cultura. Permítasenos también decir que para nosotros, un patriota de tal verticalidad y audacia previsora; un hombre que aporta a la naciente cultura nacional tal aliento de incalculable amor a la independencia y a la libertad; un hombre que sirvió a la Patria poniendo una generación en pie para que trabajara por levantar a los que vivían postrados; un hombre de tal estatura moral es también para nosotros, católicos de Cuba, un modelo para aprender de él que la fe que pueda haber en el corazón de un hombre debe llevarlo necesariamente al servicio generoso y desinteresado de su pueblo, debe conducirlo a trabajar por el desarrollo integral de la Patria en las circunstancias históricas concretas en que se encuentra, debe empujarlo, en fin, a vivir para los demás.
Es la audaz y vital síntesis entre los valores del cristianismo y los valores de nuestra propia cultura, siempre mestiza, siempre en gestación y crecimiento, lo que significa la vida de Varela, lo que los católicos venimos a aprender de él y lo que nos llama, en el momento actual a encontrar, desde nuestra propia identidad, nuevos caminos de participación en nuestra sociedad, en nuestra cultura.
En efecto, si a todos los cubanos Varela nos enseñó a pensar, a nosotros los cristianos nos enseña también a creer sin alienación y a vivir en franco y lúcido compromiso con la realidad que nos ha tocado compartir y construir. Por eso estamos convencidos que mientras más profundicemos todos en la vida de Varela, más sólidas y profundas serán las bases sobre las que vamos construyendo la siempre creciente y necesaria unidad de todo nuestro pueblo.
En este momento, que es histórico para nosotros, en este solemne lugar donde hemos venido a encontrarnos con nuestros orígenes, junto a los restos vehementes del padre de nuestra nacionalidad, prometámonos ser fieles a estas mismas raíces de autenticidad y cubanía que nos convocan a todos sin distinción, a ser consecuentes con la hora presente para construir, entre todos, un futuro mejor.”
Muchas Gracias.
Pinar del Río, Cuba.
2 de febrero de 2016
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.