Por Dagoberto Valdés Hernández
Antecedentes y contextos: responder a la realidad
Corría la década de los 80s. Atrás habían quedado tres etapas de la vida reciente de la Iglesia Católica en Cuba, también de las demás confesiones cristianas: Una primera etapa llamada de “luna de miel” con la revolución que se identificaba como democrática, popular y humanista, en 1959. Luego, muy pronto, como pasan todas las lunas de miel, llegó durante la década de los 60s el encontronazo motivado por el brusco giro, o lo que también se llamó “el destape”, hacia un sistema marxista-leninista ateo y represor de toda expresión religiosa. La tercera etapa cubrió casi 15 años desde 1970 hasta mediados de los 80, la Iglesia le llamó el tiempo del “testimonio callado”, o de la “supervivencia en las catacumbas”, equivalente al calco de lo que Europa del Este llamó “la Iglesia del silencio”.
Nunca faltaron ni persecución religiosa ni martirio, cruento o civil, de un resto fiel y cristiano. Para los que lo vivimos parecía que se repetía, al estilo caribeño y tropical, aquella era de la comunidad cristiana de los Hechos apostólicos de los primeros tres siglos de nuestra era. Y, como entonces, quedó demostrado que ningún imperio totalitario puede borrar totalmente la virtud, ni puede encerrar al indoblegable espíritu humano, ni arrasar sin resucitar el alma de las naciones. Yo viví, con la gracia de Dios y la ayuda de la pequeña comunidad cristiana, las dos últimas etapas y doy fe de que fueron lo más parecido a lo que cuenta el Evangelio.
En el mundo había ocurrido el Concilio Ecuménico Vaticano II (1963-1965) y el “mayo del 68”. En América Latina, mientras se multiplicaban golpes militares y guerrillas, las iglesias locales sufrían otro tipo de proceso pero igual de dramático. Los obispos latinoamericanos se reunieron en Medellín (1968) y en Puebla (1978) para aplicar al continente los acuerdos del Concilio. Cuba y su peculiar sistema no fueron abordados.
A comienzos del mes de julio de 1979, en una convivencia de sacerdotes realizada en El Cobre, Mons. Fernando Azcárate, jesuita, y obispo auxiliar de La Habana, lanzó lo que al principio se tildó de “una gran quijotada”: hacer un “Pueblita” para Cuba. Es decir, organizar una reunión extraordinaria de toda la Iglesia en Cuba para aplicar los acuerdos del Concilio, de Medellín y de Puebla, teniendo muy en cuenta la realidad concreta de Cuba. La audaz quijotada no se concretó hasta el 19 de abril de 1981 en Camagüey en que se creó un Comisión organizadora nacional. Se crearon también tres subcomisiones de estudio: teológica, histórica y sociológica o de encuestas.
La REC: movimiento participativo del ENEC
Durante tres años (1982 a 1985) la Iglesia Católica en Cuba realizó el movimiento reflexivo, horizontal y creativo, más importante de toda su historia de cinco siglos. Se llamó Reflexión Eclesial Cubana (REC), que consistió en una revisión de la vida y obras de la Iglesia en Cuba desde la base y con la participación literalmente de todos los miembros practicantes, laicos, religiosas, religiosos, seminaristas, sacerdotes y obispos, de todas las comunidades. En mi opinión, la REC fue el ENEC, aún más, fue lo más importante del ENEC y de toda la vida eclesial cubana. Investigación histórica para aprender las lecciones del pasado. Encuestas que reflejaban la vida del presente, reflexión teológica aplicada a nuestra identidad nacional y propuestas desde la base para resucitar y servir mejor a nuestro pueblo como iglesia. Los aportes de bateyes, barrios y comunidades de base se recopilaron y estudiaron en las parroquias, más reflexión y más aportes, que se recopilaron en asambleas diocesanas de toda Cuba. De este rico y enjundioso tanque de ideas y propuestas, de mística y modos de vivir la espiritualidad, se redactó, primero, un “Documento de Consulta” y luego el “Documento de Trabajo”, que volvieron a ser estudiados en cada diócesis y parroquia.
Durante esos tres años aprendimos todos a trabajar en equipo, a escoger el método participativo y corresponsable en comunidad, a escuchar las voces plurales del pueblo y a recoger su creatividad, su espíritu de cambio y renovación. Aprendimos a respetar la unidad en la diversidad, a construir consensos, a elegir prioridades, a dejar a un lado protagonismos personales y a poner las necesidades de Cuba, es decir, de los cubanos, en las rutas de servicio y animación de la Iglesia. Fue una gran escuela ética, cívica y de espiritualidad.
El ENEC: una iglesia encarnada en el servicio y el compromiso a su pueblo
Por fin, se realizó el Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) del 17 al 23 de febrero de 1986 en la Casa Sacerdotal sita en 25 entre Paseo y A, en El Vedado habanero. Su lema fue: “Iglesia sin fronteras, solidaria en el amor”. El Encuentro sesionó bajo una presidencia colegiada formada por: el Cardenal Eduardo Pironio, enviado especial del Papa Juan Pablo II; el Nuncio Apostólico de Su Santidad en Cuba, Mons. Giulio Einaudi; Mons. Adolfo Rodríguez, obispo de Camagüey y presidente de la Conferencia de Obispos de Cuba; Mons. Jaime Ortega, Arzobispo de La Habana; un representante de los sacerdotes, el Padre Bruno Roccaro; una representante de las religiosas, Sor Dolores Pérez, Hija de la Caridad y un representante de los laicos, Dagoberto Valdés.
Asistieron, todos los obispos cubanos, 173 delegados de las siete diócesis que tenía Cuba y numerosos invitados extranjeros y cubanos. Entre estos últimos participó en la sesión pública inaugural el Dr. Ricardo Alarcón de Quesada, entonces Viceministro de Relaciones Exteriores.
La Iglesia Católica salió por primera vez de sus recintos durante el ENEC y escogió para este gesto de apertura, peregrinar el 19 de febrero hasta los restos del Padre Félix Varela que descansan en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Allí, rendimos un sentido homenaje, “al primero que nos enseñó en pensar” con cabeza propia, al padre de nuestra nacionalidad y de nuestra cultura, “para aprender de él, para seguir sus pasos” como dijera en sus palabras el laico Dagoberto Valdés, en nombre de los delegados del ENEC, luego que el historiador de la Universidad, el Dr. Delio Carreras, nos diera la bienvenida y honrara también en nombre del Alma Mater “al santo cubano” como lo llamara José Martí. Durante el ENEC se iniciaron oficialmente los pasos para la causa de beatificación del Padre Varela que muchos cubanos aún esperamos.
Durante una semana se estudiaron, debatieron y votaron todas las propuestas venidas de la base, de las diócesis y las que surgieron durante el Encuentro mismo. Así quedó aprobado capítulo por capítulo lo que constituye el “Documento Final del ENEC”. Este documento se divide en cuatro partes:
1. Historia de la Iglesia en Cuba, lecciones de la historia y situación actual de la Iglesia.
2. Fundamentación bíblica y teológica para un discernimiento de la misión en el futuro.
3. Acción pastoral de la Iglesia en Cuba en el futuro. Que consta de ocho capítulos:
– Fe y sociedad, fe y cultura, los ministerios ordenados, la vida consagrada, el laicado, las comunidades
eclesiales, ¿cómo la Iglesia realiza su acción pastoral? y otros campos específicos en la acción pastoral de la Iglesia.
4. Líneas fundamentales para una pastoral de conjunto de la Iglesia en Cuba. Prioridades y líneas de acción.
Prioridades: actitudes, estilos de trabajo y líneas de acción
Las nueve prioridades escogidas y votadas por la Asamblea, para destacar las actitudes, estilos de trabajo y formas de servicio que debían marcar la vida de la Iglesia Católica en Cuba y también como testimonio e inspiración para cuantos se interesaran por su ser y quehacer, fueron las siguientes, por orden:
Trabajar por: una iglesia más evangelizadora, orante y encarnada. Por una iglesia en diálogo en sí misma y con la sociedad. Por una iglesia unida en la diversidad, participativa y corresponsable. Por una iglesia que planifica una pastoral de conjunto y por una iglesia que asume la pobreza en espíritu, en sus medios y en sus acciones y que acompaña a los pobres.
Las nueve líneas de acción pastoral que debían llevar a la práctica esas actitudes y estilos de vida prioritarios, sin excluir otros, votadas y aprobadas, por orden fueron:
Trabajar por:
– renovar la mentalidad de la Iglesia para pasar de una actitud replegada en sí misma al discernimiento, el diálogo, y los riesgos del cambio.
– fomentar una espiritualidad de la encarnación en la sociedad y en la cultura: como Jesús, en contacto con las gentes, por las calles, compartiendo necesidades y esperanzas.
– asumir e integrar las diferencias normales e inevitables, de modo que cada visión y método de trabajo pueda articularse con los demás.
– renovar las estructuras de la Iglesia para alcanzar las prioridades señaladas y crear las que respondan a los nuevos desafíos.
– asumir el diálogo como estilo de vida, como método de trabajo y como camino de la acción.
– incrementar la conciencia evangelizadora con responsabilidad, audacia, creatividad, superando la rutina, la queja y el pesimismo con serenidad y esperanza proactiva.
– impulsar la evangelización de la cultura y la inculturación del Evangelio para en diálogo con toda la sociedad, lograr la transformación de las mentalidades y las estructuras de cualquier forma de deshumanización evasiva o tecnocrática, de modo que la dignidad de la persona humana sea el centro y el fin de toda la vida social.
– participar en la construcción de la civilización del amor que consiste en “aquel conjunto de condiciones morales, civiles, económicas, que permitan a la vida humana una posibilidad mejor de existencia, una racional plenitud y un feliz eterno destino” (Papa Pablo VI).
Considero que, con solo mencionar los métodos de trabajo y los temas estudiados durante tres años en la REC y el ENEC, se puede apreciar que, desde hace tres décadas, hay cubanos y cubanas que optaron por permanecer aquí, por pensar en Cuba, por proponer salidas y proyectos, no solo para la Iglesia, sino para toda la Nación cubana, a cuyo servicio debe estar tanto la comunidad religiosa como el resto de la sociedad civil y el Estado.
Ojalá, que ni la Iglesia, ni la sociedad cubana de la que forma parte, nos quedemos en la memoria y la nostalgia, sino que aquellas inquietudes, actitudes, pensamientos y propuestas, trabajadas desde la base de forma corresponsable y participativa, sean inspiración y experiencia que nos ayuden a realizar hoy lo que los nuevos escenarios nos demandan y lo que el alma de la Nación cubana necesita.
Nota: el autor fue delegado y el laico miembro de la presidencia del ENEC.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007. Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director. Reside en Pinar del Río.