Por Williams Iván Rodríguez Torres
En las últimas cinco décadas los cubanos hemos mal aprendido a no tomar las cosas por lo que son; tenemos doctorados en sacudir la mata por los gajos y no por el tronco, en darle al que no te dio, y en partir la soga por la parte más débil. Pareciera que somos másteres en brincar la talanquera, ponernos en la acera de la sombra, en mirar para el otro lado y cubrirnos de grasa deslizable; somos especiales a la hora de emitir criterios ajenos, o de permanecer como espectadores en un debate para dar “nuestra” opinión cuando sepamos de qué lado está la mayoría para ponernos de esa parte, aún sabiendo que creemos todo lo contrario.
En la Cuba de hoy todo es causa y efecto. Todo es parte de un engranaje que aunque no funciona, porque a veces marcha adelante, otras muchas lo hace hacia atrás, y otras tantas, apenas se percibe movimiento. Pero sin dudas es un mecanismo triturador y aplastante.
No soy ecónomo, ni dado a los números; soy solo un ciudadano más que es parte de la masa que constantemente ha sido aplastada por los mazos, por los que somos pasados una y otra vez para sacarnos hasta la última gota de jugo. Soy parte de la masa, pero no soy masa, soy individuo con criterio propio y con vivencias múltiples, casi incontables, como las de cualquier cubano a lo largo de esta isla.
Constantemente veo con dolor cómo se culpa a quienes son resultado y no causa, por ejemplo: Se culpa a los carretilleros de los altos precios. Es cierto que son elevados, ¿pero no son insuficientes los salarios? Se culpa a los merolicos de acaparar lo que se saca en las tiendas, ¿no será que existe un perenne desabastecimiento de todos los productos comenzando por los más necesarios y terminando por los más insignificantes? Se culpa a la población por el derroche de agua ¿No se derrama más en los miles, o millones de salideros en las conductoras y acometidas que en su mayoría tienen entre sesenta y cien años a lo largo del país? (dato ofrecido por el sistema informativo de la Televisión Cubana). Criticamos constantemente el precio del transporte público, de los camiones, camionetas y autos privados, ¿no es peor el que le sube el precio al combustible y promete revisar el precio del mismo cada tres meses y no lo hace, aún cuando el precio en el mercado mundial ha bajado más del doble del precio que tuvo al tomarse la medida? ¿Quién será peor, el que golpea, o el que manda a golpear?
Los cubanos estamos en momentos de definición, aún cuando muchos simulan que nada está sucediendo; en lo que va de año el éxodo de compatriotas se ha cuadriplicado, o quintuplicado, al punto que alguien me comentó: Estamos ante un nuevo Mariel, otro Boca de Camarioca, o una nueva crisis de los balseros, con la diferencia que ese número creciente y significativo de hermanos que sale huyendo, lo hace por mar, por terceros, cuartos y cuantos países tenga que cruzar. Es preocupante ver el número de profesionales y deportistas que están abandonando sus colaboraciones, misiones o abusivos contratos oficiales en el extranjero. ¿Aún así insiste alguien en decir que nada está sucediendo?
Una vez más nos corroen la apatía y la desidia, la falta de proyectos de vida como individuos y el miedo a “coger el rábano por las hojas”, a enfrentar de cara la verdad, nuestra verdad, sin relativismos; de manera que no nos dejemos zarandear por las circunstancias, que no seamos veleta ante el cambiante viento, que antes soplaba del este-noreste, luego del suroeste y hoy casi de un norte franco.
Nadie tiene derecho a decidir por nosotros, nadie tiene derecho a hablar por nosotros, nadie es dueño de esta isla y su destino. Solo estas once millones de almas pueden ser capaces de enrumbar el futuro. Nadie, ni de adentro, ni de otras tierras tiene derecho a someternos a lo que fue un malogrado proyecto de nación a su antojo. Nadie ha de traernos de afuera un proyecto para nuestro futuro. Nos toca a nosotros reconstruirlo, reconstruirlo con la ayuda de todos aquellos que estén dispuestos a darnos la mano, donde las arbitrarias prohibiciones y los caprichos queden fuera.
Invito a cada hermano cubano a mirar a su alrededor, basta ser un poco observador para ver lo que fue este país durante los primeros cincuenta años del siglo pasado. Miremos nuestras ciudades, la arquitectura y las construcciones que heredamos de aquellos que se esforzaron en la construcción de un país que permaneció a la vanguardia de este continente y de la misma manera, veamos qué va quedando de aquel esplendor, qué nos queda de nuestras ciudades colmadas de vertederos, baches, parques oscuros, monumentos ultrajados, cientos de edificios en peligro de derrumbe, zonas industriales en ruinas y abandono. El deterioro es de San Antonio a Maisí. Lo más triste de todo es que a mi entender, esa destrucción es solo la física, la material; la cual a lo largo de estos casi eternos cincuenta y tantos años ha tenido miles de justificaciones, o de culpables externos. Pero la vida no es para pasarla quejándonos, o buscando culpables, es para encontrar soluciones, para resolver las dificultades que se nos presenten, con ingenio y ayuda, sin soberbias y caprichos que a nada conducen, solo al fracaso. Quien no es capaz de resolver las crisis de su casa, que le entregue las llaves al vecino. La historia nos lo ha mostrado de la manera más cruda.
Mucho más preocupante es que de esa misma manera se ha ido destruyendo el alma de la nación, una nación domesticada, pero de alma rebelde, un país de personas emprendedoras que apostaron al proyecto equivocado, pero capaz de despertar y salir adelante sacudiéndose el polvo de la larga caída, del letargo que va pasando.
Espero que por el bien de nuestros hijos, las divisiones de los cubanos por la política termine más temprano que tarde, que nuestro parlamento sea plural y representativo, donde se apele a la voluntad del único a quien se debe servir, el pueblo y no al gobierno. Espero que para un futuro cercano Cuba pueda ser dirigida por un gobierno incluyente, no por un partido único y rector. Confío en que el desarraigo de la juventud quede atrás, que sean los jóvenes de hoy quienes hagan carrera política inclusiva y no de vetos, cercas y alambradas. Ojalá y los cubanos de hoy acabemos de hacernos conscientes de que nuestros hijos no tienen por qué seguir escapando, ojalá y no sigamos permitiendo que nuestra nacionalidad siga siendo caldosa donde todo está batido, apachurrado y sin identidad propia, mejor que sea ajiaco donde hay de todo, pero donde todo se identifica, donde cada ingrediente difiere de los demás enriqueciendo el sabor. Tomemos conciencia para que los que se han ido puedan regresar y nadie más tenga que marcharse de Cuba.
Williams Iván Rodríguez Torres (Pinar del Río, 1976).
Técnico en Ortopedia y Traumatología.
Artesano.