Por Dagoberto Valdés Hernández
Los hombres de criterio siempre son polémicos. Los demás, grises. Detenerse en las discrepancias y no reconocer los talentos y carismas de esos hombres es de almas raquíticas. Encontrar lo bueno y lo hermoso que tienen las personas con las que discrepamos es de almas grandes.
Conocí al Padre Carlos Manuel de Céspedes y García-Menocal cuando yo era un adolescente y él venía a la novena de la Virgen de la Caridad en mi parroquia pinareña. Era un derroche de verbo profundo, pero sobre todo, contagiaba cubanía. No era solo su alta y patricia cuna, sino su propia visión desde Cuba, para Cuba y ese amar todo lo cubano, en el tuétano, sin superlativos. En ese tiempo aprendí de él todo lo que pude y me sentí orgulloso de ser cubano, cosa que, gracias a Dios, aún me domina.
Luego fui a estudiar a la Universidad de La Habana por la década de los 70, y vivía en la residencia estudiantil de 12 y Malecón, desde ahí, cada domingo y día de precepto iba a La Víbora, a la parroquia de Jesús del Monte, para ayudar a la Misa del Padre Carlos y a disfrutar, no solo de su patriotismo, sino de su alta y pura teología, natural y brillantemente inculturada, encarnada en nuestro ethos identitario. El Evangelio parecía nacido en la Loma de los Vegueros. Me sentí profundamente hijo de la Iglesia, cosa que, gracias a Dios, aún mantengo.
No puedo dejar de mencionar los gloriosos e irrepetibles tiempos del Encuentro Nacional Eclesial Cubano (ENEC) y su insuperable preparación desde la base con lo que se llamó Reflexión Eclesial Cubana (REC) durante la década de los 80. Era una Iglesia que salía del silencio, que caminaba a la intemperie, que se dejaba interpelar por el Evangelio de Jesús. Carlos Manuel era de la Comisión Teológica y yo de la Histórica, nos acercábamos por dos senderos complementarios a la espiritualidad del pueblo cubano. El servicio generoso y filial de Carlos Manuel se hizo presente cuando llegó el momento de presentar los capítulos que habíamos redactado como borradores para el Documento de Trabajo del ENEC.
Él escribió el de “Teología” y yo el de “Fe y Cultura”, ambos desafiantes y difíciles, en 1985 y en Cuba. Su capítulo no era tal, era un tratado teológico con todos los meridianos de ortodoxia y de inculturación. Pero la Comisión Central consideró que era demasiado para el perfil del ENEC y Carlos, con suma humildad y sentido eclesial, depuso aquella obra monumental de un plumazo, escribiendo en su portada un “no” y diciendo: “no sé si tengo tiempo, pero redactaré otra vez este dichoso capítulo”. Su voz, que me parece oír hoy, era magisterio testimonial de qué significa amor a Cuba y a su Iglesia. Lo logró, y hoy campea esa reflexión en el cénit del Documento finalmente aprobado.
Poco después vino la polémica década de los 90. Cada cual intentó aplicar, según sus carismas y opciones personales, la riqueza aún por llevar a la vida del ENEC y sus posteriores actualizaciones. Poemas suyos fueron publicados en Vitral. Yo era lector asiduo de Vivarium, la primera de las nuevas revistas católicas de Cuba. En mucho de ella se inspiró Vitral, pero siguiendo su propio perfil editorial atendiendo a sus destinatarios.
Otro de los regalos que Dios me ha hecho es haber conocido a su hermano, Manuel Hilario de Céspedes, mi compadre y amigo, mi párroco y confesor durante 20 años, hoy digno obispo de Matanzas. Ellos dos me enseñaron con sus vidas qué es la unidad en la diversidad, qué es quererse y venerarse mutuamente como hermanos y, al mismo tiempo, ser tan diferentes como iguales en talento y amor a Cuba y a la Iglesia. Cada vez que pienso en cómo lograr entre los cubanos la ansiada unidad de los diferentes, la fraternidad sin disimulo de lo que somos, la primacía de la amistad cívica sobre las normales y deseables discrepancias, pienso en la admirable hermandad de Carlos y Manolo.
Pasó el tiempo, y nuestra amistad alcanzó la madurez del viaje a lo esencial. Pudimos ser fieles a esa fraternidad sin renunciar ninguno de los dos a nuestros diferentes puntos de vista con relación a lo circunstancial de Cuba y su Iglesia. Me sentí profundamente respetado por el ya provecto sacerdote. Lo respeté siempre, por encima de nuestras diversidades. Eso lo aprendí en la Iglesia. Eso quiero mantener en medio de la sociedad civil de mi Patria, tan sufrida por las divisiones y descalificaciones públicas y tan necesitada de juntar el hombro para edificar un porvenir en que quepamos todos, pero sin empujones ni cabezazos, aunque sí con debate y ejercicio plural del criterio.
En la mañana gris del 4 de enero de 2014, la parroquia de San Agustín, era símbolo y anuncio del perfil que identificó al Padre Carlos Manuel: Era el arca de Noé, “dos de cada especie”-como dice el Génesis poético. No era posible etiquetar, no era posible lo tendencioso. Era más que visible la diversidad, la pluralidad de opciones, profesiones y creencias. Era el adelanto profético de lo que yo desearía para el futuro de Cuba.
Frente a la capilla del Cementerio de Colón, Carlos Manuel siguió trabajando y facilitando encuentros. Allí pude saludar, con la misma mano abierta y franca, a la Sra. Caridad Diego Bello como a los laicos católicos que han perseverado en medio de la larga prueba. Pude estrechar a obispos que conocí de laicos y a laicos que hoy son sacerdotes.
Era la obra discreta y trascendente del Padre Carlos Manuel, sacerdote y hombre puente.
Que siga, polémico y pontífice, desde la Casa del Padre Dios que, como dice Jesús en el Evangelio, “no hace acepción de personas y envía el sol para justos e injustos”.
Que así sea.
—————————————————————————–
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.