Por José Antonio Quintana de la Cruz
Pedro Pablo Oliva exhibe este verano en el Museo de Arte de Pinar del Río (MAPRI) una valiosa muestra de esculturas de bronce policromado. Trece piezas que tienen, más que muchas de sus pinturas, el sello espiritual del artista.
Por José Antonio Quintana de la Cruz
Pedro Pablo Oliva exhibe este verano en el Museo de Arte de Pinar del Río (MAPRI) una valiosa muestra de esculturas de bronce policromado. Trece piezas que tienen, más que muchas de sus pinturas, el sello espiritual del artista. Sus personajes viven en el bronce historias familiares, políticas, religiosas, sexuales, lúdicas y siempre amorosas. Peces horripilantes y lagartos lascivos; Fidel y Martí, embarcados en una peligrosa expedición junto a un doble de míster Magoon, y las comparsas, solo en el catálogo, como el gato y caperucita, que merecen un Oscar por su actuación secundaria. Ah, y el humor, que tiene un papel protagónico en la muestra.
Los rostros de las esculturas merecen un comentario particular. Han sido moldeados y pulidos con delicadeza y ternura. El acabado maestro de esas caras nos remite a la excelencia con que algunos gigantes de la escultura han trabajado los músculos, las venas y los pequeños huesos de manos y pies. Pero aquí se trata de dulzura y picardía solidificadas en expresión giocondesca.
En algunos de esos rostros reiterados está la familia, y detrás de esta, la frondosa y laberíntica genealogía que cuaja en los personajes actuales. Yo he visto rostros de rasgos y placidez parecidos en pinturas de Gauguin y en las esculturas de barro y piedra de Mayas y Aztecas, principalmente Olmecas. En los gestos y en las expresiones faciales de los personajes de Oliva se puede leer la historia de nuestras mezclas raciales: son esculturas de un mestizaje de prosapia lejana, este es el valor antropológico que enriquece la valía artística de las mismas.
En las obras, tras las armonías, los tiernos trazos y las suaves ondulaciones que las curvas, las líneas de Dios al decir de Gaudí, regalan al ojo incauto, están las figuras volumétricas de la geometría del espacio, suavizadas hasta lo imperceptible por el sentimiento, vueltas capricho, fantasía y forma artística por la espiritualidad del escultor, que transitó hasta aquí desde el pintor, que fue del plano al volumen y que, incansable y poseído de pasión mesiánica, busca, como él mismo ha escrito, insuflarle vida a sus bellos engendros “con un soplo divino”.
El maridaje del arte y la ciencia para crear lo verdaderamente valioso en términos estéticos es sempiterno. En la obra de arte la ciencia subyace casi siempre en tan profundos arcanos que no aparece ni sugerida. El gesto instintivo e inspirado del artista comúnmente no se relaciona con procesos discursivos, aún cuando en casos como los de Leonardo y Goethe la duda se constituya en irrebatible evidencia. En los equilibrios de fuerzas de “Muchacha Enamorada de un Ángel” y “El Beso”, creaciones que Oliva debió realizar en estado de gracia, la Física, desde insondables lejanías, impone invisiblemente sus leyes.
La muestra veraniega que el MAPRI obsequia al público pinareño está integrada por obras cuya calidad inobjetable se separa de la suprema magnificencia en la misma prudente medida en que el talento magistral se aparta del genio. Lo ilustro: es la distancia que separa la excelencia lograda en la creación de los brazos y manos de los santos esculpidos por Rita Longa y los del pequeño crucificado de Cellini que se atesora en “El Escorial”. En esta última obra la creación de la trama de vénulas y nudillos del dorso de las manos es una genial construcción de orfebrería finísima que no resulta perfectible, al menos con los soportes y técnicas contemporáneos, y que convierte las manos en joyas que agregan un valor artístico insuperable a la escultura. De esto se trata cuando diferencio el talento magistral del genio, sin olvidar que ambos son criaturas del Olimpo.
Por último quiero reconocer el calificado trabajo de museografía, diseño y montaje del equipo que dirige Juan Carlos Rodríguez, a cuya diestra brilla el joven Orlando Barreras. Esta vez han introducido un recurso con funciones utilitarias, estéticas y de estímulo a la imaginación: los espejos. Ellos trabajan el ciclo completo de una exposición: piensan, sienten y sudan. Sin embargo, hay un detalle que me resulta infeliz: colocar la exposición bajo la tutela filosófica de Milán Kundera. Encuentro algo de ufanía intelectual en ello. No hacía falta, se los aseguro.
José Antonio Quintana (Pinar del Río, 1944).
Economista jubilado.
Médico Veterinario.
Reside en Pinar del Río.