Acercamiento a la presencia del retrato de José Martí en la pintura cubana
Por Maikel Iglesias Rodríguez
Retratar el alma del Apóstol de la patria cubana, hacerle una caricatura a la luz de su ángel, captar esa simiente que germina corazones en los áridos entornos de este mundo…
Acercamiento a la presencia del retrato de José Martí en la pintura cubana
Por Maikel Iglesias Rodríguez
Retratar el alma del Apóstol de la patria cubana, hacerle una caricatura a la luz de su ángel, captar esa simiente que germina corazones en los áridos entornos de este mundo, es una invocación perenne a la verdad y al mismo tiempo un pasaporte “gratis” hacia un amor desconocido por las masas;tiene mucho de sorteo personal y desafía los raudales de experiencias académicas, es un examen práctico más que teórico, para aprender a conducir con fluidez el auto del espíritu insular; sigue siendo un misterio anhelado por los tiempos de relojes insondables: como pintar a Dios.
Aprehender la pureza de los genios en una cartulina con técnica mixta, o entre las márgenes de una tela curtida para sublimar imágenes y/o semejanzas, es una procesión interna por los múltiples atajos de la carne, plantarle cara al guardaespaldas del olvido, irse a un duelo de paz por la vida contra las miserias que corroen voluntades y atropellan las flores que aroman en cada estación de la virtud. Tatuarse por dentro de los cuerpos, esa estrella de infinitas puntas y de un resplandor sencillo, sigue siendo un enigma para mujeres y hombres: como pintar a un infante desde la adultez adulterada por las sombras que proyecta el miedo a las caídas y a la desilusión.
Dibujar con hondura el rostro de los mártires, más allá de las similitudes físicas y el preciosismo desalmado por encargos, es un reto constante a la imaginación y un exorcismo trascendente hacia la libertad; urdir esas improntas de quien fuera el más grande profeta de su tiempo y de su propia tierra, es una ofrenda a la Nación y al Universo, aunque traten de extranjerizarlo o desterrarlo por siempre, con aquellos sofismas de utopías ajenas e ideales que ignoran el valor auténtico de la raíz, o pretendan como nubarrón estéril con sus xenofobias miopes y sordas, limitar al extremo los legados imperecederos de una vida en armonía con los sueños y realizaciones de su era.
Pero cómo no pintar a semejante médium, al pastor-babalawo sin par que no cesa de guiar a sus hermanos con iridiscencia febril-apacible y amorosa, sin empellones soberbios que se desentiendan de los ritmos y las libertades íntimas. A un ser que modeló con barro humano el alma de su pueblo, sin esperar recompensas efímeras ni duraderas, con el peso de una cruz sobre su pecho que aún rebasa los confines propios y sanguíneos como un yugo estelar, es imposible esconderlo en un oscuro cuartico de desahogo nacional, ni siquiera en una galería fastuosa para el arte más costoso de escanciar.
Ninguna otra persona en esta isla, ha sido recreada por tantos artistas como nuestro apóstol. Son tantas las obras que se le han dedicado y de tales proporciones los aportes a su biografía, que no quisiera pecar en mis palabras de contribuir a un canon excluyente de creadores con nomenclaturas predilectas o aleatorias. Solo sé que soy testigo y me enaltece cuánto se le ha ponderado en arte a este cubano, y auguro muchas obras inspiradas en su vida en nuestro porvenir. Incluso quienes se le acercan a su enorme legado iconográfico, fuera por sus conexiones épicas o por la cercanía histórica -que no necesariamente hace más nítida la imagen- no cuentan con la diversidad de enfoques con que se le ha contemplado.
Por eso sus bigotes no terminan de crecer aunque mantenga en su ángel la faz de un infante sempiterno, y a ratos se transforman en bolas de hilo para que la gente empine sus propios cometas, en el cielo azulado de una patria más que nada, libre; o quizás se conviertan en áuricos estambres sus cabellos, para que se tejan con las manos inúmeras de la Nación y se icen al tope los blasones entrañables de la Luz, con las voces diversas de la Hermosa Cuba.
Porque él mismo se autodibujó con sangre y supo retratar el alma de su tierra, con virtudes genealógicas y universales, siguiendo el mandamiento aquel socrático, de la urgencia del conocimiento de nuestra naturaleza propia, y el designio vareliano de pensar y trabajar por nuestro bien común. ¿Y cómo podríamos autorreconocernos, si no nos dibujamos y no nos pintamos a nosotros mismos? ¿De qué modo crecer con armonía plena, si no convivimos colores y trazos diversos, con amor y transparencia? Nadie más digno de pintar y pintarse, que ese ser que modela desnudo, para todas las almas y todos los tiempos.
Iluminado
A José Julián Martí y Pérez
Si te pensara poeta solamente
¿cuánta luz se quedaría fuera,
cuánta lágrima brotase entre los surcos de tu rostro
diluviando los retratos de tus ópalos taurinos?
¿Y si te pienso mártir, sabio, o adalid de medianoche?
El luto abarcaría más de una existencia.
¿Si te reparo isla, o te vislumbro del cielo su media naranja,
cuántas semillas dejaran de nacer,
cuánto bosque muriese en el instante?
No me consuela en nada limitar tu humanidad
a los raros confines donde mora el superhombre,
yo no encuentro remedio en las estatuas que se multiplican,
ni acaso empeñaría mi futuro
por la vana recompensa de una canonización robot.
No basta nacionalizarte ni pensarte un heredero de los ángeles,
si vuelan tus palabras a deshoras
por el mundo subterráneo en que las rosas,
marchitan el candor de las estrellas.
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Maikel Iglesias Rodríguez (Pinar del Río, Cuba 1980)
Poeta y médico.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.