La educación en Cuba: los cambios que necesita.

Por Karina Gálvez
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Es cierto que los cambios son siempre un reto y aceptarlos depende en gran medida de la flexibilidad de las mentalidades. Pero su efecto y el modo en que se produzcan determinan la actitud con que estos cambios son asumidos: se participa en ellos o se rechazan.

“La autoridad reposa, en primer término sobre la razón.
Si ordenas a tu pueblo que vaya a arrojarse al mar, hará una revolución.
Tengo derecho a exigir obediencia porque mis órdenes son razonables”.
Antoine de Saint-Exúpery, “El Principito”
Por Karina Gálvez
Universidad de La Habana.

Universidad de La Habana.
Es cierto que los cambios son siempre un reto y aceptarlos depende en gran medida de la flexibilidad de las mentalidades. Pero su efecto y el modo en que se produzcan determinan la actitud con que estos cambios son asumidos: se participa en ellos o se rechazan.
En los últimos tres años, se manifiesta una intención de cambiar la situación de facilismo en que estaba (o todavía está) la educación escolar cubana. Exámenes de ortografía para universitarios y profesores, disminución significativa de las clases televisadas, aumento del nivel de exigencia en exámenes de ingreso y cambios en el sistema de evaluación en todos los niveles de enseñanza. Debemos reconocer que estos cambios han influido en la actitud de estudiantes que ahora saben que deben esforzarse más para alcanzar lo que antes era quizás más fácil.
Pero, ¿por qué no nos sentimos más satisfechos los que participamos en el sistema?
Es de suponer que un mayor nivel de exigencia contraríe a los estudiantes porque tienen que hacer un mayor esfuerzo, o a los profesores que deben hacer un mejor trabajo, o a los dirigentes que deben asumir mayores responsabilidades. Pero, en sentido general, la contrariedad no significa incomodidad o insatisfacción para quien comprende la importancia de la educación de una nación. Así, hablando en sentido general, quien se incomoda por tener que estudiar más, se alegra al sentir la compensación de una mejor preparación para la vida y al saborear el aumento de sus conocimientos, así como la justicia en las evaluaciones que hace que prevalezca el que más se esfuerza. El profesor, que pudiera incomodarse por tener que trabajar más, se siente compensado por los resultados de su trabajo y la justa valoración del mismo, por el respeto de los estudiantes, que, ante mayor exigencia, prestan más interés. Los padres, que son los responsables de la educación de sus hijos, prefieren la exigencia que los hace esforzarse, a la dejadez que les facilita el camino hacia la mediocridad. Estas son las actitudes más humanas. Aún cuando existan personas que prefieran la comodidad, la falta de exigencia o la mediocridad, no creo que esto sea lo más común en Cuba.
¿Qué es lo que todavía provoca, e incluso ha aumentado, la insatisfacción de estudiantes y profesores cubanos?
Sobre esto todos podríamos emitir criterios y tener ideas todas diferentes. Pero creo que hay elementos que se repiten en el sistema de educación cubano y que, ante los cambios implantados, ponen más al descubierto contradicciones propias de cualquier sistema totalitario:
La formación profesional de maestros y profesores
¿Quiénes dan clases en Cuba? Por una parte, muchos hemos contado alguna vez con un maestro o maestra que marcó nuestra vida. Que supo hacernos descubrir potencialidades y talentos y que nos formó para enfrentar los retos de vivir éticamente. Esos todavía viven y trabajan en Cuba, gracias a Dios. Ellos comprenden mejor lo importante que es la exigencia y la pueden asumir con responsabilidad y entrega, aun cuando sienten la falta de condiciones y no reciben la remuneración justa. Pero lamentablemente no es la mayoría de los educadores cubanos, la que presenta estas características.
El carácter masivo de la educación en Cuba ha provocado que la misma sea asumida, en su mayor parte por: los llamados “maestros emergentes”, que solo recibieron ¡seis meses! de preparación para ser tales y que ahora no pueden enfrentar el reto de una instrucción más especializada; profesores emanados de un sistema poco exigente y que durante mucho tiempo subvaloró la profesión (se exigía bajo índice académico para acceder a carreras pedagógicas); titulados como máster o doctores con muy poco nivel de preparación en su especialidad y mucho menos nivel de cultura general; egresados de la enseñanza superior, para la cual, la formación ideológica ocupaba el lugar primordial en el currículum, o simplemente, egresados de las especialidades, sin ninguna preparación pedagógica, e incluso con muy poca práctica en su especialidad. Estos educadores rechazan los cambios en el sistema educativo porque no tienen la preparación necesaria para enfrentar el reto.
Es importante reconocer que, aunque cada cual es responsable de su vida profesional, muchos han sido víctimas de un sistema cuyo principal objetivo es formar servidores para su continuidad y no hombres y mujeres libres y bien instruidos según sus vocaciones y talentos. “Si el país necesita maestros, pues maestros”. Ahora pasamos de aquella campaña para que todos fueran universitarios, a la campaña de que necesitamos agricultores y hombres de oficio. En otro tiempo, los que tenían vocación para labrar la tierra y para ejercer oficios, se vieron enrolados en la enseñanza universitaria, en profesiones que no le eran afines, pero que otorgaban el ansiado título. Ahora los que tienen vocación para profesiones universitarias, deben conformarse con la formación para ejercer oficios y labrar la tierra. Ni las profesiones han sido o serán bien ejercidas, ni la tierra ha sido o será bien labrada, ni los oficios bien ejercidos, hasta que estemos en una sociedad que valore plenamente la vocación de la persona como fuente de riqueza material y espiritual.
Reglamentos rígidos y de características medievales
En muchos filmes de la época medieval hemos visto y nos hemos escandalizado con los reglamentos de colegios religiosos: varones y hembras separados, maestros castigadores, prohibición de noviazgos, etc.
Sin embargo es tan escandaloso como eso, leer los reglamentos escolares para la enseñanza secundaria y preuniversitaria de este siglo XXI en Cuba. Por solo citar algunos ejemplos: el pelo de los varones debe medir dos milímetros en el frente y uno detrás; los pantalones deben estar ajustados hasta las rodillas y ampliarse a partir de esa zona no sé cuántos centímetros, la saya de las hembras debe estar 4 centímetros o menos por encima de la rodilla, no puede usarse relojes porque todos no tienen, etc.
Me pregunto si es tiempo de ocuparse de los centímetros que mide el pelo en medio de la crisis de valores esenciales que vivimos en Cuba. Me pregunto si la violación a la libertad personal puede llegar hasta las decisiones más personales como el largo del pelo. Me pregunto si esconderlas elimina las diferencias sociales.
La enseñanza secundaria (entre séptimo y noveno grado, o sea, adolescentes entre 12 y 14 años), mantiene además un sistema de estancia de los estudiantes en el centro durante todo el día, que constituye un atentado a la potestad de la familia sobre los hijos y a la salud de los niños y de los profesores. Teníamos antecedentes de esto en las llamadas escuelas en el campo, pero pensamos que todo cambiaría al ir despareciendo estas.En secundarias, los estudiantes y profesores deben permanecer en el centro todo el día, con clases en las sesiones de la mañana y la tarde. Tienen un horario de almuerzo, pero no es permitido a los estudiantes, en esa hora, ir hasta la casa o a almorzar fuera de la escuela. El Estado brinda una “merienda escolar” consistente en un pan con salchichas o con una lasca de jamón, o de queso, o con una hamburguesa de una masa mixta (no conozco los componentes), solo una de estas opciones al día, según las existencias, acompañado de un vaso mediano de yogurt de soya.
Según un sondeo pequeño entre padres cuyos hijos están en estas enseñanzas, la explicación que funcionarios y directores de centros dan sobre este sistema, no pasa de las siguientes afirmaciones:
“Es lo que está establecido”. Me pregunto: ¿por quién, sin contar con padres y maestros?
“No queremos que los niños estén en la calle, porque pueden sufrir accidentes o incidentes desagradables”. Me pregunto ¿cómo puede la escuela en una hora evitar esto? ¿encerramos a los niños para que los delincuentes tengan más espacio?
“Es que somos responsables de lo que le ocurra al niño”. Me pregunto: ¿Cuándo dejaron los padres de serlo?
“Es que algunos niños no tienen qué almorzar en sus casas”. Me pregunto: ¿cuándo reconoció el gobierno que hay niños pobres en Cuba, cuyos padres no pueden garantizarle el almuerzo? Me pregunto también ¿qué van a hacer con los que no tienen desayuno o cena? ¿Deben dejar de almorzar los que pueden para expresar su solidaridad con los que no pueden? ¿No sería más educativo enseñar a los que pueden, a compartir el almuerzo?
Y hasta una respuesta increíble: “La merienda escolar tiene los nutrientes necesarios para cualquier adolescente” ¡por favor!
Esta situación no solo afecta a los estudiantes que permanecen en este tipo de enseñanza tres años. También, y en mayor medida, afecta a trabajadores de la enseñanza, que pueden estar en el caso de una profesora que conozco y me dijo: ¡yo llevo diez años sin almorzar! La diferencia es que los adultos sí son responsables de su vida y pueden decidir cómo vivirla.
Es de reconocer que hay lugares en que se flexibiliza este reglamento, que lo cumplen, pero tienen en cuenta las necesidades y condiciones del centro de estudio. Esto sucede donde los directores y maestros, arriesgándose a ser sancionados, tienen primero en cuenta al estudiante y a los padres, como debe ser, éticamente hablando. Son directores que no admiten que les exijan responsabilidad por un reglamento con el que no están de acuerdo y defienden su derecho a decidir.
Otros centros, cuyos directores no son más que repetidores de la política establecida, sin ninguna autoridad para tomar decisiones, intentan poner en práctica todo al pie de la letra, incomodando a estudiantes, profesores y padres.
Este tipo de norma, con restricciones milimétricas, aplasta a la persona, viola su integridad personal, agrede su privacidad y no reconoce el derecho de la familia a decidir sobre la alimentación y la libertad de sus hijos.
Las condiciones materiales de los centros educacionales
Los problemas materiales que enfrenta toda la población cubana, también se sufren en Educación. Edificaciones en un lamentable estado de conservación, falta de mesas, sillas y materiales escolares son dificultades comunes en las escuelas en Cuba. Recientemente supe de un padre que decidió reparar la silla de su hija en su aula de primaria, al conocer que la niña se había caído hacia atrás ya dos veces y tuvo que aceptar que la maestra le dijera: “las sillas no pueden sacarse de la escuela porque se pierden, voy a confiar en usted. Pero mire a ver, porque no quiero chapucerías, no puede usar alambres ni cables para amarrarla”.
Algunos centros mantienen buenas condiciones en cuanto a la edificación, pero las condiciones de hacinamiento o la falta agua corriente, los convierten en lugares peligrosos para la salud. Baños sucios, alimentos mal elaborados, dificultades para beber agua o lavarse las manos.
Y algo más grave, reconocido por la ministra de Educación, es la falta de maestros en este curso, que provoca una sobrecarga en los horarios docentes e incumplimiento de los mismos, así como falta de asignaturas y clases en algunos grados.
Por otra parte, la evaluación profesoral es más rígida mientras que los salarios se mantienen estáticos en medio de una disminución significativa del poder adquisitivo. Al igual que la mayoría de los trabajadores cubanos, los maestros y profesores, no pueden solucionar los problemas cotidianos de alimentación, transporte, vestido, calzado o vivienda, con el salario que perciben. Esto hace más vulnerables al soborno (disimulado en el mejor de los casos)a personas que posiblemente en condiciones normales actuarían con justicia.
Los profesores en general sufren la falta de confianza de estas instancias que deciden confeccionar exámenes que son conocidos por los profesores solo en el momento en que se aplican a los estudiantes, suponiendo que esto disminuye la posibilidad de fraude. Considerando que los profesores que han atendido a esos estudiantes durante todo el curso, evaluando su desempeño y sus conocimientos, serán capaces de cometer fraude académico en el examen final. Las inspecciones son, en ocasiones, agobiantes y humillantes.
¿Mejor entonces que no se hubieran hecho los cambios?
Por supuesto que no. Los cambios son buenos. Buscar la eficiencia en el sistema educativo es loable. Pero no se pueden hacer cambios sin tener condiciones para asumirlos.
La exigencia en las evaluaciones solo es justa si los contenidos han sido transmitidos con calidad y con amplitud de miras. Para aumentar la exigencia hace falta centrarse en lo interno de la persona, en su actitud, en sus capacidades y potencialidades y respetar la libertad personal, educando, tal cual es el deber de toda educación, para la responsabilidad y la vida en sociedad. Las condiciones materiales facilitan la vida. Cuando no puede lograrse tener las mejores condiciones no se puede actuar como si existieran.
En Cuba hoy las tensiones de la vida cotidiana son muchas, la falta alimentos, de dinero, de transporte, de vivienda, la burocracia que transforma en un problema lo que puede ser una simple gestión, las prohibiciones injustas y absurdas. Todo esto lo sufrimos alumnos, padres y profesores, dirigentes y trabajadores de la Educación. Aliviaría mucho la tensión que no tuviéramos que sufrir la imposición de reglamentos absurdos, el intento de igualarnos a todos en la posición más inferior y las exigencias sin asegurar las condiciones mínimas para lograrlas.
Al final, los cambios, que pueden tener resultados positivos en cuanto a nivel escolar y formación profesional, se pueden diluir en actitudes de cansancio y dejadez ante la imposibilidad de cumplir con todo lo establecido. Un control y una exigencia por encima de las posibilidades reales de ser observados, dejan de serlo sin más.
Es hora de que la Educación en Cuba, si quiere cambiar, elimine la rigidez de los reglamentos escolares, de manera que establezcan una disciplina que realce los valores de la vida, eduque en la libertad y la responsabilidad, y cree las condiciones mínimas para la creación y la iniciativa, dejando a un lado el paternalismo despersonalizante.
Es hora de que a los cubanos se nos reconozca el derecho a una educación pluralista y personalizada, diversa, que asegure distintas opciones y la posibilidad de ser elegida por la persona y la familia.

Karina Gálvez Chiú. (Pinar del Río, 1968).
Licenciada en Economía. Profesora de Finanzas.
Fue responsable del Grupo de economistas del Centro Cívico.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside y trabaja en Pinar del Río.

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