Por Livia Gálvez.
Estoy a favor de los cambios. Sobre todo cuando estos se imponen. Los apruebo siempre que se hagan en pos de mejorar, de avanzar, de trascender, y de manera gradual. Claro que son buenos algunos cambios. Algo se mueve, trae discrepancias, votos a favor, en contra… mil cosas más. Pero se mueve y eso es bueno.
El sistema de educación cubano se revuelve. Para nadie o para casi nadie es un secreto el deterioro notable que presenta este sistema. Ya estaba demostrado que el nivel alcanzado en este sector casi llega a ras de suelo.
Por Livia Gálvez.
Estoy a favor de los cambios. Sobre todo cuando estos se imponen. Los apruebo siempre que se hagan en pos de mejorar, de avanzar, de trascender, y de manera gradual. Claro que son buenos algunos cambios. Algo se mueve, trae discrepancias, votos a favor, en contra… mil cosas más. Pero se mueve y eso es bueno.
El sistema de educación cubano se revuelve. Para nadie o para casi nadie es un secreto el deterioro notable que presenta este sistema. Ya estaba demostrado que el nivel alcanzado en este sector casi llega a ras de suelo. La masividad se hizo dueña de los títulos de doctorados y maestrías, de los universitarios; el facilismo en todas las enseñanzas trajo graves consecuencias que todavía estamos sufriendo. Las clases televisadas no surtieron efecto; rarísimo encontrar en un aula a un verdadero educador; muchos estudiantes desmotivados, desorientados. Estábamos, como decimos en buen cubano “a un lado de la cuneta”.
En los últimos años las distintas enseñanzas reconocidas en nuestro país se han sometido a transformaciones. Desde hace un tiempo en cada curso escolar se experimentan variaciones lo mismo en el sistema de evaluaciones, que en los planes de estudio. Estas transformaciones son de mayor exigencia: más exámenes de ingreso, menos opciones de estudio, de manera que la competencia aumenta y es más reñida, exámenes provinciales, claves de calificación más exigentes y hasta metodólogos en las escuelas para supervisar la aplicación de los exámenes. El movimiento de los maestros y profesores ha sido notable. Se ha intentado reincorporar a las aulas maestros jubilados, aunque considero que en esto no se ha tenido mucho éxito. Quizás la exigencia del cumplimiento de normas, a veces absurdas, ha provocado el éxodo de profesores, y por supuesto nuestra “pirámide invertida” que provoca que al no alcanzar los salarios de los profesionales para sobrevivir, estos se dediquen a otros oficios (más bien a trabajos por cuenta propia) para poder satisfacer un poco mejor sus necesidades básicas y las de su familia.
El hecho es que cada centro escolar asume con sus escasos recursos, como puede, las nuevas orientaciones.
Pero hay que andar con cuidado porque si no se piensa bien, vamos, a la cuneta del otro lado. Y así es, “de cuneta a cuneta” va la Educación cubana. Es un asunto muy delicado y no se puede estar experimentando sin detenerse a pensar en los costos. Ahora en los finales de este curso, los exámenes han disparado cifras alarmantes de desaprobados. Yo intentaría entender si alguien intentara explicar qué se pretende.
Si la única opción educativa que tenemos está en manos del Estado, este tiene el deber de tratar de recuperar lo que sabe casi perdido, pero hacerlo teniendo en cuenta primero a la persona, porque puede parecer que, en lugar de moverse para bien de estudiantes y educadores, se sacude sin importarle dónde caigan.
¿A dónde puede conducirnos el adoptar medidas impensadas? ¿Los responsables de la educación en Cuba se han detenido al menos a pensar por dónde comenzar? ¿Quiénes son los perjudicados? Creo que elevar el nivel es oportuno y necesario, pero requiere de tiempo y recursos para que el costo sea mejor distribuido y no toque todo a los más débiles.
No hay otra opción que comenzar por el principio. La familia debe ser reconocida como la principal educadora y debe exigir su espacio en el proceso educativo de sus hijos, pero no puede asumir la instrucción. A las aulas solamente aquellos que sean educadores en el más amplio sentido de la palabra, quienes sean capaces de cultivar el espíritu y aportar conocimientos. La educación no puede estar basada solamente en instruir, pero los profesores deben ser capaces de hacerlo en la mayor medida posible, deben estar bien capacitados.
Si el Estado no puede asumir todo lo que conlleva una transformación educativa tan necesaria en este momento, debe pensar en permitir la apertura de otras opciones no estatales. También está claro que todos tenemos derecho a alcanzar los niveles de enseñanza elemental, pero no todo el mundo puede alcanzar un título universitario.
No es tarea fácil, pero si asumimos que algo debe cambiar, hagamos cada cual lo que nos corresponde. Poco a poco, para no edificar la casa sobre una montaña de arena.
Livia Gálvez (Pinar del Río, 1971)
Lic. en Contabilidad y Finanzas
Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia
Reside en Pinar del Río