Editorial 28: Sin el cese de la represión y de la exclusión no hay actualización posible

La ineficiencia y la exclusión son las marcas de lo que hay que cambiar en Cuba. No se trata solo de la ineficiencia y la exclusión económica, sino de la ineficiencia y la exclusión política, cultural, organizativa y hasta deportiva. Todas estas conducen a, y tienen su raíz en, la ineficiencia y la erosión antropológica, que es el daño que se causa a la persona humana y le impide su desarrollo pleno y feliz. Es, sobre todo, una ineficiencia espiritual. Es el bloqueo del alma.
Todos los sistemas políticos tienen ineficiencias y errores, limitaciones e injusticias. Hay realidades y procesos que no pueden ser medidos solo por una eficiencia material. Pero conformarse con ese estado de cosas porque todo el mundo está malo es lo más contrario a la evolución, a la revolución, al desarrollo, como quiera llamarle cada cual.
Brasil, por ejemplo, con todas sus limitaciones, ha alcanzado un modelo de democracia y economía incluyentes que ha disminuido significativamente la pobreza, ha disminuido el desempleo, ha elevado los niveles de vida en salud, educación, seguridad social. Brasil, solo un caso, ha crecido económicamente, ha distribuido mejor la riqueza que ha creado, pero sobre todo ha creado más riqueza para poder repartirla. Todo en dos mandatos. Diez años. Sin dejar ni limitar la democracia tal como se creó en Occidente, que, por cierto, es ese hemisferio al que Cuba pertenece no solo por obvias razones geográficas, sino también espirituales, culturales e históricas.
No se puede distribuir lo que no se tiene, ni se puede vivir de lo que viene de fuera por la solidaridad o por los intereses políticos de otras naciones: eso es neocolonialismo. Y sus consecuencias las hemos experimentado tres veces en Cuba: con España, con Estados Unidos y con la extinta URSS. Ahora, como si no hubiéramos aprendido de tres errores anteriores, estamos pendientes de lo que suceda en Venezuela. China ya enseña sus problemas económicos y políticos, fruto de un híbrido oriental, raro y propio de culturas que no han conocido nunca la democracia occidental, que no es ni una mala palabra, ni algo perfecto, pero que es lo que está funcionando hoy día, contando con sus problemas, y es la que tiene a la persona humana, con su soberanía ciudadana, como centro, sujeto y fin de la convivencia social.
Cuba no es un laboratorio del socialismo sino una nación con seres humanos
Más de cincuenta años experimentando un modelo de sociedad es excesivamente suficiente para demostrar lo que ese modelo produce, cultiva en los ciudadanos y hacia dónde conduce a la Nación. En la inmensa mayoría del mundo de hoy, un gobierno tiene, cuando más, diez o doce años para demostrar lo que es. Es éticamente inaceptable convertir a toda una nación en un laboratorio político y social sencillamente porque los seres humanos tenemos una sola vida y porque las personas no somos ratones de laboratorio.
La dignidad de toda persona humana no puede ser utilizada para probar la inventiva de un grupo o una ideología. Usar a las personas para ver si un plan económico o unos lineamientos políticos funcionan, es una lesión humana moral y cívicamente inaceptable.
Experimentar una “actualización” para lograr eficiencia contra justicia social y la inclusión de los diferentes, para ver si se puede salvar un sistema político que ha demostrado durante un siglo que no es eficaz, ni igualitario, ni fraterno y mucho menos liberador es, por lo menos, una irresponsabilidad grave.
Las personas solo pueden llegar a ser ciudadanos y no súbditos, si todos sus derechos inalienables, no solo los económicos y sociales, sino también los civiles, políticos y culturales, son reconocidos y respetados en un marco de legalidad que no esconda la represión política detrás de unos supuestos delitos comunes. Un marco de legalidad que reconozca y defienda en Cuba lo que el gobierno de Cuba exige que se respete en otros países.
Sin el cese de la represión no hay actualización de ningún proyecto
Como siempre, no nos quedamos en el análisis de la realidad existente sino que pasamos, en virtud de nuestra calidad de ciudadanos cubanos, a proponer algunas soluciones:
Para que un país “normalice” su modelo deben cesar todas las detenciones arbitrarias, aún las que sean por corto tiempo, las amenazas transmitidas en supuestas conversaciones amigables, las presiones en los propios centros de trabajo o estudio, las visitas extraoficiales de oficiales vestidos de civil, que no dan su verdadero nombre, ni muestran a las claras su identificación, ni presentan orden judicial legal, es decir, los que ejecutan lo que hemos llamado una represión clandestina contra personas pacíficas, que dan su cara, su carnet de identidad, su domicilio y su proyecto para Cuba de forma honesta y transparente. Estos métodos ilegales, hasta en la propia legalidad vigente, juegan con la estabilidad ciudadana, crispan la situación, dan una imagen negativa de Cuba en el exterior y conducen al País por una peligrosa pendiente. Estamos seguros de que los más altos responsables pararán estos métodos ilícitos por el bien de Cuba.
Para que Cuba sea más respetada y más integrada a la comunidad de naciones, debe cesar, tanto en las calles como en los medios de prensa y televisión, todo lenguaje descalificador de otros ciudadanos cubanos, la clasificación de toda persona discrepante con epítetos denigrantes como “gusano”, “apátrida”, “mercenario”, “agentes de la CIA”, “lacayo al servicio de un gobierno extranjero”, “traidor a la Patria”. Ya fueron usados durante décadas en el repudio de los que se marchaban del País, y de pronto bastó una orden, una conferencia sobre la Nación y la Emigración para que esos “gusanos” se convirtieran en “mariposas”, es decir, en la “comunidad cubana en el exterior”. Esto fue un ejemplo de lo que se debe hacer para mantener la unidad de la Nación. ¿Por qué repetir la historia, después de comprobado su fracaso y su negativa eticidad?
Para que Cuba sea una Nación “normal” los actos de repudio deben cesar de forma inmediata y para siempre. Toda utilización de unos cubanos contra otros cubanos, de unos vecinos contra otros vecinos, dirigidos, o por lo menos permitidos, por las autoridades que deberían cuidar del orden público y la tranquilidad ciudadana, debe cesar, ser legalmente punible y moralmente reprochable. De lo contrario, estamos sembrando vientos para futuras tempestades. Esto no ayuda a la unidad en la diversidad ni a la reconciliación nacional.
Para que pueda construirse la unidad en la diversidad, todos los cubanos, sin excepción, pero sobre todo los que tienen alguna responsabilidad civil, política, religiosa, y todos los que ejercen el servicio del orden y la tranquilidad ciudadana, debemos hacernos y respondernos honestamente esta pregunta: ¿Cómo se puede hablar, pensar, fomentar y reclamar una reconciliación nacional sin erradicar, condenar y penar todo acto de repudio político a personas pacíficas, sean estas acciones de enfrentamiento espontáneo, organizado, o permitido y custodiado por agentes de la seguridad y el orden?
Para que Cuba logre integrarse sanamente a la comunidad internacional manteniendo su independencia y su soberanía, debemos preguntarnos y responder con medidas concretas y con reformas urgentes: ¿Cómo pueden usarse oficialmente en las estructuras de instituciones estatales donde todos los ciudadanos debemos ser tratados como iguales en derecho y dignidad, los términos y realidades como las “comisiones de enfrentamiento”, o “brigadas de respuesta rápida”? Esto no ayuda a la unidad de la Nación ni a la reconciliación de todos los cubanos.
Para que cese la crispación y el éxodo, debemos preguntarnos y responder con cambios esenciales: ¿Por qué la gente común, que no delinque, tiene miedo de la autoridad policial o de seguridad en un país que proclama que vive en un sistema de justicia social? Donde hay miedo algo debe ser rectificado. Donde hay miedo y no se sabe a qué, algo debe ser aclarado. Donde hay miedo y no se sabe a quién, algo debe ser identificado y sanado.
Si Cuba desea actualizar, de verdad y en profundidad, de forma estructural y democrática, su modelo económico, político y social, la represión de los ciudadanos pacíficos y honestos, debe cesar y la inclusión debe ser la palabra de orden.
Proteger la discrepancia política y combatir la delincuencia común
Las instituciones policiales deben cuidar y proteger la discrepancia política que fortalece la unidad y estabilidad nacional y dedicarse a combatir la delincuencia común que mina y desintegra al País, en lugar de reprimir la diversidad política.
Si Cuba y su gobierno, desean de verdad cambiar todo lo que debe ser cambiado, debe cambiar el ataque verbal por la promoción de valores, debe cambiar la represión política por un debate ideológico abierto y en igualdad de derechos y oportunidades, debe cambiar el uso de los Medios de Comunicación Social para aceptar la diversidad, despenalizar la discrepancia y eliminar para siempre la descalificación entre hermanos cubanos de toda ideología, religión, sexo y residencia geográfica.
Si Cuba, su gobierno y su sociedad civil, deseamos de verdad cambiar todo lo que debe ser cambiado, entonces los órganos policiales y de la seguridad deben dejar tranquilos a los que discrepan pacíficamente con una actitud cívica, deben dejar de considerar “peligrosos” o de “interés policial” a los que fomentan la convivencia en paz y la diversidad democrática; y dedicarse a combatir la ilegalidad real, la delincuencia común, la corrupción rampante en todos los niveles de la sociedad, la violencia creciente, la criminalidad creciente en los jóvenes formados en estos últimos 50 años, la desintegración y violencia familiar, la desviación de los recursos públicos, el tráfico de influencias y de poder, la irresponsabilidad administrativa de bienes del Estado, la violación de los contratos, la malversación de producciones, la ineficiencia de las empresas, la venalidad de los políticos, la inoperancia de los funcionarios públicos, la droga, la prostitución, la trata de personas, la discriminación de género, racial y otras.
Creemos sinceramente que estos crímenes comunes y otros no mencionados, son los que minan, corroen, desacreditan al sistema y, lo que es peor aún, pudieran producir males mayores de carácter ético, de ingobernabilidad y de posibles nuevas mafias organizadas. Hasta los más altos dirigentes de este país lo han reconocido y expresado.
La urgencia de estos cambios se evidencia de manera inequívoca en cada familia, en cada vecindario, en cada escuela, en cada centro de trabajo, en todo el País.
Todos los cubanos y cubanas sinceros consigo mismos, saben, comprueban y diferencian que el daño real y peligroso no lo hacen los discrepantes u opositores políticos pacíficos, sino los que quieren vivir de la ilegalidad y la permisividad de unos Órganos que se han centrado equivocadamente durante cinco décadas en un objetivo que son las personas que discrepan porque aman a Cuba, porque ven claro sus males y soluciones, y han decidido permanecer en nuestro país para trabajar por su cambio, por el mejoramiento humano, por el pluralismo político, por la eficiencia económica, por el progreso social y por el desarrollo humano integral.
Hágase una evaluación objetiva y multidisciplinaria de esta realidad y se verá, de forma transparente y definitoria, cómo sirven de paradigma y cuestionamiento, en la Cuba de hoy, estas palabras del Apóstol que logró la unidad en la diversidad de Cuba, de las cuales se cita con frecuencia la primera frase pero se desconocen las restantes que dan la visión más universal e integradora que estadista alguno pueda dar a nuestro país. Detengámonos en cada idea de esta larga cita de Martí. Que este sea un programa de trabajo y una visión de la verdadera “actualización” que queremos para la Nación:
Los hombres van en dos bandos: los que aman y fundan, y los que odian y deshacen…No ha de negarse que con la mucha aspiración sobrante en Cuba, por la mucha inteligencia, y el poco empleo que en aquella vida de limosna, menos deseable que la muerte, hallan los talentos desocupados, viene criándose en Cuba como un hábito de mutua desestimación y de celo rinconero, como un codeo excesivo y egoísta por el plato de la fama o de la mesa, que no preparan bien para la generosidad y concordia indispensables en la creación de la república, y es de esperar que desaparezcan en cuanto pueda echarse la actividad comprimida por más amplios canales, en cuanto la tierra nueva se abra al trabajador, el comercio al criollo, el periódico a la verdad, y la tribuna a la enseñanza, que es su verdadero empleo. ¡Ah, Cuba, futura universidad americana!: la baña el mar de penetrante azul: la tierra oreada y calurosa cría la mente a la vez clara y activa: la hermosura de la naturaleza atrae y retiene al hombre enamorado: sus hijos, nutridos con la cultura universitaria y práctica del mundo, hablan con elegancia y piensan con majestad, en una tierra donde se enlazarán mañana las tres civilizaciones. ¡Más bello será vivir en el lazo de los mundos, con la libertad fácil en un país rico y trabajador, como pueblo representativo y propio donde se junta al empuje americano el arte europeo que modera su crudeza y brutalidad, que rendir el alma nativa, a la vez delicada y fuerte, a un espíritu nacional ajeno que contiene sólo uno de los factores del alma de la isla, -que vaciaría en la isla pobre y venal los torrentes de su riqueza egoísta y corruptora, que convertiría un pueblo fino y de glorioso porvenir en lo que Inglaterra ha convertido el Indostán! Y para esa vida venidera, para esa vida original y culta, que haría del jardín podrido una nacionalidad salvadora e interesante, una levadura espiritual en el pan americano, un altar donde comulgasen a la vez, en la dicha del clima y la riqueza, los espíritus del mundo, no son buena preparación el celo rinconero, la fama a dentelladas, la reducción de la mente en controversias y quisquillas locales.”(1)
Dos son los principios éticos para reconstruir la nación cubana: uno, que la libertad se convierta en responsabilidad y generosidad. Dos, que el respeto a los derechos de todos se convierta en el fundamento de la paz.
El mismo Martí que fundó nuestra Nación respetando la diversidad no quiso hacer proyectos utópicos, tan grandiosos como irrealizables porque están vacíos de alma, que por ello se derrumban en un día, sino que quiso que la ley primera de la República fuera “la dignidad plena del hombre”. Esa edificación en el amor no se funda solo en el proyecto de convivencia comunitaria que nos presenta la cita anterior sino también, y sobre todo, en la nobleza de alma de la siguiente descripción de la persona que desea ser un ciudadano libre: “El hombre de pecho libre niega su corazón a la libertad egoísta y conquistadora, y adivina que el triunfo del mundo, más que en los edificios babilónicos caedizos, reside en la abundancia de la generosidad, en aquella pasión plena del derecho que lleva respetar el ajeno tanto como el propio.”(2)
Esta sería una cubanísima forma de actualizar el País en la inclusión y la reconciliación, y no un sistema o un único partido. Sería también una manera de reconstruir la persona del cubano que sufre la erosión antropológica propia de la masificación colectivista.
¡Hagámoslo entre todos!
Pinar del Río, 20 de julio de 2012.


(1) Albertini y Cervantes. Patria. 1892, mayo 21. Tomo 4. p. 413-414.
(2) Las Antillas y Baldorioty de Castro. Patria. 1892, mayo 14. Tomo 4. p. 405.
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