Por Dagoberto Valdés
El pasado 17 de diciembre de 2011, terminaba su peregrinación por este mundo uno de los hombres indispensables del siglo XX: Václav Havel, el líder de la revolución de terciopelo, el ciudadano que decidió ejercer su soberanía, el dramaturgo que optó por vivir en carne propia el drama de la liberación de su Patria de un modelo político deshumanizante, el ser humano sencillo y endeble que descubrió en sí mismo y en sus contemporáneos “el poder de los sin poder”.
Terminaba su camino jadeante, mas no su misión y su ejemplo. Perennes son los paradigmas que enarbolan los hombres y mujeres que deciden asumir el protagonismo de su vida en coherencia con lo que piensan y lo que creen.
Mientras exista una persona que no se haya liberado de su condición de súbdito para levantarse sobre su condición de ciudadano; mientras haya un ser humano que no supere el desaliento y el miedo para vivir en libertad y responsabilidad; mientras haya gente que no crea en la fuerza de lo pequeño, que es lo mismo que no creer en el poder de los sin poder, Václav Havel tendrá que volver a sacar –como lo hizo en aquel gesto simbólico inolvidable- el llavero del bolsillo de la historia y, levantando el brazo pacífico, hacer tintinear el transformador sonido de las llaves de la libertad y de la democracia. No hay opresión que pueda resistir el leve tintineo de las llaves de la verdadera condición humana. Porque todo lo que se oponga a la liberación interior, económica, política y social de las personas y los pueblos, sencillamente va contra natura. Todo ser humano nace libre y al primer sonido de las llaves de la libertad, abre su corazón y sus manos al cambio pacífico hacia la libertad primigenia.
Tuve la suerte y el honor de conocer personalmente, y conversar durante alrededor de una hora, con Václav Havel, el 1 de noviembre de 2004 en Praga. La grandeza que le precedía me hizo esperar a un hombre fornido y tremendo. Me recibió, sin embargo, un hombre pequeño de estatura, frágil de salud, jadeante al hablar, como cazando el aire para terminar la frase. Intentaba ponerse la chaqueta sobre las mangas de camisa en que trabajaba con su equipo. La mano extendida por el visitante se convirtió en abrazo cordial y una invitación a sentarnos en sencilla mesa de trabajo, algo repleta de papeles. Allí conocí a un testigo viviente de la fuerza de lo pequeño, del poder de las ideas, de la potencia de la paz, del carisma del arte y la cultura cuando deciden servir a la liberación del alma de su pueblo.
Su conocimiento de Cuba y su amor respetuoso a la Isla del Caribe, le llevaron a preguntar, a conocer, a escuchar. Solo cuando mis palabras dejaron escapar una duda sobre el paso del tiempo y los cambios que no acabábamos de conseguir entre todos los cubanos, extendió su mano y agarrándome por el brazo, me dijo: “Dagoberto, en agosto de 1989, en los camerinos de los teatros de Praga, nadie podía calcular que solo tres meses después, en noviembre de ese mismo año, mi país cambiaría tanto que hasta una persona como yo, se viera dirigiéndose a sus conciudadanos desde un balcón sobre la Plaza de San Wenceslao.” Y también recuerdo que me dijo como susurrando una oración: “solo de una cosa deben cuidarse: de la violencia.”
De allí salí más cubano, más convencido de que el Salmo de David es posible cuando proclama que “la justicia y la paz se besan”, de que los tiempos en que la violencia era el camino de los cambios había terminado, por lo menos en una parte de la conciencia y la geografía de la humanidad, como profético anuncio de un mundo pacífico y posible.
Un nuevo prototipo de líder político se ha forjado en el mundo que atravesó el umbral del siglo XXI. Atrás ha quedado el molde obsoleto de los caudillos mesiánicos e iluminados. Una nueva forma de hacer política, de servir como político a la nación y al mundo se generó a caballo entre los dos siglos. Havel es un ejemplo de cómo un artista puede servir a su pueblo como político. De cómo la sociedad civil puede y debe ser una escuela de participación y liderazgo sin autoritarismo y de trabajo en equipo. Havel es también un paradigma de cómo la cultura es y debe ser la matriz espiritual donde se engendre la liberación plena de las personas y de los pueblos.
Ningún país es igual a otro, ni en su historia ni en sus líderes, pero hay un patrimonio que pertenece a toda la humanidad, precisamente por ser la única y gran familia de los pueblos, que debe ser aprehendido y compartido para el bien de todos. La vida, la obra artística y política de Václav Havel, y también los errores que él mismo reconoció humildemente en aquella inolvidable conversación, son y serán un fértil sembradío del que los tiempos por venir seguramente recogerán abundantes flores y frutos.
Hoy depositamos, respetuosos y orantes, un sencillo ramillete cubano de esas mismas flores que cultivó y dejó abiertas en fecundación, ante la memoria imperecedera de la sencilla y humanísima persona que fue, que es, Václav Havel.