De la Cuba del Mañana
Por Eduardo Martínez (E-Maro)
Frank ha sido siempre un tipo muy activo. Cubano clásico en su físico podía ser un perfecto español. Había nacido con la revolución de Fidel y se había educado en ella repitiendo los mismos eternos slogans, el querer ser como un controvertido argentino a quien hacía mucho tiempo lo habían matado. ¿Por qué no como Martí, eh?
Desde el kindergarten toda la literatura oficial, los programas educacionales, están diseñados para intentar conformar al hombre nuevo, quien a fin de cuentas nadie conoce a ciencia cierta qué es, tal vez algún androide con alta vocación comunista y programación proletaria, pues las demás características humanas que se le achacan como el perfecto partidista de izquierda, militante de esta sociedad planificada, no son atributos que genera una ideología. Un ser humano honesto, honrado, trabajador y buen elemento dentro de la familia y su entorno, son componentes de un ser humano cualquiera, bueno como debe ser, no necesariamente inclinado hacia el bando de los marxistas, tampoco el capitalista, maoísta, etc.
Así es cualquier ciudadano, pero Frank creció creyendo que la única salvación para el planeta es el comunismo como etapa superior del desarrollo humano. Por lo menos eso es cuanto le enseñaban durante las clases de Materialismo Dialéctico, pero le resultaba curioso aún sin incredulidad, cómo los regímenes socialistas, o seudo comunistas como el cubano, se veían obligados a forzar la permanencia de sus sistemas sociopolíticos a favor de unos pocos iluminados, y en contra de una gran marea de disidentes que no acaban de entender. Porque al final del cuento no somos lo eficientes que debiéramos, ni siquiera un poquito, y acabamos como la mala plaga en cada rincón donde caemos.
Francisco pasó la primera mitad de su existencia sobreviviendo a duras penas con algo que comer y algo donde laborar. Observaba a su alrededor con ojo crítico y no entendía por qué todas las nuevas iniciativas fracasaban, mientras muchos deseábamos que salieran adelante. ¡Ah, el bloqueo imperialista! Eso decían siempre.
Pero al final del siglo XX ya eso a Frank no le bastaba. Comenzó a cuestionarlo todo, a investigar cada rincón de la sociedad desde su puesto de ciudadano común, a escudriñar cada factor de nuestra vida, el ser cubano, quien después de varias generaciones, se había orientado y convertido en ente que todo lo acepta como bueno a pesar de las evidencias en contra.
Francisco fue rápidamente pasando de ser un incuestionador amante del marxismo y el socialismo fideliano hacia un disidente de línea dura quien se expresaba con soltura y sin miedo en los más inapropiados lugares.
Entonces, en cada esquina donde se detenía creaba un fórum de discusiones, se plantaba en medio de la calle, en la parada de la guagua, en la cola del pan de a medio. Se expresaba con pasión sobre lo que más creía y se sorprendía mucho al inicio cuando se percataba de como muchos de los escuchantes involuntarios aprobaban con gusto o a viva voz su prédica. Parecía un testigo de Jehová sin Biblia en sus sabatinas búsquedas de adeptos y miembros para su religión, aunque para él cualquier día era sábado.
En algún momento de la historia el gobierno cubano no pudo ser más de ineficiente e inepto y colapsó. Murió. Entonces llegó el tan esperado cambio el cual para Francisco pasó con la boca abierta, emocionado, y con los ojos asustados. ¡Tenía tanto que decir! Estaba tan inspirado con las nuevas oportunidades que se compró una pequeña emisora de radio con un kilo de potencia y se fue a instalarla en la terraza grande del segundo piso de su residencia en la periferia sur de la ciudad.
Ya cuenta con alguna experiencia como radioaficionado y atesora una licencia operativa con las siglas CMJH, la cual empleaba para contactar a sus amigos dentro y fuera de la Isla.
Ya contaba desde el castrismo con una antena de treinta metros de altura soldada a una llanta de automóvil, un walkie-talkie Motorola con cargador, todo el equipo acoplado por un cable coaxial a la antena. Tenía además una pequeña planta transmisora-receptora, pero se esperaba que solo la usara para enganchar conversaciones con otros radioaficionados cuando se acercaba algún desastre natural como los huracanes.
¡Qué gusto se dio cuando ya desempleado por los despidos del 2011, un amigo le facilitó el efectivo para adquirir el transmisor y la nueva licencia para operarlo! ¡Ahora es dueño de una planta de radio, pequeña pero potente en su contenido!
Radio disidente comenzó transmitiendo varias horas de día, mañana, tarde y noche. Él mismo se asignó un programa estelar de dos horas para hablar y comunicarse por los teléfonos con sus oyentes. Su esposa contaba también con un espacio en las mañanas donde hablaba sobre medicina y en especial ginecología: Ofrecía consejos y aconsejaba recursos médicos. También respondía a preguntas de los oyentes relacionadas al tema. Sus dos hijos manejaban las computadoras de la pequeña estación.
Francisco comenzó inicialmente a hostigar a la clase media alta que había sustituido a la burguesía que había abandonado el país en los años iniciales de la revolución y había pasado ella misma a conformar la nueva burguesía nacional socialista. Aquel mismo estamento que no había deseado cambios en la economía y lo social en la nacionalidad cubana, pues para ellos todo estaba bien, absolutamente bien, viviendo como multimillonarios a cargo del erario público en una nación de trabajadores.
Francisco se concentró en denunciar dónde y cómo vivían los altos políticos y neoburgueses, los generales, cómo eran sus residencias y mansiones en los mejores barrios de la ciudad, casas, las cuales en casi su totalidad habían sido edificadas en la década del cincuenta. Daba nombres y apellidos, direcciones y locaciones. Desenmascaraba cuando podía los casos de corrupción y enriquecimiento ilícito que veía o comenzaban a reportarle colaboradores voluntarios. Puntualizaba todos los problemas y deformaciones que más de cincuenta años de formación marxista extrema había propiciado en todas las generaciones. Comenzó a combatir verbalmente cada plaga, cada alteración de la realidad provocada a conveniencia de los poderosos, cada nueva palabra que se había inventado con la finalidad de alterar el sentido semántico, cada historia reconformada o reescrita por los poderosos dominantes.
Los teléfonos y máquinas digitales dentro del pequeño estudio al sur de la ciudad no daban abasto para la alta afluencia de llamadas y correos electrónicos, etc. Su talkshow se había hecho muy famoso y contaba con un rating fenomenal. Todos querían escuchar a aquel loco quien hablaba tan descarnadamente al aire sin detenerse ante convencionalismos o limitantes más allá de la pura decencia.
Por supuesto que llegaron muchas amenazas de los afectados, incluso algún que otro energúmeno intentó atacarlo físicamente en la calle.
Hubo infinidad de recursos legales en contra de la emisora, pero las nuevas leyes aprobadas recientemente garantizaban todos los derechos ciudadanos, garantizaban que todos, absolutamente todos, se expresaran libremente donde quisieran o pudieran. Síndrome del terror y la autocensura que duraría décadas en disiparse.
Una tarde apareció el primer patrocinador voluntario que financiaría esto o aquello. Comenzó a fluir el dinero. Otra buena mañana llegó un empresario con un gran cheque en blanco. La pequeña emisora cambió de lugar, de potencia, multiplicó sus frecuencias para todas las audiencias. Mejoró todo, pero no su actitud y hoy transmite una eterna controversia para toda la Isla desde dentro de la ciudad. Ya se ha hecho legendario el:
“¡Buenas tardes! Es Frank nuevamente ante los micrófonos para toda Cuba y la humanidad. Puede usted llamar y decir sus verdades al universo. Estamos en vivo, sin cortes, sin ediciones, sin censuras. No tenemos tema, el tema lo pone usted. Adelante y llame…las frecuencias de Radio Disidente están a su servicio incondicional.”
Eduardo Martínez
Periodista independiente.
Ensayista y narrador.