Por Luís Cáceres
Día 29 de mayo: Fui a un policlínico por un dolor de muela, saco mi turno y me indican un tratamiento para aliviar el dolor.
Día 30 de mayo: El dolor continúa y vuelvo al mismo lugar. Me hacen el tratamiento en otras dos piezas, para tratar de localizar el dolor que parece ser un reflejo producido por otra pieza. También me recomiendan una radiografía para detectar la verdadera causa del dolor, pero tiene que ser al otro día, pues de noche no hacen radiografías.
Día 31 de mayo: Voy por la radiografía que me orientaron, pero al ver que nadie la autorizó, debo resolverla por medio de un favor. Cuando me la entregan, me dicen que ellos no pueden darle seguimiento al caso porque yo pertenezco a otro policlínico. Me dirijo entonces al lugar correspondiente (que queda a un kilómetro y medio de distancia) con mi radiografía. La analiza un especialista y detecta que no tengo nada en la muela que me duele sino en otra más afectada que es la que produce el dolor. Me indica la extracción, para la cual debo reservar un turno para el otro día, o sea, el 1 de junio.
Día 1 de junio: Voy pensando que todo estaría resuelto y resultó ser que el turno era para el día 15. Estoicamente esperé la fecha, no sin antes buscar un antibiótico para evitar en estos 15 días una posible infección que complicara más las cosas.
Día 15 de junio: Al fin me extraen la muela a pedazos y me recetan dipirona, durante los cinco días posteriores. El dolor no desapareció.
Día 20 de junio: Observo que había grandes partes blancas en la encía, en el lugar donde estaba la muela y pienso que me habían dejado parte de ella sin extraer. Vuelvo al lugar y me dice otra estomatóloga que era el hueso que me habían dejado visible por las dos partes y que me seguiría doliendo hasta que la mucosa lograra cubrirlo. Me recetó dipirona y ungüento anestésico. Continúa el dolor cada vez más fuerte.
Día 23 de junio: Me dirijo a donde me habían atendido por primera vez y me habían hecho la placa. Cuando me ven el hueso, me preguntan asombrados que quién me había hecho aquello. No respondí. Enseguida me recomiendan que vaya a un maxilofacial para que me operara y sacara el hueso, ya que nunca sanaría.
Día 24 de junio: Voy al especialista y me hace la misma pregunta, ¿quién fue? Pero como no es mi costumbre descalificar, o en este caso me hago cómplice de mi propio verdugo (como quiera verse) tampoco respondo. Dicho especialista pronostica fractura tabla lingual, mandíbula derecha y ordena un chequeo para una operación el día 27 o el 28 del propio mes.
Día 28 de junio: Llego al hospital a las 9:00 am, habiendo entregado antes el resultado del chequeo. Ya próximo a las 10 de la mañana corre el rumor entre los pacientes que también esperaban operarse, de que no había agua. Al rato comienza la limpieza de los salones, barriendo y baldeando entre los pies de todas las personas que allí estábamos. Solo al terminar la limpieza comienzan a llamar a los pacientes. A mí me llaman a las 11.40 am junto a otras tres personas. Nos dijeron: “busquen batas y pantalones verdes”. Solo había batas, algunas tan deterioradas que no cubrían nuestros cuerpos. Nos sentíamos apenados, pues éramos hombres y mujeres.
Al ser yo el último, terminan tarde la operación, más o menos a las 12:40 pm. Todo salió bien gracias al profesional que me operó.
Solo me falta sacar un turno para las dos piezas que quedaron pendientes. Lo haré cuando me sane esta.