Apuntes para una historia de la salud pública en Cuba

José Gabriel Barrenechea.
“A la memoria de mi abuelo, José Raimundo Andreu, médico,
constituyentista, Secretario de Salubridad y Finanzas… cubano probo”
Los cubanos hemos sufrido durante los últimos 50 años el desconocimiento y hasta quizás la mala fe de no pocos europeos. Recuerdo ahora a Gianni Mina, que en los preámbulos de su best seller, Un Encuentro con Fidel, se impuso la tarea de convencer a los italianos, y no solo “progres”, que lo que no estaba bien para su país, sí lo era para esta aldea de guanajatabeyes. Pasaba por alto, quizás por injustificable ignorancia, que hasta 1960 Italia iba a la saga de Cuba en no pocos indicadores de calidad de vida básicos, y que en cuanto a tradiciones democráticas la Italia del risorgimento, renacida aproximadamente por los mismos años en que los cubanos nos fuimos a la manigua, no andaba mejor que nuestro país.
Y es que no pocos corresponsales y entrevistadores extranjeros, algunos incluso de reconocidísimas y respetables agencias, parecen haberse estudiado solo la versión de nuestra historia elaborada por quienes pretenden hacerla empezar en ellos. Repetir la de que en Cuba, bajo el gobierno de Carlos Prío, el presupuesto destinado a la salud era misérrimo, sin calcular primero qué proporción significaba el mismo dentro del Producto Interno Bruto, y más tarde comparar dicha proporción con las de, digamos, EE.UU., Brasil, URSS, China o el Congo Belga, demuestra no solo desidia o incultura, sino la persistencia de una nada novedosa forma de pensamiento colonial, la “progre”.
En su memorable La Rebelión de las Masas, Ortega y Gassett advertía: “el hombre hoy dominante es un primitivo… lo civilizado es el mundo, pero su habitante no lo es: ni siquiera ve en él la civilización, sino que usa de ella como si fuese naturaleza. El nuevo hombre desea el automóvil y goza de él; pero cree que es fruta espontánea de un árbol edénico.” Y no temamos decirlo, en esto de la salud que hoy nos ocupa, no son pocos los “líderes de opinión” que permanecen en un estado de primitivismo vergonzoso. Los hay que de enterarse de que en la Cuba de 1902 la esperanza de vida al nacer rondaba los 37 años reaccionarían europeísimamente indignados por las deplorables condiciones en que a nuestros bisabuelos, pobres aborígenes en taparrabos, los mantenían sus “gobernantes” (esos tipos gordos, fanáticos a los autos de lujo y a los buenos habanos de Vuelta Abajo, en la imagen que de ellos les dejara Marlon Brandon), y todo, por no saber, o no querer saber, que la culta Francia, país templado y en consecuencia más saludable, solo superó la barrera de los 40 años en 1900.
Pero no nos engañemos. En un final, estos individuos no son los responsables de que se nos vea como a una colonia pintoresca, en que tras la independencia solo se ha alcanzado cierta estabilidad cuando recuperamos el ancestral culto prehispánico a los ídolos. Más bien lo son quienes por tal de hacer creer que solo con ellos comenzaba Cuba, no tuvieron ningún empacho en gritar a los cuatro vientos que aquí, antes de ellos, todo era espantoso, y se reducía a la cantilena de “hambre, miseria y explotación” que me machacaron maestros, medios y hasta paredes y postes de corriente desde el mismo instante en que nací. En el propio 1959 Herminio Portell Vilá advertía: “ Hoy por hoy, cualquiera opina sobre la historia de Cuba, sin haberla estudiado; pero es tal el desconocimiento de las realidades de nuestra evolución histórica que hasta los más ignorantes, o sea, aquellos que nunca han hecho un estudio sistemático de nuestro pasado y que comienzan por desconocer los hombres y los hechos en la era republicana, con el mayor desenfado “las inventan” en cuanto a las guerras de independencia, que es el único tema al cual se acercan, y nada saben de los grandes acontecimientos contemporáneos de las mismas y que en gran parte las determinaron… Sobran los libros; no se necesitan las lecturas; se prescinde del estudio y es suficiente tener audacia, información elementalísima y dos o tres conceptos mal digeridos para sentar cátedra y pretender que las conclusiones de la ignorancia y de la improvisación sean aceptadas como artículos de fe.” Pero, por desgracia, muy pocos lo escucharon entonces.
En lo que sigue, pretendo enmendar un poco la visión que sobre la salud en Cuba ha sido creada en los últimos cincuenta años, e incluso antes, en la diatriba de ciertos demagogos republicanos. Para ello, a riesgo de resultar abrumador, pero en pro de ser lo más convincente posible, presentamos al lector innumerables tablas o diagramas. No nos preocupa, sin embargo, porque sabemos que el lector típico de esta revista, más que la lectura “light”, o la nota estridente, busca respuestas. ¿Y cuándo estas, por lo menos las verdaderas, se han conseguido sin ningún esfuerzo?
Mortalidad
“Gracias al descubrimiento de Finlay y al esfuerzo metódico y sostenido de todo el pueblo en promover la higiene pública y el control de las enfermedades infectocontagiosas, Cuba llegó a ser rápidamente y aún antes de la Primera Guerra Mundial, no solo el país más saludable de los trópicos sino a ocupar un lugar destacado en el panorama mundial. Por su tasa general de mortalidad en 1914 venía inmediatamente después de las Islas Británicas, Holanda, Alemania, Suiza y los países escandinavos, pero antes que Francia, Italia, Europa Central y España, casi al mismo nivel que EE.UU.”
No espero que haya quien piense que hay mucho más que decir tras leer este fragmento de Juan Pérez de la Riva, en su ensayo Para saber con cuánta gente contamos. Tal vez tan solo que la tasa de mortalidad cubana “se encontraba en la vecindad de 8 por mil en los años cincuenta” (La población de Cuba y sus problemas, de la Riva) lo que contrastaba con la media de América Latina para el primer lustro de los sesentas, de 12,2 por mil, o con la de las regiones desarrolladas para ese mismo tiempo, de 9 por mil (datos tomados de Población y Nuevo Orden Económico Internacional, Editorial Ciencias Sociales, 1988).
Número de médicos
Una de las lecturas obligatorias en la escuela primaria de los sesentas, era aquella en que, en vivísimos colores, se nos contaba las vicisitudes de los campesinos de la Sierra Maestra para ser asistidos por un médico. La cruel travesía en una camilla improvisada a través del lomerío hasta la costa, solo para desde allí tratar de llamar la atención de algún barco de cabotaje… Historia en realidad lamentable, pero que tomada acríticamente puede ocultarnos otras realidades: Primero, el hecho de que aun los habitantes de una de las zonas más atrasadas del país sabían lo que era un médico, y más importante aún, sentían su necesidad, conocimiento y necesidad que, digámoslo sin rodeos, no tenían los humanos de medio mundo en 1958. Segundo, que por entonces todavía teníamos navegación de cabotaje…
Afirmémoslo si ambages: la Cuba de 1956 tenía más médicos en proporción a su población, que naciones como Inglaterra o Francia. Y no lo afirmo yo, sino L.J.Zimmerman, en su “Países Pobres, Países Ricos”, Editorial Ciencias Sociales, 1970, en una de sus gráficas que a continuación reproduzco, de dónde es dificil leer las cantidades exactas, pero en que la relación es evidente.
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1. EE.UU.; 2. Suiza; 3. Australia; 4. Bélgica; 5. Reino Unido; 6. Francia; 7. Venezuela; 8. Alemania Occidental; 9. Israel; 10. Argentina; 11. Chile; 12. Cuba; 13. Italia; 14. Unión Sudafricana; 15. Colombia; 16. México; 17. Japón; 18. República Dominicana; 20. Perú; 23. Congo Belga; 24. India
Camas en hospitales:
No podemos dejar de hablar de este indicador; ninguno como él se ha prestado para apoyar la visión “espantosa” de nuestro pasado. La gráfica, también tomada del citado libro de Zimmerman nos lo demuestra:
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Sin embargo, una comparación meticulosa de ambas gráficas nos advierte de la existencia de un grupo de naciones en que sus localizaciones se ubican casi de modo simétrico a un lado y a otro de las curvas respectivas. Por encima, en la gráfica del número de médicos por 100 000 habitantes, y por debajo, y casi en la misma medida, en la de camas de hospital por cada 1 00 habitantes. Son ellas, los EE.UU., Bélgica, Argentina, Cuba y en menor medida la República Dominicana.
Con ambas gráficas Zimmerman pretendió hacer ver que existe una relación entre los niveles de ingresos percápita y los parámetros gráficados; para nuestros 300 y pico de dólares, 5 camas por mil habitantes y 55 médicos por cien mil. No obstante, al término del epígrafe aseveró: “Pero es especialmente en este campo donde diversos países muestran sus particulares peculiaridades e idiosincráticas”. O sea, que por ejemplo, la mencionada relación no se cumple en las naciones antes enumeradas, al tener una tradición de cuidados médicos no muy dada a la hospitalización. Los cubanos más añosos o que hayamos sido criados en barrios de viejos, recordamos aquel sentimiento de repulsión que tenían nuestros ancestros a dejar morir a alguno de los suyos en un hospital. En pueblos como el mío, todavía a finales de los setentas, el que una familia enviara a uno de sus miembros a morir en un hospital, “como un perro”, generaba una muy negativa ola de opinión entre los mayores de 40.
Pero no nos basemos solo en la en la pertenencia de Cuba a una tradición en que los cuidados médicos eran cuestión del médico de barrio, con la asistencia en casa de madres, hermanas y tías, nacida de los individuos en sí, en contraposición de otra impuesta por el Estado y sus elites civilizadoras, priorizadora de los médicos reunidos en hospitales, tradición a la que el gobierno revolucionario a la larga debió volver a echar mano con su programa de “El médico de las 120 familias.” Preguntémonos, ¿es realmente posible que en Cuba solo existieran 10 000 camas en sus unidades hospitalarias, cuando, según “Erradicación de la Pobreza en Cuba”, de José Luís Rodríguez y George Carriazo Moreno, “…Se contaba con 98 hospitales…” y a su vez ”existían 239 instituciones de carácter hospitalario, que brindaban asistencia mediante el pago de cuotas, que oscilaban alrededor de los 3 pesos mensuales”?
El “Anuario Estadístico de 1981” ofreció para 1963 la siguiente distribución:
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Lo que solo para las cuatro últimas categorías daría 19 500 camas. ¿Qué ha sucedido entonces aquí; acaso la Revolución en solo cuatro años logró más que duplicar la capacidad de internamiento hospitalario del país? ¿Con médicos y directivos hospitalarios marchándose a raudales; en medio del desbarajuste de los primeros años…?
Más bien deberíamos aceptar que las gráficas de Zimmerman se refieren a las camas en hospitales públicos, y que además de las privadas fueron dejadas fuera las formas mutualistas tan abundantes en Cuba, y que habían comenzado su andadura ya desde la Colonia.
Mortalidad Infantil
Comencemos por citar al soviético Aaron Boyarski, autor de un enjundioso Curso de Demografía, publicado en Cuba: “Incluso en las familias de los monarcas europeos la mortalidad de los hijos menores de 1 año constituía, en el siglo XVI, cerca de un 20%(200 por mil), y en el siglo XVIII, cerca del 25%(250 por mil)”.
En la Cuba prerrevolucionaria el discurso más oficialista con posterioridad a 1959 ha sostenido la cifra de 60 por mil. Esta es, por ejemplo, la que suelen citar Salim Lamrani y Fernando Razbel en sus trabajos. Mas no es la que un libro tan bien informado como el ya mencionado Erradicación… nos ofrece en su “Anexo Estadístico”, sino la de 32,5 por mil; aunque en realidad la más correcta debe de ser el 40 por mil que puede leerse en el cuerpo de la obra. Esta última, entre otras razones, tiene la virtud de concordar con la serie que de este indicador el periódico Granma publicó en su edición del 4 de enero de 2010.
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En su discurso en la Plaza de la Revolución, el día 2 de enero de 1967, el primer ministro doctor Fidel Castro asentó que:”Algo similar ha ocurrido, por ejemplo, con los niños que perecen en el primer año de edad; que antes de la revolución eran más de 60 por mil y en la actualidad se ha reducido a 37…” Sin embargo es muy poco creíble que en un año tan desorganizado como 1959, en el que se cambió hasta la dirección de muchos hospitales, algunos a la brava, como en el caso de Calixto García por el DEU, se haya logrado dar el salto que permitiría que en 1960 nuestro indicador se hallara 23 puntos por debajo del de 1958. No, la persistencia del mismo alrededor del 40 por mil durante toda la década de los sesentas nos hace pensar en un escenario más probable: A saber, que ese 40 por mil era el valor correcto, y que durante la mencionada década, el gobierno revolucionario, aún al haberse marchado más de la mitad de los médicos, con un índice de natalidad que no decrecía, logró la hazaña de mantener nuestro indicador en el rango que lo había encontrado al hacerse del poder.
¿Pero resultaba mucho, o poco, ese 40 por mil en su contexto contemporáneo?
Boyarski, en su obra referida, nos dice: “En las colonias, antes de la liberación, la mortalidad infantil alcanzaba elevados porcentajes, y en algunas regiones de América latina, incluso alcanzaba el 50 %(500 por mil)”. El autor no se refiere al proceso emancipador de la América Latina, entre 1810 y 1824, sino al de descolonización de entre 1945 y 1980. Por su parte, en su número 37 de 1969, la revista Bohemia reprodujo las palabras que siguen, pronunciadas por el profesor Alexandre Minkowski, representante de Francia ante cierto seminario internacional: “Alrededor de 100 000 embarazos cada año, en Francia, no logran el nacimiento de un niño vivo (esta cifra comprende los abortos espontáneos, los muertos al nacimiento, la muerte de los prematuros y de los niños nacidos en su tiempo), el accidente es debido en un tercio de los casos-al menos en mi servicio- a las carencias sociales, administrativas y hasta medicinales”.
Gracias a Mijail Bedni, y su ensayo El Mundo Contemporáneo: Estado de Salud de la Población publicado por la Academia de Ciencias de la URSS en Procesos Demográficos, Moscú,1983, he elaborado la siguiente tabla:
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Es evidente que a pesar de los catorce años que median entre estos datos y el de 40 por mil de Cuba en 1958, situarlo aquí no hubiese implicado el tener que intercalarlo en una posición extrema. En su más arriba citado discurso, el primer ministro doctor Fidel Castro continúa: “Otros países de los que estaban más próximos a nosotros eran: Costa Rica, con 77,6; Argentina tiene 61; Chile tiene 111 por mil- es decir, una cifra tres veces mayor que la de Cuba”, de lo que se colige que en cualquiera de los dos casos, o sean estos sus valores para 1958, o para 1966, lo cierto es que hasta Argentina nos iba a la saga, y por tanto en las Américas solo marchábamos detrás de los EE.UU. y el Canadá para el momento en que se estableció el gobierno revolucionario. Cincuenta años más tarde este extendido gobierno logró hacernos descender hasta el primer lugar, como puede verse con esta tabla que elaboramos gracias al Granma del 4 de enero de 2010:
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Pero no nos dejemos obnubilar, las causas de esta disminución deben rastrearse también en la abrupta caída de nuestros índices de natalidad, y el programa de interrupción de embarazos en caso de malformaciones congénitas. Una buena muestra de ello se observa al comparar a Cuba y México durante los últimos 38 años:
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1-natalidad en 1960 tomado de “Población y Nuevo Orden Económico Internacional”, Editorial Ciencias Sociales, 1988.
2-natalidad en 2007 tomada de Enciclopedia Encarta 2008.
3-índice de variación.
4-tasa de mortalidad infantil tomada de Mijaíl Bedni…
5- tasa de mortalidad infantil tomada de Granma.
6- índice de variación
En México la natalidad cayó hasta casi la mitad, pero aún se mantuvo lo suficientemente alta como para solo permitir que la tasa de mortalidad infantil al nacer solo bajara 4 veces. En Cuba, por su parte, la natalidad más baja del hemisferio alcanzada en 2009, unido a ciertamente la mayor atención oficial, permitieron una bajada de 6. Por tanto, no ha sido mucho más lo que se ha logrado con esa atención oficial mayor y el mencionado programa de eliminación de “monstruos”, expresión que tomo del ya mencionado libro de Gianni Miná.
Digamos para terminar que en América Latina pasó de 65 por mil a un 18 por mil; y que si aceptamos los datos del doctor Fidel Castro, para mí fuera de toda duda, el mayor milagro sanitario de nuestra región, al menos en cuanto al indicador que en este epígrafe nos ocupa, lo ha sido Chile, al pasar en medio siglo de 111 por mil a 7 por mil.
¡Una disminución de 16 veces!
Esperanza de vida al nacer
Según el citado “Erradicación…” en 1950 esta era de 62,5 años, y en el periodo 1955-60, a pesar de la guerra civil que al decir de el discurso oficial arrancó 20 000 vidas, solo bajó hasta 61,8 años. A su vez, en su citado ensayo Mijail Bedni escribió:”En los años 50, la duración potencial de la vida de las personas al nacer constituía en el mundo 53 años (término medio), con la particularidad de que en los países económicamente desarrollados era de 70 años, y en los países en desarrollo, 50”
Lo significativo es que al referirse a esa cifra de 61,8 años algunos de nuestros políticos no encuentran mejor adjetivo que el recontrasabido “espantosa”.
Con la tabla que sigue trataremos, sin embargo, de enmendar ese recurrente mal hábito lingüístico (Mijaíl Bedni y Población y Nuevo Orden Económico Internacional):
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Y esto a pesar de que para entonces según Raúl Chibás el presidente Carlos Prío se robaba nuestros escasos fondos públicos para invertirlos en comprar rascacielos en Manhattan (a pesar de lo cual no pudo suicidarse lanzándose de uno de ellos).
Considerar espantoso nuestro 62,3 ó 61,8 demuestra más que nada o que se vive con la mentalidad de primitivo, a la que se refería Ortega y Gassett, o que quien así adjetiva solo pretende manipular nuestras cuerdas.
Pero aún se puede decir mucho más gracias a este índice. De hecho, ninguno como él para situar realmente en contexto los logros sanitarios del gobierno revolucionario: Para ello utilizaremos la siguiente tabla (Mijaíl Bedni y Población y Nuevo Orden Económico Internacional):
Lo cierto es que en este apartado no hemos sido ni con mucho quienes más han avanzado en Latinoamérica.
Conclusiones
Aunque es innegable que ningún otro gobernante latinoamericano ha hecho tanto como el doctor Fidel Castro por la salud de su pueblo, no puede admitirse que la Cuba de antes de su arribo al poder, en el ya remoto 1959, fuera el pretendido escenario de unas espantosas condiciones sanitarias. Cuba entonces superaba al promedio de los países desarrollados en su tasa de natalidad, su proporción de médicos por habitante y hasta en sus gastos en medicinas, y a la media mundial en todo lo demás. Y ello gracias a una tradición de cuidados médicos y preocupación sanitaria que había surgido pareja a nuestra nacionalidad. En época tan lejana como la cuarta década del siglo XIX, cuando la superficie del globo en que se podía pretender los cuidados de un médico rural no alcanzaba quizás ni el 3 %, ya un escritor de costumbres, José María de Cárdenas y Rodríguez, “Jeremías de Docaransa”, lo sitúa como uno de los tipos habituales de nuestra sociedad, al punto de dedicarle uno de sus “artículos satíricos”. Recuérdese además que cuando muchos ejércitos todavía carecían de un cuerpo médico independiente, ya nuestro ejército libertador, a pesar de su angustiosa falta de recursos, lo tenía, y de excelente calidad, muy superior al español en el que por cierto militaban hasta futuros premios nobel; o que fue el nuestro el primer país en todo el globo terráqueo con un ministerio dedicado a los menesteres de la salud humana, bajo el gobierno de ese gran patriota cubano, dígase lo que se diga, el mayor general José Miguel Gómez, combatiente de las tres guerras.
Acéptese, un país que nunca representó por su población más que dos milésimas de la total mundial, no da médicos de la talla de Tomás Romay, Carlos Juan Finlay, Raimundo de Castro y Alló, Pedro Castillo, Gonzalo Aróstegui del Castro, Domingo Gómez Gimeránez, Ángel Arturo Aballí, Israel Castellanos, Pedro Kourí, Lorenzo Comas, Nicolás Puentes Duany, Ricardo Núñez Portuondo, Eusebio Hernández, Joaquín Albarrán, Juán Guiteras, y un largo etc que pondría a prueba la voluntad del más paciente lector de esta revista…
Además, los logros en este campo del proceso revolucionario no han sido tan extraordinarios si se los pone frente a frente a los de otros países latinoamericanos, sobre todo si se tiene en cuenta nuestra superior posición de partida. Pero hay más…
Lo cierto es que si lográramos hacer una relación de gastos de salud, contra resultados obtenidos, encontraríamos que al compararlos con las demás naciones latinoamericanas esta nos revelaría la medida real de nuestro despilfarro; “épico”, para una buena adjetivación. Por ejemplo, para bajar nuestras tasas de mortalidad infantil solo un poco más que, digamos, Chile o Costa Rica, hemos invertido entre 3 y 5 veces más recursos que ellas. Y ni qué hablar de lo gastado para llevar nuestra esperanza de vida al nacer a los alrededores de 77 años actuales.
Y la causa de que haya acontecido así no es que seamos una partida de bandoleros, despilfarradores poco dados al trabajo, que es como al final nos ponen en ciertos discursos, sino que así suele pasar cuando los grandes avances de una sociedad, en cualquier campo, no son el resultado de una vida republicana adulta.
Cuba ya no es el privilegiado país de 1958, el que incluso llegó a pretenderse la “Suiza de América”, en los pronunciamientos de ciertos publicistas demasiado entusiastas de la época. La Cuba de hoy es solo un país centroamericano más, y no el privilegiado europeo mediterráneo que dejó atrás el presidente Carlos Prío Socarrás. No está lejano el día en que nuestro indicadores de salud comiencen a bajar, si es que ya no lo hacen sin trascender a los medios controlados, buscando situarse en correspondencia con nuestro verdadero nivel económico.
Quizás solo entonces algunos perciban lo dañino que es para una sociedad el que sus ciudadanos decidan abandonar sus derechos cívicos, o mejor, sus deberes cívicos.
Nota: Todas las fuentes de este trabajo fueron publicadas o distribuidas en algún momento por el gobierno, pero a quienes deseen ampliar sus conocimientos les recomendamos el número correspondiente al verano de 2003 de la revista Herencia.
José Gabriel Barrenechea Chávez.
Lic. en Educación. Profesor de Física y español-literatura en los Institutos Preuniversitarios de Ciencias Exactas“Ernesto Guevara de la Serna” y “Vladimir Ilich Lenin” de donde fue expulsado por ejercer periodismo independiente.
Egresado del Centro de Formación Literaria “Onelio Jorge Cardoso”.
Actualmente es especialista en el Instituto Provincial del Libro y Literatura de Villa Clara.
Es colaborador de la Revista “La Rosa Blanca”
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