La emigración, una realidad que nos choca

Por Félix P. Rigau Chiang

Oficina de Intereses de los Estados Unidos en Cuba.

Oficina de Intereses de los Estados Unidos en Cuba. Foto: Jesuhadín Pérez.
Hace unos años, mientras conversaba con un amigo, le pregunté: ¿sueñas con un futuro mejor aquí, en Cuba?, ¿sueñas con que podamos vivir algún día en una sociedad mejor?, a lo que él me respondió: “no, yo no sueño con eso”; su respuesta dura, pero real me entristeció y preocupó, no sólo por ser mi amigo, sino porque era una persona que en plena juventud no soñaba, no aspiraba, no sabía hacia donde iba. Pero me preocupa mucho más el saber que, al igual que mi amigo, existe un gran porciento de jóvenes que vive en medio de la desesperanza, que no sueña y que si lo hace es en horizontes bien lejos de nuestra patria.
La emigración es una difícil realidad que nos ha tocado vivir como pueblo a lo largo de varias décadas. Duele ver, cómo nuestras familias con el transcurso del tiempo, se hacen cada vez más pequeñas. Duele ver, cómo se nos van nuestros amigos y sentimos como un vacío en nuestro ser. Duele ver, como nuestra Iglesia se queda cada vez más desprovista de laicos y sobre todo jóvenes comprometidos con la pastoral. Es alarmante percibir cómo nuestra sociedad envejece rápidamente debido al decrecimiento de la población de remplazo, siendo la emigración una de las causas que lo provoca. Es duro ver, que muchos jóvenes encuentran como única solución a las privaciones existentes, abandonar la patria.
Varias veces me he preguntado: ¿por qué la mayoría de los jóvenes en vez de evadir la realidad, no se comprometen con ella? Hace aproximadamente 2000 años atrás, un joven cargó con su cruz y aún pudiendo haber evadido esa agonizante realidad, siguió adelante hasta morir por nosotros. Como jóvenes también en ocasiones nuestra realidad es una cruz, que aunque por momentos sintamos que no podemos más, es llevadera. A pesar de que el andar sea en ocasiones cuesta arriba y nos parezca que es imposible soñar un futuro aquí, confiemos plenamente en la voluntad de Dios y dejemos que él obre en medio de nuestra sociedad. Soñemos como soñó el apóstol con una patria: “con todos y para el bien de todos”; pero no nos quedemos solamente en el sueño, comencemos a hacerlo realidad desde ya, edificando la sociedad que soñamos en nuestra persona, en nuestro hogar, desde el ambiente donde nos desenvolvemos. Seamos los protagonistas de nuestra propia historia y no confiemos a otros lo que estamos llamados a hacer. Y espero que como yo, prefieras jugar en el terreno antes de ver el juego desde las gradas.
Félix Pablo Rigau Chiang
La Habana, 1989
Estudiante de Informática.
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