No hablo de política

Estados Unidos en Cuba, Cuba en Estados Unidos. ¿pas de deux solo en ballet?
 Por Henry Constantín
Carlos Acosta. Foto: Roberto Suárez.

Carlos Acosta. Foto: Roberto Suárez.
Dos compañías norteamericanas –de ballet, por ahora- visitaron La Habana después de 50 años de ausencia: el American Ballet Theatre (ABT) –que desde el 2006 es la compañía nacional de ballet de Estados Unidos, y donde surgió como estrella Alicia Alonso- y el New York City Ballet. Un gesto positivo por parte de las autoridades de allá y de acá que facilitaron esta impresionante visita artística, como prenda dorada del 22 Festival Internacional de Ballet de La Habana. Vinieron con el ABT José Manuel Carreño, y Paloma Herrera, la argentina sensual y prodigiosa que entró a la compañía con 15 años, quienes bailaron juntos el pas de deux de El corsario-; Herman Cornejo, que con la cubana Xiomara Reyes y los otros primeros bailarines Julie Kent y el excelente David Hallberg interpretaron Siete sonatas, de Ratmansky, y la bella Michele Wiles, deslumbrante en Tema y variaciones, de Balanchine. Viengsay Valdés, el icono actual del ballet cubano, protagonizó Coppélia del Ballet Nacional, y… aquí me detengo: explicaré el próximo atrevimiento.
La crítica cubana actual sobre ballet siempre resulta apologética –encaminada solo al halago, más que a la comunicación sincera- o tecnicista –encaminada a confundir, obligando a que todo lector sea, de antemano, entendido. En esto, nuestros periodistas balletómanos –qué palabra más desagradable- están aún por debajo de los especializados en audiovisual o en música, quienes logran -con excepciones- apreciable margen de imparcialidad frente al artista y a su obra. La apología vale, pero practicada en exceso anula la seriedad del periodista. La crítica periodística, en arte como en cualquier otra cosa, no gana un ápice de respeto cuando la audiencia nota su constante inclinación a la loa de los célebres o los poderosos; quien no es capaz de mostrar las sombras suele ser confundido con quien no sabe verlas.
Y esto vale porque Coppélia, independientemente de la maestría y pasión de quienes la interpreten, es un ballet aburrido. Así, sin más ni más; no hay explicación profunda. Y no estoy hablando de su calidad estética, ni de sus méritos coreográficos. Simplemente, digo que la suma de su libreto, coreografía, y música, dan como resultado una pieza que no exalta ni apasiona; quedó comprobado durante el Festival. En la primera puesta en escena del ballet de Saint-Léon y Nuitter se vaciaron demasiadas lunetas y quedaron sin ocupar muchas más, hasta que un irreverente y aterradísimo gato entró en el escenario en pleno desenlace, con Viengsay sostenida en lo alto por la poco grácil figura de Elier Bourzac.
Difícil es también hablar de Alicia Alonso, la mujer que ha convertido al Ballet Nacional de Cuba en una de las cinco mejores compañías del mundo, junto al ABT, el Bolshói, Le Ballet de l‘Opéra national de París y The Royal Ballet, y que, sin embargo, con noventa años, aún no ha cedido nominalmente la dirección de la compañía a alguien más joven –Loipa Araújo, Aurora Bosch…- a quien pueda evaluarse su capacidad en semejante posición. El régimen de Alicia tiene fama de durísimo –es un eufemismo- pero, a diferencia de lo que ocurre en la esfera social, en el arte los mandos eternos y el voluntarismo personal no son siempre perniciosos. No obstante, el sentido común de quienes disfrutamos el ballet nos dice que sería conveniente ver qué sucede con otra persona al frente del BNC. Miguel Cabrera, historiador de la compañía, me respondió esta pregunta así, hace ya algún tiempo: Nadie sabe qué ocurrirá, pero esperemos que sea para bien.
Volvamos a la imagen de José Manuel Carreño y Xiomara Reyes bailando en este Festival para todos los cubanos, después de pasarse el resto del año trabajando con nada menos que la compañía nacional de Estados Unidos. ¿Cuándo tendrán ese mismo derecho nombres tan cubanos, y de los que nos sentimos orgullosos por su desempeño aquí y allá, como Willy Chirino y Andy García? ¿O el Duque Hernández y Kendry Morales? ¿O Carlos Alberto Montaner y Zoé Valdés? ¿Cuándo el país será para todos, y no para la parte más dócil de sus habitantes?
Tango y revolución
Sławomir Mrożek (se pronuncia algo así como Suavomir Mróchek) es un célebre dramaturgo polaco. Carlos Díaz es el conocido director teatral cubano. De esta unión el Teatro Nacional exhibió Tango, obra escrita en 1964 y que todavía se representa comúnmente en Europa.
Arturo, intelectual y arrogante, regresa a casa para encontrarse a su familia decaída en bulliciosa relajación. La lucha entre su nuevo orden y el desbarajuste de su madre, padre, tío y abuela, da pie a escenas que obviamente parodian –según el estilo habitual en Mrożek- los momentos iniciales de las supuestas revoluciones pero reales dictaduras, comunes en los países de aquel este europeo, y en otros no tan alejados. Incapacitado de encontrar senderos claros en las ambiguas ideas de la pieza –típico de Mrożek-, concentro mi atención en los actores.
Un personaje de inmodesta visión aparece para purificar ¿o enturbiar? el cerebro del protagonista: Ala, su novia, interpretada por Camila Arteche –Cecilia, en la recién fenecida Aquí estamos. La muchacha, que viene a ser una especie de Ofelia para este polaco Hamlet, aparece vestida de blanco –lo mismo que ocurre, inexplicablemente, en ciertos audiovisuales de estos meses: en un capítulo de Deja que yo te cuente, y en la adaptación televisiva del cuento Los heraldos negros. A diferencia de lo que le ocurrió en la telenovela, Camila logró en Tango súbitos matices; realmente merecía mucho más espacio del que dejó el guión a su personaje. Otra mención hay que hacer de Walfrido Serrano, intérprete del padre de Arturo -Stomil- quien impresiona por la calidad teatral de su voz. Como siempre, no faltaron los guiños travestis de típicos en todo lo firmado por Carlos Díaz, pero que nada aportan en este caso, y los exhaustivos desnudos de algunos personajes que, por momentos, resultaron más visuales que las propias ideas de alto vuelo social y político zigzagueantemente comunicadas por Tango.
Agón
Camagüey ya tiene su segunda revista ajena a las instituciones del estado. Agon, astutamente, escoge el griego clásico para comunicar cierta vocación de desafío, porque eso, lo que más hace falta en Cuba hoy, es lo que viene a significar su nombre, y lo que la misma revista se exige en las primeras páginas. Surge con muy buenos auspicios: Rafael Almanza ha escrito en ella, y Roberto Manzano que es el otro poeta respetado de los camagüeyanos, y el extraño bardo innacional de emigrante sangre hebrea, José Kozer. La empujan tres jóvenes, camagüeyanos, sedientos de voz en una ciudad que antaño fue germen de cultura y hoy se contorsiona muy lentamente en el aburrido areíto que organizan ciertos obsoletos caciques artísticos. Uno de los hacedores es Duzán Dusser, sociólogo, y de las pocas personas con vocación humana que he conocido en mis andares universitarios; otro es Dainier Silva, escritor de poesía y cuento que ya tiene experiencia en publicaciones underground por haber fluido desde La Rosa Blanca, y Pedro E. Villarreal completa la tríada de directores. Excelentes fotografías negriblancas de la joven Osmara Alberteris adornaron este primer número de Agón, que parece se repetirá cuatro veces al año. Prometen; tienen servido su propio desafío.
La verdadera victoria
Manuel Sánchez Dalama decidió establecerse en España hasta que mejorara el clima de su isla. Allá ha publicado sus primeros libros, y ahora, con el último –El vuelo del cormorán- acaba de ganar el XIV Premio de Novela Ciudad de Badajoz y sus 18 mil euros. La obra premiada tiene ambiente y dramas gallegos, de la tierra de sus antepasados y a la que él ha vuelto, como tantos cubanos están haciendo por estos días. Sánchez Dalama dejó, por un provisional para siempre, a Cuba en el 2000; hoy tiene 51 años, una prisión a los 20 en La Cabaña, un blog ubicado en sanchezdalamas.blogspot.com, tres novelas escritas y una censurada en esta isla, precisamente –era obvio- la más cubana, su testimonio de la vida aquí: Peces rojos en la lluvia. El blog que él dedicó a contar la vida de esta misma novela, termina con una inmensa idea:
(…) La dictadura triunfaría de verdad en Cuba si lograra inocular al pueblo sus 50 años de intolerancia, odio, rechazo y represión. La verdadera victoria de la dictadura estaría en que nosotros, sus opositores, repitiéramos sus mismos esquemas y formas de actuar. Porque, si eso ocurriera, la dictadura seguiría existiendo aunque viviéramos en democracia.
Henry Constantín Ferreiro.
Periodista, escritor y fotógrafo. Expulsado de los estudios de Periodismo en dos ocasiones, ambas por problemas políticos. Único representante de Cuba en el II Concurso Hispanoamericano de Ortografía Bogotá‘2001. Graduado del Curso de Técnicas Narrativas del Centro Onelio Jorge Cardoso. Colaborador de la revista Convivencia. Textos suyos han sido publicados en medios de prensa cubanos, incluso oficiales. Hace el weblog Reportes de viaje (www.vocescubanas.comReportes de viaje). Dirige la revista La Rosa Blanca. email: henryconstantin@yahoo.es. Esta dirección de correo electrónico está protegida contra los robots de spam, necesita tener Javascript activado para poder verla Reside en Camagüey.
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