Por Eduardo Mesa
Un académico cubano, sobreviviente de innumerables purgas ideológicas, me dijo una vez: “la política es la política y la ética es la ética” para con posterioridad advertirme que el ejercicio de la política llevaba a la miseria y la observancia de la ética a la cárcel. De esta conversación han transcurrido más de diez años y a cada rato me pregunto cómo le irá a aquel hombre, marxista convencido, pero consciente de que en la balanza de ese acontecimiento llamado Revolución, la miseria moral pesa más que la ética desde hace mucho tiempo.
En Cuba la represión tiene arrinconada a la ética, y a los valores de una cultura que se ha caracterizado por la generosidad, por el deseo de superación y la iniciativa económica y social. En Cuba esos valores están arrinconados, pero todo parece indicar que no han desaparecido. Recuerdo un encuentro, auspiciado por la Arquidiócesis de la Habana, de mujeres del barrio aledaño a la Catedral con un grupo de trabajo del Instituto Interamericano de Derechos Humanos. Al terminar el encuentro, aquel grupo de expertos nos comentó su optimismo: aquellas mujeres no eran pobres que se resignaran a su pobreza o personas carentes de recursos intelectuales y morales para salir de la misma, aquellas mujeres, con las que habían compartido un taller de dos días de intenso trabajo, sólo eran las víctimas de unas circunstancias muy lamentables. El diagnóstico de los expertos era definitivo, cuando desaparecieran esas “penosas circunstancias” desaparecería su pobreza.
No es ningún secreto que las “circunstancias” que impiden la evolución de Cuba hacia la libertad y la prosperidad tienen nombres y apellidos. Mucha gente supone que cuando estas “circunstancias” desaparezcan, se desmoronará el poder establecido y comenzará una nueva etapa para nuestra nación. Pocos se atreven a aventurar cómo y cuándo ocurrirán estos eventos.
Hace unos días un amigo me reprochaba amablemente que en mis artículos no me refiriera a los sectores reformistas del gobierno cubano. Unos sectores, que según él, pueden ser importantes motores de cambio.
No tengo la menor duda de que la verdadera riqueza de Cuba son sus habitantes, atrapados en los macabros resultados de la aventura revolucionaria. Creo que hay muchas personas valiosas en los distintos estratos de la sociedad cubana, incluyendo las Fuerzas Armadas y el Ministerio del Interior, creo que la mayoría de ellas, cuando puedan hacer visibles sus verdaderos pensamientos, aceptarán de buen grado la normalidad democrática y contribuirán a la reconstrucción de un país en ruinas.
Creo que a estos sectores hay que hacerles llegar mensajes positivos y decirles, por ejemplo, que renunciamos a aplicar la pena de muerte en el futuro de Cuba, que no queremos sus casas, ni ser sus jefes, que aspiramos a una justicia en donde lo primordial sea el reconocimiento y la restauración moral de las víctimas.
Es importante que podamos hacerles llegar esos mensajes, es igual de importante que nuestras actitudes evidencien que los mismos no están motivados por una mera conveniencia estratégica y sí por el anhelo del bien común, el bien de la nación que compartimos.
No obstante, mis mayores esperanzas siguen puestas en aquellos que han vencido el miedo y continúan oponiéndose a la dictadura. La lucha pacífica de estos hombres y mujeres constituye un referente ético imprescindible para la sociedad cubana, paralizada por el terror y la doble moral que el terror genera. Una lucha desigual que sería más eficaz si privilegiara su carácter cívico y atemperara los posicionamientos ideológicos, legítimos en sí mismos pero inconvenientes en esta hora marcada por la necesidad de concertar y reconciliar.
Concertar y reconciliar son verbos que invitan a la generosidad, a mitigar los protagonismos y a posponer el debate ideológico, dejando para el momento oportuno las alianzas y adhesiones que ya se insinúan.
Concertar y reconciliar pueden ser las palabras claves para esa atribulada nación que compartimos; que nadie se engañe, nuestros pesares pueden sobrevivir al castrismo, sin generosidad no hay futuro distinto del presente.
Eduardo Mesa
Laico cubano. Fundador de la revista Espacios en la Arquidiócesis de La Habana.
Vive en Estados Unidos.