Cuatro gatos en Cuba: a veces la cantidad no importa

Por Livia Gálvez
“(…) Seres hay de montaña / seres de valle,/ y seres de pantano / y lodazales(…)” José Martí
“Esos son cuatro gatos, nadie les va a hacer caso.” Como quien dijo la frase tiene todo el derecho del mundo a decirla, yo hago uso de todo el derecho que tengo a meditar sobre ella. La persona hablaba de los que hoy luchamos por la libertad de Cuba. Gracias a Dios, puedo incluirme en la lista.
Siempre me ha llamado la atención lo importante que es para algunos valorar el alcance o la importancia de las obras que se emprenden según el número de personas o factores que intervienen en ellas.
Es posible que el éxito de determinadas cosas, como por ejemplo, un filme, una obra de teatro, un libro, o un determinado proyecto, pueda medirse teniendo en cuenta la cantidad de personas que lo disfruten o que quieran disfrutarlos, el número de participantes, o la cifra de los que los aprueban ; pero la importancia que puedan tener desde el punto de vista social, político, histórico o económico, no es tan fácilmente medible; no siempre tiene que ver con cantidad, con cifras y números, más bien tiene que ver con trascendencia, con momento histórico, con realidad vivida, con visión de futuro, con propuesta, con sensación de vida. Ni siquiera se trata de esperar recompensa, se trata de compromiso, de sacrificio, de memoria histórica, de deuda con la Patria.
Si nos detenemos a pensar en la historia de Cuba, siempre han existido “los cuatro gatos”. Desde Hatuey hasta hoy podría mencionar a los que organizaron la Guerra del 68, o a los que en el 95 la reiniciaron, sin hacer mucho caso a quienes los creían cuatro gatos locos o soñadores. Por suerte hoy podemos decir que hay gatas y gatos maullando sin cesar, en la ciudad y en el campo. Unos en prisión y otros afuera. Unos dentro de Cuba y otros dispersos por el mundo. De distintas razas, con distintas formas de maullar, pero maullando al fin. Estos gatos y gatas ya no se engañan con la bola de hilo que los quiere entretener para verlos jugar y dar volteretas en el mismo lugar. Cuesta mucho domesticarlos.
¿Qué cubano no ha tenido alguna vez gatos en la azotea? Ruidos extraños y espeluznantes a veces, perros ladrando. No dejan dormir, ni siquiera a aquellos que se empeñan en hacer como que no les molesta. Imposible descansar. Por un momento parece que se fueron, pero no, siempre regresan. Siempre hay gente que les da un plato de leche y gente que les tira piedras. No se puede ser indiferente ante ellos. Hay quien los espanta, pero también hay quien los llama para no sentirse solo. Los gatos siguen existiendo y existirán, defendiendo su espacio, reclamando la libertad a la que, por su condición de felinos semisalvajes, no renunciarán. ¿Cuatro, cinco? La cantidad no importa.
Livia Gálvez
Licenciada en Contabilidad
Correctora de la revista Convivencia
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