Por Javier Figueroa
De todos los recuerdos que puedo compartir con ustedes sobre María Cristina me quedo con uno: fue el pasado febrero. La Universidad Internacional de la Florida y su Centro de Investigaciones sobre Cuba (CRI) auspiciaban como cada 18 meses la Octava Conferencia sobre estudios cubanos. Para conmemorar los 40 años del IEC organicé una mesa redonda que examinaría la historia del Instituto. Yo oficiaba de moderador y los participantes serían Marifeli Pérez-Stable, Carmelo Mesa Lago y, por supuesto, María Cristina. La noche antes del evento visité a María Cristina en su casa de Coral Gables y salí convencido de que, debido a su estado de salud, ella no podría asistir. La sorpresa fue grande, y grata, al día siguiente cuando encontré a María Cristina en los pasillos de FIU, en su carrito motorizado y con su balón de oxígeno.
No solo participó sino que lo hizo con un vigor extraordinario. Su compromiso y amor con el IEC y Cuba actuaron como detonantes para que esta extraordinaria mujer se transformara del día a la noche y participara junto a nosotros en el evento. Por supuesto, se aprovechó la ocasión para rendirle un justísimo homenaje. Creo que fue su última actividad pública y para suerte de todos nosotros y de nuestra historia esa participación ha quedado grabada en video. Lo que si no recogió la tecnología fue el momento en que María Cristina “agitaba” a Emilio Cueto para que se apurara en subir a la guagua que la llevaría de regreso a su casa en Coral Gables. Así era María Cristina. La vamos a extrañar.