La alimentación en Cuba

Por José Gabriel Barrenechea Chávez
Nos proponemos en este artículo continuar con lo que ya hicimos en otro anterior, publicado también por esta revista. A saber, desenmascarar manipulaciones y descontextualizaciones.
De paso también intentamos responder la pregunta: ¿Era tan deplorable el estado de la alimentación del cubano antes de que los barbudos bajaran de la Sierra Maestra, y ha sido después el maravilloso camino de victorias que nos hacen creer en nuestras escuelas y universidades?
Comencemos por una brevísima historia alimentaria, para luego referirnos de lleno a tres de los pilares de la visión triunfalista: los Informes a la Asamblea Nacional de 2002 y 2007, y el fundacional “¿Por qué la Reforma Agraria?”, resultado de una encuesta publicada en 1957.
Brevísima historia alimentaria: 1950- 2000.
En 1950 el consumo promedio de kilocalorías a nivel mundial era de 2470 diarias.
En Cuba, en el año 1953 y según el sociólogo Norman Joliffe, era de 2580. La FAO, sin embargo, que por entonces cifraba en 2500 Kcal diarias la cantidad mínima aceptable (1), daba para nuestro país, en el primero de los años citados, un valor de 2580 Kcal, lo que nos situaba en el lugar 26 entre otras 96 naciones. En específico en las Américas solo nos superaba EE.UU., Canadá, Argentina y Uruguay.
Por su parte en la tabla I reunimos los valores correspondientes al dilatado período revolucionario.
Tabla I
(Elaborada a partir de datos obtenidos de la revista “Economía y Desarrollo”, publicada por la Facultad de Economía de la Universidad de La Habana).
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Al comparar los datos anteriores con los de Joliffe, nos damos cuenta de que en cuanto a alimentación, el nuevo sistema socio-político no vino a despegarse definitivamente de los valores de 1953 hasta bien entrados los setentas. Y obsérvese que hemos escogido nuestras fuentes, ya no imparcialmente, sino en oposición a nosotros mismos. Porque a cualquiera que conozca un poco de nuestra historia no se le oculta el hecho de que 1953 fue un año no muy boyante para nuestra economía, debido al significativo recorte de la zafra, y a los bajos precios del azúcar en el mercado internacional, provocados en primera instancia por el inesperado apaciguamiento del conflicto en Corea, que hicieron contraer a nuestra economía en casi un 15 %.
Es de señalar que ese despegue de mediados de los setentas se corresponde precisamente con nuestra entrada en el CAME con la condición de nación en extremo favorecida. El posterior desmerengamiento nos hundió muy por debajo de lo que la FAO considera en la actualidad como necesidad mínima. Tan profundo que llegamos al nivel 3, de 5 que establece el mencionado organismo de acuerdo con el porciento que, en cada país, la población subnutrida representa en el total. Este porciento, en la Cuba del período 1996-1998, ascendía al 19%, comparable con el 18% de Sudán, o el 20,5% de la India.
Inflación sin límites
A fines del año 2002 el entonces Ministro de Economía, José Luis Rodríguez, presentó un informe ante el máximo órgano legislativo de nuestro país, ante la Asamblea Nacional.
Si en ese informe se dan cifras en verdad infladas en cuanto a la alimentación del cubano, de 2 916 Kcal y de 76,8 g de consumo de proteínas percápita diarias, en el presentado por el mismo y ante la misma respetable institución, en el de diciembre del 2007, se pierde ya toda medida. ¡Nada menos que de 3 287 Kcal y 89,9 g!
Compárese si no, dichos valores con los de la tabla I, en específico con el año 1986, el mejor de los allí representados. Solo en el consumo de energía los valores del 2007 superan en aproximadamente 11% a los de dicho año, y en más de 12% en cuanto a los de proteínas. El 86, un año que para los que lo vivimos, se nos aparece hoy como salido de una leyenda, en que cualquier ciudadano podía almorzar y comer en un restaurante promedio con su sueldo de ese día.
Pero no nos quedemos aquí. Observemos en la siguiente tabla preparada con los valores que la FAO informó para el 2002, y que hemos tomado de la enciclopedia Encarta 2006.
Tabla II
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Si lo que se dice en el referido informe fuera cierto, pues nada, que nos encontraríamos al mismo nivel que los españoles y nuestro consumo de energía sería incluso superior al de los mejicanos, quienes ocupan al presente el segundo lugar mundial en cuanto al por ciento de su población obesa. Y ni que decir que en proteínas nos faltarían solo 7 gramos, par de onzas de carne de cerdo, para alcanzar a los carnívoros argentinos. ¿Es que en verdad alguien cree tan delirantes cifras?
Por último utilicemos una forma mucho más concreta de demostración, contemos con los dedos.
En el informe de 2007 se nos dice que de esos 89,9 g de proteínas que según el mismo consumía el cubano promedio, un 64% resultaba subsidiado por nuestro providencial Estado. Por tanto un sencillo cálculo nos da que, para 30 días, un mes, la cantidad de proteínas subsidiadas ascendería a 1 703 g. Con ese valor en mente veamos en primer lugar cuánto nos aporta la cuota, pero no la de un cubano cualquiera, sino la del privilegiado habanero.
Para extraer la cantidad de proteínas que nos aporta cada uno de nuestros alimentos normados utilizaremos la tabla III, elaborada a partir de la que aparece en el tomo II, del Medicina General Integral, en uso en nuestras escuelas médicas.
Tabla III
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Vamos a ver ahora qué le aporta, al habitante de la capital de todos los cubanos, la “cuota”.
Tabla IV
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A lo anterior de seguro se nos ripostará que hemos olvidado adicionar lo que se consume en los comedores obreros y escolares, mas, es imposible que los alimentos recibidos por esta vía alcancen a completar los 780 g de proteínas que nos faltaron. No se olvide que, según Granma, en el número en que nos informa de la insostenibilidad para nuestro país de los comedores obreros, los trabajadores que reciben almuerzos son 3 100 000, menos de un tercio de la población nacional, que tal privilegio solo lo tienen durante veinte o veintiún días del mes, y que durante uno de dichos meses, el de vacaciones, no lo tendrán (4).
¿Qué sucede entonces? ¿No serán ciertos los informes? ¿Habrá algún grupo o casta social cubana que, no hayamos considerado, de esas que se alimentan muy por encima del promedio, y que así, al sacar este, lo elevan a los valores pretendidos por el “Informe”…? ¿El millón doscientos mil niños, entre 0 y 7 años, que hoy reciben un litro de leche a diario; los menos de medio millón de ancianos a quienes se les facilita una dieta exigua; los trabajadores de las corporaciones; los del turismo; o acaso la oficialidad de nuestro ejército y de los órganos de seguridad interna e ideológica, con sus jabitas de pollo y otras “cositas” concebidas para engordar a medida que la graduación del brioso afortunado aumenta?
De cuando hasta la derecha también ayuda:
Siempre que en Cuba se ha querido justificar lo que se hizo a partir de 1959, y presentarlo como un incomparable avance, se ha echado mano del estudio “¿Por qué la Reforma Agraria?”, paradójicamente, una investigación de la “derecha Católica”, de la Asociación Católica Universitaria en que se describen las espantosas condiciones de vida de nuestros asalariados agrícolas a mediados de los cincuentas. ¿Mas, en verdad sirve el estudio para tal cosa, aún cuando las condiciones hayan sido realmente horrendas?
Casi al inicio del estudio puede leerse: “La talla promedio de trabajador agrícola es de cinco pies y cuatro pulgadas… De acuerdo con esta talla promedio, y basándonos para el cálculo en las tablas comúnmente aceptadas tendríamos que aceptar que el peso promedio de nuestro trabajador agrícola debiera ser de 153 libras (69,5 Kg.). En nuestra encuesta, sin embargo, este aparece con un peso inferior, 16 libras por debajo del promedio teórico (137 libras = 62,2 Kg.). Este dato concuerda con el índice de desnutrición, que es de 91%”. Pero si en las tablas que usaron los señores encargados del estudio nuestro campesino de mediados de los cincuentas, caía en la categoría de desnutrido, ya no ocurre lo mismo al utilizar las del tomo I del texto de Medicina General Integral, texto oficial de nuestras escuelas médicas.
Tabla V Percentiles
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Como a propósito, al pie de la tabla se advierte: “el individuo estaría en riesgo de obesidad si su peso se encontrara en un valor ubicado por encima del percentil 75 y hasta el percentil 90 y… si por el contrario, su peso se encontrara por debajo del percentil 10 y hasta el 3 estaría en riesgo de desnutrición y si estuviera por debajo del percentil 3 se consideraría desnutrido.” Con 62,2 Kg. de peso promedio, nuestro campesino estaría un poco por encima del percentil 50 de la gráfica que antes mostramos, elaborada a partir de una muestra de 6035 individuos, en los comienzos de los años ochentas, los años de la proteína según una de las revistas más oficiales: “Somos Jóvenes”.
Algo es seguro. Después de consultar sus libros ningún médico cubano contemporáneo se atrevería a llamar desnutrido al asalariado agrícola nuestro de 1956, y por el contrario le llamaría la atención a cualquiera que tuviera el peso que en el estudio se consideró como el ideal 69,5 Kg, sobre los problemas que para la salud nos trae el sobrepeso.
Lo cierto es que las expectativas ya no son las mismas, un hombre ventrudo, por ejemplo, que por entonces les parecía a sus contemporáneos la mar de saludable, a nosotros ya no nos resulta tan así; las bailarinas de Tropicana en tiempos de Nat King Cole, se nos asemejan más a las rinocerontes danzarinas de la película de Disney…
En verdad, un desapasionado análisis de este estudio, nos permitirá, en un futuro, sentirnos tan indignados entre las “espantosas” condiciones de vida de nuestros desposeídos del campo prerrevolucionario, como con las de casi todos nosotros en el presente.
Para ello no está de más que le presentemos al lector la tabla tomada íntegramente de “La Revolución Cubana. Premisas económicas y sociales”, de Orlando Valdés García. Correspondiente a 1948, el año de postguerra y anterior al 59, de mayor inflación en el precio de los alimentos en nuestro país.
Tabla VII
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Incluso en tan desfavorable año, con los 45.00 pesos que en el mes obtenía una familia de trabajadores agrícolas se podrían haber comprado, si se hubiera querido invertir todo lo ganado en ello, 155 lb de carne de res de segunda, lo que al dividirse entre 6 miembros de dicha familia, correspondería a 25 lb percápita. En cambio una “típica” familia de profesores de hoy, con tres personas y solo una sin ingresos, percibiendo salarios de 700 pesos cada uno, solo puede comprar, a 35 pesos la libra de carne de cerdo, 40 lb, o sea 14 lb percápita al mes. Y que conste que no hemos querido hacer el cálculo para carne de res, al solo poder obtenerla en los carísimos establecimientos en divisas.
Se habla por último en “¿Por qué la Reforma Agraria?”, de la monótona dieta del obrero agrícola cubano, compuesta por un 24% de arroz, un 23% de frijoles y un 22% de viandas, sin mencionarnos en qué consiste el restante 31%, y el que elaboró el estudio en forma literaria nos dice con profundo patetismo: “Una familia que un día y otro se sienta a la mesa, o la que haga las funciones de mesa, para comer siempre lo mismo, con ligerísimas variaciones: arroz, frijoles, viandas…” Algo que hoy, después de 50 años, se ha extendido a toda la población, y que en más de una ocasión ha sido presentada en nuestros medios como una dieta muy saludable. (6)
Una breve recontextualización final.
Los nacidos a posteriori del 59 hemos escuchado hasta el cansancio argumentos como el que sigue: “sí había carne, pero se podría en las carnicerías porque el pueblo no tenía para comprarla”. Argumentos muy permeados por el paso del tiempo, y por el discurso descontextualizador e ideologizante a que sometimos nuestra historia a partir de dicha fecha. Porque si, es cierto que había una fracción de nuestro pueblo que no tenía para adquirirla, si esa fracción hubiera sido en realidad tan significativa, no se explicaría la profusión de carnicerías en el territorio de la República, y que sin subsidio estatal, o posibilidad de asegurar la mercancía, al menos la gran mayoría de los pequeños negocios, lograba subsistir y hasta prosperar.
Quienes nos hablan de carnes podridas y dietas monótonas parecen, por otra parte, desconocer que la seguridad alimentaria, o sea, la eliminación de las grandes hambrunas cíclicas, por lo menos fuera de África, es un logro muy reciente. Todavía a inicios de los cincuentas murieron de hambre en la India tres millones de personas, y a finales de dicha década, en China, casi veinte. En la misma Europa la última hambruna ocurrió entre 1846 y 1847, y condujo a la gran oleada revolucionaria que recorrió ese continente desde Londres a Budapest en los años 1848 y 1849.
No obstante, en Cuba, país donde no se sufrían hambrunas cíclicas desde 1510, aunque al presente no se ha llegado a ese punto, sí es evidente un retroceso marcado en cuanto a la alimentación. Si no ha bastado todo lo dicho anteriormente para hacérnoslo entender, un hecho muy simple e irrebatible servirá para demostrarlo: hoy, quienes estamos en edad de ser padres seríamos incapaces de mantener con nuestro trabajo, sin ayuda estatal o familiar, a proles de nueve, que sin embargo no pocos de nuestros abuelos sacaron adelante. Téngase en cuenta que con el salario promedio de un cubano en el 2009, según el gobierno, poco más de cuatrocientos pesos (17 USD), solo alcanzaría para alimentar a semejante familia con harina de maíz y boniato hervido sin poder pensar en otro gasto, y al hablar de otros gastos, no solo nos referimos a ropa y zapatos, o medicinas sino incluso al combustible para cocinar tan magra ración, o los condimentos más elementales de la misma.
Anexo
Presentamos a continuación una variante de dieta, basada en nuestros particulares gustos nacionales, que sea capaz de cubrir los 89,9 g diarios de proteínas que nos endilgara el Estado en boca de su Ministro de Economía. Para ello, como antes, hemos utilizado la referida tabla de Medicina General Integral, tomo II.
Tabla VIII
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